En el Multitabaris porteño, LA NACION compartió la intimidad de una función de la comedia que fue aplaudida por casi dos millones de espectadores; un suceso que se acomodó a los tiempos y que volvería a Mar del Plata para su despedida definitiva
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“Llegado ya el momento de la separación, formemos compañeras, una cadena de amor”. El tema de despedida de los scouts, entonado por las cinco exalumnas de colegio que se reencuentran luego de varias décadas de recibidas, se convierten en conmovedoras armonías que emocionan a la platea sobre el final de Brujas, la obra récord del teatro argentino que lleva más de tres décadas de representaciones.
Acaso esa melodía resuma, en gran medida, el espíritu de este relato apoyado en las remembranzas de una educación privada católica, los vínculos afectivos, las frustraciones y cuentas pendientes de un grupo de mujeres, hoy maduras, que se conocieron pupilas en lúgubres claustros.
El de Brujas es un fenómeno único por tratarse de un mérito logrado por una sola compañía integrada, casi en su totalidad, por las mismas actrices que formaron parte del debut de la pieza aquel 3 de enero de 1991, en el Teatro Atlas de Mar del Plata.
Thelma Biral, Nora Cárpena, Moria Casán, Graciela Dufau y María Leal, ocupando el rol que le perteneciera a Susana Campos, actriz que falleció en el 2004, mantienen viva la llama de este espectáculo de ribetes llamativos y que se convirtió no sólo en un clásico de nuestro teatro, aunque su autor Santiago Moncada era español, sino que también fue y es usina de anécdotas, situaciones disparatadas y hasta alguna tragedia rondando por ahí.
LA NACION compartió los preparativos de una de las tantas funciones en el Multitabaris, la sala que cobija esta nueva era del material y que ya cumplió 500 representaciones desde su reestreno en enero del 2021, aún con los coletazos de la pandemia rondando el mundo y con Sandra Mihanovich reemplazando a Graciela Dufau, que se volvió a sumar cuando el Covid mermó sus efectos.
“En poco tiempo llegará a los dos millones de espectadores. Hay una competencia amistosa con Toc Toc, obra que también me toca de cerca y que, por momentos, incluso, llegó a pasar la performance de Brujas, aunque con dos elencos en simultáneo, uno en Buenos Aires y otro en gira. Esta obra, en cambio, siempre se hizo con un solo elenco”, reconoce Carlos Rottemberg, quien, junto con el actor Guillermo Bredeston, fue el productor fundacional de la obra. Hoy, esa faena la comparte con su hijo Tomás, con quien también produce Matilda, el musical, una de las apuestas fuertes de la actual temporada porteña que se estrenará el 1° de junio, en el Gran Rex porteño.
A las 18.00, momento de marcar tarjeta
Aún con el sol bien arriba y en una tropical tarde porteña, Moria Casán es la primera en bajar de un automóvil que la deja justo en la puerta de la sala, ubicada en la avenida Corrientes 831. Algunos oficinistas, el “público” que a esa hora todavía merodea el microcentro de la ciudad, frenan para observarla. Una mujer, maletín en mano, duda ante lo inusual, “¿es Moria?”. El camino hasta la boca del subte le deparó un extra.
Luego, María Leal, conduciendo su propio vehículo, dejará en la puerta a Thelma Biral. Más tarde llegarán Graciela Dufau y Nora Cárpena, la última en decir presente. Adentro, esperan algunos asistentes, aunque no hay un batallón de colaboradores para asistirlas. Si bien están los responsables de vestuario, peluquería y maquillaje, ellas mismas se ocupan de producirse para la función que comenzará a las 20.30.
18.30, tiempo de alistarse
En las dos horas previas a subir a escena, pasarán del outfit casual a mostrarse elegantemente vestidas e impecablemente peinadas, casi que podrían salir del teatro y asistir, así como están, a una fiesta de casamiento. Para el neófito, impresiona pensar que estas mujeres, desde hace 32 años, aunque con algunas intermitencias, se alistan de esta forma cinco días a la semana, llueva o truene, con ola polar o un calor infernal atosigando a la ciudad, se sientan bien o no tanto.
