Blanca Portillo, la maga de la actuación
Después de diez años, la exquisita intérprete vuelve al Teatro San Martín para darle vida a su elogiada versión de Segismundo
BARCELONA.- Con su composición de Segismundo de La vida es sueño , el texto de Calderón de la Barca, dirigido por Helena Pimenta, la gran Blanca Portillo aumentó su fama de actriz única. La misma fama que ganó en Buenos Aires cuando montó La hija del aire , con la dirección de Jorge Lavelli. La misma fama que conoció otros públicos cuando protagonizó Volver , con la dirección de Pedro Almodóvar, en la que aparecía con el pelo bien cortito. El crítico del diario El País, Marcos Ordóñez, escribió sobre su trabajo en esta obra de la Compañía Nacional de Teatro Clásico que del jueves al sábado de la semana próxima, a las 20, se presentará en el Teatro San Martín. Dijo: "Su poder de convicción es tan rotundo que se diría que consigue detener tu respiración y hacer luego que respires el verso a su ritmo, como en un encantamiento. Yo creo que si te cortan un dedo mientras recita Blanca Portillo, no sangras hasta que acaba".
Ahora la que dice, la que toma la palabra, es ella, en el bar del Teatro Lliure, en pleno corazón del Montjuic barcelonés. A su manera, explica el tremendo éxito del espectáculo. Luego, la charla sigue su ruta porque conversar con ella es como caer en cierto tipo de encantamiento. Como su trabajo en escena, todo fluye, todo se transforma en algo orgánico. "Aunque la obra esté escrita en verso -explica con cierta pasión que no disimula-, habla de algo muy cercano a todos que pasa por el ahora, y no por el ayer y que tendrá que ver con el mañana. Por otro lado, es un espectáculo que reúne todo lo que uno quiere ver en el teatro: trabajo interpretativo, despliegue escenográfico, música en vivo... es un paquete muy completo."
En general, en las salas oficiales ese paquete del que habla está resuelto. Sin embargo, no necesariamente el espectáculo se transforma en un éxito de público. "Es cierto –dice ella–. No basta con cierta estética, hace falta contenido. Acá hay entrega, y eso emociona."
—¿Qué te emociona en esta obra?
—Lo que cuenta, lo que le sucede a mi personaje. Ahora mismo me acaba de saludar un padre que me ha dicho que ya vio la obra hace unos días y que salió tan conmovido que hoy trajo a su hijo. Que un chavalito de 17 años en un rato se pase dos horas y media con Calderón debe querer decir algo... no hay dudas de eso.
—Cuando te hablaron del proyecto, ¿cuáles fueron tus dudas?
—En principio, ninguna. Fue todo tan orgánico y natural que inmediatamente acepté. Después me entró el miedo de saber si iba a ser capaz de darle vida a ese Segismundo. Es que es un personaje con estados emocionales muy fuertes, que mata a unas personas y salva a otras. No sabía si iba a ser capaz de entrar en ese mundo, pensé que el personaje podría resistirse por el hecho de ser mujer, pero no.
—Esa no resistencia, ¿cuándo empezaste a percibirla?
—En el primer ensayo. Ahí sentí que era un viaje y que yo estaba dispuesta a ir a donde hiciera falta. Sentí que Segismundo se ponía en mis manos, que no estaba incómodo ni en mi cuerpo ni en mi corazón.
—¿Cómo percibís cuando un personaje se pone en tus manos?
—Es extraño... He lidiado con personajes que se me resistían porque yo quería llevarlos por un camino que no era el de ellos. Hay otros en los que no hay tropiezos y renuncias a cosas sin dolor. Frente a Segismundo no he tenido prejuicios y apenas empecé, me olvidé de los otros Segismundo que había visto. Éste era el mío y ha sido un viaje precioso.
—En esto de los viajes volvés a Buenos Aires, ciudad en la cual dejaste una marca muy fuerte.
—¡Ésa es una de las cosas que más nerviosa me pone! Volver a la Martín Coronado después de diez años, cuando tanto el San Martín como yo cumplimos 50 años es muy fuerte. Buenos Aires es algo muy especial, implicó un cambio en mi vida. Volver me da miedo.
—¿Miedo?
—¡Sí, claro! Hay un poeta español que dice que en donde fuiste feliz no deberías volver nunca. Yo he sido muy feliz en tu ciudad. Dejé una gran amiga que falleció, dejé un trabajo en el que me trataron como una reina... Empecé de cero, todavía no había trabajado con Almodóvar, nadie me reconocía en la calle y, de pronto, vinieron los premios, los mimos. Y todo eso vino acompañado de situaciones personales muy fuertes... por eso lo de los miedos.
