A los 85 años, la querida actriz acaba de estrenar Mamá, comedia de Andrew Bergman, en la que interpreta a una mujer madura que se permite volver a pensar en la posibilidad del amor
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El fotógrafo de LA NACION le indica un sillón donde acomodarse para la primera toma. Con corrección, le consulta si está cómoda con el espacio escogido. “¿Cómoda? Eso no interesa, lo importante es que salga bien”, dice, y le pide a uno de sus asistentes que le acomode el bretel de su ropa interior para que, lejos de ocultarlo, luzca mejor ante la lente. Betiana Blum en estado puro.
Insurrecta, simpatiquísima y con su propia marca en el orillo. La seducción con la cámara se convierte en un hermoso intercambio lúdico. Derrocha vida esta mujer plantada a mitad de camino entre una década y otra. “La Blum” se para entre los 80 y los 90 de manera equidistante. Preciosos 85 que la encuentran recién estrenada en el Multiteatro protagonizando Mamá, la comedia de Andrew Bergman, en la que la actriz se luce en el rol que, décadas atrás, llevaran adelante colegas como Aída Luz o Henny Trayles. Una pieza a la medida de una actriz veterana y chispeante.
“Un estreno es un salto al vacío, es como llegar al borde del abismo. Voy a confiar en que tengo alas, saldré a escena y se desplegarán”. Buena metáfora para explicar ese sentimiento ambivalente que implica esa primera levantada de telón y el adentrarse en el alma de un nuevo personaje. “Esta obra tiene todo, cuenta con mucho humor y muestra diversos aspectos de la vida”.
La actriz se acomoda en la mesa de un restó pegado al complejo donde el productor Carlos Rottemberg habita una oficina en lo que fueran los aposentos de doña Blanca Podestá, la actriz que, durante varios años, le legó su nombre a la antigua sala hoy devenida en cuatro hermosos espacios que ofrecen funciones en simultáneo. Allí se ofrece Mamá de miércoles a domingo, una rigurosa agenda de funciones que mantiene a la actriz bien activa.
El amor, ficción y realidad
“Muchas mujeres, al enviudar, continúan su camino y otras, quedan muy enojadas; la que ahora me toca interpretar está muy resentida, enojada, un gran problema, porque, cuando uno está enojado es injusto con el otro. Te preguntan cómo estás y respondés ‘como el culo’. Los demás tienen la culpa de todo”.
Sin embargo, la criatura de ficción a la que le da vida, quien convive con una de sus hijas y yerno haciéndoles la existencia imposible, experimenta un cambio radical que le devolverá deseos, sueños y hasta la posibilidad de pensar en el amor y algo más. Peripecia dramatúrgica, decían los griegos, tan lejanos en el tiempo a la efervescencia de la calle Corrientes donde la actriz juega con la casaca local, a pesar de haber nacido en Chaco.
-La pieza permite pensar en el amor a una edad donde no suele permitirse tal cosa.
-Una dice “ya está”, “ya fue”, ¿y si sucede algo? Es como un milagro, es como si saliera el sol.
-¿Se lo plantea en su propia vida?
-No estoy en pareja, pero estoy bien, tranquila. Tengo una casa linda frente al Botánico, cuido de mis plantas y mis animales, malcrío a mi nieto y poseo mi profesión. En mi vida, le he dado mucho espacio a mi trabajo y, por suerte, me ha ido bien. He participado de muchos éxitos y aún me divierte seguir haciendo personajes.
Carlos Olivieri dirige su actual aventura, una comedia con precisión de relojería -como reclama el género-, en la que Blum comparte el escenario con Alberto Fernández de Rosa, Marcelo De Bellis, Romina Gaetani, Magela Zanotta y Nacho Toselli.
-Usted posa para la cámara y disfruta como si estuviese jugando.
-Así debe ser. Pobre el fotógrafo; milagros no puede hacer, pero trabajamos juntos para que saliera bien.
Estalla en una carcajada, seguramente esperando el piropo ante su lozanía. El elogio sincero no se hace esperar. “Tengo mucho sentido del humor y eso para mí es todo. Ante una misma situación, uno se puede amargar o reír. Me río mucho, por eso estoy bien. En mi vida, he tenido una gran capacidad para hacer el ridículo, pero ¿sabés qué me salvó?, el humor”.
