Carlos Casella: el artista que fue parte de De la Guarda, renovó la danza en los 90 y vuelve a reunirse con dos viejos conocidos del mítico grupo El Descueve
A los 56, el bailarín, coreógrafo y amante de la música vuelve con un nuevo espectáculo y recuerda sus comienzos con aquellas compañías históricas del under porteño, habla de su pasión por las artes plásticas y de un costado más personal, el budismo, que forma parte de su vida hace 30 años
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Está por terminar la década del 90 y Carlos Casella es uno de los bailarines que forma parte de la mítica compañía De la Guarda, aquel histórico grupo que desafió la idea de teatro tradicional y propuso obras cargadas de energía y vértigo, en las cuales los intérpretes volaban, caminaban por las paredes y se deslizaban por el espacio, de una manera poética y provocadora. Y ahí está él, colgado de un arnés y haciendo movimientos en zig zag y entrecruzados con el resto de sus compañeros, en una sincronía compleja y veloz, hasta que en algún momento algo falla, choca con otra persona, se rompe el tabique y empieza a sangrar. Siente el impacto, pero no se detiene. Mucho menos si piensa en el espectáculo que está haciendo, Villa Villa, que tenía como leitmotiv la fuerza, el poder y el seguir siempre para adelante. Con un trapo que hacía una especie de torniquete en la nariz, Carlos Casella siguió volando, bailando y actuando durante toda la presentación.
De esos momentos icónicos, este artista multifacético podría hacer una lista: tiene 56 años y 39 de carrera artística, desde que a los 18 se unió a una banda de rock y decidió que el arte iba a ser el hilo conductor de su vida. Pero la llama vocacional arrancó mucho antes, ya en la primaria, cuando participaba de un coro y a él lo elegían para los momentos de solista. En la adolescencia necesitó plata para solventar sus gastos personales y empezó a trabajar como asistente de un escultor: la arcilla, la pintura, los moldes y la cerámica se volvieron parte de su mundo. Y luego llegó la danza, casi por el deseo de seguir a su tribu, el día que acompañó a su amiga y compañera de colegio Ana Frenkel, la reconocida coreógrafa, a clases de baile y vio que había algo potente que se podía armar ahí. Algo de esa mezcla entre la música, las artes visuales y el cuerpo explica por qué Carlos Casella estuvo en momentos fundacionales de las artes escénicas en Argentina: voló por los aires y viajó por el mundo con la emblemática compañía De la Guarda, fundó en los 90 el mítico grupo El Descueve, que implicó una renovación en la danza, con obras cargadas de teatralidad y que convocaban a un público amplio; fue el coreógrafo y director de exquisitas piezas que circulaban desde el circuito comercial a espacios de un gran capital simbólico como el Teatro Colón y, más tarde, retomó su amor por la música y presentó dos conciertos de canciones, en los cuales el espíritu del antiguo cabaret era el marco para cantar la música que más lo conmovía. En su repertorio conviven el mítico tango “Besos brujos”, que inmortalizó Libertad Lamarque, con la cumbia “La ventanita” del Grupo Sombras.
Del cruce de géneros y disciplinas se cocina su búsqueda creativa que este viernes 16 de agosto estrena un nuevo experimento: Superfundo, una creación colectiva que se define como “un concierto maldito” y lo reúne con dos viejos conocidos de la época de El Descueve, el músico Diego Vainer y el diseñador de luces y escenografía Gonzalo Córdova. Los tres parten de esa búsqueda formal, que es crear a través de los sonidos, la luz y el cuerpo para lograr una especie de monólogo a tres voces.
El nombre del espectáculo es una combinación de dos palabras: superficial y profundo. Del juego entre opuestos también parte la búsqueda creativa. “Nos conocemos hace mucho tiempo con Diego y Gonzalo, y podemos disfrutar de la búsqueda experimental. Desde la música, Diego está cada vez más hundido en la sofisticación electrónica, y yo de alguna manera cada vez trabajo más hacia lo acústico y analógico. Somos como dos razas un poco distintas y ese contacto en sí le marca profundidad y superficialidad al otro elemento. El show es un viaje por distintos núcleos, en los cuales hay imágenes que remiten a algo muy teatral, con símbolos muy marcados, que luego pueden darse vuelta y cambiar inmediatamente”, sostiene Casella. Este sistema de creación grupal, sin un texto previo, es una forma de trabajo a la que está muy acostumbrado y que describe como una experiencia muy excitante y feliz, pero al mismo tiempo con un gran contenido de riesgo e incertidumbre.
