Carlos Gorostiza: el patriarca del teatro nacional
Ayer falleció quien fue una personalidad clave de la cultura y protagonista de Teatro Abierto
"Vivir es lo importante", solía decir Carlos Gorostiza y cumplió con el propósito de hacerlo hasta los 96 años con una actividad literaria intensa y constante. Definirlo como un autor prolífico e innovador del teatro, como escritor o como director sería simplificar la trayectoria de este dramaturgo. Decir que fue un hombre fundamental de la cultura y el teatro argentinos nos acerca mucho más a esa imagen patriarcal, lúcida hasta último momento, que nunca bajó los brazos, aun en los momentos más conflictivos de nuestra realidad.
Hasta hace unas semanas se lo podía ver, incansable, en alguna sala de teatro porteña ya sea del off, del circuito oficial o del comercial disfrutando de lo que más amaba, por supuesto, acompañado de quien fue su esposa durante 41 años: Teresa. El sábado pasado se divirtió, se rió, contó anécdotas en una cena que celebró Magdalena Ruiz Guiñazú. Unas horas después, un bajón de presión y una fuerte taquicardia obligó a internarlo en una clínica de Palermo. Una trombosis en la vena coronaria generó complicaciones y el maestro murió ayer. "Tuvo una vida hermosa, siempre con una sonrisa..., y se fue tranquilo. Estoy bien por eso", comentó entre lágrimas su compañera. El dramaturgo fue velado ayer en el Teatro Nacional Cervantes.
Hasta hace poco estaba abocado a su libro De Narciso a las selfies, que pensaba publicar Eudeba, pero hace un par de semanas pidió suspender el homenaje que le iban a hacer en el Cervantes porque no se sentía muy bien.
En Páginas de Carlos Gorostiza, seleccionadas por el autor (1984), el propio dramaturgo se presentó a sí mismo: "Mi currículum: Nací, lloré, grité, chupé, comí, pataleé, pedí, reclamé, bebí, oriné, defequé, reí, sentí, toqué, olí, gusté, hablé, escuché, jugué, aprendí, crecí, creé, creí, dañé, castigué, perdoné, amé, acaricié, odié, protesté, forniqué, viajé, destruí, construí, escapé, enfrenté, olvidé, recordé, enfermé, curé, temblé, dudé, claudiqué, luché, maté, robé, engañé, soñé, desprecié, admiré, blasfemé, oré, canté, gocé, sufrí, pensé, envidié, di, recibí, peleé, gané, perdí, afirmé, negué, acepté, callé, trabajé, enseñé, iluminé, ensombrecí, inauguré, clausuré, defraudé, respondí, acerté, erré, ayudé, ensucié, limpié. Y ahora espero".
Una espera que tuvo un comienzo y también, lamentablemente, un final. "Goro", tal como lo llamaban los teatristas y sus pares dramaturgos, era un caballero. Un tipo amable, simpatiquísimo, siempre dispuesto a contar alguna anécdota o a hacer algún comentario sardónico. Siempre bienintencionado, lo caracterizó su generosidad, sobre todo con las nuevas generaciones.
Había nacido en Buenos Aires, el 7 de junio de 1920. Pertenecía a una familia de ascendencia vasca. Su padre, Fermín, uno de los primeros argentinos en obtener licencia de piloto, se separó de su madre, y fue su padrastro, un dramaturgo español, quien lo introdujo en la escena. Debutó en 1943 con una obra para títeres, iniciativa que lo llevó a abrir un teatro para títeres. "El momento oportuno para dedicarme al teatro, en el plano actoral, fue -declaraba- participar en la lucha del Teatro Independiente para liberar a la escena argentina de los malos influjos del teatro totalmente comercial imperante en aquella época. A la dramaturgia me llevaron mis inquietudes personales, desarrolladas en la escritura de cuentos y poemas."
La estrella orientadora la encontró en el teatro La Máscara, donde en 1949 estrenó su primera pieza, El puente, considerada como una de las precursoras de la corriente moderna de la dramaturgia argentina. "Es el lanzamiento auspicioso de un autor joven -dice Luis Ordaz (Historia del teatro argentino, Cedal)- que tiene la virtud, además de los méritos que se le reconocen, de reanimar y vitalizar un movimiento (el independiente) que se halla en advertible decadencia. Todo parece resultar más fácil desde entonces, hasta significar un segundo punto de partida para la proliferación de elencos que llegan a asentar y definir, con su labor, el nuevo ciclo que va a cumplir la escena libre."
