Carlos Scazziota: creó una frase famosa y se coronó como ídolo del teatro, el circo y la TV, pero su salud le jugó anticipadamente una mala pasada
Fue acróbata, malabarista, patinador y hasta mago; junto con su fiel perra de trapo trabajó con Carlitos Balá, Pepe Biondi y Pipo Mancera, pero mantuvo una fuerte enemistad con José Marrone, hasta sus últimos días
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Existe una frase que parece haber forjado la carrera de Carlos Scazziota y es “el show debe continuar”. Es que a lo largo de su vida profesional, diferentes problemas de salud lo tuvieron a maltraer, sin embargo el mítico payaso argentino nunca acusó recibo, y a su público siempre le ofreció su mejor versión.
Todo inició con una diabetes no cuidada, que hizo que llegara al final de su vida casi ciego y con una infección en una de sus piernas, que le impedía caminar con normalidad. De un ojo ya no veía y del otro, solo luces y sombras. Aun así, en sus últimas temporadas teatrales en Carlos Paz, el autor de la icónica frase “¡Salta, Violeta!”, le regaló a su público lo más variado de su repertorio como payaso y humorista. Eran los veranos de 1998 y 1999, y su familia y amigos más íntimos no podían creer cómo a sus exigidos 62 años, continuaba de pie ante una platea que vitoreaba cada una de sus apariciones. En una función, su instinto de clown lo motivó a realizar una vuelta carnero y se fracturó la clavícula. Se levantó como en sus mejores años de circo, nadie del elenco se enteró, la función continuó con normalidad y el público celebró la velada. Al finalizar, le pidió a su hijo Juan Manuel, que lo esperaba entre bambalinas, que lo acompañara al hospital. El parte médico significaba un yeso en casi todo su cuerpo, como si fuese una armadura de caballero medieval que le impediría continuar la temporada, por lo que soportó el dolor como pudo y terminó su contrato como si nada hubiese pasado.
Juan Carlos Scazziota, tal su nombre completo, nació el 24 de julio de 1937 en pleno centro de Buenos Aires. Hijo de Manuel Scazziota y Raquela Grosso (la llamaban Raquel), familia de tradición circense, sus primeros pasos en la vida los dio entre los animales y trapecistas del circo Jockey Club. “Carlitos”, como le decían de pequeño, debutó a los cinco años como asistente de payaso, pero en sus comienzos también fue acróbata, malabarista, patinador y hasta mago. Pese a su destreza y fuerte complicidad con el público, sus padres que veían que la vida del circo iba perdiendo fuerza ante el cine y el auge de la televisión, lo obligaron a estudiar al menos hasta finalizar la primaria. Ya de adolescente, una interesante propuesta de la compañía Holiday On Ice lo hizo girar por todo Brasil, donde desplegó como nunca sus dotes de patinador virtuoso. A su regreso, una convocatoria de Hugo Moser para trabajar en Ahí viene el circo, junto con Brizuela Méndez y Nelly Prince, le abriría las puertas del espectáculo nacional. Su carisma y empatía popular hicieron que rápidamente Pepe Biondi se lo llevara con exclusividad a su programa Viendo a Biondi, donde participó en seis de las 11 temporadas que estuvo en la pantalla del viejo Canal 13.
Para grandes y chicos
Scazziota tenía un poder de comunicación hipnótico para con el público infantil. Y tal magnetismo no pasó por alto para ninguno de los grandes representantes del humor argentino por aquellos resplandecientes años 60. Por ello se lo intercambiaban constantemente como la figurita difícil que todos querían tener. De Biondi a Carlitos Balá, hasta llegar a José “Pepitito” Marrone, quien lo convocó para su circo, con el cual llegaron a realizar hasta tres funciones diarias durante las vacaciones verano e invierno, más eventuales giras por todo el interior del país. En esas itinerantes funciones fue que nació su mascota Violeta, una especie de marioneta de tela atada a una piolín que llevaba de la mano, con la que el mismo Scazziota logró la inmortalidad cuando la presentó en público en el programa Sábados circulares de Pipo Mancera. “A Violeta se la hizo su mamá Raquel, o sea mi abuela” dice su hijo Juan Manuel Scazziota en diálogo exclusivo con LA NACION. “Hasta el día de hoy no sabemos si es una vaca o una perra, pero la tengo yo, guardada en una valijita. No es como Lassie, que había muchos por cada película, Violeta hay una sola y no se lava. Una vez mi papá la lavó y cuando el empresario al final del show se enteró, como no había ido mucha gente a la función, la empezó a refregar contra el piso mientras le decía: ´La Violeta no se lava, lavarla trae mala suerte´”.
