Críticas de teatro: semana del 18 al 24 de enero
Chorus line: una verdadera fiesta del musical, en el Maipo
De: Bennet, Kirkwood Jr, Dante, Kleban y Hamlisch / Dirección: Ricky Pashkus / Elenco: Laura Conforte, Martín Ruiz, Sofía Pachano, Gustavo Wons, Jessica Abouchian, Mariana Barcia, Evelyn Basile, Juan José Marco, Clara Lanzani, Martina Loyato, Matías Prieto Peccia y elenco / Dirección vocal: Matías Ibarra / Producción: Javier Faroni / Teatro: Maipo / Nuestra opinión: muy bien
Antes que nada es necesario establecer un trato entre quien escribe y quien lee: esta reseña refiere a esta puesta en particular; observa a Chorus Line como por primera vez y elude hacerse cargo de su potente historia o sus versiones anteriores.
Un grupo de bailarines se somete a unas audiciones y rápidamente se comprende la situación. Están en los prolegómenos de la selección final. Los números no sucesivos señalan que han quedado muchos en el camino. El objetivo final es obtener un lugar en el coro o ensamble, como le dicen ahora. Es decir, el grupo de bailarines que acompaña al elenco protagónico en una comedia musical.
Chorus line se construye en el pasaje del número al nombre. De la anomia a la historia personal, única e irrepetible.
Dos elementos combinados devienen en instancias fuertemente significantes: el espejo y la línea blanca en el piso, la multiplicación y el límite. El clásico musical oscila todo el tiempo entre dos extremos y en esa oscilación construye su sistema. Cada uno debe lucirse por separado para convertirse en una parte del conjunto. Uno a uno debe responder a una presentación individual que excede el modo en el que bailan. En un tiempo acotado demuestran sus rasgos diferenciales. ¿Cómo aparecer uno y hacer desaparecer al resto de manera provisoria? En general a través de dos recursos, uno casi metafórico el paso adelante con respecto a la línea y otro del orden del lenguaje, la iluminación. Aunque hay dos personajes que no responden a este régimen y eso les da otro lugar de protagonismo.
El coreógrafo, el de ficción y el real, Gustavo Wons, organiza, marca y acompaña con precisión y belleza. El que elige -acá en la piel del talentosísimo Martín Ruiz- ocupa el espacio físico del espectador; adquiere su perspectiva. El público comparte ese rol aunque no tenga voz ni voto. Con él observa a los soberbios, a los tímidos, a los que se llevan el mundo por delante, a los que son llevados por el mundo. Casi todos aman bailar. Y luego se ponen en juego el resto de las razones, aquello que inclina la balanza, la necesidad de trabajo, dejar a la frustración dos pasos más atrás, demostrarse algo a sí mismo, cada uno con su propia historia.
Chorus line se desplaza entre la prueba y el logro, lo individual y lo colectivo, la falla y el acierto, el deseo y su cumplimiento o no. Ahora bien para que esto funcione es necesario un mecanismo aceitado que no sea percibido como tal: que alguien se equivoque y gire antes o después, se le caiga un sombrero, que dé un paso más tarde. Es la dirección de Ricky Pashkus la que sostiene todo el sistema para que funcione a la perfección. Y aunque se prueban ficcionalmente en el baile, conmueven profundamente a través de la actuación. Complejo desafío actoral porque les toca hacerlo de manera despojada, casi sin marco, algo que también tematiza el musical: no es fácil hablar de uno, de su pasado, ¿qué es presentarse sin actuar? ¿o cómo actuar sin que parezca que lo hacen?
Laura Conforte sostiene a su personaje con una firmeza y una ternura increíble y se la ve brillar en toda su labor. Marcelo Cuervo, que diseña la iluminación, toma una decisión significativa cuando pone las luces en la sala para que se reflejen en el espejo porque lo que construye es un espacio entramado en su totalidad.
Todos están muy bien pero, además de los ya mencionados, se destacan Mariú Fernández, Nicolas Di Pace, Sofía Pachano y Menelik Cambiaso; en ocasiones, los roles colaboran y en otras ellos mismos les sacaron todo el jugo posible a los roles que les tocó interpretar. Y gracias al cuidadoso trabajo de Marcelo Kotliar, solo los nombres extranjeros nos alejan de nuestra lengua nativa.
Llega el momento de la decisión y algunos se quedan y otros se van. Pero cuando viene el cierre del espectáculo, absolutamente todos brillan por igual magníficamente iluminados, bailando al unísono, con una orquesta pequeña en número que, sin embargo, suena inmensa. Una verdadera fiesta del musical en Buenos Aires. Mónica Berman
¡Viva la vida!: nostalgia y reflexión a través de canciones populares
Libro y dirección: Valeria Ambrosio / Elenco: Nora Carpena, Rodolfo Ranni, Mercedes Carreras, Alberto Martín, Marta Bianchi, Jorge Martínez, Natalia Cociuffo, Christian Giménez, Andrea Lovera, Robredo Ortiz, Lula Rosenthal, Ivanna Rossi, Liza Spadone y Patricio Witis / Teatro: Lola Membrives / Duración: 100 minutos / Nuestra opinión: buena
Para el argentino promedio tanto el elenco como la selección de canciones de este "musical argentino" (tal como la producción lo difunde) es una invitación a la nostalgia y al humor (negro). Ya desde el inicio, mientras se proyecta un video de la Buenos Aires antigua, la platea comienza a señalarse en todo su reconocimiento: las líneas de colectivos o los tranvía para los más grandes. Luego, al iniciar las canciones con un repertorio que recuerda esos grandes momentos de la canción local, la platea los recorre acompañando a los artistas en su tarareo.
