Campi cuenta cómo sedujo a Denise Dumas con una máscara de Roberto Giordano
Forma parte del elenco de la exitosa comedia Los bonobos y será el padre de Fito Páez en la biopic El amor después del amor, de Netflix
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Cuando de chico jugaba en la fábrica de plumeros de sus abuelos, Campi no imaginó que estaba forjando su futuro. Ya en la escuela primaria el humor lo salvó del bullying y de grande, lo ayudó a conquistar a Denise Dumas, su pareja desde hace 16 años y madre de sus hijas Ema y Francesca. La popularidad le llegó apenas entró en la tele como parte de la tribuna de Nico, con Nicolás Repetto, y nunca más paró. Hoy protagoniza Los bonobos, de Laurent Baffie, de miércoles a domingos en el Lola Membrives, junto con Peto Menahem, Osqui Guzmán, Anita Gutiérrez, Lizy Tagliani y Manuela Pal. Pero además, está rodando El amor después del amor, la biografía sobre Fito Páez en la que Campi interpreta al padre del músico, y que se verá en Netflix. En diálogo con LA NACION, Martín Campilongo, tal es su verdadero nombre, reflexiona sobre el humor y el amor.
–En Los bonobos interpretás a un personaje mudo, ¿es difícil hacer reír sin texto?
–Cuando supe que no tenía letra me puse contento porque dije: “qué bueno, no tengo que aprenderme texto”. Pero tuve que aprender lenguaje de señas, y estudié durante dos meses con una maestra. Es más arduo que estudiar un texto, porque es un lenguaje nuevo. Lo bueno de ésta profesión es que te lleva a lugares que nunca habías imaginado. Hacer reír de esa manera es un desafío, pero me gusta estar incómodo porque me lleva a lugares geniales, aprendo, saco cosas que ni pensé que tenía. Puede fallar, como todo, pero la comodidad no es lo mío. Y hacer de mudo es estar en un lugar muy incómodo. De todas maneras hice reír sin letra muchas otras veces antes en películas sin texto, una serie de gags mudos para Dadyvertido, personajes en Videomatch... Soy un obsesivo del humor, un estudioso.
–¿Por qué?
–Porque el humor me salvó de muchas cosas. Por ejemplo, de chico me hacían bullying en la escuela. Mi apellido es Campilongo y rima con cosas formidables con las que un niño puede sufrir mucho. Pero me di cuenta que si me reía, revertía esa situación. Y entendí el poder del humor: podía lacerar al que me hacia bullying porque yo tenía un arma. El humor puede acariciar pero también puede sacar sangre. Le dediqué muchos años de mi vida al humor. Soy un actor que viene de los clásicos, de Shakespeare. Estudié muchos años con Agustín Alezzo.
–En principio querías ser un actor dramático, ¿qué te llevó por el camino del humor?
–En una clase de Alezzo yo estaba haciendo la escena del destierro de Romeo y Julieta. Es una de las escenas más trágicas, la gente se moría de risa y yo sufría porque no podía conseguir emocionar. Alezzo, entonces, me dijo: “vos te das cuenta lo que estas produciendo”. Y le respondí que estaba muy enojado. Me aconsejó que me amigara con el humor y la comedia porque de esa manera iba a poder manejarla. “Es innata en vos, amigate porque lo que pasa no es normal”, me dijo. Y le hice caso, me amigué y ya formamos un matrimonio hermoso: me llevo muy bien con la comedia y ella conmigo. Y antes de eso me había salvado el pellejo muchas veces.
–¿Esa fue tu primera experiencia con el humor?
–Ya de chico hacia humor gráfico, porque soy muy bueno dibujando. De ahí me quedó la costumbre de hacer las caricaturas antes de comenzar con una imitación. Primero siempre tengo que dibujar al personaje y después hago las prótesis y las pelucas en mi taller.
–¿Trabajás solo?
–Sí, hago todo: los latex, las pelucas, los acrílicos. Crecí en Parque Patricios, y pasaba muchas horas en la fábrica de plumeros de mis abuelos. De chico odiaba jugar al fútbol y entonces me pasaba el día con mis abuelos, porque mis padres trabajaban. Había maderas, plumas, clavos, martillos y yo hacía mis juguetes. Era genial. Y tenía que seducir a mis amigos para que vinieran a mi casa, que era mejor que jugar a la pelota. Lo lograba porque estaba lleno de amigos y armábamos botes que flotaban, juegos de lo que se nos ocurriera. Y hoy sigo haciendo lo mismo, armo mis juguetes. No tengo límites, hago lo que se me ocurre y no dependo de que un tipo entienda lo que quiero decirle. Primero dibujo al personaje, después lo pongo en el cuerpo y van surgiendo cosas. Por ejemplo, con Silvio Soldán apareció la idea de que tuviera en la cabeza un gato que mueve la cola, y él no se hace ni cargo de eso.
–¿Quién te dio la primera oportunidad en televisión?