En cuanto a la vida privada de Scazziota, se sabe que se casó con la bailarina y acróbata Diana Cantillana, también proveniente de una encumbrada familia circense, con quien tuvo cuatro hijos, su primogénita María Eva Carla y tres varones, Juan Carlos, Roberto y Juan Manuel, este último, el único que siguió su legado y actualmente tiene su propia compañía de circo llamada “Compagna Scazziota”. Entre las varias anécdotas de los partos, cuentan que a Juan Manuel lo trajo al mundo el obstetra Ángel Quartucci, hijo del reconocido actor Pedro Quartucci; que la intención del proprio Scazziota era que el padrino de su única hija fuera Juan Domingo Perón, y que por un error de la partera del Hospital Francés al anotar al paciente internado, quien trajo al mundo al pequeño Juan Carlos, fue un tal “Juan Carlos Scazziota”, con seguridad el único hombre que tuvo un bebé por parto natural, al menos en los registros de la medicina universal.
La visibilidad que tomó Scazziota y su “salta Violeta” en televisión lo hicieron crear su propio circo. En una entrevista con revista Antena, reconocería: “Marrone fue uno de mis grandes maestros dentro de esta profesión, me abrió las puertas de la fama y permitió que yo pudiera lucirme solo”. Ubicado en la Avenida Medrano, entre Avenida Corrientes y Sarmiento, la carpa de su circo fue durante muchos años el refugio de miles de familias que por fin de semana iban en busca de diversión. Un incidente nunca esclarecido sucedió una noche de octubre de 1972, cuando todo el predio ardió. La investigación nunca pudo decretar si fue un cortocircuito o un sabotaje, sin embargo en cuanta entrevista podía, el padre de Violeta denunciaba que desde que había llegado al circo, a diario se le presentaban inspectores con claras intenciones de clausurarlo. Tal encono generó una disputa entre la sociedad del circo Scazziota-Rivero (hermanos con los que se había unido económicamente para montar el show) y la Asociación Argentina de Artistas y Variedades, cuyo secretario general era ahora su enemigo José Marrone, quien lo culpaba del siniestro por la desidia con la que mantenía sus instalaciones. Es más, dicha Asociación le prohibió realizar un festival para recaudar fondos para reconstruir su circo. Ese fue el final del idilio entre ambos artistas. A los pocos días, gracias a la ayuda de los empleados y de los Cantillana, su familia política, el circo fue refundado.
Estrella de TV
Durante la década del 70, la carrera de Scazziota continuó exitosamente entre su circo, el teatro de revistas y su participación en los programas cómicos más vistos de la televisión argentina como La tuerca y Los Campanelli. Por su parte, también incursionó en la pantalla grande en películas como Escándalo en la familia, Patapúfete, Titanes en el ring y Los chiflados del batallón, entre muchas otras. Su último film, hoy considerado de culto, fue Los bañeros más locos del mundo, junto a Emilio Disi, Alberto Fernández de Rosa, Gino Renni y Berugo Carámbula en 1987.
Los años 80 y 90 para Scazziota fueron de gran sufrimiento. Tenía diabetes y, aunque iba al médico, la realidad era que no se cuidaba. Su hijo Manuel relata: “Sus últimos años se los pasó entre casa, el hospital y el circo. Pero como pudo, hasta el último año de su vida trabajó. Su mayor problema fue que nunca se cuidó”. Diana Cantillana, su viuda de 77 años, cuenta: “Una vez me dijo ‘ahora vengo’, lo seguí y vi que se metía en una panadería donde se compró una tortita negra. No podía comer esas cosas, pero no hacía caso. Comía dulces a escondidas”.