Dramatúrgicamente la propuesta es interesante aunque está inacabada. Dos grupos de actores representan el ayer y el hoy de seis amigos que sellaron un pacto hace ya varias décadas: irse a vivir al Delta ante el primer signo de uno de ellos de vejez. Los jóvenes -la selección con formación claramente musical del elenco- con un vestuario de tintes vintage pero en un innecesario tono sepia son los que ponen el ritmo musical y en donde se lucen verdaderamente Lula Rosenthal como una enfermera bielorrusa (con una serie de chistes por demás extraños sobre la trata de personas) e Ivanna Rossi (el personaje que representa Mercedes Carreras). En lo que respecta a los protagonistas, cada uno en su fibra sabe que está allí para ofrecer su nombre y prestigio, pero fundamentalmente la capacidad de saberse reconocidos y transportar a la platea a los momentos que ellos, como grandes de la escena y la televisión nacional, están en condiciones de hacernos viajar. Así, el círculo nostálgico, se cierra.
Con enorme cantidad de errores técnicos -que se irán ajustando seguramente con el correr de las funciones- ¡Viva la vida! abrió la temporada comercial en la avenida Corrientes con, por momentos, escenas desopilantes como lo es la de Nora Cárpena que con enorme histrionismo imita a Cristina Kirchner en un discurso oficial, o el final de Christian Giménez travestido y volando angelicalmente. Estas escenas deben ser disfrutadas así, como lo que son, sin búsquedas de ningún tipo de verosímiles dramáticos ni justificativos de ningún tipo. Un espectáculo en el que por momentos la funcionalidad del chiste es solo esa, ser chiste, y eso es precisamente lo que vuelve débil el desarrollo de una trama en la que Ambrosio parece no haber depositado todo su esfuerzo, aunque sí ha intentado generar una que por momentos parece ser más un obstáculo que un aliado. Federico Irazábal
Freno de mano: una comedia que habla de nuestras crisis
Autor: Víctor Winer / Intérpretes: María José Gabín, Esteban Prol y Iardena Stilman / Dirección: Rubén Pires / Escenografía: Gustavo Di Sarro y Pires / Vestuario: Juan Miceli / Iluminación: Carlos Rivadero / Sala: La Comedia / Duración: 75 minutos / Funciones: jueves y viernes, a las 21; sábados y domingos, 20.30 / Nuestra opinión: buena
Escrita en 2001, esta pieza del argentino Víctor Winer se ha convertido en un clásico. Tuvo innumerables reposiciones acá y en el exterior y ha recibido varios premios no solo nacionales. Igual que sucede en otras obras de este autor, la eterna crisis que padece la clase media argentina es uno de sus temas preferidos. Y la misma está ilustrada por una pareja que sueña con una posibilidad de redención económica que le permita sostener lo mínimo: una vivienda, el alimento y el trabajo. Nada de eso sucede en esta pareja desmembrada que conforman Matilde y José.
La acción transcurre en una sala de hospital, en la que ella espera una intervención quirúrgica, pero esto es solo un dato, porque la diversidad de temas que ellos abordan en sus diálogos, los pasea por numerosas situaciones. En cada una de ellas asoma la frustración y aparece una posible ilusión en juego. Una de las más "pesadas" por decirlo así, es la de él que trabaja como testigo falso de juicios.
Estos son algunos de los temas más potentes que aborda Winer, pero no los desarrolla lo suficiente, prefiere hacer uso de esa manía típica nuestra tan coloquial y local, en la que dialogamos salpicando temas, sin detenernos en ninguno. Winer es un autor se diría descontracturado para escribir, tiene la libertad de jugar con los géneros, de este modo su pieza pasa de situaciones de farsa, a la comedia negra o el absurdo.
Muchas veces se ha dicho que a los argentinos frente a las crisis económicas -porque en definitiva de eso trata la pieza, además de lo que desencadena, el engaño, la mentira, el adulterio-, nos salva el humor. En este aspecto el director Rubén Pires apeló a lo lúdico, a la espontaneidad interpretativa y al oficio de María José Gabín y Esteban Prol, a los que se suma en correcta actuación Iardena Stilman, en el papel de la prima. Quién lleva el mayor peso de la obra es José, el marido, al que Prol le aporta una grotesca y absurda comicidad, sosteniendo cierta expectativa en el público. María José Gabin, es algo así como un hada Campanita, cuyos gestos clownescos, mímicas y algún atisbo grotesco, atrae y desconcierta mediante una simpatía arrolladora.
