Carlos Belloso: "No hay nada más presente en todo que el arte"
El actor, que acaba de reestrenar Le Prénom en Mar del Plata, se confiesa estudioso de la patafísica y recuerda su desempeño como soldado
Carlos Belloso ya lleva 30 años en la profesión más camaleónica del mundo, en la que se encamina con comodidad de un extremo al otro: puede interpretar igual de bien tanto a un homosexual que finge ser heterosexual (en La vida después, película estrenada hace unos meses) como a un heterosexual al que todos toman por gay (en Le Prénom, la comedia teatral dirigida por Arturo Puig, que ya lleva tres temporadas porteñas en cartel y se acaba de estrenar en el teatro América, en Mar del Plata); a un prócer como Sarmiento ("a lo Belloso", en el ciclo televisivo Historia clínica) y al capo pesadísimo de un pabellón común de la cárcel de Caseros (en la miniserie Tumberos); a un sordomudo (Donatello, en la serie Culpables), y hasta a un delfín (en su unipersonal ¡Pará, fanático!).
Además de actor es director y autor teatral, pero también pinta (bien) y hace música. Popular y de culto a la vez, lleva ganados cinco premios Martín Fierro y es respetadísimo por sus inicios teatrales contraculturales con Los Melli, el dúo que armó con Damián Dreizik con el que compartían esa vanguardia ochentista que también incluía a Batato Barea, Verónica Llinás, Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese. Es una celebridad, pero tiene perfil bajo. Otros extremos que se tocan: cada veinte pasos un fan lo saluda o lo detiene para sacarle una foto, pero a la vez está muy bien considerado por la crítica.
-¿Cómo te llevás con la crítica?
–Yo me expreso y no me importa si le gusta a todos o no, porque en definitiva soy yo y mi carrera. Dentro de todo, en las actuaciones tuve muy pocas críticas en contra, pero cuando las recibo, eso me da más manija para seguir. Tras hacer muchas obras, mucha televisión, mucho cine, me profesionalicé en eso de recibir críticas.
–Está esa gran escena en Birdman, en la que Riggan, el protagonista, se encuentra en un bar con Tabitha, una crítica muy temida, y en medio de una discusión le grita: "Escribes un par de párrafos y ¿sabes qué?, ¡nada de esto te cuesta nada! ¡Maldición! ¡No arriesgas nada! ¡Nada! ¡Nada! ¡Nada! ¡Yo soy un actor! Esta obra me cuesta todo...".
–Con el tiempo empecé a entender el trabajo de la crítica. Conocí a Jorge Romero Brest. En sus últimos años fue más un showman que un crítico, iba a la televisión y esas cosas, pero en realidad era una persona a la que no se le podía discutir, tenía una condición de juez muy importante. Y por lo general daba siempre en la tecla. Yo siempre quiero encontrarme con críticos así, que elaboren una crítica desde el conocimiento, algo que realmente ayude al artista. Con mi profesión fui transitando todos los géneros y formatos con precaución y humildad, pensando: "Aquí hay gente que esto lo hace bien y yo tengo que empezar de cero".
–Se da mucho, últimamente, que gente que tal vez no llega a los 20 años y casi no tiene experiencia se presente como: "Soy artista, soy productor, soy escritor".
–He visto gente que recién empieza, que hizo dos películas, hablando como si hubieran hecho toda una trayectoria y ¡se olvidan de que están en un camino! ¡No pueden estar hablando con una primera película de cómo es el cine internacional! Y pasa acá como en todo: las palabras se van vaciando de contenido, se creen que son una cosa, pero en realidad son otra. Yo creo que soy artista, pero me molesta que cualquiera diga que es artista. Ahora tengo 52 años, puedo decir algunas cosas que antes no decía: soy artista porque veo la vida a través de una lente que se llama arte y no la puedo concebir de otra manera. Pero no es que veo todo a través del arte porque soy loco; soy una persona sensible con una realidad que transformo para no verla, para procurar otra, para mostrarle otra realidad a gente que no la puede ver por sí sola. Más allá de que el arte no sirve para nada, tiene una funcionalidad.
-¡¿El arte no sirve para nada?! Ya tengo el título de la nota.
-Hay unas definiciones del arte que dicen que es inútil...
-Bueno, sería intangible...
–Sí, sí, es más por el lado de lo intangible. El arte quizás es inútil o intangible para ciertas cosas cotidianas, aunque puede ser que a algunos los ayude, pero no deja de ser ilusorio. Esto se entronca con algo que últimamente estoy estudiando mucho, la patafísica, un movimiento cultural que debería proyectarse más de lo que se proyecta.
-¿Por qué no se proyecta más? ¿Será porque es muy críptica?
-Y... ¡pero al mismo tiempo es muy simple! Porque todos somos patafísicos en algún punto.
–¿Podrías contarles qué es la patafísica a los lectores más desprevenidos?
