Broadway: la avenida de la luz eterna, que hace del teatro una gran industria
Es un período de transformación en el que se apuesta a lo emotivo más que a lo superficial; cuesta conseguir entradas para un clásico como Hello Dolly! o las novedosas Dear Evan Hansen y Hamilton
Allí está él, la versión en bronce de un ícono: Mr George M. Cohan -actor, director, productor, dramaturgo, bailarín, cantor- con la mirada hacia la luz, la Gran Vía Blanca. Así comenzaron a llamar a Broadway a principios del siglo XX, cuando las marquesinas de sus teatros convertían a esa gran diagonal neoyorquina en una línea luminosa, en un nudo conocido como Times Square, que respira teatro. Desde aquella época, la Gran Manzana tiene un tipo de turismo muy particular que sólo se replica en Londres: el visitante teatral. Según The Broadway League, la industria del espectáculo aporta cerca de 12,6 mil millones de dólares a la economía neoyorquina. Asimismo confirmó que 7,7 millones de entradas fueron compradas por visitantes que consideran al teatro como principal razón para llegar a esa ciudad (y cabe aclarar que el 63 por ciento de los espectadores son turistas).
Cabe aclarar, para aquellos que no conocen Nueva York, que Broadway es una gran avenida que surca la isla de Manhattan de norte a sur, y en su tramo comprendido entre las calles 42 y 54, se encuentra el distrito teatral de la ciudad, con 40 salas de más de 500 localidades. Times Square es su corazón y a donde los fanáticos del teatro se congregan para conseguir entradas a menor precio el mismo día de la función. Bueno, si no bajaron a su celular la aplicación TodayTix, que facilita la posibilidad de conseguir tickets a muy buen precio.
Durante algún tiempo, en las décadas del 80 y 90 las temporadas teatrales sólo tenían pocas variantes y los grandes musicales podían durar decenas de años. Algunos pocos como El fantasma de la ópera (30 años), Chicago (22), El rey león (21) o Wicked (15) continúan esa norma. Pero las temporadas ahora son más cortas y, de alguna manera, favorecen el recambio del turismo teatral. Eso en referencia a los musicales, porque las obras de texto siempre suelen tener una vida mucho más breve de entre tres y seis meses. Entre las perlitas recién finalizadas del teatro de prosa cabe destacar Casa de muñecas 2 y Oslo. La cartelera actual de teatro de texto ofrece una inspiradísima puesta de M. Butterfly, de David Henry Hwang, dirigida por Julie Taymor (El rey león, Across the Universe), con la actuación protagónica de Clive Owen; además de la recomendable Junk, de Ayad Akhtar, en el Lincoln Center; El tiempo y los Conways, de J. B. Priestley, con Elizabeth McGovern, dirigida por Rebecca Taichman; The Parisian Woman, de Beau Willimon, con Uma Thurman; y la divertidísima The Play that Goes Wrong (en la Argentina, Como el culo).
Para aquel que llegue por primera vez a Broadway tiene algunas citas obligadas: El fantasma de la ópera, o Wicked (ese maravilloso spin-off de El mago de Oz), o El rey león (de suprema creatividad) y la inmortal Chicago. Pero deberá prestar atención a los tres nuevos sucesos para los cuales es muy complicado conseguir entradas: Hamilton, Dear Evan Hansen y Hello, Dolly! La primera de las mencionadas se estrenó en 2015, año en el que Broadway comenzó una transformación luego de varias temporadas de tropiezos y más fracasos que éxitos. Fue la temporada en que se estrenaron, además, Finding Neverland, Waitress y Fun Home. Montajes con un mayor acento en lo interpretativo, en lo dramatúrgico y lo musical que en la parafernalia escénica. Más sensibilidad, menos superficialidad, a manos de directores como Diane Paulus, Christopher Ashley, Sam Gold o Lin-Manuel Miranda (In the Heights). Precisamente este último es el artífice de ese megasuceso que amenaza con perpetrarse en Broadway: Hamilton, inspirada en episodios de la historia norteamericana, pero en un concepto multicultural bajo una fiesta al ritmo del hip hop.
Tres reestrenos que, de algún modo, simbolizan al Broadway clásico son Cats, Miss Saigon y Hello, Dolly! La primera es la misma producción que estuvo 19 años en cartel hasta octubre de 2000, pero con la innovación de nuevas coreografías a cargo de Andy Blankenbuehler (ganador del Tony por su moderno diseño coreográfico de Hamilton). Por su parte, Hello, Dolly! es hoy otra de las figuritas difíciles para los visitantes. Hay que sacar entradas con bastante tiempo de anticipación y el precio varía entre 675 y 79 dólares. ¿Por qué el boom de este musical de Jerry Herman estrenado en 1964, con una puesta muy clásica? En primer lugar, porque está protagonizada nada menos que por Bette Midler, estrella amada por el público. En segundo lugar, porque se trata de volver al encanto del viejo Broadway. Esta obra es casi un sinónimo de este epicentro artístico y así se disfruta. Corresponde señalar que el valor de las entradas varía en más de cien dólares (en la mejor ubicación) para las funciones de los martes, en las que la carismática Donna Murphy encarna a Dolly Levy (a quien también vale la pena ver). Los productores de la obra ya han decidido no claudicar al éxito y, para eso, ya anunciaron que Bernadette Peters (otra de las damas mimadas de Broadway) será quien reemplace a Midler desde el 20 de enero, junto a Victor Garber, que encarnará el rol protagónico masculino que hoy interpreta David Hyde Pierce.