Freno de mano es una comedia fresca, espontánea, que habla de nosotros mismos y nuestras crisis: un buen pasatiempo para el verano porteño. Juan Carlos Fontana
Rotos de amor: grandes actores para una propuesta efectista
Dramaturgia: Rafael Bruza / Dirección: Andrés Bazzalo / Elenco: Osvaldo Laport, Víctor Laplace, Gustavo Garzón y Pepe Soriano / Vestuario: Pablo Battaglia / Luces: Soledad Ianni / Música: Damián Laplace / Teatro: Picadilly, Corrientes 1524 / Duración: 60 minutos / Nuestra opinión: regular
Esta es una comedia de situaciones sobre cuatro hombres que fueron abandonados por sus mujeres. Cada uno tiene un momento para relatar su desamor, desde un lugar melodramático, aunque los conflictos sean superficiales.
Escrita por Rafael Bruza y dirigida por Andrés Bazzalo es una oportunidad para ver en escena a cuatro actores populares y queridos por un público con el que se identifican generacionalmente. Osvaldo Laport, Víctor Laplace, Gustavo Garzón y Pepe Soriano representan a cuatro visitadores médicos, que visten de traje, cargan maletines y llevan adelante cuadros tragicómicos, en los que se muestran como perdedores.
La propuesta tiene una mirada efectista que dialoga con su espectador implícito, que disfruta de ver a estos artistas en ese rol de hombres que quedan a la deriva cuando pierden el amor. La lectura estereotipada sobre las relaciones busca generar un remate y un efecto cómico rápido con el público. Un hombre a quien la mujer lo deja por el profesor del tango y puede ver desde la ventana como su exesposa tiene relaciones sexuales con su nueva pareja. Otro que es abandonado porque ronca. También está el que no se anima a decirle a una vecina que la ama y la única forma en la que puede estar cerca de una mujer es pagando por sexo. Y por último, el intento más poético de todos, uno que sufre porque su esposa está muerta. En este caso, Pepe Soriano sigue mostrando una emocionante vitalidad para estar en el escenario.
El objetivo de esta obra es hacer reír, entonces el vacío es planteado desde un lugar paródico y estos hombres piensan que van a recuperar el amor si se tiñen el pelo, le hacen serenatas a sus esposas o aprenden a bailar. No está mal reírse de lo insólito del amor, pero en Rotos de amor la imperiosa necesidad de buscar el efecto y el remate, les impide a los actores ir más a fondo en el juego teatral, como sin con poco alcanzara. Un bandoneón que no suena realmente, una tintura que no existe, un juego de mímicas sobre la representación. Los cuatro actores y el director de esta puesta son artistas experimentados, que han probado con distintos lenguajes escénicos y en diferentes circuitos, pero en este espectáculo ofrecen poco, como si lo más importante fuera conformar al público que convocan, cantarles un tango, darles la mano. Pueden mucho más, pero parece que nadie se los pide. Mercedes Méndez
Bien argentino: un show demagogo y muy efectista
Idea y coreografía: Ángel Carabajal / Elenco: Flor de la V, Miguel Ángel Cherutti, Mariquena del Prado, Gabo Usandivaras, Yasmín Corti, Becky Vazquez, Julián Burgos y la compañía Sentires. producción: Juan Alzúa / Dirección musical: Tury Burgio / Dirección: Carabajal y Horacio Sansivero / Sala: Corrientes, Mar del Plata / Nuestra opinión: regular
MAR DEL PLATA.- Si alguien compra la entrada de 700/800 pesos de Bien argentino atraído por los carteles con Flor de la V y/o Miguel Ángel Cherutti va a sentirse defraudado. Él canta algunos temas y ella se viste de paisana y hace un breve monólogo sobre la maravilla de ser argentino con pretensión emotiva. Otros se dejarán llevar por esta mezcla de peña para turistas y videoclip creada en Córdoba por Ángel Carabajal, director de la compañía de danza y música Sentires (y que presenta en Buenos Aires otro show paralelo). La verdadera vedette son las danzas argentinas. Mucho bombo y malambo, enmarcado con fondos de paisajes o diseños geométricos, y una banda a volumen extra mientras haces de luz cruzan el escenario como en una disco. Hay festín de agudos sostenidos de los cantantes -como el cordobés Julián Burgos-, ovacionados por semejante hazaña contra los tímpanos.
El humor está en manos de Mariquena del Prado (que es el codirector Horacio Sansivero), el transformista que más juega con el público y único alivio a tanto zapateo. Desde el primer minuto, la frase de cabecera alentada por los protagonistas es "porque soy... ¡Bien argentino!", un álbum que se completa con las figuritas de Belgrano, San Martín, Evita, el Che, Favaloro, Borges y los héroes del Ara San Juan. Un show demagógico, plagado de efectos a corto plazo, pero con una innegable energía de topadora para pasarles por arriba a espectadores deprimidos. Leni González
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