Con una agenda completa en teatro, el actor, que también es dramaturgo y artista plástico, revisita para LA NACIÓN algunos de los momentos que marcaron su vida y su carrera, desde Los Melli y el under en los 80, hasta sus tiempos como combatiente y sus memorables personajes en la TV
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Abre la puerta de su PH ubicado en un lugar neurálgico de la ciudad. Esas esquinas que, de tan transitadas, hacen olvidar que se trata de un barrio. La brújula marca Villa Crespo. “Uso barbijo y anteojos para que nadie me frene cuando voy a la panadería”, confiesa Carlos Belloso, mientras muestra el estudio que montó en la planta alta de la propiedad y que utiliza para ensayar sus espectáculos. Allí descansan los “trastos” de sus proyectos autogestivos.
Ofrece café, mientras aclara que no le molesta el contacto con el público, solo que, si se trata de esos días en los que está falto de tiempo, el saludo y la selfie complican las cosas. “Antes vivía en una calle tranquila, entonces todos me conocían; ahora, al estar sobre una avenida, hay mucha gente de paso que, si me descubre, me frena”. El barbijo y los anteojos también lo camuflan cuando monta su bicicleta en los vagones de la Línea B del subte porteño. “A veces, uno tiene ganas de no ser uno”.
La escasez de minutos no es un esnobismo. Carlos Belloso tiene mucho para contar. Tres proyectos teatrales forman parte de su presente. Dirige Operarius, pieza de Julieta Grinspan que se ofrece los sábados en Hasta Trilce; forma parte del elenco de Una terapia integral, material de Marc Angelet y Cristina Clemente que dirige Nelson Valente en el Metropolitan; y prepara el regreso a la sala Chacarerean Teatre de El aparato, unipersonal de su autoría que dirige Hernán “Curly” Jiménez.
El actor recibe un llamado de su representante, quien le comenta sobre un proyecto que queda descartado en el momento. Ile Jaciw, su pareja, también actriz, saluda y parte. Se conocieron cuando ella trabajaba como camarera en Gargantúa, la sala donde él trabajó con recurrencia, “muchos creen que soy el dueño, pero no es así”, asegura.
Su gato queda como testigo de la charla con LA NACIÓN. Después aparecerá Gaucho, un perro que busca mimos. En realidad, no serán los únicos veedores. Sobre una de las sillas, un muñeco de impecable diseño -que forma parte de una de sus obras- observará la escena. Lo manipula y, como un ventrílocuo, lo “obliga” a presentarse. Privilegios del cronista, el acto primero de esta entrevista resulta de lo más enriquecedor. Teatro en estado puro.
-No te falta nada.
-Agenda completa.
Sin embargo, cuando la conversación va avanzando y encontrando su punto de costura en la intimidad confesional, aparecen algunas falencias históricas como el no reconocimiento -como a muchos de sus camaradas- luego de haber participado en la Guerra de Malvinas.
También recordará su juventud en Munro, donde no sobraba el dinero pero que no fue impedimento para que se tirase a la pileta a nadar en las, a veces, inciertas aguas del arte. Se hizo desde abajo, remarca. Seguramente de allí emerge su mirada cruenta sobre la realidad, algo de lo que se encarga de reflexionar en las obras que transita lejos de la industria del entretenimiento y más cerca del cooperativismo del teatro independiente.
“Si no tomás café, te sirvo agua. ¿O preferís ir al bar de al lado?”, remarca. Gran anfitrión y notable conversador, de esos a los que no hay que sacarles las palabras con tirabuzón. Sus típicos anteojos ahumados, sus modismos que recuerdan a su personaje poetizado en Los Melli -el dúo que conformó con Damián Dreizik y le dio popularidad en el under porteño en ebullición de los 80-, su profundo conocimiento del teatro y la referencia a notables teóricos como Peter Brook, rápidamente desnudan en él su pasión. Popular por la televisión, buceador de estéticas novedosas en los circuitos alternativos. Todo en uno. ¿Quién da más?
Primer paso
La vocación de Carlos Belloso nació en Munro, la localidad donde se crio. Los fines de semana, invertía en funciones de cine el dinero que le daban sus padres para salir con sus amigos: “Me iba al Regina o al Astral, que quedaban cerca de casa, y me veía las películas en continuado”.
