Campo minado: la historia de una obra que, desde hace cinco años, tiene en escena a dos excombatientes ingleses, tres argentinos y un gurkha
Detrás del telón: Seis exsoldados enfrentados en Malvinas son compañeros en escena de los grandes teatros del mundo, comandados por Lola Arias
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La obra en cuestión se llama Campo minado. Se estrenó el 28 de mayo de 2016, en Inglaterra. Esta perturbadora y demoledora propuesta de Lola Arias reúne en escena a veteranos argentinos e ingleses de la Guerra por las Malvinas, en tiempos de Margaret Thatcher y de la dictadura argentina comandada por Leopoldo Fortunato Galtieri. El teatro de operaciones creado e imaginado por esta talentosa creadora tiene lugar en una especie de set de filmación convertido en máquina del tiempo. Radicalmente, este propuesta de teatro documental habla de las marcas de esa guerra en los cuerpos, en la memoria de estos antiguos adversarios.
En escena, según especifica el programa de mano que ya ha sido traducido a diversos idiomas porque la obra no ha parado de girar por tres continentes, están Lou Armour, quien fue tapa de todos los diarios cuando los argentinos lo tomaron prisionero el 2 de abril de 1982 y que hoy es profesor de niños con problemas de aprendizaje; Rubén Otero, sobreviviente al hundimiento del Buque General Belgrano y que tiene una banda de tributo a los Beatles; David Jackson, el que se pasó la guerra escuchando y transcribiendo códigos por radio y que hoy escucha a otros veteranos en su consultorio de psicólogo; Gabriel Sagastume, un soldado que nunca quiso disparar y que desde hace un tiempo es abogado penalista; Sukrim Rai, un gurkha que supo usar su cuchillo y que en la actualidad trabaja como guardia de seguridad; y Marcelo Vallejo, un apuntador de mortero convertido en atleta de triatlón.
Pasaron los años del estreno pero este nuevo ejército de una operación escénica comandado por una mujer sigue en pie. De hecho, tal vez vuelvan a Buenos Aires a principio del año próximo. Tal vez, el próximo 2 de abril, a 40 años del inicio de aquel conflicto, estén haciendo funciones nuevamente en el Teatro San Martín, en medio del escenario minado por la pandemia. En 1982, de abril a junio, eran enemigos, debían matar al del otro bando para poder sobrevivir (la guerra no admite muchas metáforas). Pero en escena, ni la soberanía ni los reclamos se discuten. Se exponen. Cada uno porta sus verdades, sus convicciones, su lengua madre. Unos, hablan de las Malvinas. Otros, de las Falklands. Dos islas, una misma disputa: dos idiomas en medio de un material escénico único, revelador, irónico, violento, poético y político que cuenta con videos de Martin Borini y música de Ulises Conti.
En medio de este teatro de lo imposible, a Lola Arias se les ocurrió reunir a estos viejos enemigos que nunca habían imaginado estar actuando en los grandes teatros del mundo. El resultado podría haber sido un hecho excepcional, conmemorativo, experimental; pero no. Estos seis exsoldados devenidos en talentosos performers que viven distanciados por miles de kilómetros siguen cumpliendo el rito de rocanrolear los recuerdos de aquellos días en dos islas del Sur que fueron el foco de atención mundial durante aquellos dos meses de 1982.
La prehistoria de este rompecabezas
Este andamiaje tan extraño empezó a desplegar sus formas en 2013, cuando Lola Arias hizo una instalación. A esta talentosa directora, poeta, cantante, dramaturga y actriz creadora de títulos como Mi vida después. El amor es un francotirador o Melancolía y manifestaciones la habían invitado a participar de un evento que se realizó en Londres. Se llamaba After the War. Participaron 25 artistas del mundo que debían hacer algo sobre las consecuencias de la guerra.
