
Bodas de sangre y la doble tragedia
Juan Carlos Gené dirige y actúa en esta notable versión personal de la obra de Federico García Lorca

Bodas de sangre , de Federico García Lorca. Intérpretes: Violeta Zorrilla, Camilo Parodi, Verónica Oddó y Juan Carlos Gené. Escenografía y vestuario: Carlos Di Pasquo. Música original: Camilo Parodi. Danza: Alejandro Díaz. Asistente: Milagros Plaza Díaz. Dramaturgia, iluminación y dirección: Juan Carlos Gené. Duración: 70 minutos. Sábados, a las 21, y domingos, a las 19, en el Celcit, Moreno 431, teléfono 4342-1026. Precio de la localidad, $ 40; jubilados y estudiantes, $ 25. Nuestra opinión: excelente
La fatalidad juega a dos bandas: es el impulso irresistible que lleva a Leonardo y la Novia a unirse, más allá de cualquier convención social y de toda razón, y es la querella antigua entre dos familias enemigas, sembradoras de muertos en uno y otro bando. Inútil querer oponerse al destino incomprensible o pretender modificarlo: lo que ha de ser, será. "La tragedia es irreparable", enseña George Steiner en su admirable La muerte de la tragedia , y añade: "El teatro trágico es una expresión de la fase prerracional en la historia; se basa en el supuesto de que hay en la naturaleza y en la psique fuerzas incontrolables y ocultas, capaces de enloquecer o destruir a la mente". Bodas de sangre -estrenada en Madrid en 1933 por Josefina Díaz y en Buenos Aires, en ese mismo año, por Lola Membrives en el Maipo- es, en ese sentido, la última de las grandes tragedias del teatro occidental, en el nivel de los griegos, los franceses del siglo XVII o Rey Lear .
Es precisamente la ocasión del estreno porteño de Bodas de sangre la que da pretexto a Juan Carlos Gené para ofrecer esta notable versión personal de "un cuento para cuatro actores". Los cuatro se multiplican en varios personajes, conservando la titularidad de los principales -la Madre, la Novia, el Novio y Leonardo-, y la acción condensa el texto original, sin pérdida de su belleza poética ni de su vigor expresivo. Mientras tanto, Gené comenta la repercusión que tuvo aquí, en su familia porteña, la doble tragedia (la obra de teatro en sí y el asesinato de su autor, al comienzo de la Guerra Civil Española, en 1936, por obra de los franquistas), y este curioso y muy logrado recurso duplica también los atractivos del espectáculo.
En el marco austero proporcionado por el diseño escenográfico de Di Pasquo (tiene la rara virtud de sugerir, además de un interior sofocante, un afuera desértico, llagado por la sed y el polvo), los cuatro actores asumen con éxito la formidable tarea de desdoblarse en estas criaturas arrastradas por una antigua Fatalidad que no perdona, y en otras: algunas simbólicas, como la Luna, la del famoso romance, audazmente confiado en esta versión a un actor. También en la música hay transgresiones: en la fiesta de bodas los novios bailan un chamamé que no desentona en absoluto con la arcaica atmósfera campesina. Renovadas, estas Bodas aúnan la grandeza de un clásico con una bienvenida originalidad.