Mientras ensaya para estrenar el clásico Made in Lanús con dirección de Luis Brandoni, Cecilia Dopazo repasa distintas etapas de su carrera en un ameno mano a mano con LA NACION y recuerda, divertida, sus inicios en Clave de sol, cuando gozaba de gran popularidad pero no tenía dinero siquiera para viajar a las grabaciones en taxi
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Protagonizar desde el primer trabajo debe ser el sueño de todo profesional de la actuación. Lograrlo, y continuar por esa senda a lo largo de los primeros años es casi inédito. Pero los elegidos existen y Cecilia Dopazo, entre fines de los 80 y mitad de los 90, fue uno de esos casos excepcionales. Comenzó su carrera en Clave de sol, donde junto con Leonardo Sbaraglia, Pablo Rago y María Pía Galiano eran las figuras exclusivas. Una especie de dream team creado con el objetivo de arrasar con el rating y aprovechar todo el despliegue comercial y de merchandising, desde álbumes de figuritas y revistas hasta versiones para teatro, etcétera. Después de esos picos de popularidad para muchos llega el olvido, ese golpazo a la vanidad; o simplemente un volver a empezar tratando de despegarse de esa imagen de ídolo teen. Sin embargo el magnetismo de la otrora Julieta, la noviecita de Diego (Sbaraglia) en la tira juvenil, hicieron que Dopazo hilvanara una sucesión de trabajos impensados para su edad y experiencia: Atreverse, Regalo del cielo y Mi cuñado, junto con Ricardo Darín y Luis Brandoni, este último otro de los puntales de su carrera, incluso hasta hoy.
En 1993 le llegó la gran oportunidad cinematográfica. Esos trabajos en lo que todo confluye para bien, la estética, la época y el elenco, motivado por la aparición de un público renovado y necesitado de historias movilizadoras. Tango feroz, dirigida por Marcelo Piñeyro, marcó el inicio de una saga de películas independientes de una generación de artistas que tenía mucho para contar, mostrar y reflejar. Cecilia Dopazo volvía así a protagonizar pero en cine, ese viejo cine donde al personaje principal se lo veía en pantalla gigante en icónicas escenas, como ese tango desnudo bailado con Fernán Mirás o esos besos eternos en una terraza céntrica tras escapar de una manifestación estudiantil.
Fueron cinco años, entre 1988 y 1993, en los que el huracán Dopazo sin saberlo, firmaba junto con los artistas de su camada, el acta de refundación del cine argentino de vanguardia. “Yo quería ser actriz y empecé a hacer talleres de teatro desde los 13 años pero sin ningún vínculo con el ambiente. Nadie en mi familia estaba en el medio y aunque yo soñaba con trabajar de eso, era consciente de lo difícil que iba a ser. A mis 17 años me enteré que había un casting para televisión en Canal 13, fueron tres instancias y quedé para un bolo chiquito. Estamos hablando del año 1988. Mi personaje fue creciendo hasta terminar en poco tiempo como protagonista”.
-Estamos hablando de una época en que la televisión era lo único que había para ver.
-No existía ninguna plataforma ni internet. El medio era la televisión, los diarios y las revistas. Yo vivía en Martínez e iba a grabar a Canal 13 en tren y subte. La típica de cualquier pasajero: mirar a la gente, analizar gestos, conductas, siempre fui muy observadora de las personas. Pero a los cuatro días de estar al aire me empezaron a mirar a mí y a medida que crecía mi personaje en Clave de sol, fue muy incómodo viajar. Me volví muy conocida y perdí definitivamente esa intimidad que, cuando la tenés parece intrascendente, pero cuando la perdés te das cuenta lo valiosa que es.
-¿Lo padeció?
-Al punto de padecerlo, no. Me gustaba, mi ego estaba a pleno. El tema era que me pagaban dos mangos y era muy popular y pobre, entonces no tenía otra manera de ir a grabar que en tren y subte y se hizo muy difícil. Me subía al tren y me miraban todos. Super incómodo, todo el viaje mirando para abajo.
-Sus inicios fueron muy vertiginosos.
-Mis primeros años en la actuación fueron una escuela en todos los sentidos, porque aprendí lo positivo y lo negativo de la profesión. Mientras estaba en Clave de sol me llamó [Alejandro] Doria para hacer un par de capítulos de Atreverse. Después me llamó Rodolfo Ledo para hacer algo en Canal 9 que no salió y terminé haciendo Regalo del cielo, que tenía un elencazo, Patricia Palmer, Arturo Bonín, Pablo Alarcón y Germán Kraus.
-Estaba donde todos querían estar.
-Eran programas de excelencia. Yo recuerdo que todos queríamos participar en Atreverse, Situación límite, Alta comedia, Hombres de ley. Eran programas construidos por los mejores. Tenían a los mejores autores, mejores directores y mejores actores.
-¿Tomó dimensión de los trabajos que hacía, o creía que la profesión sería siempre así?