Sus hermanos eran mayores, con lo cual, su crianza fue casi la de un hijo único. “Me entretenía solo y viendo cine diverso, como los spaghetti western y las películas de Lando Buzzanca a los 11 años. También me devoré las de Sandro y las de Isabel Sarli. Tengo un mundo cargado con cine”.
En el colegio secundario se reveló ante él la posibilidad de tomar sus primeras clases de teatro y de hacer improvisaciones: “Armar algo de repente y que la gente se sintiera afectada, se emocionara o se riera, me parecía mágico”.
Su padre fue carnicero y su madre enfermera, dos trabajadores con el deseo que el hijo menor se convirtiese en un estudiante universitario y que tuviera un empleo formal: “Hubo una tensión, sobre todo con mi papá”.
-¿No lo aceptaba?
-Se resistía mucho, hasta que un día me vio actuar y me dijo: “lo entendí; ahora entretenga a la gente”.
Curiosamente, padre e hijo no se tuteaban. “Fue como un mandato”. Una luz verde. Confiado en su deseo, Belloso renunció a su puesto en una fábrica bioquímica, donde había logrado escalar puestos. “Pasé de cadete a jefe de depósito. Estaba decidido a hacer carrera ahí, pero se me cruzaron en el camino los cursos de teatro, así que no tuve ningún problema en decidir”.
Aún se sorprende ante otra de las reacciones de su padre: “En la empresa me daban champú y detergente gratis de por vida. Cuando renuncié, mi papá me dijo: ‘Usted está loco, ¿cómo se va a ir de un lugar donde le dan champú y detergente gratis?´. Pero yo ya había estado en la guerra [se refiere al conflicto en Malvinas], así que sentía que no tenía que pedirle permiso a nadie. Además, siempre pensé que no se puede vivir haciendo algo que no te gusta, trabajando para otra persona, ¿qué sentido tiene?”.
-Puede ser la única posibilidad de generar ingresos para vivir.
-La plata es necesaria, pero, cuando perseguís algo, lo demás no importa mucho; aparecerá el lugar para dormir, tu familia te ayudará y un amigo te dará de comer. Cuando tuve a mi primer hijo, no cambié de opinión. Hice lo que pude, hubo desesperación, había que alimentarlo.
-Alguna vez, ¿te faltó eso?
-Sí.
-¿Cómo recordás esa etapa?
-Me llegué a mudar con la madre de mis hijos, ya habiendo nacido el más grande, a la casa de mi mamá, donde también vivía mi hermana. En ese lugar, de vivir dos pasamos a vivir cinco. Fue durante el menemismo, una época horrenda. Mi hermano, que trabajaba en un supermercado, nos traía canastos de comida.
Belloso es padre de dos hijos, Bruno (30) y Romina (26). “Tenemos el mejor vínculo”, asegura.
-Por lo que contás, a pesar de las falencias, siempre estuviste seguro del camino elegido.
-Si, pero hubo un momento en el que estaba muerto de hambre, tirado en una cama y deprimido porque no tenía laburo, con mi hijo caminándome por la cabeza y mi vieja jubilada.
En ese tiempo crítico, no abandonó la pintura. Ya había tomado un taller con Hermenegildo Sábat y su destreza en el lienzo no era menor. Un concurso sobre Carlos Gardel lo impulsó a crear una nueva obra con la que obtuvo el tercer premio que consistía en una suma en efectivo. “Esa Navidad comimos bien, me encargué que hubiera de todo en la mesa. Fue a través de una pintura y no haciendo cualquier otra cosa”.
Luego lo convocaron para hacer personajes caracterizados en el programa Ta Te Show (Telefe). “Tenía tanto hambre que me pedían hacer de Freddy Krueger o Luciano Pavarotti y lo hacía. Llegué a recrear a Pimpinela con Carmen Barbieri. Era todo berreta, pero me encantaba y me daba para comer. Los inicios son muy duros, pero siempre fui con mucho respeto, sabiendo que había una tradición que había que respetar”.
En 1999 llegaría su gran salto hacia la popularidad cuando le tocó interpretar a “El Vasquito” en Campeones de la vida, una exitosa ficción de Polka que se vio en el prime time de eltrece.