Volver
Y se ríe. Se ríe de placer, de nervios. Y enciende otro cigarro. Y sigue: "Por eso quiero llegar unos días antes del estreno para reconocerme un poco. Es muy mágico todo".
—Eso fue en 2003. La Argentina salía de su peor crisis económica, casi la España de hoy.
—Es verdad, ¡qué curioso! En la Argentina descubrí una forma de hacer teatro en tiempos de crisis que me fascinó. Me convenció de que el teatro va a persistir pase lo que pase, y que saldrá de las salas y se meterá en las calles, en las plazas y en las casas si es que hace falta. Viví eso y lo traje para acá diciendo: «Señores, no nos hace falta una gran sala con terciopelo rojo». Aprendimos mucho de vosotros, necesitábamos a directores como Veronese o Tolcachir para no quedarnos anquilosados. El teatro argentino ha perfumado al teatro de aquí.
—Reproduciendo el sistema de allí, te transformaste también en directora, productora, directora de un festival... ¿te costó?
—Es complicado, más para una mujer. A mí me gusta el teatro y listo. Ojalá supiera escribir, pero sentarme frente a una hoja en blanco debe ser lo más difícil, ¡eso sí es arte!
—¿El abordaje inicial de un personaje no es como enfrentarse a una hoja en blanco?
—Es cierto. En ese momento es cuando empiezo a sacar información del texto y de lo que dicen los demás del personaje. Le pregunto a Rosaura, por ejemplo, y me dice que Segismundo es como "Luciente sol de Polonia". De cosas así saco que debe brillar, que es líder.
—¿Tenés un cuaderno donde anotás esas cosas?
—¡Claro!, y los guardo con mucho amor. Escribo sensaciones, situaciones de ensayo, impulsos. Son cuadernitos privados que forman parte de un viaje íntimo.
—El otro gran viaje, el de la actuación, comenzó a tus 18 años.
—Sí. A los 17 estaba estudiando relaciones públicas. Tenía un profesor, del que me enamoré, que tenía un grupo de teatro. Ahí descubrí que era lo que quería hacer.
—¿Qué dijeron tus padres?
—Mi padre ya no vivía. Mi madre consideraba que estaba un poco loca, pero que era responsable. De hecho, desde ese momento nunca le pedí dinero. Le juré que iba a tomar en serio mi carrera y así lo hice.
—¿Te preguntaste qué hubiera dicho tu padre?
—Claro, creo que no le hubiera parecido nada bien. De todas maneras, hay muchas obras que se las dedico. Ésta, sin ir más lejos, que es una historia de un hijo sin su padre. Ahora, imagino, debe de estar contento.
—Diría que orgulloso.
—Eso espero...
—Vos, ¿de qué estás orgullosa?
—De haber construido una carrera como quería, de haberme escuchado, de vivir como quería vivir. Aunque no tuviera trabajo, siempre he elegido qué hacer.
Dicen que cuando termina el largo monólogo se encierra en su camarín a llorar. Pero ese estado emocional ahora, en pleno saludo final, muta hacia la euforia. Debe volver a saludar una vez, dos, cinco veces. La sala estalla. Un chavalito de 17 años se pone de pie. Si le cortaran un dedo ahora mismo, quizás, ni se daría cuenta.
"EL TEATRO ES UN BIEN A DEFENDER"
Ya antes de las elecciones de 2011 en las que ganó el Partido Popular que encabeza Mariano Rajoy, Blanca Portillo dijo: "Temo los recortes sociales, la privatización de lo público, y ese mensaje de que están en posesión de una verdad absoluta y que ellos, y solo ellos, pueden cambiar las cosas". A dos años de aquellas palabras, reflexiona: "
Mis temores se han cumplido. Esa sensación de no diálogo es más que una sensación. Las prioridades del PP son las que son. Subirle al 21 por ciento las entradas de teatro fue una opción, cerrar hospitales es otra opción. Claro, La vida es sueño llena y ellos hasta utilizaron ese éxito como excusa para demostrar que el teatro va bien. No, no tiene nada que ver. Hay menos dinero para producir y si la gente tiene problemas en pagar la luz o el gas, menos dinero tiene para consumir cultura. En ese marco, la gente termina optando por lo seguro. Lo bueno de todo esto es que esa misma gente quiere seguir consumiendo teatro, La vida es sueño es una prueba de ello. En ese marco, como gente de teatro, es nuestro deber ayudar al espectador a que tome conciencia de que esto es un bien que hay que defender. Y es nuestro deber seguir haciendo teatro en donde quiera el ciudadano. Donde él quiera ir, allí estaremos, no importa dónde. Te lo aseguro".