Carmen Miranda: la reina de la felicidad
Se estrena el musical sobre su legendaria figura
Muchas imágenes se superponen de la menuda portuguesita que Brasil consagró como su cantante más popular en los años treinta y llevó desde entonces en su país el título de "Pequena notável". Pero por sobre todas perdura la de la extravagante bahiana for export que ella misma compuso, la que la llevó a triunfar en Broadway y que Hollywood se encargó de hacer famosa en todo el mundo.
Se dice Carmen Miranda y se piensa inmediatamente en turbantes coloridos y zapatos de plataforma; en el gracioso movimiento de los brazos como una suerte de Antón Perulero que se detiene y se abre apuntando a un costado o al otro en una especie de grotesca reverencia; en la picardía de los ojos grandotes y la sonrisa generosa; en el incesante tintineo de pulseras, collares y abalorios; en la policromía de las ropas que siempre dejan la cintura al descubierto, y, sobre todo, en la increíble exuberancia frutal del tocado que se balancea al tope de la movediza figura. Es la imagen estereotipada de un Brasil tropical exultante y divertido que el gran emporio del espectáculo mundial hizo suya y que, mal o bien, con su buscado pintoresquismo y sus exageraciones "camp" contribuyó a llamar la atención sobre el Brasil, su cultura y su paisaje. "Ningún brasileño sensato -decía Heitor Villa-Lobos- puede ignorar lo mucho que Carmen Miranda hizo por Brasil en el exterior, transportando este país en su equipaje, enseñándoles a los pueblos que jamás habían tomado conocimiento de nuestra existencia a cantar nuestras canciones y adorar nuestro ritmo."
La pequeña notable
Pero antes de convertirse en la "Brazilian bombshell" que cautivó a los norteamericanos, la chica nacida como Maria do Carmo Miranda da Cunha (y rebautizada Carmen por un tío que la juzgaba tan exuberante como la heroína de Bizet) había producido una explosión similar entre sus compatriotas cuando apenas llevaba cumplidos 21 años.
Nacida en 1909 en Marco de Caneveses, una aldea cercana a Oporto, al año de vida viajó con sus padres a Río de Janeiro: se comprende que fuera carioca de corazón. La necesidad la obligó a abandonar los estudios en una escuela religiosa gratuita. A los 15 años consiguió trabajo como vendedora de corbatas; pronto pasó a una casa de sombreros femeninos, lo que seguramente le habrá permitido ensayar sus primeras fantasías en ese terreno. (Carmen medía alrededor de 1,50 m: plataformas y altos sombreros no eran en su caso sólo una cuestión de coquetería.)
Parece que desde chica la entusiasmaba el canto y el baile y, viviendo en Lapa, el barrio bohemio de Río, no le habrá sido difícil vincularse con músicos y poetas. El debut formal fue en un festival de caridad del que la invitó a participar un futuro diputado que sabía de sus habilidades canoras. No cantó entonces sambas, sino tangos. Y una canción, “Chora violão”, cuyo autor –el bahiano Josué de Barros– estaba en la sala y se ofreció a orientarla. “Siempre he tenido algún bahiano cerca”, comentaría Carmen muchos años después, pensando seguramente en Dorival Caymmi y en aquel clásico “O que é que a baiana tem?”, que tanto se ajustaba a su imagen.
Fueron temas del propio Barros los que ocuparon sus primeros discos, el tercero de los cuales, una marcha titulada “Iaiá, ioió”, tuvo alguna repercusión. Pero el gran éxito vendría poco después, en el mismo año de 1930. Era obra del médico y compositor Joubert de Carvalho, que la escribió para ella, y se titulaba “Para você gostar de mim”, aunque el público la conoció desde entonces como “Taí” y la convirtió en un récord de ventas (35.000 copias en un mes). Esa marcha carnavalesca que reflejaba el espíritu fresco y juguetón de Carmen no tardó en convertirse en un éxito internacional (en la época en que un hit duraba muchas temporadas) y fue la música que brotó naturalmente veinticinco años después, cuando la multitud que asistió a su funeral, en Río, quiso acompañar la despedida cantando a media voz.