Su primer referente para ese viaje de recuerdos minados fue el libro Partes de guerra, de Graciela Esperanza. En ese tránsito fue desplegando sus formas el germen de Campo minado. Para eso debía buscar a los protagonistas. La tarea no fue fácil, sobre todo del lado inglés, sobre todo tratándose de una mujer, una mujer argentina que estaba detrás de todo esto. Entraron en contacto con veteranos, con instituciones, mantuvieron conversaciones con generales, con autores de libros, con asociaciones. Siempre tuvo en claro que le interesaba gente que hubiesen ocupado distintas posiciones durante la guerra. Hubo otro criterio en este reclutamiento: que supieran tocar música.
De los más de 60 entrevistados, quedaron los 6. Del bando inglés sumó a un gurkha, aquellos que durante la guerra se corrió el rumor de que eran los representantes más despiadados del mal. Sukrim es de Nepal. Lo eligió sin haberlo visto en vivo, a través de una entrevista por Skype. Se la jugó. Cuando ya en Buenos Aires, durante los primeros ensayos, Sukrim se dio cuenta de que todos los días tendría que repetir el mismo recuerdo, no le gustó nada. Renunció muchas veces, mandó mails diciendo “no puedo hacer esto”; pero ahí está.
“Cuando empezás a recordar nunca se sabe lo que vas a encontrar –reconocía Lola en un reportaje a The Guardian, de Inglaterra–. A veces explota algo que ni siquiera sabías que estaba allí”. Como parte del proceso creativo que duró más que los 74 días de la Guerra, les pidió a cada uno que llevaran diarios que registraran sus pensamientos y sentimientos sobre la revisión del pasado. Parte eso aparece en la obra. Durante el proceso creativo Lola fue trabajando con los recuerdos de los veteranos, se lo devolvía y ellos eran los que tomaban la decisión final a sabiendas que siempre podían (y pueden) existir modificaciones, matices, derivas, puestas al día. “Tienen el poder. Al final la autoría de todas mis piezas es una responsabilidad compartida, porque todos estamos involucrados en el proceso“, reconocía la creadora que logra hacer convivir en ese mismo supuesto set de filmación al presente con el pasado, el puente entre esos seis soldados ya grandes con esos jóvenes de 20 años que terminaron el sur del Atlántico. En escena, lo hacen, uno de las tantas virtudes de la propuesta, muy por fuera de un frío registro testimonial en primera persona.
Desembarco en Londres
Para el momento del estreno en el Festival de Brigthon, Inglaterra, la crítica fue contundente. Time Out, dijo: “Una mirada emocionante e innovadora de la guerra”. O The Stage: “Un ejercicio extraordinario para mirar la memoria y poner en escena la historia”. O The Thelegraph: “Un poderoso acto de memoria”. De este lado del Atlántico, la crítica de LA NACION escrita por Natalia Laube, afirmaba: “Los seis intérpretes y su directora parten de un acuerdo: jamás estarán de acuerdo sobre lo que pasó durante esos 74 días de guerra ni tendrán una lectura unificada sobre la soberanía de las islas. Campo minado asume esa fisura”. La calificó con un “excelente”. Pero detrás de este nivel de relato hay otras historias, cientos, que corren en paralelo de este campo minado de la evocación.
Marcelo, veterano argentino, es de usar siempre remeras con imágenes de las Malvinas. De golpe, se encontró caminando por las calles de Londres plagadas de banderas británicas. Decidió no usar las remeras de siempre, decidió no provocar. Debía dejar el orgullo de lado. En Inglaterra completó parte de un relato roto. Habló con veteranos ingleses que “también pasaron frío, que se cagaron de hambre, que no estaban preparados, que cometieron errores”, como contó antes del debut porteño. Como pasa con los actores y actrices con años de tablas, los días anteriores al estreno se quedó casi sordo. “Era un zumbido raro, intenso”, confesaba a este cronista, y ponía cara de un zumbido raro, intenso mientras lo evocaba antes del estreno de Campo minado, en Buenos Aires. Ese zumbido lo tuvo ahí, presente, casi los dos meses de gira por Inglaterra, Alemania y Grecia. Al tercer día de su regreso a su casa, el ruido se fue. En todo este tiempo, el zumbido raro, intenso no volvió.
