Chin Yonk ataca de nuevo: una investigación detectivesca que rescató del olvido a un compositor rioplatense
Combinación de opereta francesa y candombe, la música de Zenón Rolón (1855-1902) es parte del teatro popular argentino; gracias a la puesta en valor de sus manuscritos, en esta obra vuelve a sonar después de más de un siglo de silencio
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Autoría: Fernando Albinarrate. Elenco: Josefina Scaglione, Nacho Pérez Cortés, Jesús Villamizar, Tincho Lups. Diseño de vestuario: Sofía Di Nunzio Diseño de sonido: Alejandro Blanco. Diseño de luces: Gonzalo Córdova. Orquesta: Sinfónica Juvenil Nacional Libertador San Martín. Coro: Nacional de Música Argentina. Ensamble: Candombe afroporteño-Instituto de Investigación en Etnomusicología. Dirección musical (orden alfabético): Fernando Albinarrate, Lucio Bruno-Videla, Javier Lorenzo. Coordinación de ensamble de tambores: Augusto Pérez Guarnieri. Dirección general: Sebastián Irigo. Duración: 75 minutos Sala: Teatro Nacional Cervantes. Funciones: sábado 20, 27 de abril, viernes 26 de abril 20:30 hs. Nuestra opinión: excelente.
Las artes escénicas en nuestro país han acostumbrado a sus espectadores a las buenas sorpresas. Pero lo que sucede en el teatro Nacional Cervantes es de otro orden no solo por lo que se escucha, lo que se ve y lo que se disfruta, sino por la genealogía y por el entramado que ha tenido lugar para llegar a este magnífico espectáculo.
En 1895, un muchachito de 15 años con ansias de ser dramaturgo -en una ciudad donde había teatro, músicos, intérpretes, empresarios- tiene la feliz idea de escribir una obrita (sí, también por la extensión) llamada Chin Yonk, en la que una noticia policial londinense se traslada a nuestro país. Pero no le alcanza con la escritura: quiere estrenarla junto con un compañero de aventuras, y así se desviven buscando a alguien que se encargue de la música. Luego de numerosos rechazos se encuentran con una persona dispuesta a hacerlo. Esa persona era Zenón Rolón, descendiente de esclavos, que tuvo formación musical en Italia y que accedió de buen grado a colaborar con el proyecto en cuestión. Todo esto no hubiera sido más que una anécdota en un libro de memorias de un dramaturgo que finalmente fue exitoso, que fundó lo que luego se dio en llamar Argentores y que podría haber terminado en nostálgica sonrisa frente al desenlace del estreno -que tuvo función y despedida en el mismo día de noviembre-, no solo porque no era un dechado de virtudes dramatúrgicas sino también porque los espectadores adolescentes que asistieron destruyeron el teatro. Pero no. Porque la obra no era buena pero la música era otro cantar. Y de ahí se empieza a tirar de la cuerda.
Nuestro país, que suele tener bastante mala fama en términos de archivos, cuenta con un patrimonio muy valioso (junto con la obra hay una muestra en el hall con material de Zenón Rolón, anotaciones, partituras, fotos). En esta ocasión, los que investigaron su obra, los que comprendieron su valor musical, los que pudieron articular su genealogía con nuestro presente escénico-musical, más el impulso del director del teatro Cervantes, Gonzalo Demaría, trabajaron en conjunto para esta fabulosa propuesta que es Chin Yonk ataca de nuevo.
Se sumaron así a la reconstrucción de la vida de Rolón y la de sus partituras -se realizó el pasaje de la notación a la orquesta, al coro y al ensamble- Pablo Cirio, Augusto Pérez Guarnieri, Lucio Bruno Videla. ¿Y cómo se pasa de la partitura manuscrita y en general incompleta a la belleza que escuchamos en el escenario del Cervantes? Tuvo lugar un curso de transcripciones y ediciones críticas dictadas por dos docentes Javier Lorenzo y Patricio Mátteri. Todos estos nombres propios citados fueron o son parte del IIET (Instituto de Investigación en Etnomusicología) dependiente de la DGEART (Dirección General de Enseñanza Artística) de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.
Así, se rescató a un músico y se recuperó su trabajo para ser disfrutado. Pero eso nos hubiera dejado con un concierto, y esto es mucho más.
Como la obra del joven Enrique García Velloso, el quinceañero en cuestión, era muy breve, se trabajó con material musical de otras obras y se convocó a Fernando Albinarrate para construir una dramaturgia que pudiera sostenerlo escénicamente. También se llamó a un director, Sebastián Irigo, para que se hiciera una puesta en escena.
El escenario está habitado por una orquesta, en el fondo una pantalla alterna decisiones lumínicas que inscribe de modo diverso lo que vemos. Tres directores diferentes, cada uno con sus formas se harán cargo de cantantes y orquesta: Albirnarrate, Lorenzo y Videla. En realidad, habrá otro más, con otra impronta: Pérez Guarnieri, porque se le pidió organizar una comparsa de candombe afroporteño para hacer una recreación sonora de lo que se conoce como el candombe Rolón. Sumado a ello, la orquesta en vivo Libertador San Martín, el Coro Nacional de Música Argentina, la comparsa que hace convivir el candombe Rolón con el candombe afroporteño tal como suena en la actualidad, proponen un entramado de músicas.
En términos dramatúrgicos y de interpretación sucede lo mismo, en perfecto rompecabezas: aunque el vestuario -maravilloso- nos lleva más de cien años atrás, los protagonistas entran y salen de personaje todo el tiempo para descontracturar, para jugar con el humor, para arrancar de raíz cualquier viso de solemnidad. Los cuatro se apropian de la escena y son capaces de meterse a los espectadores en el bolsillo. Juegan con la sorpresa, articulan ficción con metaficción, muestran el funcionamiento del teatro de fin de siglo XIX de manera lúdica pero no por eso menos histórica.
Este entramado lo es en músicas, en dependencias -Ciudad y Nación-, en géneros escénicos, en el señalamiento de que investigar puede dar como resultado algo no solo productivo sino hermoso y profundamente disfrutable, que es lo que constituye definitivamente nuestra identidad cultural, siempre una conjunción de tiempos pasados y presentes.
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