-Así como les sucede a muchos cantantes con algún hit poderoso, ¿ese personaje se convirtió en un ancla?
-Me preocupé que no me sucediese eso. Cuando terminó Campeones, los productores me llamaban para que hiciera ese personaje con el nombre cambiado y yo me negaba una y otra vez. Así fue hasta que me convocaron para hacer a Willy, de Tumberos, y pude demostrar que podía componer otra cosa muy diferente. Después hubo un tiempo en el que me llamaban solo para hacer de marginal, entonces, nuevamente, me volví a negar a la repetición.
-La industria va por la comodidad.
-Y por lo efectivo, pero me encargué de comunicarles a los productores que mis intereses eran diversos. Me gusta ir por el lado difícil, porque el fácil ya lo tengo.
Los chicos de la guerra
En 1982, como conscripto, Carlos Belloso participó en la Guerra de Malvinas. Su destino no fue las islas, pero sí el sur argentino. Sin embargo, ese emplazamiento le impide, aún hoy, un reconocimiento formal de parte del Estado Nacional. Belloso alquila el PH que habita en Villa Crespo, lo cual habla de la desprotección que se ha sostenido con algunos de los soldados: “Nunca me dieron nada”.
Reconoce que existen diferencias entre los “soldados reconocidos y los que no lo son” y que, apostado durante el conflicto bélico “se sufrían apremios ilegales de parte de los suboficiales y oficiales que estaban nerviosos; cuando hacías algo que no les gustaba, te mandaban al calabozo. Te cag… a trompadas si no respetabas algo”.
-¿Cuál fue tu destino en la guerra?
-Diferencio el continente del litoral marítimo, donde estaban emplazadas las bases aeronavales. Estuve en el litoral marítimo, en Río Gallegos, defendiendo la base aeronaval con un cañón antiaéreo, no estuve destinado en Mendoza o en Formosa. De hecho, hubo una invasión inglesa en el litoral marítimo, compañeros nuestros testimoniaron que lucharon cuerpo a cuerpo con ingleses; hubo muertos de ambas partes. Eso la gente no lo sabe, es como que si no hubiera existido.
-A pesar de los años y los cambios de gobiernos, ninguno se ocupó de los veteranos que se encuentran en tu misma situación. ¿De cuántos soldados hablamos?
-Somos 900, quieren que nos muramos, que toda la generación Malvinas se muera para que no se hable más del tema.
-¿Pagaste algún costo por decir siempre lo que pensás?
-No, soy un actor querido y respetado. Lo que sucede es que haber estado en una guerra te saca todo filtro. Ofrecí la vida a la Patria, eso no me convierte en un superhéroe, pero me ubicó en un lugar emocional donde reconozco que me tengo que arreglar solo, porque, los que mandan, no tienen ni derecho ni expertise para mandarme.
-¿Qué secuelas tangibles te quedaron de la experiencia de la guerra?
-Cuando evoco aquello, lo primero que me viene a la mente es el frío que cala. Llegué a estar con 25 grados bajo cero haciendo guardia, te duelen los huesos, las orejas, tuve pie de trinchera.
-¿Qué es el “pie de trinchera”?
-Un principio de congelamiento. No me podía parar y terminé en la enfermería. Hubo gente que priorizó su vida, desertó y se escapó; yo me quedé, di mi vida por la Patria, fuimos muchos los que nos quedamos. Por eso hago arte, para sacar todo eso afuera. Lo expreso para sacármelo de encima, el arte me drena la cabeza.
Canon de la multiplicidad
-Te movés en distintos espacios, como el comercial, oficial e independiente y en diversos roles, ejerciendo la dramaturgia, la dirección y la actuación, un sello de tu modo de encarar el oficio.
-También me interesa explorar diversos géneros y formatos, hago cine, televisión, teatro, varieté, publicidad; soy muy curioso. Incluso, me gusta trabajar mucho en Microteatro, donde, ante todo, me involucro como director.