Por su parte, antes de las funciones en su país, el británico Lou Armour se imaginaba que la platea iba a estar llena de excombatientes. Eso lo incomodaba un poco porque se sentía con mucha responsabilidad y con miedo a ser juzgado. Él fue uno de los que aportó su testimonio en The Untold Story, documental estrenado a pocos años de finalizada la guerra. Allí contaba su encuentro con un soldado argentino herido que comenzó a hablarle en inglés que, a los pocos minutos, murió en sus brazos. En el documental, cuando llega a esa situación, pide que se apague la cámara. Lou, llora. El impacto social de ver a un soldado inglés llorando la muerte de un soldado argentino fue muy grande. No lo soportó. Dejó su carrera militar. Esa escena aparece otra escena, otra foto que lo marcó. “Cuando recuerdo esa foto veo a un chico que se pregunta si hizo todo lo que tenía que hacer, si estuvo a la altura de las circunstancias”, reconocía durante una charla con LA NACION, de noviembre de 2016, antes del estreno local de la obra en la desaparecida Usina del Arte de la Unsam. Lo mandaron a Uruguay, pidió volver a las islas. Volvió a su campo de batalla. En su celular tiene una foto en la que se siente reivindicado. Es del último día de la guerra. Es del bigote, cerca de la bandera, en la casa del gobernador.
En las primeras funciones en su país, Lou se encontró con gente joven en la platea. El hecho le llamó la atención “porque en Inglaterra no se habla de la guerra, les importa un carajo”, dijo alguna vez. En el plano de lo personal, el tránsito por su propia memoria también tuvo sus costos. En Buenos Aires empezó a tener dificultades para dormir evocando situaciones de su niñez. Tuvo que recurrir a un psicólogo para ordenar su propio campo minado.
Una guerra, varias guerras, ¿la misma guerra?
Dentro de grupo de profesionales de este teatro de operaciones Luz Algranti y Sofia Medici han sido y son piezas fundamentales de este engranaje. Durante el proceso se encargaron de la investigación y de la producción de este rompecabezas del que también forman parte, en lo que hace a la producción, Melisa Santoro, Malena Schnitzer, Lucila Piffer y Ezequiel Paredes. En un bar de Palermo, Luz aporta un dato: “En nuestro país, la guerra remite exclusivamente a Malvinas. Pero en otros en los que nos presentamos, refiere a varias guerras que dejaron una legión de hombres, de mujeres de edad mayor así como de gente de 20 años. Con el correr de las funciones, ellos fueron uno de los tantos públicos de Campo minado. Fueron a verla veteranos ingleses de la Segunda Guerra Mundial que llegaron con sus trajes rojos y sus condecoraciones, como veteranos de más de una guerra. Ahí, en las charlas posteriores, se cruzaron experiencias diferentes pero, esencialmente, similares.”
En este campo minado escénico el montaje fue cosechado reacciones que ni imaginaban. Una vez, en Londres, fueron a ver la obra un padre con su hijo pequeño. Cuando terminó esa función se acercaron a los exsoldados devenidos en performers. A falta de palabras, el padre le pidió el mail de Lou. Al otro día, le mandó un mensaje en el que compartía un comentario de su hijo: “Papá, si hubiese más obras como éstas no existirían las guerras, porque esos soldados no habrían aceptado enfrentarse”.
En Campo minado suenan temas de los Beatles. De hecho, Rubén Otero, el sobreviviente del Belgrano, tiene una banda tributo de los cuatro genios de Liverpool. Canta “I get high with a little help from my friends.” Uno de los británicos compuso una canción en las islas, la canta. También canta Sukrim Raiel, el nepalés, el gurkha. Es el único texto no traducido como si fuera un eco de la más pura ajenidad. Campo minado termina con rock and roll estallado. Lou es el frontman. “¿Alguna vez viste a un hombre prendido fuego? ¿Alguna vez viste ahogarse a un alguien en un mar helado? ¿Alguna vez visitaste una tumba de un amigo con su madre?”. Ellos, sí.