-No respondió la pregunta en torno a la posibilidad del amor en la madurez.
-Creo que, con un hombre, podría tener una buena conversación.
-No es poco.
-Claro que no. Cuando una es joven le da un lugar importante a la pasión y relega la charla.
-Las prioridades van cambiando.
-Indudablemente.
-Decía que le ha dado un gran lugar al trabajo, ¿cómo le ha ido en torno al amor?
-Tuve parejas y, por suerte, las separaciones nunca fueron traumáticas. Cuando una pareja termina muy mal, te hacés pelota.
Creencias
Desde hace años, la actriz desarrolla una rica vida espiritual amparada en el vínculo con algunos maestros y lecturas. En sus redes sociales, se puede percibir algo de esa riqueza interior a través de frases y máximas de autoconocimiento. “Tengo fe”, asegura.
-¿En qué?
-Tengo fe en la vida, en las personas, eso me ha hecho la vida placentera.
-¿La han decepcionado mucho?
-Nunca he tenido demasiada conciencia de cómo he sido como mujer, creo que he sobrevivido por mi inocencia. Cuando alguien me hace algo, me doy cuenta un poco tarde.
-Con el hecho consumado.
-Entonces digo “ya está”.
-Pero ese tipo de experiencias le hicieron perder la fe en el ser humano.
-No, para nada, no podría vivir de esa forma. ¿Cómo se vive sin confiar? Sería una vida horrible. Me sucede todo lo contrario, tengo agradecimiento, porque, seguramente por los personajes que he interpretado, la gente me quiere muchísimo. No ando demasiado por la calle, pero, en los momentos en los que salgo, cuando me cruzo con la gente veo cómo se les ilumina la cara, cómo les despierto una sonrisa. Ahí es cuando tomo conciencia y me digo “gracias, Señor”. Es una capacidad que te da la vida y agradezco profundamente, será por eso que amo a mi profesión. Cuando pienso en el sentido de mi vida, tomo conciencia que los payasos son útiles. Tengo la capacidad para hacer llorar un poquito, pero, sobre todo, para despertar la risa. En Mamá, que tiene situaciones muy graciosas, me da un placer enorme escuchar reír a la gente. En la situación en la que estamos viviendo, es una bendición.
-¿Es consciente de su popularidad?
-Hasta cierto punto.
Aquella idea de la niñez
-¿Cuándo nace su vocación por llevar adelante el trabajo interior y una rica vida espiritual?
-Creo que, de alguna manera, nací así. Cuando era chica, en Chaco, era muy solitaria y recuerdo que venían a mi mente palabras como “perfección”.
-Extraño pensamiento para una niña.
-En eso pensaba. “¿Qué es la perfección?”, me preguntaba.
-¿Podría responder ahora esa pregunta?
-La perfección es uno mismo, no hay comparación.
-¿Uno mismo?
-Sí, porque somos únicos, no hay otra Betiana. Entonces, todos somos perfectos.
De niña, vivió en Presidencia Roque Saénz Peña, la segunda ciudad de Chaco en cantidad de habitantes. Allí, en la casa familiar, una conocida le dijo a su madre: “Anita, ¿vio que su hija siempre tiene una sonrisa en la cara?”. La pequeña escuchó tal descripción.
-¿Era así?
-Podría decir que vivía en mi propio microclima.
-Toda la vida la acompañó ese “microclima”.
-Lo que sucede es que enojarse, estar rumiando, es aburrido. Hay que tener aceptación, hoy esa es mi palabra líder.
-”Aceptación” no es lo mismo que “resignación”.
-Para nada. Si llueve podés decir “qué día de mierd…”, entrar en conflicto con eso y vivir las consecuencias. En cambio, si uno acepta lo que sucede, puede hacer lo mejor con esa circunstancia. Si alguien me trata mal, tengo dos caminos, ofenderme o decirle “¿te puedo ayudar en algo?”. Eso cambia el foco y, seguramente, esa persona te contará qué le sucede y uno termina dándose cuenta que no es con uno el tema, sino que se trata de un problema del otro que tiene que resolver. De la aceptación sale una lectura distinta de la vida, donde, incluso, se puede asistir al otro o, por lo menos, no entrar en conflicto u ofenderse.