En el caso de Miss Saigon, de feliz regreso, es interesante señalar que es de los musicales que marca el nuevo rumbo que, desde hace tiempo, muy sutilmente ha encarado la industria. Salvo excepciones, Broadway suele poner el acento en las voces antes que en la actuación (a diferencia de Londres, que es estricta en la interpretación integral). Esa es la distinción mayor entre esta versión del musical de Alan Boublil, Claude Michel Schonberg y Richard Maltby Jr. Las interpretaciones de la filipina Eva Noblezada (19 años), del británico Alistair Brammer y el también filipino Jon Jon Briones, al frente de un elenco sin fisuras son, por momentos, conmovedoras, impactantes y desgarradoras. Por supuesto, tiene el formato de musical imponente que reinaba en los años 90, pero Miss Saigon es mucho más que un helicóptero en escena. Es aquel musical que uno le recomendaría sin temor a quien no es amante del género.
El director Michael Greif circunscribe Dear Evan Hansen, en la misma huella de su inolvidable Casi normales (Next to Normal). Está concebida por los casi debutantes Steven Levenson, Benj Pasek y Justin Paul y arrasó con los Premios Tony este año. Un texto fuera de lo común, personajes complejos y una partitura deliciosamente dramática le brindan lucimiento a la moderna puesta en escena de Greif, quien se nutre no sólo de prodigiosas voces sino de intérpretes superlativos, como el jovencísimo Ben Platt y Rachel Bay Jones, sólo por citar algunos. Platt, de 25 años, logra lo que muy pocos en Broadway: una gran ovación apenas aparece, además de alaridos varios y un teatro completo de pie al finalizar la obra. Esa es una de las causas por las que también es complicado conseguir entradas para Dear Evan Hansen. Hoy mismo es la última función de Platt, a quien reemplazará su cover Michael Lee Brown hasta mediados de enero, cuando sea Taylor Trensch (actualmente en el elenco de Hello, Dolly!) quien ocupe ese papel tan preciado. Habrá que ver el veredicto que darán los implacables fanáticos de la obra.
Entre las novedades de este año se lamenta el levantamiento de El día de la marmota (Groundhog Day), una ingeniosa y divertida puesta en escena de Matthew Warchus (Matilda, Un dios salvaje) con el carismático Andy Karl, quien saltó a la fama tras protagonizar el musical de Rocky; y la vibrante Natasha, Pierre & The Great Comet of 1812, que bajó de cartel poco tiempo después de que Josh Groban dejara el elenco. Pero la que vale la pena ver es el musical testimonial-pacifista Come From Away, de origen canadiense y dirigido por el gran Christopher Ashley (Chaplin, Junk, Side-Show). Está inspirado en los hechos ocurridos en septiembre de 2011, en la aislada comunidad de Gander (Terranova). Allí debieron desviarse 38 aviones que se dirigían al aeropuerto de Nueva York el día de los atentados a las Torres Gemelas. Esa pequeña población tuvo que abrir las puertas de sus casas y ofrecer hasta lo que no tenían a los miles de pasajeros de esos vuelos, provenientes de distintas partes del mundo. Cada actor encarna a varios personajes, en una puesta minimalista, salvajemente teatral y al son de una potente e incesante banda de música celta: una joya.
El que busca garantía de risas puede correrse al off para ver esa genialidad que es Avenida Q; esa sátira brillante que es Book of Mormons (ya en su sexto año consecutivo); y la comedia brillante con niños Escuela de rock. Un dato importante es que para esta última obra, así como para Miss Saigon, Cats, Chicago, Charlie y la fábrica de chocolate, entre otras, hay funciones los lunes. Muchos consideran a Kinky Boots como un buen pasatiempo. Pero no es más que eso: ejemplo de un Broadway obsoleto, con diálogos frontales, poco compromiso emocional y acento en lo exterior. En el grupo de novedades, la que también sorprende con su falta precisa de dirección es A Bronx Tale, nada menos que montada por Robert De Niro. Una sencilla adaptación de la película que cuenta un episodio de la niñez de Chaz Palmintieri, con algunos intérpretes con mucho talento vocal, pero pocas cualidades interpretativas.
El mundo sería muy aburrido si a todos nos gustara lo mismo. Broadway ofrece de todo para todos. Y tanto para los sibaritas teatrales como para espectadores ocasionales las luces de la Gran Vía Blanca no los encandilarán, sino que los encantarán.
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