-La patafísica es una ciencia inventada por un autor teatral francés, Alfred Jarry, el que hizo Ubú rey, que es supuestamente la primera obra teatral absurda. Esta ciencia la inventa en el libro Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico, sobre las soluciones imaginarias a problemas imaginarios. Y hay una relación dialéctica entre las soluciones y los problemas, imaginarios o reales. En una obra de teatro podemos ver algo que parece real y también lo es, porque lo hace gente real, pero a la vez la propuesta es ilusoria. Hay como un portal a otro planeta, y al mismo tiempo hay un convencimiento general de que eso es real, pero no lo es. Es como la definición misma del arte, porque el arte no "es", no existe, pero a la vez no hay nada más presente en todo que el arte.
–Vos vivís del arte, en todo sentido.
–Claro, vivo del arte no sólo porque me da de comer, sino porque me da de vivir, porque me levanto todos los días diciendo: "¡Uy! ¡Hoy voy a hablar de lo que yo quiero, de mi arte, de mi vida!". Lo que pasa es que es una ilusión, como una nube. La ves y parece que tiene una imagen concreta, pero al rato esa forma se diluye. A veces pienso que el arte tiene que ver con una especie de sexta dimensión rara, donde todo lo que estamos escribiendo va a parar a un lugar donde se completará y entenderá después de que se cierre un ciclo. Prefiero no saber para qué hago algo, sino hacerlo, porque me resulta inevitable. Me acuerdo de Duchamp cuando inventó lo del mingitorio, algo que no servía para nada, pero al mismo tiempo sirvió para un montón de cosas. Como patafísico estudio mucho a Duchamp, porque fue patafísico. Su título era sátrapa patafísico.
-¿Dónde y cómo estudiás?
–Con libros. El patafísico estudia la obra de Alfred Jarry y se dedica a la funcionalidad que le da el regente. Aunque nunca estuve en París, tengo una funcionalidad en el Collège de Pataphysique: director del Subgabinete de Histrionicidad Científica, que depende del Gabinete de Indisciplinas Exhaustivas. Escribo dossiers para integrarlos a la patadifusión o a la patasesoría.
-¿Quién te dio el cargo?
-Mi regente, Rafael Cipollini, curador, escritor y muy estudioso de la patafísica. Se codea con Umberto Eco, y digo "se codea" porque su asiento en el collège está justo al lado del de Eco.
-Lamentablemente participaste de la Guerra de las Malvinas, y a partir de eso se podría decir que el arte te fue útil, te ayudó, ¿no?
-Nunca fui a las Malvinas, pero le di protección antiaérea al aeropuerto de Río Gallegos, en el continente. Explico todo esto porque hasta hoy no se reconoce públicamente que los que estuvimos en el continente estuvimos en una guerra. La mayoría piensa que la guerra sucedió sólo en las islas. Cuando yo volví tenía que aclarar: "¡¿Cómo no voy a haber estado en una guerra?! ¡Estuve en una guerra con todas las letras!". Y también explico esto: la ley 23.109 dice que todos los conscriptos que participaron en las acciones bélicas tienen derecho a beneficios de veteranos de guerra, como las pensiones. Otra ley, la 24.652, estableció el teatro de operaciones con varios frentes: en las islas, el marítimo, el aéreo y en el continente, donde estuve yo. Pero la primera ley fue obstruida por un decreto de Domingo Cavallo, el 509/88, que restringe el teatro de operaciones a las islas y al buque General Belgrano; entonces, las pensiones se dieron sólo a los combatientes que estuvieron en esos dos frentes. Pero también hubo bajas en el frente aéreo y 17 en el continente, que es del paralelo 42 al Sur. Esas 17 bajas del continente son héroes de Malvinas, pero no lo somos el resto de los que estuvimos ahí, en condiciones de combate. Yo integraba el quinto cuerpo del Ejército, vestido de soldado, con un cañón, esperando en defensa de un aeropuerto o del continente. Hay un precedente judicial, el caso Jerez, para iniciar juicios al Estado por el reconocimiento y las pensiones. Yo voy a iniciar el juicio, porque necesito que se me reconozca.
-¿Cómo te sobrepusiste?
–Cuando volví tenía 18 años, me quedé un año desconectado, en una cama, con síntomas fuertes de depresión. Decía: "¡Yo sufrí la guerra en carne propia, a mí nadie me tiene que explicar si estuve en una guerra o no!". Y pasó algo más: yo laburé ¡tanto! en el servicio militar, cargando, descargando municiones, a la noche, porque no se podía hacer de día, por estas convenciones absurdas de la guerra... ¡que tampoco quería trabajar más! Me decía: "¡Ya está! ¡Todo lo que tenía que trabajar en mi vida lo hice!". Pude salir de ahí porque tenía que comer, mantenerme. Mis viejos ya eran grandes. En realidad empecé como carpintero, y poco a poco fui descubriendo el arte, el teatro. Y pensé: "Bueno, el arte viene bien, porque no se labura tanto, qué se yo, se «loquea», se hacen unas cosas...". Sin embargo, trabajé muchísimo en esta profesión, pero es un trabajo muy grato.
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