Acá no corre el famoso “me pongo la gorra y salgo”, frase que inmortalizara el recordado actor Pedro López Lagar. Para ellas, la gorra viene acompañada de una minuciosa producción estética, sostenida en un verdadero arsenal de maquillajes, ruleros y el sonido de los secadores atronando el patio de camarines. En los percheros descansan los vestidos que en un rato se pondrán para enfrentar al público. La Cárpena siempre de rojo.
Bellas y jóvenes, ninguna de las cinco demuestra la edad que tiene, aunque alguna ya pisó los 81. No es de caballero hablar de esas cosas. Dicen que en el escenario no hay edad y estas señoras de la escena pueden dar cátedra sobre tal cuestión.
Para Tomás Rottemberg, Brujas “es un pedazo de historia del teatro argentino, pasó por todas las coyunturas del país y del mundo del espectáculo, y tiene más años de vida que muchos de los espectadores que la ven, ya que hay mucha gente que viene a las funciones que nació después de 1991″.
Aunque ahora está transformado en un complejo de tres salas, Moria Casán conoce cada rincón de este espacio, de aquellos tiempos cuando era un solo teatro llamado Tabarís: “Acá hice revistas producidas por Rottemberg, Bredeston y escritas por Hugo Sofovich. Mi vida pasó por este teatro”, dice la actriz, que se instala en su camarín, enfrentado al de Nora Cárpena, enciende el ventilador y comienza con su trabajo de maquillaje. O Moria conserva su físico imponente o el camarín es pequeño. Seguramente ambas cosas.
Hace 32 años, Nora Cárpena fue la primera actriz en sumarse a la propuesta, ya que, al ser esposa del productor Guillermo Bredeston, participó de la “cocina” del proyecto que, originalmente, se llamaba Entre Mujeres y que la actriz Linda Peretz, en ese momento casada con Carlos Rottemberg y madre de Tomás, sugirió que se titulase Brujas, en alusión a una vieja forma con la que los varones “bautizaban” a sus esposas. De ese modo, también se buscaba que los caballeros se sumasen a la platea.
“Es una obra adelantada a su tiempo”, reconoce Cárpena, quien recuerda que, en una primera lectura, la pieza les resultó antigua. “Alberto Closas fue quien se las trajo a Rottemberg y Bredeston, pero fue el director Luis Agustoni quien le dio una mirada más actual con su adaptación”, sostiene la actriz. Agustoni, fallecido en enero de este año, también fue quien le dio nuevos bríos a su puesta cuando se reestrenó en pandemia.
“Era una obra alejada de nuestra idiosincrasia, que hablaba de la educación que se brindaba en España en la época de Franco, muy distinto a todo lo nuestro”, explica Cárpena, a quién se le ocurrió el nombre de Moria Casán, la última actriz en ser convocada: “Estaba mirando televisión y la veo a Moria dar una entrevista, ahí mismo pensé en proponérsela a Guillermo (Bredeston)”. La entonces vedette estaba por partir de viaje, así que el libro de la obra lo recibió en el aeropuerto de Ezeiza. “Los nombres del resto del elenco me terminaron de confirmar que debía hacerla”, afirma Casán, quien en pleno vuelo tomó la decisión de sumarse.
Pocos saben que una de las citadas también había sido Norma Aleandro, quien desistió por encontrarse involucrada en Escenas de la vida conyugal, de Ingmar Bergman.