No fueron pocos estos méritos y esta obra realista tuvo una gran repercusión, la que estimuló la versión cinematográfica, realizada en 1950 con guión y codirección del autor. Después de este éxito, Gorostiza volvió a la dirección teatral y luego trabajó para una agencia publicitaria. En 1956 escribió el guión de la película Marta Ferrari, dirigida por Julio Saraceni, y dos años más tarde con El pan de la locura obtuvo el Primer Premio Municipal de Teatro.
En 1960 fue invitado como profesor de Arte Dramático por la Universidad Central de Venezuela y permaneció en Caracas durante 4 años. De regreso a la Argentina continuó enseñando en la Universidad de Buenos Aires hasta 1976. Más allá de su labor creativa, por la que se vio obligado a salir del país durante unos meses en 1978, Gorostiza fue un miembro clave del ciclo Teatro Abierto 1981 y, con el regreso a la democracia, el ex presidente Raúl Alfonsín lo designó secretario de Cultura de la Nación (1984-1986).
Autor de más de 30 obras, seis novelas, un libro de memorias y algún inhallable poema, en su teatro es posible encontrar una aguda crítica sobre las relaciones tanto sociales como familiares, en estos últimos casos de corte más intimista, pero con la misma contundencia.
"A veces se trata de problemas diferentes en lo formal, pero parecidos en el fondo, que tienen que ver con los profundos pensamientos que tenemos sobre los grandes temas y no percibimos los pequeños problemas cotidianos -decía acerca de su temática-. No vemos la realidad inmediata."
El legado
Algunas de sus obras más representativas son: La clave encantada, para títeres (1943); El puente (1949); El fabricante de piolín (1950); El caso del hombre de la valija negra (1951); El reloj de Baltasar (1956); El pan de la locura (1958); Los prójimos (1966); ¿A qué jugamos? (1968); La ira (1969); El lugar (1970); Los cinco sentidos capitales (1973); Juana y Pedro (1976); Los hermanos queridos (1978); El acompañamiento (1981); Matar el tiempo (1982); Hay que apagar el fuego (1982); Papi (1983); El frac rojo (1988); Aeroplanos (1990); El patio de atrás (1994); Los otros papeles (1996); A propósito del tiempo (1997); Abu, doble historia de amor (1998); Vuelo a Capistrano (2011), y El aire del río (2011). En narrativa se destacan: Los cuartos oscuros (1976), El basural (1988), Vuelan las palomas (1999), La buena gente (2001) y El merodeador enmascarado (2004).
Obtuvo premios nacionales, municipales, el de Argentores, la Beca Fulbright, el del Konex, el Planeta y muchos más que no hicieron otra cosa que reafirmar el talento y la versatilidad de este autor prolífico. "Mis amigos dicen que yo no escribo últimas obras, sino siempre anteúltimas -comentó en una oportunidad Gorostiza-. Pero creo que Vuelo a Capistrano y El aire del río son las últimas de las anteúltimas."
Hace casi dos años quedó maravillado con una versión clownesca de A propósito del tiempo, que dirigió Mariana Giovine, y decidió darle a ese grupo de jóvenes su último trabajo, Distracciones, una pieza sobre las preocupaciones de la juventud que escribió a los 95 años y que se estrenó en 2015, en el Teatro Nacional Cervantes.
Por la manera en que imprimió las características del ser porteño, sus obras seguirán reviviendo a través de muchas generaciones. Cada año que pasa hay por lo menos una decena de obras de Gorostiza representándose en el país.
Actualmente, en Buenos Aires, están en cartel nuevas versiones de El patio de atrás, ¿A qué jugamos?y Los otros papeles. Seguirán estando y habrá más, pero se va a extrañar la sonrisa del maestro en cada estreno, en cada entrega de premios, en cada acto cultural y en cada momento en el que el arte necesita de apoyo. Siempre estuvo ahí Don Carlos o "Goro" o el Gran Gorostiza, tal como quieran llamar a este hombre que es parte de la historia nacional.
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