La vida después
Luego de dos años de investigación y de la primera gira, Campo minado empezó a transitar otra hoja de ruta cargada siempre, de incertidumbres. “No sabíamos muy bien cómo iba a resultar. De hecho fue un salto al vacío no sólo para ellos, sino también para nosotros. A lo largo del tiempo, la relación pasó por muchas situaciones y siguen pasando cosas. Porque es un grupo humano que comparte algo muy fuerte, lo que los hace muy unidos. La experiencia de la guerra es algo que los une porque es algo que tienen en común y los separa del resto de nosotros. Sienten que ellos se entienden entre sí de una manera que alguien que no lo vivió no puede. Por supuesto también hay disputas y conflictos como en cualquier grupo y sobre todo hay una diferencia radical: los argentinos creen que las islas son argentinas y los ingleses creen que los isleños son ingleses. Esa diferencia es muy fuerte entre ellos, pero no impide que compartan un montón de cosas, viajen juntos y pasen cada 2 de abril unidos en ese recuerdo de los que murieron. Porque, al final, también todos ellos cargan a sus muertos”, reconocía en un reportaje publicado en Infobae. Aquel 2 de abril, lo pasaron en la casa de David Jackson, en plena campiña inglesa. Los antiguos enemigos compartieron un desayuno y caminatas por ese otro campo.
Con los años y los kilómetros recorridos, los seis intérpretes fueron logrando otro sentido de equipo. “De repente, se saben irreemplazables, fundamentales para el proyecto. En medio de una temporada, un actor puede ser cambiado por otro, pero un performer de un proyecto documental, no –contaba Lola Arias a este diario–. Eso genera un empoderamiento que me parece genial para ellos, porque claramente son muy buenos en lo que hacen, aunque, al mismo tiempo, esa situación genera tironeos con la producción porque saben que sin ellos no hay obra”.
En otros trabajos biodramáticos de esta creadora cuando un actor no puede viajar la historia la cuenta el resto. Sucedió en Mi vida después, la obra en que los actores nacidos durante la dictadura cuentan sus historia. En una de las giras por Europa, Lou estaba mal de la espada, casi que no podía caminar. Se venían 15 funciones en Londres y no mejoraba. Consiguieron un reemplazo: un actor de la edad de ellos. Estaba todo listo: se sabía el texto, había a conocerlos, estaban los textos para las traducciones. Si hubiera tenido que salir a escena lo iba a hacer aclarando la situación. Pero parece ser que el espíritu de cuerpo de estos exenemigos empoderados funcionó a la perfección. Así fue como ese ser un tanto fantasmal nunca llegó a subirse al escenario de campo alambrado.
En sentido contrario, ahora es Lou quien habla de la creadora de este artefacto escénico verdaderamente explosivo. En un blog escribió: “Trabajar con Lola es similar a estar en un estado de equilibrio (...). No sería exagerado decir que Lola Arias es la mujer más significativa que ha entrado en mi vida”.
Plan táctico y estratégico de Guerra
Las derivas de todo esto adquirió múltiples capas. Desde lo artístico, el trabajo escénico tiene su complemento con el documental que alterna entre realidad y ficción llamado Teatro de guerra, trabajo que mezcla lo ficcional con lo real que fue premiado en el Bafici. También hay un libro sobre la obra en inglés y castellano que fue traducido al alemán. Pero hay otros relatos, otras derivas.
Desde 2016, ya nacieron dos hijos de integrantes del equipo y otro está en camino. Hubo giras a las que se sumaron esposas, novios, sobrinos compartiendo desayunos, trabajo, festejos en medio de largos periplos en medio de esta familia disfuncional que fueron armando. La tranquilidad, eso sí, no aplica. El campo parece minado.