A partir de “Taí” ya no habría baches ni descansos en la carrera de Carmen Miranda. Los discos la llevaron a las revistas musicales primero, y a la radio y el cine después, siempre cantando. También empezaron las giras, una de las cuales la trajo por primera vez a nuestro país, en 1931. Sus éxitos de esa época son innumerables: “Adeus batucada”, “No tabuleiro da baiana”, “Na baixa do sapateiro”, “Camisa listrada”, entre otros que han quedado como clásicos de la música brasileña. Ya era para todos la “pequeña notable”, según la bautizó el locutor que la presentaba en la radio, pero aún no había salido a escena con su singular fantasía de bahiana. Eso sucedió en 1938, en el legendario Casino de Urca, al pie de Pan de Azúcar, el mismo local en el que muy poco después la descubrió Lee Shubert, responsable de su lanzamiento en Broadway (secundada por su inseparable Bando da Lua y al lado de Abbott & Costello) y del comienzo de su gran triunfo internacional.
La bomba brasileña
Se ha escrito que Carmen “tomó por asalto al público neoyorquino”. Lo cautivó el carisma de esa criatura pequeña y exótica que cantaba con los ojos, las manos y el cuerpo entero y derramaba simpatía: se hacía entender con el intencionado modo de decir aunque (todavía) no se atreviese al inglés (salvo, claro, en un fragmento de “South American Way”, tal como lo había estrenado en Río). Con el éxito inmediato empezó a consolidarse una imagen a la que impondría mil y una variaciones pero que no la abandonaría nunca.
Era la época de oro del cine musical, estaba escrito que Hollywood no dejaría pasar ese fenómeno sudamericano tan rico en música como en imagen. Y tan impaciente estaba por explotarlo que envió un equipo para filmar en Nueva York, ya que Carmen no podía interrumpir sus actuaciones en el teatro. Esa primera película fue “Down Argentine Way”, y en ella Don Ameche era el “criollo” criador de caballos del que se enamoraba la protagonista, Betty Grable. Los dislates, las exageraciones y los pastiches que abundaban en esa visión hollywoodense de la Argentina eran tantos que antes de conocerse el film en Buenos Aires como “Al compás de dos corazones” hubo una gestión diplomática que indujo a los productores a disminuir en lo posible las evidencias de su ignorancia. Aquí y allá, Carmen sólo recibió aplausos.
El gran triunfo se prolongaría en una serie de films que se vieron en todas partes y entre los cuales cabe recordar “Aquella noche en Río” (1941), con Ameche y Alice Faye; “A La Habana me voy” (1941) y “Secretaria brasileña” (1942), ambas con Alice Faye, John Payne y César Romero; “Toda la banda está aquí” (1943), de Busby Berkeley (donde figura su famoso número de “The Lady with the Tutti Frutti Hat”, y “Copacabana” (1947) junto a Groucho Marx.
Cuando volvió a Río, en 1940, tras la consagración en Broadway, desfiló por las calles bajo una lluvia de flores, serpentinas y papel picado. Pero el elegante público del Casino la recibió con una frialdad que la afligió por mucho tiempo, aunque dejó sus respuestas cantadas en dos temas famosos: “Disseram que voltei americanizada” y “Voltei pro morro”. Aquel desaire la mantuvo largo tiempo alejada de Brasil; dicen que sólo se recuperó de esa íntima tristeza casi al fin de su breve vida, cuando volvió a Río, en 1954, a instancias de su hermana Aurora, y recibió los homenajes que merecía.
Ya era un mito cuando murió, de un ataque cardíaco, en 1955, en su casa de Beverly Hills. Algunos años más tarde, Caetano, Gil y los suyos supieron ver en esa figura extravagante que era mirada con sorna por la intelectualidad bienpensante un emblema del tropicalismo. De todos modos, no era necesaria esa reivindicación para que el pueblo brasileño siguiera reconociéndola como su estrella mayor, única e irreemplazable. Y para que la siguiera adorando, como hasta hoy.