Boquitas pintadas: inquietante versión del texto de Manuel Puig en la mirada de Oscar Araiz y Renata Schussheim
A 25 años de su estreno, la obra se despliega en la sala mayor del Teatro San Martín; el mínimo gesto, el plano sonoro, lo coreográfico y el lenguaje visual se articulan de forma magistral
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Boquitas pintadas, de Manuel Puig. Elenco: Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, dirigido por Andrea Chinetti y Diego Poblete. Creación de banda de sonido original: Edgardo Rudnitzky. Realización de banda de sonido original: Rudnitzky y Gustavo Dvoskin. Diseño de iluminación: Roberto Traferri. Diseño de escenografía: Alberto Negrín. Diseño de video: Matías Otalora. Diseño de vestuario: Renata Schussheim. Reposición de escenografía: Noelia Svoboda y Matías Otalora. Coreografía: Oscar Araiz. Asistencia de coreografía, dirección y reposición: Yamil Ostrovsky. Idea, adaptación y dirección: Renata Schussheim y Oscar Araiz. Sala: Teatro San Martín. Funciones: viernes a domingos, a las 20. Duración: 95 minutos.
En el inmenso y despejado escenario de la sala Martín Coronado resuena durante 95 minutos el eco de un pueblo de la provincia de Buenos Aires en donde convive e implosiona lo que se dice y lo que se oculta, lo socialmente aceptable y el deseo, lo prohibido y lo permitido, lo religioso y la pura pulsión sexual, las habladurías que giran alrededor de estos seres y el espejo de Hollywood que todo deforma. Historias cruzadas que se van zurciendo en ese folletín escénico llamado Boquitas pintadas, versión que Oscar Araiz y Renata Schussheim imaginaron leyendo y releyendo la novela de Manuel Puig. El punto de partida de este melodrama es la muerte del galán del pueblo, un tal Juan Carlos, que se encontraba unido a Nené, mujer de piel muy blanca que alguna vez fue Reina de la Primavera; a Mabel, una morocha tan infiel como el Don Juan de turno; y una viuda que no cumple del todo con lo establecido por los usos y costumbres de la época.
En 1997, la dupla Schussheim-Araiz, encargada también de la adaptación y dirección, había estrenado su primera versión de Boquitas pintadas, que obtuvo una elogiosa crítica en LA NACION, un verdadero éxito de público todas las veces que se presentó en diversas salas. Entonces, el elenco estaba integrado por actores (en el difuso recuerdo, imposible pasar por alto la calidad expresiva que desplegaban Mausi Martínez como Pedro Segni) junto con los bailarines del Ballet Contemporáneo. Esta vez, como los creadores de la puesta reconocieron en un reportaje reciente, se toparon con unos bailarines de una potencia expresiva tal que son ellos únicamente los que dan vida a los personajes de este apasionante rompecabezas. En verdad, a juzgar por el resultado logrado, hablar de los integrante del Ballet como (¿simplemente?) bailarines es limitarlos, quedar preso de categorías que no aplican a este caso. Ya sea en las escenas grupales como en los solos, todos ellos demuestran ser unos performers exquisitos que asumen el desafío artístico con total entrega. La meticulosa construcción de Nené, a cargo de Ivana Santaella, y su contrapunto con Mabel, Fiorella Federico; la escena de Lucía Bargados, como Raba, empleada doméstica de Mabel; el solo de Emiliano Pi Álvarez, como Juan Carlos, o cuando comparte escena con la gitana, Paula Ferraris, son algunos de los tantos momentos atrapantes del elenco que subió a escena la noche del estreno. En varios momentos, se ganaron merecidos aplausos a telón abierto.
En este complejo mecano y sus derivas en relación con la puesta de 1997 hay registros fundantes que se respetaron. El uso de la fonomímica es uno de ellos. El recurso genera un sugestivo distanciamiento entre el cuerpo y la voz como si cada cuadro se tratara de viñetas en movimiento. El diseño sonoro, pieza clave de la propuesta, pertenece al talentoso Edgardo Rudnitzky, músico argentino radicado hace años en Berlín. Si bien se trata de la misma banda de sonido de los noventa es de una contemporaneidad asombrosa. Conviven en ella los tangos con las rancheras, los valses y algún bolero; los registros de los radioteatros con publicidades de la época y referencias al cine de Hollywood. Todo ese mapa se articula con las voces de los personajes grabadas por Mario Filgueiras, Víctor Laplace, Divina Gloria, Alejandra Flechner, Andrea Politti y Alejandro Tantanian, entre otros.
El diseño de iluminación de Roberto Traferri como la minimalista escenografía de Alberto Negrín son otros de los factores claves del fino equilibrio y la organicidad interna del lenguaje visual desplegado en esta propuesta. A esta versión se suman como novedad las proyecciones de video realizadas por Matías Otalora que remiten a imágenes del campo en movimiento o manchas imprecisas que aportan una perspectiva cinematográfica, una de las tantas obsesiones de Puig. Todos esos planos sirven de marco visual en el cual los vestuarios diseñados por Renata Schussheim adquieran un valor protagónico (mucho más en los personajes femeninos) sin caer en la tentación de lo fashion.
En la permanente articulación de capas es fundamental el trabajo coreográfico de Araiz que logra que cada uno de los espíritus imaginados por Puig tenga su propio gesto mínimo, su forma de caminar, de moverse. En esta nueva versión de Boquitas pintadas, aunque los personajes masculinos no tengan la fuerza de aquella de 1997, atrapa el detalle y el todo de estos habitantes de un pueblito de la provincia de Buenos Aires. Con maestría, Renata Schussheim y Oscar Araiz arman este relato escénico en el que conviven cartas, la cursilería más fantástica, el delicado humor, el chimento, la confesión y lo prohibido en una historia de la década del 40 que se las ingenia para dialogar con la actualidad.
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