Esperando a Betiana
-¿Fue a ver la actual puesta teatral de Esperando la carroza?
-No, no estoy con mucho tiempo.
-Lleva varios meses en cartel.
-Tengo entendido que la gente se divierte mucho, pero elijo ver obras que no conozco.
La actriz sale del paso rápidamente. Evita sumergirse en el lodazal que acompaña la actual puesta de la pieza escrita por Jacobo Langsner que generó la acción legal de parte del heredero de los derechos de Alejandro Doria, responsable de la versión cinematográfica del material y en la que se habría basado, en cierta medida, según se aduce del reclamo judicial, la actual propuesta que se ofrece en la sala del Broadway.
La actriz, en el film de culto estrenado en 1985, interpreta a Nora, uno de los personajes más atractivos de la historia, protagonista de escenas memorables como aquella caminata por una plaza donde un primer plano de sus sandalias con taco quebrado se convirtieron en un pasaje de antología. Una subversión de lo femenino ante lo pecaminoso del adulterio.
Así como Blum evita todo tipo de polémicas, “no puedo hablar sobre la obra, porque no la vi, aunque se trata de un grupo muy bueno de actores”, reconoce que la maravilló Cuando Frank conoció a Carlitos, el precioso musical que actualmente ocupa la sala del Astral y que sí tuvo la oportunidad de aplaudir hace pocos días, antes del estreno de Mamá.
-¿Cómo construyó a su icónica Nora de Esperando la carroza?
-Me costó mucho. Cuando agarré el libro leí que mi personaje decía “que calor” y el texto aclaraba que tenía puesto un zorro. Yo pensaba “es una hija de put…, está loca, ¿qué le pasa?” Hasta que de pronto, entendí que era una hipócrita. Si la hipócrita es buena, es muy difícil darse cuenta. Uno queda dudando, ¿se dio cuenta de lo que dijo o lo hizo a propósito para ofenderme? Son hábiles. ¿Cómo se actúa la hipocresía?
-A veces, los actores no pueden despegarse de determinados personajes, ya sea por un engranaje propio o porque el público los asocia permanentemente a esas creaciones tan instaladas. ¿Sintió eso con Nora?
-No.
-¿Nunca pensó “no me hablen más de Nora”?
-No, porque, desde que empecé, tuve la suerte de participar de muchos éxitos. Con Nuestra galleguita se paraba el país, éramos los Beatles.
-Recordemos su papel en la novela Rosa de lejos. En ese proyecto, usted y sus compañeros eran los Rolling Stones.
-Fue una gracia que me tocaran tantos personajes exitosos, con los que podía jugar, en historias que pegaron mucho en la gente, puede no sucederte. Volviendo a Esperando la carroza, te aclaro que el éxito de la película fue progresivo.
-Al momento de su estreno, la crítica especializada no fue favorable.
-Acá nos ignoraron, pero el público la compró.
-Si bien las críticas no fueron favorables, ¿qué sucedió con los primeros espectadores que vieron Esperando la carroza?
-Un día me llamó Alejandro Doria y me dijo “Betiana, quiero que vengas a una trasnoche a comprobar cómo se ríe la gente en el cine”. Fuimos a una sala gigante de Lavalle que estaba repleta. Nos sentamos en la última fila, en las únicas butacas libres, y pude tener ese primer contacto con lo que sucedía con la película. Mucho tiempo después, un hombre se me acercó y me repetía algo muy cerca de mí, me asusté. Cuando él se dio cuenta de mi miedo, me recordó que era un texto que yo decía en la película y que, por supuesto, no recordaba. La gente la conocía más que los actores. Sucede hoy. Agradezco mucho haber estado en ese elenco y me alegro también por Jacobo Langsner y por Alejandro Doria, dos soles de personas. Volviendo a tu pregunta, me hace muy feliz que la gente la vea y revea tantas veces, que repitan las frases, pero, en lo personal, no la siento más importante que otros trabajos.
-Cada tanto, ¿la vuelve a ver?
-No.
La actriz degusta un pan dulce que ofrece generosamente. “Está riquísimo”. Rematando el tema Esperando la carroza, recuerda una frase que le dijo Antonio Gasalla cuando el elenco se reunió para ver el material terminado: “No lo digo por vanidad, sino para expresar su generosidad. Cuando terminó la pasada privada, Antonio se acercó y me dijo ‘Betiana, sos lo mejor de la película’”.