Graciela Dufau dudó en aceptar el convite inicial: “Tenía muchas dudas con el personaje de la versión original, me parecía el menos atractivo, entonces la llamé a China Zorrilla para contarle y consultarle. Enseguida me ordenó ´hacela´, sin dejarme terminar de explicarle sobre el proyecto. ´Al personaje, algo le vas a encontrar´, me dijo y tenía razón. Después de siete años de temporadas, paramos, y, cuando volvimos, por cábala, la volví a llamar a China, quien muy rápida de reflejos no dudó en aconsejarme ´te vuelvo a decir que la hagas´”.
Thelma Biral reconoce que los nombres del elenco conformaron “una mezcla que dio un gran resultado. Antes del debut en Mar del Plata, sin ninguna promoción, teníamos todo vendido, se formaban dos cuadras de cola en la boletería. Es una obra angelada, nunca pensamos que íbamos a tener este éxito”, sostiene la actriz que le ha dado a la escena nacional sucesos prestigiosos como Doña Rosita, la soltera o Coqueluche. “Luis Agustoni nos acompañó siempre”, afirma Biral, emocionada ante el recuerdo del director.
María Leal fue la última actriz en sumarse al elenco, por sugerencia de Karina, la esposa de Rottemberg. Luego de un encierro estricto por la pandemia, aceptó la propuesta de su representante y fue el propio Carlos Rottemberg, quien le acercó el texto a su casa. La actriz, luego de leerlo, le envió por WhatsApp una foto con una página del libro donde se veían sus parlamentos remarcados con resaltador. A buen entendedor…
A las 19.00, comienza el bullicio
María Leal es la más sonora a la hora de hacerse notar. Va y viene, habla en voz alta, y es una de las más cabuleras. Si antes de subir a escena, pega un grito de aliento como santo y seña de la suerte, mientras se prepara en su camarín invita a un brindis con coñac a Irma Ferrazzi, actriz reemplazante, al productor ejecutivo Adrián Baz y al asistente de dirección Fernando Baier. El ritual la acompaña antes de cada función y, en ese primer brindis, el deseo de viva voz siempre es el mismo: “Paz, paz, paz. Plata, plata, plata”.
Caprichos del destino, cuando el 3 de enero de 1991, a las 21 horas, se estrenaba Brujas en el Atlas de Mar del Plata, a esa misma hora Telefe ponía en el aire el primer episodio de Grande, Pa!, el suceso televisivo del que formó parte María Leal, quien reconoce que “a todas mis obras llevo copitas y coñac. En el segundo brindis, cuando lo hago con mis compañeras, decimos los nombres de toda la gente que fue pasando por Brujas”. Más allá de algunas partidas físicas, tampoco fueron pocas las actrices, como Leonor Benedetto, que realizaron algunas temporadas cubriendo a alguna colega del elenco original. También en gira hubo elencos sustitutos, pero ninguno tuvo la impronta del original que hoy se presenta en la Calle Corrientes.
Como los camarines de las tres salas del Multitabaris se conectan, Nora Cárpena aprovecha para saludar a Pablo Echarri, protagonista de ART. “¿Llegó el resto de los muchachos?”, pregunta Dufau sobre Mike Amigorena y Fernán Mirás, los compañeros de Echarri en la sala de planta baja.
La sensación que se tiene en el patio de camarines es la de una enorme usina teatral que va calentando motores para recibir a los espectadores. No hay corridas ni apurones. Todo lo contrario. Incluso, hasta se superponen los sonidos de la música que cada una decide hacer sonar en su guarida.
Cada camarín suele tener la impronta de su “propietaria”. El de Cárpena está atestado de imágenes de Guillermo Bredeston, que murió en 2018, de su familia y de algunas crónicas periodísticas. En las puertas, además del nombre de cada actriz, algunos letreros contienen una pequeña escoba de bruja.
