Cabaret: lo mejor y lo peor del regreso de un clásico del musical
Cabaret / Libro: Joe Masteroff / Letras: Fred Ebb / Música: John Kander / Dirección y escenografía: Alberto Negrín / Dirección actoral: Claudio Tolcachir / Intérpretes: Florencia Peña, Mike Amigorena, Graciela Pal, Juan Guilera, Enrique Cragnolino, Rodrigo Pedreira y elenco / Teatro: Liceo / Duración: 100 minutos / Nuestra opinión: muy buena
La paradoja más famosa de la filosofía se llama paradoja de Epicuro, aunque, paradójicamente, nadie nunca supo si Epicuro fue su autor. Propone el problema de concebir un mundo creado por un Dios omnisciente, todopoderoso, omnibenevolente, donde también existe el mal. Propone que si el mal existe, entonces Dios no. Entrar en el cabaret berlinés donde Sally Bowles canta y los problemas desaparecen es igualmente paradójico. Si el Kit Kat Club se enciende, lo malo se esfuma, solo hay lugar para la vida maravillosa, las chicas maravillosas..., "hasta la banda es maravillosa". Pero si el mal existe, ¿entonces el cabaret no? Vaya si existe el mal en la Berlín de Weimar. En Buenos Aires. En el mundo.
Entrar en el cabaret diseñado por Alberto Negrín es entrar en un mundo de fantasía. Es asistir a un verdadero acontecimiento para el espectáculo argentino. Doce años después de su última puesta en los escenarios porteños, Cabaret encontró un teatro ideal para un montaje nuevo: el Liceo, acondicionado para recrear el ambiente de los cabarets de los años 30 con excelencia. No hay una escenografía, hay un espacio total tomado para el hecho teatral, una poderosa puesta en escena que puede jugar en las grandes ligas. La paradoja vuelve a aparecer: en tiempos de crisis, de caída en las taquillas y de inflación alarmante, se estrena un musical de costos exorbitantes y de fastuosa producción.
"Aquí la vida es maravillosa", dice en su bienvenida el Maestro de Ceremonias, encargado de la obertura del musical. Es Mike Amigorena en el mejor trabajo de su carrera. Su Emcee hace pensar que toda la prolífica lista de personajes anteriores que hizo este actor fueron solo un ensayo para esta, su gran creación. Si en el imaginario de quienes vieron Cabaret en sus versiones más famosas el Emcee perfecto está entre Joel Grey y Alan Cummings, la criatura de Amigorena borra de un plumazo las referencias para sembrar una imagen nueva, babilónica. En el centro de la escena, en un rincón, en el piso de arriba asomándose discreto y seductor. Enorme. Muta de un clown melancólico o infantil a un guasón cuya mirada hiela la piel. Hace con su voz lo que le place. Amigorena encontró en Cabaret la posibilidad de mostrar su artista total.
Florencia Peña no le va en zaga. Su Sally Bowles tiene toda su impronta, hasta luce sus tatuajes con orgullo. En cada cuadro musical acumula profundidad y matices para esa mujer vulgar, aparentemente frívola, que esconde debajo del brillo y las pieles un dolor estructural. Peña va develando las capas de ese personaje de a poco, las va degustando. Arremete "Mein Herr" en un cuadro de impactante factura. Interpreta "Quizás ahora" con una dulzura conmovedora. Muestra el corazón en carne viva en la mítica "Cabaret". Inmortalizada en la voz de Liza Minnelli, la canción más esperada de la obra, la que dispara la metáfora fundamental de esta historia, encuentra en Florencia Peña una intérprete que es pura pasión argentina.
Los cuadros musicales son la gran riqueza de esta versión. Conducidos por Gustavo Wons, un experto en Bob Fosse, el ensamble y los actores proponen una cantidad de imágenes de belleza pictórica. La obra pierde fuerza de manera alarmante en las escenas dialogadas: Juan Guilera no solo no logra imprimirle identidad a su Clifford Bradshaw, se ve inseguro, dubitativo, y su energía contrasta con la poderosa presencia y la pericia de Florencia Peña.
Un párrafo aparte merece Graciela Pal. La actriz de extensísima trayectoria supera hasta a su personaje, Fraulein Schneider. Cada vez que entra en escena una sensación de calidez y seguridad se extiende. Como si su presencia bastara para que todo se acomode en su lugar. Ella enaltece las actuaciones de sus compañeros.
"Acá podés ser vos mismo", "vive y deja vivir", "acá no hay problemas", declaman los personajes del Kit Kat Club. Afuera, en la calle, se canta "Mañana me toca a mí" y el fantasma nazi aterroriza a los que sabemos lo que va a pasar. Por eso la paradoja vuelve. Como una cinta de Moebius. Antes de bajar el telón, hay que decirlo, cantarlo, gritarlo. La vida no es maravillosa. Entonces, es un cabaret.
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