-Era muy consciente de con quiénes estaba trabajando, sobre todo porque yo seguía estudiando y eso no le sucedía a ninguno de mis compañeros. No era habitual trabajar con Alicia Bruzzo, Dora Baret o Miguel Ángel Solá. Mi cotidianidad no eran mis compañeros de trabajo, sino mis amigos de estudio. Me sentía una privilegiada pero consciente de que no podía dejar pasar la oportunidad. Claro que con mis 21 o 22 años tenía la audacia para pararme frente al que sea, Imanol Arias, Brandoni o José Sacristán, y sentirme a la par, aunque no lo estuviera. A esa edad, el respeto por dentro lo perdés para demostrar que estás a la altura de las circunstancias.
Tiempos exigentes
-¿La televisión de antes era mejor?
-No sé si mejor, pero era muy profesional. No había lugar para la improvisación. La élite de la actuación trabajaba en televisión. Lo difícil de programas como Atreverse era la exigencia. Doria, su director, era muy riguroso, sobre todo en lo interpretativo. Doria hacia televisión porque no tenía la posibilidad de hacer cine, porque el país estaba en crisis, entonces él hacía su cine en la tele. No era de repetir las tomas, trataba de filmar de corrido con la menor edición posible. No podías fallar. De esa época me quedó grabada la seriedad con la que se trabajaba y el respeto por el compañero. La búsqueda de la excelencia. Había mucho trabajo previo. No era memorizar y decirlo. Había que hacerlo como el director quería.
-Su primera experiencia en cine fue nada menos que Tango feroz.
-Cuando leí el guion me gustó todo tanto que quería empezar a filmar ya. No me detuve en ningún detalle, sabía que había un desnudo pero no me importó. Me metí tanto en la historia que acepté de inmediato. Creo que ese mismo efecto fue el que se generó en el público cuando la vio en cine. Amor a primera vista.
-¿Eran conscientes de la película que estaban filmando?
-Sospecho que no. Era más entusiasmo que consciencia. Había mucha inexperiencia en el elenco. La mayoría de lo que estábamos filmando, a excepción de Imanol [Arias] y [Héctor] Alterio, lo hacíamos por primera vez. Lo que sí sabíamos era que la estábamos pasando muy bien. Piñeyro venía de trabajar con Puenzo y nos enseñó mucho. El guion era de Aída Bortnik. Viéndolo desde hoy, que se cumplieron 30 años de su estreno, entiendo hasta con lógica su éxito.
-¿No le incomodó el desnudo?
-No, en absoluto. Además aportaba a la historia, era hasta poético. Tenía 22 años y me quería comer el mundo. Tenía la audacia de la edad y el cuerpo; no era una escena incómoda, mucho menos violenta. Era romántica, casi el clímax de la película. Quedó muy bien.
-Después de Tango feroz llegó Convivencia y otro hito como Caballos salvajes. ¿Se la creyó?
-Creo que no. Fue todo una locura, es cierto, un nivel muy alto de trabajo y exposición, pero no lo naturalicé ni me creí que ese sería mi piso. Por el contrario, tenía ganas de ir por más.
-Al exitoso le llegan propuestas de todo tipo. ¿Dijo mucho que no?
-Empecé a poner muchos filtros, pero porque me llegaban muchísimas propuestas de trabajo y no podía con todo. He dicho que no a una película que me arrepiento hasta el día de hoy. Fue un bombazo y tendría que haberla hecho yo.
-¿Cenizas del paraíso?
-No, y no lo voy a decir (sonríe). Debo reconocer que no lo supe ver y eso me enseñó a poner más atención a mí alrededor. También es cierto que les pasó a muchos actores eso, de decir que no a películas muy exitosas. Seguramente leí otra cosa, no entendí el guion, no lo visualicé, tenía la prioridad de un viaje, en fin, errores que uno comete en su vida.
-Y por el contrario, ¿algún personaje al que le puso muchas fichas y no resultó?
-Me pasó con una película que hice en 1997 con Imanol Arias, que nos fuimos a filmarla a Bosnia y Croacia. Se llamó Territorio comanche. Estaba basada en una novela de Arturo Pérez-Reverte, que fue reportero de guerra y esa era su historia en pleno conflicto bélico en Sarajevo. El guion estaba muy bueno, el director fue Gerardo Herrero y a mí, en lo personal, me encantó la película. Le puse mucho a mi personaje pensando que iba a funcionar, y no pasó nada.
-Hay actores que cuando hacen mucho cine, después el teatro o la televisión les parece un formato menor.
-No es mi caso. Me empezó a ir muy bien pero nunca tuve esos pruritos de creerme que era una actriz de cine. Primero porque me gusta hacer de todo, y después porque tampoco tenía otro ingreso que la actuación. A mí me convence la propuesta, no el formato. Me encanta el teatro, hice mucha tele y amo hacer cine. Creo que cada uno tiene lo suyo, si haría siempre lo mismo, me aburría.
Made in Lanús, el clásico siempre vigente
Lo que al principio de su carrera fue mucha televisión y cine, la última etapa de Cecilia Dopazo (54 años) estuvo signada por el teatro. En el medio hubo un corrimiento de la actuación para dedicarse a la maternidad full time. Vale recordar que está casada con el director de cine Juan Taratuto (52), con quien tiene dos hijos, Francisco (19) y Santino (22), este último a tres materias de recibirse de director de cine.