Un hecho muy poco conocido, cuenta que en 1988, en pleno éxito del programa Las mil y una de Sapag, en el cual era una de sus estrellas, en uno de los sketches recibió un botellazo de azúcar en la cabeza, de esos de utilería que estallan como si fuera vidrio real. Tal impacto le generó un coágulo cerebral que lo tuvo tres meses en coma. Según el propio Manuel, “tras ese episodio, el declive en su salud, humor y ánimo fue irreversible”. Y agrega: “Lo recuerdo dormido durante muchos meses en el hospital por ese botellazo. Mi mamá iba a la iglesia a rezar para que se recupere. Yo tenía seis años y no tenía la dimensión de lo que estaba pasando, pero sé que todos mis hermanos sufrieron mucho durante ese año”.
Quienes trabajaron con Scazziota reconocen su profesionalismo, incluso en obras que no estaban a la altura de su historia e incluso con una salud en franca decadencia, la cual nunca demostró en público. Es por ello que trabajó hasta un año antes de fallecer, cuando su pierna le dolía e interactuaba de manera cómica, aun sin ver casi nada, con sus últimas partenaires Silvia Süller, Gladys Florimonti y Flavia Miller, en obras como Las bellas y los bestias y Operativo tanguita, en Carlos Paz. “A nivel profesional era muy serio y responsable. ‘El público ante todo’, repetía siempre. Era el primero en llegar y aunque al final de su carrera había perdido protagonismo y cartel, nunca subestimó ningún trabajo”, reconoce un técnico que trabajó con él en su última obra. “La verdad es que si estaba muy mal de salud, nadie lo notó, no traía sus problemas al escenario”.
Consultada por LA NACION, la vedette Adriana Aguirre recuerda la época de gloria teatral que compartieron en los años 70: “Estando en el Tabarís, antes de entrar a escena, Carlitos no encontraba a Violeta, por lo que no podía hacer su sketch. Revisaron todo el teatro y hasta cambiaron el orden de los cuadros, porque Violeta no aparecía. Llegó el final del show y salió a escena y dijo: ‘Lamentablemente debo informarles que Violeta salió a la calle, tomó el subte y se fue, desapareció'. La gente se reía pensando que así era su monólogo. De pronto, una de las bailarinas, que lo encontró en el último cajón de un placard donde ponían los zapatos viejos, apareció por detrás y se lo dio mientras gritaba ‘la encontré, la encontré'. Se ve que la señora que limpiaba lo vio tan sucio al muñeco que lo tiró ahí con lo que ya no se usaba”.
Su hijo Manuel, en una de sus últimas anécdotas juntos, lo rememora: “Estuve con él la última vez que manejó. Teníamos un Fiat 600 y durante toda la semana me insistió en que lo acompañe a trabajar el fin de semana a un anfiteatro en Mataderos. Tomó el volante, yo iba de acompañante y me dijo: ‘A partir de ahora vas a ser mis ojos porque yo no veo’. Un inconsciente total. Parecíamos el dibujito de Mr Magoo. Yo le iba indicando los semáforos, dónde doblar, por dónde ir. Íbamos a 20 por hora. Un viaje de 30 minutos lo terminamos haciendo en dos horas. Fue una locura. Nos metimos en un estacionamiento de camiones, casi nos matamos. Cuando volvimos, mi mamá le dijo de todo y no manejó nunca más”.
Quien también lo recuerda con mucho cariño y lamenta su temprana pérdida es Carmen Barbieri: “Muy amigo de mi papá, un gran payaso, un gran comediante, un gran cómico. Su nombre me lleva a mi infancia, a esas cenas en mi casa con los amigos de mi papá, todas grandes figuras del espectáculo nacional. Scazziota era muy aplaudido, los chicos lo querían mucho. Con él se fue uno de los últimos grandes capocómicos del país. Sin duda, Carlitos fue uno de los íconos del circo argentino más grande de todos los tiempos”.
Juan Carlos Scazziota murió el 6 de junio de 2001, a los 64 años, en la Clínica de la Esperanza, en el barrio porteño de Flores, a causa de una hipoglucemia. Sus restos descansan en el panteón de la Asociación Argentina de Actores, en el cementerio de la Chacarita, mientras que su legado continúa en la compañía que tiene su hijo Manuel, y en el maquillaje de todos los payasos que por fin de semana salen a las plazas a sacarle una sonrisa a los más pequeños.
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