A las 19.30, cada cual atiende su juego
Más cerca de los camarines de los actores de ART, se encuentra el de Irma Ferrazzi, la actriz reemplazante que conoce al dedillo cada uno de los personajes y está siempre lista para subir a escena. Es viernes y todas sus compañeras dijeron presente. De todos modos, Ferrazzi se maquillará como el resto. “Me quedo detrás del escenario, menos dos días a la semana que veo la obra desde la platea. El éxito de mi trabajo ha sido siempre mirar, estudiar y practicar”, sostiene la actriz, quien se sumó a Brujas en 1992 y ya realizó 525 reemplazos.
Claro que no siempre a Ferrazzi le toca reemplazar a alguna actriz que, por alguna razón, se ausentó, sino que, más de una vez, debió subir a escena en medio de una función: “No puedo distraerme ni un minuto, tengo la obra totalmente sabida, por eso me puedo enganchar con cualquier personaje y en cualquier momento de la obra”, reflexiona y agrega: “No siento que haga suplencias, sino que el éxito de mi trabajo es solucionar problemas”, argumenta la actriz, quien debió reemplazar a Susana Campos, cuando la protagonista de Rosaura a las diez se cayó del escenario o suplir a Nora Cárpena cuando se negó a hacer la función en una sala atestada de murciélagos que revoloteaban por la platea.
Hace pocas semanas, Graciela Dufau comenzó a sentir vértigo y fue Moria Casán quien paró la representación, la asistió hasta que salió del escenario y le pidió a Sandra Mihanovich, que estaba en la platea y había interpretado su papel durante la pandemia, que subiera escena. Algo similar sucedió hace muchos años en el teatro Ateneo, cuando todas se hicieron “mutis” ante una descompensación de Dufau, para luego volver a ingresar, pero ya con Irma Ferrazzi acompañándolas. “Para mí es fácil, es una capacidad, como en cualquier actriz, pero, sobre todo, se trata de un entrenamiento, como el del jugador de fútbol que sale a la cancha a hacer goles”, sostiene la actriz que sale eyectada de su camarín para consultar si Julio César ya bendijo a todas con el sahumerio. ¿Julio César?
A las 19.45, el momento de Julio César
Se sabe que el mundo del arte suele ser cabulero. Si antes hubo brindis, ahora es Moria Casán la encargada de exorcizar el espacio con un sahumerio, mientras va recorriendo el pasillo que conecta a todos los camarines y “bendice” con humo a sus compañeras. “Esto lo hacía Marita, la mujer de Sandra Mihanovich, y yo tomé la posta. En realidad, el que bendice es Julio César”, sostiene Moria, compenetrada en el personaje shakesperiano que le tocó interpretar el año pasado y al que apela para humear el backstage.
Sería machista pensar que la convivencia entre mujeres es más dificultosa que la de los varones. Sin embargo, también es cierto que algunos egos enrevesados del ambiente artístico exacerban rispideces. “Se armó algo muy lindo, pero eso no quita que, a veces, nos peguemos un grito. Si eso sucede, Moria me enseñó que ‘lo que pasa entre las brujas queda entre las brujas’ y, sin que nos demos cuenta, esa posible diferencia enseguida pasa de largo y cada una sigue con lo suyo”, explica Leal.
Quizá por la presencia de LA NACION, o porque generalmente el clima es así, lo cierto es que las actrices se visitan en sus camarines, se ríen ante algún comentario. Una especie de club social, una suerte de reunión de egresadas, como la que plantea la ficción de la comedia.
“La catarsis de Brujas siempre fue en escena, cuando a alguna se le va el tono y la otra se enoja, se arregla entre nosotras. Somos cero conventilleras, muy eje a tierra y muy respetuosas de nosotras mismas, de la otra y, sobre todo, del público. Jamás hubo una pelea, pero sí diferencias escénicas mínimas que ni siquiera se resolvieron en camarines, quizá se le comenta al regisseur para que lo charle. La verdad es que siempre hubo un gran compañerismo y eso da cuenta de nuestra inteligencia y de cómo nos flexibilizamos ante este hecho épico”, sostiene Moria Casán, quien ingresa al camarín de Cárpena y, sin mala intención, interrumpe la charla con este cronista. Saluda amablemente y, con mucho respeto, le pide disculpas a su compañera por la intromisión espontánea.