Cuando se refiere a Operarius, obra que piensa en torno a la emergencia habitacional y las condiciones laborales, en su carácter de director buscó entender el material en diálogo con el presente: “La coyuntura siempre te lleva a hacer un teatro determinado. Puede ser pasatiempo, pero, cuando profundizás, te encontrás con tus emociones directas o una crítica sobre lo que estás viviendo y esto puede ser metafórico o directo”.
-En Una terapia integral, el código es la comedia. El humor ha definido, en gran medida, tus elecciones artísticas.
-Me gusta el sistema comedia, la gente viene a reírse y, luego de la función, te saluda porque le brindaste un momento lindo.
En Una terapia integral se encuentra acompañado por Juan Leyrado, Paola Krum y Carola Reyna. “Es una comedia bien comedia, de origen catalán, que trabaja con los resortes del humor. Mi personaje es muy agradecido, es le que provoca ciertos malos entendidos”. El engranaje de la pieza muestra un singular curso de panadería donde aparece el sincronismo entre el amasado y las posibilidades de la levadura y la necesidad de la armonía personal para poder llevar adelante la tarea. Un buen pan remite a un equilibrio emocional de quien lo amasa. ¿Será cierto? Al menos eso plantea el material.
-En El aparato, si bien está presente el humor, el lenguaje es otro.
-Es una crítica hacia el sistema capitalista. Me salió una cosa rarísima, de humor más negro, le puse en la cara de un dictador a (Javier) Milei, es una especie de androide eterno que, por un juego de palabras, te das cuenta de que es él, entonces la gente se ríe angustiada.
-El aparato nació antes de la presidencia de Javier Milei.
-Sí, buscaba hacer una crítica al sistema capitalista, globalizante. Leí mucho a Mark Fisher, su texto El realismo capitalista me fue guiando. Eso dio germen a invertir 1984 de George Orwell. En lugar de hacer una crítica al sistema soviético, como hace (George) Orwell, focalizar eso en el mundo capitalista, y entenderlo como algo burocrático y opresivo.
El actor no duda en reconocer su preferencia ante el humor como elemento de acción y reacción: “Uno alcanza la reflexión y, a través de una carcajada, queda fijada. Las obras que escribí, aun cuando me refería a algo político, siempre tuvieron humor, lo necesito no solo para descomprimir sino para marcar”.
Desde el Parakultural, aquel espacio emblemático del under porteño que florecía en los 80, Belloso dejó en claro cuál era su norte: “Veníamos de hacer una obra con Vivi Tellas, quien, para juntar fondos para la producción, organizó un ‘festival de teatro malo’. Allí hacíamos poesía con Damián Dreizik y la gente reventaba de risa, aunque no era el objetivo”. Fue el germen de Los Melli. “Buscábamos hacer algo distinto a Abbott y Costello o El Gordo y El Flaco; nos vestíamos de una manera muy conservadora y decíamos cosas terribles con acciones hilarantes, la gente compró inmediatamente”.
-¿Sería posible hoy un espacio como el Parakultural?
-Creo que los hay, con distinta forma. En principio, si existiese el Parakultural, se hubiese convertido en un Cromañón. El primer lugar donde funcionó era un pozo lleno de humedad donde, en invierno, luego de actuar te enfermabas con unas gripes tremendas.
-Hoy, ¿qué ámbitos reemplazan el espíritu que tuvo el Parakultural?
-Hay lugares donde la gente se junta; el trap tiene sus espacios, los varieté siguen. A veces, ves un número de cinco minutos que es una genialidad.
Cuando se le pregunta cómo inciden y dialogan entre sí sus roles de autor, director y actor, Carlos Belloso no duda en reconocer que también hace música, pinta y dibuja: “Dirijo teatro como pinto y dibujo”.
-Trabajar la escena desde la plasticidad de lo que se puede ir generando.
-Lo hago desde un lugar estético y ético. Arranco con el boceto y luego vemos. Lo mismo sucede con la construcción de las escenas.
A pesar de su caudal teórico, reconoce que lo suyo no es enseñar teatro, aunque, alguna vez, dio clases. “No me entusiasma eso, aunque sí brindo un taller que arranca tomando a Tespis, el primer actor de la historia. El teatro no arranca con un dramaturgo o un director, sino con ese actor, así que yo empodero ese rol. Si hay actor, hay teatro”.
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