Dopazo a su regreso trabajó en lo sucesivo tres obras de José María Muscari, quien la catalogó como una de sus actrices fetiche, “por disciplina, reinversión y talento”. Ya en los últimos años protagonizó la obra Radojka junto con Patricia Palmer, un trabajo que inició de forma sutil pero fue tomando temperatura hasta convertirse en un éxito que necesitó gira por todo el interior del país, incluso Uruguay. Ahora vuelve a la calle Corrientes con una obra que parece ideal para la época que vive el país. Que suba a escena Made in Lanús resulta hasta necesario. Esos clásicos teatrales que cada tanto piden volver, en esta ocasión, dirigido por Luis Brandoni, socio fundador de la versión que se hizo en Mar del Plata en 1986 y que también protagonizó en su adaptación al cine un año después, bajo el nombre Made in Argentina, junto con Leonor Manso, Patricio Contreras y Marta Bianchi.
Pautado su estreno para el próximo 4 de enero en el Multiteatro, Dopazo recreará a Mabel, personaje que llega con su marido Osvaldo (Esteban Meloni) desde el exterior con aires renovados y motiva a la pareja de Yoli (Malena Solda) y El Negro (Alberto Ajaka) a que abandonen la Argentina y los sigan a los Estados Unidos, ya que el país se volvió un lugar donde el futuro está condenado al fracaso.
“La mayoría de la gente con la que hablé vio la película, incluso algunos hasta vieron la versión teatral que se realizó en 2002, con Ana María Picchio, Soledad Silveyra, Hugo Arana y Víctor Laplace. Lo cierto es que Made in Lanús es una obra hermosa. Brandoni, que es nuestro director, contó que en su época, cuando la estrenaron en Mar del Plata, hacían dos funciones diarias de martes a domingos y, que a la semana, ya le pidieron firmar contrato para el año siguiente”.
-Brandoni fue uno de los protagonistas de la versión cinematográfica, dirigida por Juan José Jusid.
-Se sabe el libro de punta a punta. Ama la obra; se emociona, cuenta anécdotas. A su vez, es un gran director de actores y al tener tan claro lo que sucede en cada escena, es como una doble dirección. Conoce el recorrido emocional de los cuatro personajes y eso nos ayuda un montón. Cuando se trabaja con gente que sabe de lo que habla, es un placer.
-Brandoni para usted fue como un padrino artístico, trabajaron juntos varias veces.
-Trabajé con él en Mi cuñado durante cuatro años. Éramos padre e hija y teníamos muchas escenas juntos. Fue una escuela personal para mí trabajar con él. Después hicimos Convivencia, una película hermosa junto con José Sacristán y ahora fui otra vez su hija en la serie Nada, de Mariano Cohn y Gastón Duprat.
Rutina trastocada
-Viene de hacer tres años de teatro con Patricia Palmer con la obra Radojka; tal vez imaginó un verano de pleno descanso...
-Era la idea, pero cuando llegan propuestas de un teatro tan contundente, como Made in Lanús, no se puede decir que no. Había visto la película, conocía la clase de actores que la habían hecho y la historia me gustaba. Son obras clásicas con las que todo actor sueña. Dije inmediatamente que sí, sobre todo porque sabía que Brandoni sería el director. Todo lo que había proyectado se esfumó en el momento. Igual, lo más complicado son los primeros meses, en los que ensayás, hacés prueba de vestuario, se comienza a hablar con los medios, se ensaya en el teatro en horarios donde no hay función, o sea: muy de noche o muy temprano. Y así, la familia un poco se desorganiza. Pero ya estamos acostumbrados. Por ejemplo, voy al super, cosa que odio – aclara-, y compro para todo el mes. El que esté en casa, que saque a pasear al perro, que ordene. Encima estamos en pleno diciembre, mes de fiestas, o sea que todo es más caótico, pero se disfruta. Después, cuando se estrena, ya es más ordenado. De miércoles a domingos desde la tardecita hasta la noche, saben que mamá no está.
-¿Ya le encontró el tono a su personaje de Mabel?
-Vi de nuevo la película y tuve el privilegio de ver la versión de Beto cuando la hizo en teatro en Mar del Plata. Fue emocionante y muy productivo, porque logré ver cosas muy interesantes de mi personaje y del de los demás. Ver esa puesta fue un plus fundamental que no esperaba. A Mabel la estoy encontrando, Brandoni está más ansioso que yo porque la encuentre.
-Si bien es una obra ideal para la actualidad del país, la misma actualidad genera incertidumbre...
-No podemos abstraernos de lo que sucede en el país. Genera mucha ansiedad este cambio político rotundo. Nosotros estamos ensayando hace un mes una obra y la semana que viene el país va a ser otro. Si bien la obra es ideal para esta coyuntura y uno pone todo de sí para que funcione, hay un factor ajeno a nosotros que es el que define todo. Nos ilusiona saber que ya tenemos entradas vendidas y que la gente pone a la obra en el lugar de clásico, como Darse cuenta o Esperando la carroza. Obras icónicas que la gente siempre quiere volver a ver o redescubrir.
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