Nora Cárpena reconoce que “estamos juntas, pero no pegoteadas. Sabemos no invadir si alguna tiene un problema y también estamos si una compañera necesita algo. No somos íntimas amigas, no somos de vernos fuera del trabajo, charlamos en los camarines o entre cajas antes de salir, donde solemos criticar lo que vemos en televisión”.
En la misma sintonía, Thelma Biral sostiene que “no es que siempre estemos de acuerdo, pero somos cinco mujeres inteligentes que sabemos que a un éxito no hay que dispararlo para cualquier lado y que, además, nos queremos mucho. Cada cual tiene su personalidad, así que ya sabemos desde la respiración cómo está la compañera”. Biral da en la tecla al reconocer que el cerrado de puertas es termómetro de humores: “Si la puerta del camarín suena fuerte, está todo dicho”.
A su modo, Moria define al equipo: “Somos minas lectoras, viajadas por el mundo. Acá no hay ninguna que te rebuzne”.
A las 20, comienza la cuenta regresiva
Las Brujas ya están maquilladas y peinadas. Algunas corren en busca de su vestuario, pero sin histerias, conocen de memoria el minuto a minuto de la previa de esta obra en la que los espectadores también fueron protagonistas de más de una situación peculiar.
Alguna vez, tuvieron que sacar a un hombre de la platea que se había descompensado y que, finalmente, murió en el foyer de la sala. En otra función, gente ubicada en una palco del Ateneo miraba de reojo el polvo blanco que una de las actrices inhalaba ante una baja de presión. “El señor cree que es otra cosa”, le dijo Graciela a Nora. La sustancia era sal.
Hace 32 años, la trama de Brujas impactaba en una sociedad más pacata y donde algunos temas no estaban tan instalados. El beso entre los personajes de Thelma Biral y Susana Campos generaba revuelo. “Asquerosas, eso no es la vida”, gritó una señora desde la platea. Ni lerda ni perezosa, Moria las echó del teatro. Allá lejos y hace tiempo, no faltaban los que en boletería pedían una ubicación “del lado del beso”, que, desde la era Covid, fue reemplazado por un conmovedor monólogo.
“Es una obra inoxidable, de gran potencia e intervenida por nuestra impronta, pero siempre respetando la columna vertebral que tiene que ver con la educación privada católica, las lealtades y deslealtades, las relaciones lésbicas y hetero. Esta es la mejor versión de la obra, la sociedad cambió y Brujas también. Es una comedia fuerte, nada ligera, y muy inclusiva desde el punto de vista LGBT+”, reconoce Casán y agrega: “”La gente se ríe durante la primera hora y luego se queda con la mandíbula balcón impresionada por lo que se dice, los hombres lloran de alegría y emoción, y, en el final, se ponen de pie como para cantar el himno”. En sintonía con su compañera, Graciela Dufau afirma que “hacemos una nueva versión, muy distinta a la del estreno, es un material vivo, actual, por eso conmueve”.
A las 20.15, todo listo para la función
El asistente avisa que restan quince minutos para el comienzo. De a poco, una a una se van asomando listas para el último brindis con las copas de coñac provistas por María Leal. “La obra atravesó nuestras vidas”, reconoce Moria y todas asienten en esa ronda improvisada en medio del pasillo.
Cuando Brujas se estrenó en 1991, las hijas de Nora Cárpena eran solteras, hoy ambas le dieron nietos; Sofía Gala, la hija de Moria, tenía cuatro años, hoy suma 36, le dio dos nietos a su madre y cuando fue actriz de Confesiones de mujeres de 30, un nieto de Cárpena trabajó en el equipo de producción de la obra. En la década del noventa, Sofía Gala solía ir a jugar con Tomás Rottemberg, hoy productor de la pieza. Cambia todo cambia.