El objetivo será que el espectador sea tomado por la belleza escénica. “Pensamos en una estética de la belleza, en un sentido amplio. Superfundo busca instalar un mundo singular, que implica la mezcla de las creaciones y plantea una puesta en escena que genera muchas preguntas. Es una propuesta que tiene materiales muy contundentes pero al mismo tiempo es hiper volátil, porque está dentro del ámbito de lo poético”, dice.
Olvidos y traspiés
Cuando habla con LA NACION está a horas de estrenar su próxima creación, en la que vuelve a poner el cuerpo como bailarín y performer, y Carlos Casella se reconoce nervioso. “Tengo un montón de frentes en los cuales pensar: conformarme a mí mismo, porque manejo un gran nivel de autoexigencia, lograr que estén conformes quienes nos llamaron, cumplir con las expectativas de quienes nos van a venir a ver. Siempre es fuerte mostrarme de vuelta”, piensa. Y una vez más, el miedo al accidente, como sucedió en su juventud durante la presentación con De la Guarda, o las innumerable cantidad de veces que, cuenta, se olvidó la letra en plena función y, al mismo tiempo, la noción de que ese azar es parte de la creación. “Frente al imprevisto del vivo, yo logro organizar o plantear algo de manera espontánea. En un punto amo el accidente, porque la experiencia del vivo puede iluminar algo nuevo y eso es la verdadera creación”.
Esta vez no estará solo en el espacio, Vainer y Córdova compartirán la escena, en un diálogo entre sus disciplinas. Ahí, este creador que en 2015 fue destacado como Personalidad de la Cultura por la Legislatura de Buenos Aires, se siente como pez en el agua: “Soy un muelle que puede atar con cuerdas los diferentes lenguajes por los que trabaja”.
Entre la danza, la música y el costado más personal de las artes plásticas (Carlos Casella sigue trabajando con arcilla y cerámicas que, una vez terminadas, rompe), hay un aspecto más de su vida que termina de definirlo: el budismo. Hace 30 años que forma parte de la organización budista comunitaria Soka Gakkai y todos los días de su vida repite, siempre a la mañana, un mantra “como una forma de abrir la hoja del día y entender cuál va a ser el enfoque de esa jornada”. El budismo es para él una fe y una forma de posicionarse en la vida. Comenzó a los 18 años, incentivado por la mamá de su amiga Ana Frenkel y nunca lo dejó. “Es una forma de mirar el fenómeno de la vida, que es mucho más que esta superficie que vemos. Lo que sucede en el día a día siempre es momentáneo, todo lo que hacemos cambia inmediatamente, cambia mañana, cambia en un rato cuando deje de hablar en esta nota. La superficie es lo ilusorio, debajo hay una sustancia y hay una ley más profunda que es permanente, que es absoluta y no cambiante. Sobre esa ley es la que trabaja el budismo. Le podemos decir cosmos, energía, universo, poder superior. Nosotros, los budistas, le decimos ley mística, que es la que sostiene todos los fenómenos. De la misma manera que cada función de teatro es única e irrepetible, lo mismo pasa con cada día de nuestras vidas. Hay un día que termina y no vuelve más. No vuelve nunca más, pero por debajo de eso hay algo mucho más profundo y permanente”. Ese torrente de energía y espiritualidad que es Carlos Casella se expresa de vuelta en un escenario. Hay que ir a verlo vibrar.
Para agendar
Superfundo, creación colectiva de Carlos Casella, Diego Vainer y Gonzalo Córdova, se presenta el 16, 17, 23 y 24 de agosto en ArtHaus (Bartolomé Mitre 434). Entradas por Alternativa teatral.
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