El versátil actor, que también es músico y ventrílocuo, estrena El aparato, un unipersonal que alude a la figura de Milei como el dictador en un futuro distópico; antes del debut, habló con LA NACION y defendió el “triple poder” de la risa en el cuerpo
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Se presenta a la entrevista puntualmente a las cinco de la tarde, saluda con cordialidad y enseguida se pierde entre bambalinas, esfumándose como un prestidigitador en la soledad casi tenebrosa de la sala vacía y oscura. ¿Habrá ido a pedir audiencia con alguno de sus personajes, espectros imaginarios que lo acechan en el metaverso de las penumbras?
Apenas transcurre un momento hasta que el gran actor Carlos Belloso emerge nuevamente a la realidad más palpable del bar del teatro Muy. Se lo ve relajado y con una sonrisa en el rostro. Pide un café negro en la barra y, finalmente, se sienta a la mesa.
El motivo del encuentro es el estreno de El aparato, su último unipersonal, bajo la dirección de Hernán “Curly” Jiménez, donde incorpora el video mapping para sumergirse en las profundidades de una sociedad futura, un Estado dictatorial que imprime personas en 3D porque se están quedando sin partidarios.
“Hace dos años que, con el director, Hernán “Curly” Jiménez, trabajamos en este unipersonal, una pieza que está muy apoyada en 1984, de Orwell; ese estilo de sociedad con una aparato ideológico y represivo de estado. También leí un libro que me impresionó mucho, que se llama Realismo capitalista, de Mark Fisher, que presenta síntomas de una sociedad neoliberal muy extrema, y ahí me dio una proyección en el futuro también, por los avances del neoliberalismo, y llegué a las filosofías aceleracionistas [basadas en la idea de que el sistema actual de capitalismo debería expandirse para generar un cambio social radical], que son cruentas, porque hablan de liberar el capitalismo, dejarlo sin ataduras, sin controles ni restricciones”, señala Belloso sobre su flamante criatura, que subirá a escena a partir del 4 de noviembre en el teatro Muy, donde se desdobla en varios personajes.
“Siempre me pareció que 1984 era una buena descripción del aparato ideológico y represivo de Estado, con sus ministerios y todas sus funciones. Pero ese concepto yo lo invertí a partir de varias influencias, tomando el concepto de democracia dirigida y el totalitarismo invertido, de Sheldon Wolin, que habla sobre la democracia y el totalitarismo norteamericano; una democracia no plena, comandada por los grupos corporativos, jueces vinculados al poder político, medio de comunicación, y a partir de ahí, lo traslado a lo que pasa acá en la Argentina”, amplía el talentoso actor, hombre de las mil caras, que además escribe, dirige, hace música y hasta ventriloquía.
–¿Qué paralelismo hacés entre El aparato, basado en la obra de Orwell, con este momento político y social de la Argentina?
–En este caso, al Gran Hermano lo reemplacé por un concepto lacaniano que es el Gran Otro, es decir, el lenguaje en todo su espectro, incluido el inconsciente. A partir del plano simbólico lo rearmé viendo los dispositivos de odio, los planes de salud, la forma de convivencia, todos síntomas que de un neoliberalismo extremo que se ve empieza a asomar acá también. Hablo abiertamente de Comodoro Py, hablo abiertamente de Milei, el sistema articulado de la Justicia... En realidad es un gran reciclaje de todo el lenguaje político, judicial, de medios que hubo de un tiempo a esta parte. Hace dos años que lo estoy pensando.
Hoja de vida
No hay papel de Belloso que pase inadvertido, desde el domador impactante que representó últimamente en Salvajada, la adaptación de Mauricio Kartun sobre un cuento de Horacio Quiroga, al borde entre el humor y lo tétrico, o el Willy de Tumberos, otro personaje inolvidable.
A los 18 años fue artillero antiaéreo en la guerra de Malvinas, en el aeropuerto de Río Gallegos. Después ingresó a la Escuela Municipal de Arte Dramático y empezó a trabajar en el Parakultural con Los Melli, el dúo que integró durante una década junto a Damián Dreizik. En su prolífica trayectoria pasó por el teatro, el cine, la televisión, y últimamente incursionó también en las plataformas, con una ductilidad interpretativa que le valió el reconocimiento del gran público.
