Casi tres horas de fiesta y diversión
Priscilla, la reina del desierto. / Libro: Stephan Elliott y Allan Scott. / Intérpretes: Pepe Cibrián Campoy, Alejandro Paker, Juan Gil Navarro, Omar Calicchio, Mirta Wons, Sabrina Artaza, Romina Groppo, Luis Podestá, Florencia Benítez, Gisela Lepio, Claudia Tejada, Jessica Abouchain, Daniela Pantano, Marisa Di Pietro, Emanuel González, Jimena González, Juan José Marco, Pablo Juin, Ignacio Pérez Cortes, Esteban Provenzano, Adrián Scaramella, Karina Barda, Emmanuel Robredo, Tadeo Viano Galvé y Xavier Nazar Dutka. / Productor general: Gabriel García. / Dirección musical: Gaby Goldman. / Coreografía: Elizabeth de Chapeaurouge. / Dirección vocal: Ana Carfi. / Escenografía: Ana Repetto. / Vestuario: René Diviú. / Luces: Ariel Del Mastro, / Sonido: Osvaldo Mahler. / Dirección: Valeria Ambrosio. / Teatro: Lola Membrives. / Duración: 170 minutos (con intervalo)
Nuestra opinión: muy buena.
Cuando se estrenó la película Priscilla, la reina del desierto , en 1994, con todo su glamour pop, su estética colorida y sus hits de los años 80, de inmediato se convirtió en un ícono gay que perduró en el tiempo. Tanto que su versión teatral no podía hacerse esperar y, finalmente, se estrenó como se debe en Australia (donde transcurre la acción), con una glamorosa y acorde puesta en escena, en 2006. Ese montaje llegó a Londres en 2009 y se estrenó en una opaca y desprolija versión en Broadway.
Con hits como "What's Love Got to Do with It", "Go West", "I Love The Nightlife", "Girls Just Want To Have Fun", "Hot Stuff" y "I Will Survive", entre tantos otros, la versión teatral de Priscilla, la reina del desierto se convierte en una auténtica fiesta, fortalecida por los creativos de esta versión local que, felizmente, se acaba de estrenar en el Lola Membrives, un templo del género.
Desde que comienza este brillante musical, se consigue la alquimia más difícil de lograr entre la obra y el espectador: complicidad. Tres glamorosas musas cuelgan de arneses mientras entonan varios de los hits mencionados. Serán "las que cantan". Porque Priscilla es un homenaje a las drag queens y a los transformistas de boliches gay que, haciendo fonomímica, retratan sus propias miradas de divas, canciones famosas o estampas vinculadas a una iconografía determinada. Los tres personajes protagónicos hacen ese trabajo. Bueno, en realidad, dos de ellos: Tick y Adam (cuyos alter-egos son Mitzi y Felicia), porque Bernadette en algún momento de su vida decidió ser mujer. Tick recibe un llamado de su ex mujer, que vive en la otra punta del continente australiano, para reclamar su presencia ante el hijo que tuvieron juntos. Decidido, junto a sus dos amigos convierten un viejo colectivo en un glamoroso carromato artístico al que llaman Priscilla, y deciden atravesar el desierto para llegar hacia aquel destino.
Priscilla es una historia muy sencilla, hilvanada por viñetas o estampas de viaje y plena de gags con el más sabroso humor gay. Esta propuesta de dramaturgia liviana se nutre de esa gracia, además de un gran despliegue escénico pocas veces visto últimamente en nuestros escenarios. La producción de Gabriel García y Daniel Vercelli es impecable; se puso todo lo que hacía falta sobre el escenario, y no sólo se trata de dinero, sino de funcionalidad y buen gusto. Nada sobra y nada falta.
Ese humor que circunda lo bizarro (en el sentido anglosajón de la palabra) es una cuerda que Valeria Ambrosio sabe tocar muy bien. Logró aquí una de sus mejores puestas en escena, con un equilibrio permanente que se nutre de su fino sentido estético, muy bien apoyada en sociedad por los demás rubros. El centenar de trajes diseñado por René Diviú es parte del alma de la propuesta, con una estética kitsch, pop y rimbombante. Es una exaltación soberbia de la iconografía gay. Acorde, la escenografía de la exquisita Ana Repetto, multiplica espacios y elabora el detalle; la gran puesta de luces de Ariel del Mastro, es también protagonista del espectáculo. Cabe mencionar los arreglos corales de Ana Carfi. No sólo se entiende perfectamente lo que se canta, sino que ha logrado armonías bellísimas, además de saber exigir a cada intérprete lo que puede dar, ni más ni menos. En este aspecto, la dirección musical de Gaby Goldman es refinada. Pocos, como él, saben maniobrar temas populares incorporados a una obra. Es respetuoso de ellos, pero también provocador. Por otra parte, el diseño sonoro de Osvaldo Mahler no tiene falla alguna y permite lo que el público exige: claridad y belleza al oído.
Elizabeth de Chapeaurouge fue la encargada de diseñar las numerosas coreografías. Es una maestra en el manejo de la masa escénica. Desarticula, subvierte y traza dibujos potentes. Es que aquí muchas veces el ensamble o coro reproduce el imaginario de los personajes y esa no es tarea fácil. A su vez, la coreógrafa tiene la virtud de darle el valor exacto a la palabra ensamble. Consigue grupos perfectos. Cada uno de ellos es exacto y preciso. Juan José Marco (a estas alturas con un peso escénico propio), Jimena González, Emanuel González, Adrián Scaramella, Jessica Abouchain, Daniela Pantano, todos. Tal vez un mayor trabajo coreográfico con los protagonistas hubiera fortalecido al rubro.
Cabe destacar, a su vez, la adaptación del libro y las canciones, a cargo de Masllorens y Del Pino y Marcelo Kotliar, respectivamente. Cada país tiene su propio humor y no nos reímos de lo mismo. La adaptación de los gags y las bromas es justa y logra momentos a carcajada limpia.
Ningún otro intérprete podría haberse adueñado de Bernadette como lo hace Pepe Cibrián Campoy. Realiza una actuación memorable del experimentado transexual tan ácido como adorable. Es minucioso, exacto, sabe cómo provocar sólo con una pausa, un silencio, una mirada, un gesto. La escena con el gran Omar Calicchio (en una fantástica composición) es de gran belleza y sensibilidad. Alejandro Paker confirma su actual peso escénico, en un sobresaliente trabajo actoral, vocal y corporal; mientras que Juan Gil Navarro se divierte con su Adam, aunque aún le falta incorporarlo del todo. Hay algo de la química entre los tres protagonistas que todavía falta ajustar.
Las tres musas o divas que encarnan Florencia Benítez (sublime), Gisela Lepio y Claudia Tejada constituyen un punto vital y potente en la propuesta. A su vez, cabe destacar la maravillosa composición de Luis Podestá, como Miss Understanding; y de Sabrina Artaza, como una desquiciada filipina; así como los trabajos de Mirta Wons, Romina Groppo y el pequeñito Xavier Nazar Dutka.
En resumen, Priscilla, la reina del desierto es la propuesta ideal para pasar casi tres horas de fiesta y diversión.
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