Todas son viudas, pero Moria, viuda de Mario Castiglione, esta de novia con Pato Galmarini. Dufau padeció la muerte de Hugo Urquijo y Biral perdió a Titino Pedemonti. También Leal es viuda, hace décadas falleció Martín Rodríguez Mentasti, su marido.
En plan de remembranzas, Graciela Dufau les recuerda a sus compañeras cuando luego de la función del domingo, se iban a cenar y, ya entrada la madrugada del lunes, pasaban por el Ateneo, y veían a la gente haciendo cola para comprar las entradas varias horas después, ya que la boletería abría su persiana a las diez de la mañana. “Éramos los Rolling Stones”, bromea Moria, quien reconoce que “Brujas trasciende el hecho teatral para ser un fenómeno social”.
A las 20.25, todas a escena
María Leal pregunta si Moria ya pasó por el baño. Su interés radica en que antes de subir al escenario, ambas actrices también cumplen con el ritual de darse unas palmaditas con el secretario de Moria, en el mismísimo toilette.
“Vamos, chicas”, dice el asistente Fernando Baier. Allí van rumbo al escenario. Antes, deben descender una escalera interminable que las depositará en un pequeño espacio detrás de la escenografía. Thelma Biral es la primera en bajar. Emociona verlas llegar una a una. Como un batallón que lo dará todo para ganar la contienda de esa noche.
Tomás Rottemberg reconoce que “la afluencia de público demuestra que está vigente, se adaptó a las épocas y, desde la pandemia, tiene una nueva versión. Trabajar con estas figuras es totalmente positivo, nadie tiene la mochila de Brujas tan bien puesta como las creadoras de este fenómeno, por eso, desde la producción, estamos siempre agradecidos a ellas, a las actrices”.
Carlos Rottemberg, siempre en un prudente segundo plano y sin invadir la zona de camarines, propiedad de las actrices, reconoce que “Brujas se llenó desde el primer día” y aporta un dato curioso: “En la década del noventa, Brujas y Salsa criolla, los dos éxitos históricos del teatro argentino, se daban en el Ateneo y el Liceo, fuera del circuito de la Calle Corrientes”.
Con un pie siempre en la temporada siguiente, Rottemberg, propietario del Multitabaris, desea que Brujas se despida definitivamente durante la próxima temporada de verano de Mar del Plata: “La ciudad cumplirá 150 años y me parece que una de las cosas lindas que pueden pasar en esa celebración es que Brujas cumpla allí sus 33 años”. Conociéndolo, seguramente eso sucederá a partir del mes de enero de 2024.
Entre bastidores, algunas se ponen a comentar algo sucedido en el universo de la farándula. Otras dos reflexionan sobre tamaños y formas de órganos masculinos conocidos por ellas. Mejor no revelar identidades, ni la de quienes hacen el comentario ni la de los señores aludidos.
“Rogamos apagar los teléfonos celulares”, se escucha. El murmullo de los espectadores comienza a mermar. María se persigna. Moria saluda a cronista y fotógrafo. Nora, Thelma y Graciela ya están ubicadas listas para salir a escena.
En segundos arremeterán con el “Tantum ergo sacramentum, veneremur cernui, et antiquum documentum, novo cedat ritui”, el canto religioso que entonaban aquellas niñas alumnas en el hospicio.
Se apagan las luces de la platea. Se enciende la escena. La sala explota en una ovación. Allí están ellas, demostrando por qué son las protagonistas de un fenómeno único. Allí están ellas, las cinco damas del teatro que no dejan de conmover cada vez que pisan el escenario. Son las Brujas. Y está todo dicho.
Para agendar.
Brujas, de miércoles a viernes y domingos, a las 20; sábados, a las 19.30 y a las 21.30, en el Multitabaris, Corrientes 831.
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