Fue el Vasquito en Campeones de la vida, Donatello en Culpables, el Quique en Sos mi vida, el Astrólogo en la versión televisiva de Los siete locos. En cine recientemente le dio vida a Medina en La odisea de los giles, siempre con la impronta de autor que deja impregnados sus personajes en el cuerpo. Luego de la pandemia incursionó también en las plataformas, con roles destacados en la serie María Marta: el crimen del country, donde se puso en la piel de García Belsunce y División Palermo (Netflix). También hizo Iosi, el espía arrepentido (Amazon), dirigida por Daniel Burman, de la que formará parte en su segunda temporada. “Para mí la pandemia fue algo inesperado, siempre pensé que el teatro era algo que nunca iba a parar, y fue de lo más afectado, porque era la comunidad, el encuentro de las personas. Si bien podía filmarme con una camarita, mandar un mail a alguien, sufrí mucho la imposibilidad de hacer teatro”, admite.
Al igual que el humor, la búsqueda científica del disparate es el tema más recurrente en el mundo poético de Carlos Belloso. No es casual su fascinación por la novela del francés Alfred Jarry, Gestos y opiniones del Dr. Faustroll, patafísico, publicada en 1911. Algo así como una serie de ensayos locos donde, entre otras cosas, enseña cómo armar la Máquina de explorar el tiempo. Actualmente, es un reconocido miembro del Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires, con un pie en lo real y otro en lo imaginario: “Actualmente soy director del Subgabinete de histrionicidad científica, que depende del Gabinete de indisciplinas exhaustivas. También tengo el título honorífico de Inclito archipámpano, un cargo nobiliario virreinal que aparece en el Quijote de la Mancha”, explica.
La risa perdurable
–El humor siempre estuvo presente en tu carrera. ¿Por qué te despierta interés?
–El humor me interesa mucho porque creo que básicamente es reflexión. Cuando me río, se mueve el sistema nervioso, la médula espinal, y eso es algo que se fija en el cuerpo. Si bien la tragedia también hace lo suyo en el cuerpo, la risa hace una triple función. No solamente reflexiona, sino que después te acordás de eso, perdura en el tiempo. Además, a través del humor también se opina, hay una mirada irónica o sarcástica, afuera del material, que es ese distanciamiento brechtiano, eso de me estoy riendo con ustedes de algo que está pasando, que es terrible o puede serlo.
–¿Es verdad que tenés anticábalas?
–Por lo general creo en la anticábala. O sea, tengo una gata negra, rompo espejos en algún que otro estreno. No me la paso rompiendo espejos porque si no sería un laburo extra, paso por debajo de las escaleras a propósito, justamente para que no me ocurra nada. Cuando yo veo una escalera, digo, voy a pasar por debajo, para que no me pase nada. Porque seguramente, si paso por debajo de la escalera a propósito, no va a suceder, lo exorcizo en ese sentido. Esto empezó el día que iba a estrenar mi primer unipersonal, que se llamó Pará fanático, y se me rompió un espejo de mano. Entonces pensé: ‘Uy, va a salir horrible el estreno, voy a tener siete años de mala suerte’. Sin embargo fue uno de los estrenos más hermosos que tuve, un espectáculo que duró 16 años. O sea, la anticábala funciona conmigo.
–¿Cómo recordás los años 80, cuando estudiabas en la Escuela Municipal de Arte Dramático y trabajabas en el Parakultural con Los Melli?
–Fue una experiencia creativa increíble. El Parakultural fue el laboratorio de la teoría que veíamos en la Escuela Municipal. Me acuerdo de tener una clase en la escuela y a la noche probarla en el Parakultural. Más allá de que estudié en la Escuela de Teatro Municipal, con el tiempo estudié todos los estilos y las teorías teatrales, las pasé por el cuerpo, las transité, las experimenté. Soy un estudioso del teatro como forma de transformación filosófica, porque pone en el centro la teoría y la práctica, pero podría decirse que en lo 80 mi formación fue muy varieté performática. Hacíamos teatro en cualquier lugar, en Cemento, en la Gran Aldea; la performance era algo habitual, el Parakultural era muy performático,
–Y ahí inventaron Los Melli. ¿Alguna vez se plantearon el regreso con Dreizik?