–Empecé a trabajar en el under. Me acuerdo que un jueves terminé con Alezzo y el sábado estrené una obra que escribí yo, en El Bululú. Y funcionó muy bien. Estuve en todos los boliches under, Ave Porco, Liberarte... Y laburando en esos sótanos me vinieron a buscar para hacer un programa en Canal 13 que se llamaba Si te reís perdés. Duró apenas un mes pero después me llamaron para estar en la tribuna de Nico, en Telefe. Luego hice La peluquería de don Mateo y ahí me llamó Marcelo Tinelli para sumarme a Videomatch. Siempre trabajé en programas populares.
–¿Te llevas bien con la fama?
–Sí porque trabajo para la gente. Yo era muy conocido en el colegio porque hacia reír a mis compañeros, después en el under. Siempre fui conocido.
–No te faltó trabajo, entonces.
–Nunca. Y cuando me faltó, me lo inventé. Antes de entrar a los medios me gané la vida trabajando en Pumper Nic, empecé haciendo hamburguesas y llegué a ser supervisor de personal. Diseñé ropa y gané premios con eso, y vendía almohadones en la calle. Ya en teatro y televisión, una vez me quedé sin trabajo durante tres meses, y me desesperé porque tenía familia. Entonces me compré dos hámsteres rusos, armé una ciudad en miniatura, y con una cámara empecé a grabar historias y los chicos les ponían las voces. Lo vendí a Canal 13 y salió premiado el programa, se llamaba Rita y Mateo. Siempre tengo miedo de quedarme sin trabajo y no sé el motivo, porque laburo desde hace 30 años de esto. Debe ser que no soy caro porque me maquillo, me hago la ropa, todo yo solo.
–En los últimos 30 años el humor cambió, ¿tuviste que adaptarte a los nuevos modos?
–Gracias a Dios cambió. Hoy hay humor hasta en los noticieros. No hay programas de humor específicamente pero hace unos años hice Noti Campi y andaba muy bien, lo mismo que Sin codificar. Antes había otro dinero en televisión para disponer de mejor escenografía, mejor vestuario. Hoy no es lo mismo. Y el humor cambia porque la sociedad está en movimiento. Si seguimos riéndonos de La tuerca quiere decir que estamos estancados. Ya no nos reímos del gordo, está mal visto reírse del gay y eso habla bien de nosotros como sociedad porque significa que maduramos. Y como parte de esta sociedad no me causa gracia ya reírme de ciertas cosas. Es verdad que hice chistes de gordos y de maricas, pero en aquel momento nos reíamos todos de eso.
–¿Qué sentís cuando ves un programa tuyo de hace veinte años?
–No suelo ver nada de lo que hice. Pero insisto, no tuve que aggiornarme porque me lleva la ola.
–Con los colegas, ¿comparten chats?
–Compartimos un chat que se llama Emilio Disi, porque lo armamos en un asado, en un cumpleaños suyo. El chat existe todavía pero ya no está en actividad porque uno se peleó con otro, en joda, y empezaron a irse, en joda. Después algunos volvieron y otros no. Todos seguimos siendo amigos y nadie habla mal de nadie, pero fue raro lo que pasó y, en definitiva, no sabemos si fue joda o no. Nadie está peleado con nadie pero el chat está inactivo.
–¿Hay competencia entre ustedes?
–Claro. Trabajé mucho con viejos cómicos y eran bravos, tenían todos los yeites para hacértelo pasar mal si querían. Pero estuvo bueno porque aprendí mucho de ellos… para dónde no ir (ríe). Todo sirve. De verdad, me llevé muy buenas tajadas de ellos y Antonio Gasalla, por ejemplo, sigue siendo un amigo. Trabajo mucho para aprender y elijo hacerlo con gente que me deja enseñanzas.
–El humor también te ayudó a seducir a Denise Dumas, ¿cómo fue ese primer encuentro?
–Denise fue como invitada a Videomatch, yo estaba haciendo de Roberto Giordano y empezamos a charlar. Yo tenía la máscara y me preguntaba: ¿esta mujer sabrá quién está detrás de la máscara? Me la dejé puesta un año y medio, no me la sacaba para que no se diera cuenta (bromea y ríe con ganas). Y así fue. Nos reíamos mucho. Yo era soltero y estaba en Videomatch, era un Rolling Stone. Denise venía de un divorcio y hacer reír en ese momento, vale el doble. No nos separamos más.
–Denise ya era mamá de Isabella y Santino. Y después ustedes fueron padres de Ema y Francesca, ¿cómo fue ensamblar la familia?
–Fluyó. Nunca me cuestioné nada. Los chicos son un amor. Estaba soltero, pero ya había andado mucho y tenía ganas de formar una familia. Y Denise es genial, no me la iba a perder. Ella estaba en un momento de quilombo, abogados, todo muy turbulento, pero la propuesta era maravillosa.
–Y 16 años después, ¿se siguen riendo juntos?
–¡Sí! Ella es mucho más graciosa que yo. Y nos seguimos eligiendo. Denise es de hablar y yo de escuchar, así que es un yin y un yang maravilloso.
Para agendar
Los bonobos
Dirigida por Alberto Negrín y Gabriel Chamé Buendía
De miércoles a domingos, en el teatro Lola Membrives, Corrientes 1280. Entradas por boletería o en Plateanet.
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