A lo largo de este TEG, la obra se presentó en 35 ciudades de 18 países, de tres continentes. Fue vista por casi 60.000 espectadores. Ciudades como Kyoto, México, Varsovia y Nueva York, entre otras, figuran en el listado de una página de Excel que Rubén Otero se toma el trabajo de actualizar.
Desde el momento de su estreno en territorio inglés, Campo minado no paró de girar por los grandes escenarios. También se presentó dos veces en Buenos Aires: en la vieja y maravillosa usina de Almagro y en Teatro San Martín. Fue siempre un éxito. Entradas agotadas todas las funciones. Hay un video de los aplausos finales de cuando se despidieron de la sala Martín Coronado. La ovación supera los tres minutos. Cuando en medio de la pandemia más dura el San Martín la subió su página fue la que obtuvo mayor cantidad de visualizaciones en relación al tiempo que estuvo disponible refutando esa sensación de que no hay mas nada que decir artísticamente sobre aquel conflicto bélico. En Inglaterra, la obra fue apoyada por el Gobierno que la programó en distintas ciudades. En contrapartida, en nuestro país, solo se pudo ver en Buenos Aires. Ni en otras grandes ciudades ni en la Patagonia, donde la propuesta seguramente tendría otras resonancias, se pudo representar.
Campo minado es un espectáculo costoso por sus requisitos técnicos. También por la inversión que implica juntar a los 11 integrantes de la compañía porque siempre alguno está lejos. De hecho, reunir a los seis performers requiere de un cuidadoso plan de vuelo. Gabriel vive en La Plata; Marcelo, en San Miguel; Rubén, en Versalles. Del otro lado del Atlántico, Sucre, vive en Londres. Pero Lou habita en un pueblo mínimo cerca de Leeds y David vive en el medio del campo, a media hora de auto de una estación de tren. La logística para coordinar ese rompecabezas es complejísima. De hecho, David tiene que llegar a la estación, de ahí un tren, luego otro hasta llegar a Londres. En su casa fue donde festejaron aquel 2 de abril.
Durante este tiempo se lo pasó recorriendo ciudades. No paró. En verdad, sí. A principio del año pasado vino el “temita” de la pandemia. “Por el coronavirus se cancelaron las giras. Todo es complejo y también es compleja la desconexión del grupo después de tantos años de vernos, es como estar atravesando un momento de separación…”, confesaba, afligida, Lola Arias hace unos meses en charla con LA NACION desde Berlín, en donde vive.
Campo pandémico
Luego de un año y medio sin giras, la familia disfuncional se volvió a juntar. En una compleja preproducción que involucró a 4 productoras de 3 países distintos, presentaron Campo minado en el teatro KVS, de Bruselas. Éxito. Teatro lleno y un renglón más en la planilla de Excel que arma el Rubén el sobreviviente al hundimiento del Buque General Belgrano. Se tenían que volver a los pocos días, el 1° de julio, pero les cancelaron el vuelo por las restricciones locales de los vuelos internacionales. El campo minado se enfrentaba a otro escenario de otro tipo de guerra aunque nadie tuviera síntomas de contagio de Covid-19.
La primer fecha de la operación rescate se pasó para el 15. Después, vino otra prórroga. En esa espera tan poco dulce, subieron un posteo en la que pedían a las autoridades nacionales solidaridad con los trabajadores de la cultura varados. La sala belga decidió hacerse cargo de los gastos. La mitad del staff ya volvió. La prioridad fueron aquellos que tienen hijos chicos. Recién los tres veteranos argentinos y David Seldes, encargado del diseño de luces, retornarán a Buenos Aires mañana. En solidaridad, los directores de la sala colgaron un gran cartel en su fachada que dice “la cultura es segura” (en español).
Si el final de este reencuentro en Bélgica viene cargado de complejidades, también la llegada había tenido sus bemoles. Sukrim Rai, el nepalés; y David Jackson, el que pasó la guerra escuchando y transcribiendo códigos por radio, volaron a Bélgica desde Londres. Al llegar al aeropuerto de Bruselas fueron detenidos en el aeropuerto por seis horas. Tenían todos los papeles en regla luego de largos trámites que habían demandado tres meses para que pudieran estar en suelo belga por poco tiempo cumpliendo siempre con los protocolos establecidos. La ley no había cambiado, lo que se había modificado justo en esas horas era la interpretación de ley.