–Con Damián estuvimos como diez años juntos, y después nos distanciamos. Ahora, el tema de volver es algo que nunca planteamos pero puede llegar a ser, claro que tenemos que ver un montón de cosas que nos pasaron desde ese momento hasta ahora.
–¿Cómo son esos primeros días de acercamiento a tus personajes hasta que logras encarnarlos?
–Los personajes en general, y más en un unipersonal, tienen que apuntar directamente a lo creíble, desde todo punto de vista. La verosimilitud del teatro es cuando realmente no hay duda de que eso está pasando. Como regla general, siempre apunto a que el personaje sea creíble. Cuando uno explora su cabeza en base a la creación de personajes, ve cosas o resultados de situaciones donde uno no la pasó bien o al revés, donde la pasó muy bien, entonces afloran los personajes como trayendo situaciones y desde ahí empiezo a darle vida en circunstancias más cotidianas, lo que se conoce como entrar en personaje y mantenerlo durante un tiempo. Durante toda mi vida he estudiado la creación de personajes en base a todas las escuelas o teorías teatrales que hay. No es lo mismo una memoria emotiva stanislavskiana de la primera época, con otras teorías teatrales, que tengan que ver solamente con imaginar algo y traerlo a la realidad, con la imaginación que uno pueda tener respecto de cierta circunstancia inventada. Hay tantas escuelas como personas.
–En más de 30 años de trayectoria siempre buscaste no encasillarte. ¿Cuál es el criterio para elegir tus personajes ?
–En teatro, sobre todo cuando hago mis propias creaciones, voy por el lugar que a mí más me agrada. Por ejemplo, en El aparato, la figura de Milei era muy necesaria para hablar de lo que a mí me interesaba, la figura de un dictador en un futuro distópico, un totalitarismo caprichoso, como se desprende de sus propios discursos, o de las decisiones que toma, aunque tiene una base muy firme. El anarco capitalismo existe, hay libros que lo avalan.
–Hacés ventriloquía. ¿Cómo ingresaste al mundillo de los muñecos?
–Fue de manera intuitiva. Yo ya había trabajado con marionetas con Oscar Muñoz y algo intuía de ese mundo, porque nosotros trabajábamos la marioneta con el actor-manipulador en escena, había una interacción. Entonces, después de hacer la obra Mundomudo, me quedé con Felipe, el muñeco y ahí se creó lo mágico. En un momento, Felipe me miró y me dijo: “Hagamos algo juntos”. A nadie le pregunté nada. Lo trabajé en base a filmaciones que hice delante de una cámara, para ver el movimiento, con una técnica muy propia. Hice alquimia con Felipe.
–Escribís, pintas, hacés música, dirigís, actuás. ¿Cómo definirías hoy tu búsqueda artística?
–Como soy un curioso, voy a seguir explorando. El aparato me sirvió a corresponderme con un mapping, con las proyecciones y lo digital, entonces, eso me permite hablar conmigo mismo en el espectáculo, desdoblarme, y es algo que recién empieza para mí. Se abre todo un universo. Otra puerta.
–Desde tus comienzos, siempre apostaste por la búsqueda de una forma teatral distinta. ¿Podemos decir que el El aparato es tu último gran hallazgo?
–Sí, y a la vez es un unipersonal tradicional con el aditamento de la tecnología para crear un personaje que está entre lo humano y lo posthumano. Lo digital me da la posibilidad de hablar también de ese tema. Siempre creo que lo teatral está en los inicios de algo. Si bien parece que estamos en un bucle postmodernista repitiendo siempre las mismas cosas, la misma música, las mismas posibilidades artísticas, y parece que ya está todo establecido, como el neoliberalismo, tengo la sensación de que aún tenemos la posibilidad de la alquimia, traducir lo cotidiano en algo sublime. Y si bien no lo estamos logrando, porque seguimos en el mismo bucle, el camino es aspirar hacia eso. Si uno se queda en hacer siempre lo mismo va a quedarse ahí, pero si uno quiere salir de algo, por lo menos se ve una persona, intentándolo.
El aparato. Unipersonal escrito e interpretado por Carlos Belloso. A partir del 4 de noviembre, a las 20.30 horas, en el teatro Muy, Humahuaca 4310 (Abasto). $3500.
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