Carnicera: la actualidad y la grieta son mucho más fuertes que su reflexión teatral
En el Teatro Regio, Javier Dualte y Mariano Stolkiner dirigen una obra asentada sobre varios conceptos contemporáneos, cargada de capas de sentido que no llegan a imponerse; se destaca el trabajo interpretativo de Marcos Monte
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Carnicera. Dramaturgia: Javier Daulte. Elenco: Karina K, Marcos Montes, Florencia Raggi y Agustín Daulte. Voz en off: Héctor Díaz. Música original: Sami Abadi. Diseño de iluminación: Matías Sendón. Diseño de vestuario: Gabriella Gerdelics. Diseño escenográfico: Gonzalo Córdoba Estévez. Dirección: Javier Daulte y Mariano Stolkiner. Teatro: Regio. Funciones: de miércoles a domingo, a las 20. Duración: 90 minutos. Nuestra opinión: regular.
Apenas se ingresa a la sala, la gran escenografía que reproduce un viejo frigorífico industrial diseñada por Gonzalo Córdoba Estévez se impone por sus dimensiones, por sus reses colgando, sus azulejos verdes, sus recovecos y su grandilocuencia. Claro que, una vez comenzada la trama escrita por el reconocido director y autor teatral Javier Daulte (a cargo también de la dirección junto a Mariano Stolkiner) ese gran diseño escenográfico montado en el Teatro Regio parece estar fuera de escala en relación con los movimientos de los cuatro personajes.
La trama de Carnicera (obra que tuvo su primera versión en Barcelona, en 2021) es un tanto disruptiva en lo que hace al panorama del teatro porteño, que no suele indagar en el mundo de la “ciencia ficción apocalíptica”, como encuadró a la obra Karina K, una de sus protagonistas, en un reportaje reciente. La actriz compone a Porcia, una trabajadora del lugar encerrada en su cotidiano que se siente espiada, controlada sin saber por quién. En medio de este clima un tanto paronico, desde afuera llegan voces de una conspiración a gran escala a cargo de un grupo de terroristas que altera genéticamente la carne con objetivos de dominio. “A mí no me interesan las noticias, nunca las entiendo, me hacen sentir ignorante”, se excusa ella. Claro que lo que no imagina esta trabajadora es que esa gran planta frigorífica que habita se convertirá en el campo minado de operaciones de la lucha entre dos bandos que deciden eliminarse a partir de argumentos totalitarios, binarios y extremistas: lo falso es parte de la construcción del relato. Así planteado, el texto se presta a innumerables lecturas sociales y políticas actuales de discursos de odio.
Cubiertos con trajes que podrían ser de una caminata lunar, o de un grupo destinado a descubrir explosivos o agentes de la salud de los tiempos pandémicos (cuando fue escrita la obra), al frigorífico llegan los científicos Auber (Marcos Monte) y Tania (Florencia Raggi). Pertenecen a una organización que está tras los pasos de un tal El Cerdo, un terrorista gastronómico. En medio de las mesadas en donde Porcia manipula la carne, estos científicos instalan todo un instrumental de alta tecnología que, como giro irónico, en verdad está muy atado con alambre. A la tensión generada por la irrupción de estos dos personajes se suma la llegada de Nahuel (Agustín Daulte), un repartidor de una aplicación amigo de Poncia. Con lo que descarta ella, él hace embutidos que reparte en orfanatos y hogares de ancianos. Al parecer, es un tipo simple, honesto. Pero según la mirada de la dupla de investigadores, que están en permanente contacto con los directivos de un cuartel central con quienes se comunican a la distancia, el pibe de barrio bien podría ser el líder de esta acción conspirativa contra la carne.
La desconfianza, la sospecha, el permanente juego paranoico, las noticias falsas y el descontrol se apoderan de los cuatro personajes que coinciden en la gran carnicería. El pibe de la aplicación termina esposado sobre la gran mesada. Porcia, su amiga, influenciada por el relato de los científicos, ya lo mira con cautela. La sospecha se expande. Aún entre la dupla de los científicos, el pacto se resquebraja. Las capas en juego en este conflicto son varias. Hasta por momentos son confusas (y, tal vez, deliberadamente confusas). Pero lo que debería ser un juego de tensiones argumentativas y de un delirio desbordado se queda a mitad de camino. Se lo enuncia, pero no toma cuerpo en el escenario.
Aunque Karina K sea una actriz de sobrado talento, su personaje es sumamente lineal y poco de ese ambiente alucinado y trastocado parece alterar su composición. Algo similar sucede con Agustín Daulte y con Florencia Raggi (aunque su Tania atraviesa varias mutaciones y desbordes a lo largo de la historia). En los papeles, la misma riqueza posee el personaje de Auber. Pero Marcos Montes, un brillante intérprete de tantas propuestas, logra intensos momentos que dan cuenta de la locura y el desenfreno en el que está envuelto su personaje. Volviendo al inicio, cabe pensar si el gran despliegue escenográfico no juega en contra de que ese juego discursivo logre momentos verdaderamente inquietantes.
Si bien el planteo de Carnicera tiene varios elementos atractivos, frente a la siniestra maquinaria de realidades conspirativas vigente, la realidad se impone con mayor contundencia que esta propuesta teatral.
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