Un campo de ecos que vuelven
Marcelo Vallejos el viernes a la noche todavía estaba en Bruselas. No se queja. Por lo menos ahora puede salir a conocer la ciudad y el campeón de triatlón puede andar en bicicleta. En ese obligado tiempo de pausa, atiende a LA NACION. En mirada retrospectiva, recuerda el hecho más complejo que le tocó vivir desde que se sumó este ejercicio vital de la memoria. “Haber estado un 2 de abril en Inglaterra fue muy fuerte. Lou, que también es un poco temperamental como yo, justo mostró un video… –cuenta sin dar muchos detalles–. El buen trato entre nosotros se cortó. Reconozco que yo estaba enojado, me sentí mal porque pensaba que había avanzando un montón, me había sacado broncas. Pero cuando vi ese video de nosotros perdiendo…”.
Ese malestar coincidió con una de las funciones con posterior debate. Como es costumbre, alguien les preguntó como era la relación entre ellos. Ahí decidió tomar la palabra. “Yo les dije, aprovechando que había un traductor, que no me venía sintiendo bien. Y le conté a Lou, yo no lo puedo hacer directamente porque no hablo inglés, que sentía que la guerra me volvía a tenerlo enfrentando. No sabía cómo pedirle disculpas… Parece una tontería, pero no para mí. Poder aclarar esas cuestiones, aún adelante de la gente, fue importante, fue un pequeño gran logro para poder seguir, fue sanador. Y como él también agarró el micrófono, fue algo honesto por parte de los dos”.
En un video del Britihs Council de cuando la obra se presentó en el Festival Edimburgo, Lola Arias reconocía sus temores aún de esas sensaciones complejas de desarmar más allá del tiempo. “Por un lado, no eran actores y no sabían que significa estar arriba de un escenario. Pero, por otro, la sensación de que si compartían el escenario con los ingleses es como si estuvieran entregando a las islas. Eso me parecía increíble como pensamiento pero entendí que luego de años de odio y rencor no son tan fáciles de borrar”. Claramente no lo eran.
La productora Luz Algranti rescata el grado de profesionalismo de los veteranos alcanzado en este tiempo. En perspectiva, reconoce que desde hace un tiempo hay otra conexión con el material. “Lo cual, no quiere decir que sea menos emocional, pero es menos nitrógeno. Toda una primera puerta fue armar la dinámica grupal, conocernos, en medio de una situación que era muy delicada a nivel escena y en la diaria. Toda es primera parte fue muy fuerte. Después entramos en algo como más profesional”, reflexiona.
Lo que se viene y el recuerdo, siempre
Todo indica que Campo minado volverá a Buenos Aires, al Teatro San Martín, a la sala Martín Coronado (ya tiene experiencias de hacer funciones en salas de casi 2.000 espectadores). Si las cosas avanzan como lo previsto, abrirían la temporada para terminar en abril, cuando se cumplan 40 años de aquella foto que a Lou lo marcó.
En estos años, cuando las giras coinciden con la cronologías de los 74 días de la guerra el detrás de escena, y este vez en términos literales, tiene algo de lugar de la memoria. En la cara oculta de la escenografía diseñada por Mariana Tirantte los seis veteranos cumplen el rito de pegar fotos, de escribir textos, mensajes entre ellos de tal batalla, del aniversario de un amigo muerto en combate, de la vez aquella que el dolor les dejó la marca en sus cuerpos. A veces, piden hablar después de la función. O deciden dedicársela a un caído en combate. En un sobre, la producción siempre lleva esas fotos que ellos saben cuándo pegarlas.
El rito de la memoria, su detrás de escena. La reconstrucción del hecho. Arte y vida. Los recuerdos de un guerra y de todas las guerras. Campo. Minado.
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