-Usted es también una estupenda actriz dramática y en su carrera le han tocado muchos títulos alejados de la comedia.
-Creo que drama y comedia son lo mismo; separarlos es una equivocación. Podés llorar de risa y también de dolor.
-El teatro está representado por las máscaras del drama y la comedia, dos caras de una misma moneda.
-Eso define todo, es un girito sutil. Como en la vida, la gente se ríe en los velorios y se trata de una situación dramática.
-¿Cuándo fue la última vez que lloró?
-Hoy me emocioné viendo un noticiero en televisión. No se trataba de un crimen, de violencia, sino de una historia de vida, de algo humano. Necesitamos eso. Cosas lindas pasan todo el tiempo, pero no es lo más visible.
En el plano dramático, Blum demostró sus estupendas dotes en títulos como Camino negro, de Oscar Viale y Alberto Alejandro; La Gaviota, el clásico de Antón Chejov; y Homenaje, de Bernard Slade, entre tantos otros. Así como en televisión formó parte de Alta Comedia, Atreverse y Televisión por la identidad, por citar algunos títulos vinculados a textos de profunda carnadura.
-¿Cómo vive la ausencia de la ficción nacional en la televisión abierta?
-Con mucha pena, me encanta hacer televisión. Trabajé mucho en el medio. Hay una gran diferencia entre la elaboración del teatro y la manera de hacer televisión. Nos daban los libros el día anterior y a la mañana siguiente estaba grabando con la letra sabida. No sé cómo hacía.
-Nunca trabajó con los libros de Alberto Migré, que curiosidad para una actriz que se movía tan cómoda en el medio.
-Es que yo trabajaba con Abel Santa Cruz.
-El Boca-River de los autores.
-Pero Migré me llamó en una oportunidad para pedirme si podía ponerle mi nombre a un personaje.
-¿Su nombre?
-Claro, él había investigado que no había otra Betiana.
-¿No?
-No, por eso me pidió permiso, él tenía miedo a que le hiciera juicio. Cómo le iba a decir que no.
-¿Cuál es su verdadero nombre?
-Betty Ana Blum.
-¿Por qué no lo utilizó artísticamente?
-Porque me llamarían Betty Blum, sonaría como Betty Boop. Inventé el Betiana, el nombre existe por mí.
Lozanía
-¿Cómo se cuida físicamente?
-Tengo más años de vegetariana que de carnívora. Cuando me enteré que se podía vivir sin comer carne fue como si me sacaran una loza de encima, se ve que comía carne porque había que comer, porque no me gustaba. Me recomendaron el libro Soy todo Sanpaku, comí arroz integral durante diez días y continué con la macrobiótica y agregando más alimentos a medida que pasó el tiempo, pero jamás volví a la carne, solo pruebo pescado cada tanto; pero no juzgo a quien consume carne.
-¿Hace gimnasia?
-La pandemia no me hizo bien, me movía mucho y me fui quedando más quieta.
-¿Vuelve mucho con el pensamiento a Chaco?
-No. Agradezco mi lugar, pero no regreso, cada día vivo más en el tiempo presente, tampoco voy mucho para adelante. Ir para atrás no tiene sentido, si ya pasó y para qué ir para adelante si no se sabe lo que sucederá. No es bueno pensar mucho en el futuro; te llena de dudas, de preguntas.
Una carrera sembrada de éxitos también supo de algún fracaso, pero nada logró ensombrecerla: “Siempre le buscamos la vuelta, nos ponemos contentos si hubo cinco personas más que la semana anterior; los actores somos inocentes”, remata, mientras una productora le remarca que el público ya está ingresando a la sala.
Es tiempo de partir. Volver a ese espacio que convirtió en templo y donde se convierte en una deidad adorada. “Vamos a saltar al vacío y desplegar las alas”, dice. Algo de eso sabe.
Para agendar
Mamá, de Andrew Bergman, con Betiana Blum, Marcelo De Bellis, Romina Gaetani, Alberto Fernández de Rosa y elenco. Sala: Multiteatro Comafi (Av. Corrientes 1238). Funciones: miércoles a viernes a las 20.30, sábados a las 20 y 22, domingos a las 20.
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