Barby Guamán, la primera trabajadora trans del Instituto Nacional del Teatro
Barby Guamán es una reconocida actriz, dramaturga, bailarina, directora y “bienvenidora” de eventos de todo tipo. Es tucumana. Y es, desde hace unos días, la primera trabajadora trans del Instituto Nacional del Teatro, el organismo de fomento a la actividad escénica que depende del Ministerio de Cultura de Nación. Aunque es una persona profundamente agradecida, esto de ser la primera en formar parte de una estructura pública vinculada a la actividad escénica o de hacer esta misma nota no es algo que le cierre del todo.
La “bienvenidora”, entre otros tantos espectáculos que viene presentando en su provincia como en diversos festivales, es la creadora de El karaoke de la Barby, una propuesta que fue creciendo con el paso del tiempo. “Al principio, te juro, no iba ni la madre de la dueña del karaoke. Solamente estaban los del lugar y unos amigos míos, todos chupando cerveza; y yo toda montada, divina, con todos los brillos puestos. Pero, de repente, eso se transformó en un acción política tremenda. Es que llegado el momento había corrido el boca en boca y el lugar se llenaba. En Tucumán hay una línea de colectivos que es la 17 que pasa por donde está la sala. Los colectiveros de esta línea están todos uniformados. Un domingo de función uno de ellos invitó a todo el resto a festejar su cumpleaños en el karaoke. El show finaliza con la gente bailando en la sala. Esa noche fue increíble porque todos los colectiveros de camisa y corbata terminaron bailando con las maricas, con las tortas ¿Sabés qué es? Inclusión, diversidad, empatía”, cuenta Barby desde su nueva oficina en el INT a la que llegó temprano para cumplir una rutina que desconocía mientras prepara su vuelta al escenario en tiempos regidos por el protocolo pandémico.
Su ingreso al organismo de fomento del teatro de todo el país se produce gracias al decreto 721/2020 de Cupo Laboral Travesti Trans en el sector público nacional que garantiza un mínimo del uno por ciento de la totalidad de cargos y contratos para personas travestis, transexuales y transgénero. La norma que llevó la firma del Presidente Alberto Fernández entró en vigencia en septiembre del año pasado. En Tucumán se aprobó en diciembre. Cuando se promulgó la ley se conocieron diferentes informes que echaban luz sobre la vulnerabilidad del colectivo trans: la expectativa de vida oscila entre los 35 y 40 años; seis de cada diez abandonan sus estudios secundarios a causa de la discriminación; el 83 por ciento fue víctima de graves actos de violencia y discriminación policial; el 46 por ciento vive en viviendas deficitarias, y el 34 por ciento tiene VIH y dificultades para acceder a los tratamientos antirretrovirales.
El proyecto de ley por el cupo laboral había entrado al Congreso Nacional en 2018. Fue impulsado por el Frente Nacional por la Ley Diana Sacayán, conformado por varios colectivos. “Diana nos marcó una agenda en la lucha por los derechos de las personas travestis y trans que estamos llevando a delante”, dijo aquella tarde Say Sacayán, hermano de Diana, activista del Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación, en la puerta del Congreso.
Amancay Diana Sacayán nació el 31 de diciembre de 1975. Como Barby Guamán, es tucumana (la misma provincia en la cual su actual senador y exgobernador, José Alperovich, fue imputado por presunto abuso sexual). De chica, la familia de Diana se trasladó a La Matanza, provincia de Buenos Aires. Durante su juventud fue víctima de violencia institucional por su identidad sexual. Con el correr de los años se transformó en una activista de género y de los derechos de la comunidad Lgbt+. Dio sus frutos: fue la primera travesti en recibir su DNI con la inscripción del género femenino. Barby no optó por esa opción convertida en derecho. Su opción, así interpreta en diálogo con LA NACION, es política. Uno de los tantos logros de Diana Sacayán fue promover la sanción de la Ley de Cupo Laboral Trans, pero no llegó a ver el resultado: fue asesinada el 11 de octubre de 2015. Trece puñaladas acabaron con su vida.
“Diana era una persona estupenda en todo lo que hacía, pero nosotras hemos tenido lo nuestro. ¿Viste que todo el mundo te cuenta de lo buena que era? ¡No! -se ríe Barby con ganas- La Sacayán era terrible, mala, guerrera, contestona. Tenía todo lo que tenia que tener para ser una ‘trava’. Era inteligente, puta, humana; y era del norte, medio indígena. No tenía mucha onda conmigo, pero yo siempre la he admirado mucho. Conozco más a Susy Shock y Marlene Wayar con quienes me junto, tomamos algo, somos felices. La Sacayán comenzó hace años esta movida para que las chicas travestis trans tuviéramos un trabajo digno. Lo primero que se pensó cuando la Sacayán comenzó a hacer estas cosas es que la única posibilidad que teníamos las travestis era ejercer la prostitución en situaciones paupérrimas. Te aclaro que la vulnerabilidad de una travesti en situación de calle es tremenda. Muchas pensábamos que ya estaba todo jugado, que no quedaba otra que sobrevivir. Algunas, como mi caso, hemos tenido apoyo familiar. Yo tengo a mi mamá, que es otra guerrera. Ella me ha abrazado y me ha contenido en este paso de la vida travesti. Pero más allá de su enseñanza a nivel cultural hay una necesidad del otro a que transitemos hacia a algún lugar: ser más mina, más mujeres. Eso responde a una situación de discriminación, de conformar al otro de cómo quiere que nos veamos. Esa es la verdadera situación de fondo y no la travestidad en sí misma.”
— Y en medio de eso siempre se cae en la trampa del uso del artículo: la travesti, el travesti.
— Eso tiene que ver con una situación binaria. Yo apoyo todas las leyes que han ido surgiendo en materia de derechos, pero no puedo dejar de observar que la identidad de género arroja una síntesis binaria en la que nos hace elegir entre ser hombres o mujeres. Como si ese DNI con nombre de mina, supongamos, te cambiara la vida en el contexto laboral, educativo o de salud; y eso no sucede.
— Vos no cambiaste tu DNI.
— No, tiene mi nombre de varón, el nombre que me dio mi vieja. Y eso es político, porque lo voy a cambiar cuando pueda decir que soy una ‘trava’ y que en ese DNI figure esa opción. Yo no necesito que ni me quieran ni me acepten, estoy acá en la vida siendo lo que soy. Los demás que pongan el artículo que quieran, no me importa eso.
—Vivís en una provincia compleja en relación con estos temas.
—Acá hay muchas cosas de las que no se hablan. En los casos de travesticidios en Tucumán la víctima resulta ser la investigada y la culpable de su travestidad, de su pobreza, de su necesidad de llevar alimentos a su casa. Hace un tiempo asesinaron a Ayelén, una chica que trabajaba como prostituta. Fue en una cancha de rugby en el Parque 9 de Julio en donde las chicas trabajan. La mataron y la gente que practicaba ahí pidió que sacaran el cadáver para seguir jugando cuando en ese lugar había pruebas que se perdieron. Eso es lo que pasa acá. La violencia institucional no ha cambiado nada.
—Vos sí cambiaste. Empezaste estudiando Medicina…
—Estuve poco tiempo en la facultad. En ese tiempo conocí a Walter Viltre, que fue un amor de verano intenso. Walter era, ya falleció, un reconocido artista plástico. Él hizo todo para que ingresara a la carrera de Danza Contemporánea de la facultad. Yo era chica en ese momento y pensé que en un lugar así, en donde se enseña arte y esas cosas iba a ser un lugar ideal, pero fue todo lo contrario. Estudiando danza contemporánea sufrí millones de casos de discriminación con todos los docentes de la carrera. Paralelamente, me invitaron a hacer una obra de teatro para un papel central y empecé a actuar.
—¿Cuándo fue eso?
—En 2000, ponele. Ahí comenzó todo. Al tiempo administré una sala teatral independiente y empecé a hacer una obra que se llama Imperfectas, todas mujeres que contaban historias adentro de una casa en el formato de teatro itinerante. Comenzaba en la casa de los vecinos, se salía la calle hasta que las 10 chicas, actuaba una señora grande también, entraban a la sala. Estuvo como 4 o 5 años en cartel. Cada vez que sonaba la música los vecinos salían a los balcones y cuando las chicas entraban a la sala aplaudían. Ahí es cuando salió eso de la “bienvenidora” porque charlaba con la gente mientras vendía las entradas. Desde hace un tiempo llevo ese personajes a casamientos, fiestas, eventos. Viví de esto durante años, de estas changuitas. Diría que soy una albañila del teatro, una maestra mayor de obras del arte. Una laburante con una madre que ha sido mucama toda la vida. Lo único que tiene, desde el Gobierno de Néstor Kirchner, es su jubilación. Ella tuvo otro hijo, mi hermano mayor, y una hija que la salió fallada, ‘trava’.
—La ”hija fallada″ es la que se anotó para formar parte de la planta del INT.
—Eso se lo debo agradecer a Roberto Toledo, representante del Instituto en Tucumán; y a Gustavo Uano, el director ejecutivo del INT. Nunca hubiera pensado que esto podía ser realidad. Después de casi 20 años de trabajo ahora tengo un sueldo, algo que me hace digna, ser una trabajadora de verdad. Ellos me dieron la posibilidad de estar acá. Yo siempre les digo que el verdadero cupo laboral es cuando las ‘travas’ estemos dentro de estas instituciones, públicas o privadas, y que en el mismo trabajo se nos capacite. Porque se nos pide que seamos educadas, que tengamos formación, que hayamos realizado cursos cuando durante todos los años, históricamente, el trabajo, la educación, la salud, el amor nos han sido negados. ¿Qué curso íbamos a hacer si ni siquiera teníamos expectativas de trabajar en un organismo como este? Y te digo algo más: hay gente que al ver por la tele a Lizy Tagliani o a Florencia de la V, que han conseguido trabajo, piensa que ya está. No, no está todo bien. Repito: no está todo bien. Debería haber una oportunidad para todas. Deberíamos estar trabajando de policías, de albañilas, de lo que se nos pegue la regalada gana. Cuando deje de ser la primera ‘trava’ del Instituto y haya muchas, recién ahí el cupo laboral trans será genuino. Lo importante es que la gente deje de leer esta noticia por ser la primera ‘traba’. Queremos ser todas las primeras.
—Clarísimo tu cierre.
—Dejá que cuente algo más, por favor: es la primera vez que tengo un trabajo, ha sido un cambio de vida tremendo. Lo primero que se me pasó por la cabeza es hacer un baño en la casa, tener agua caliente, ¿entendés? Pero en todo esto es importante que las señoras, los señores que arman políticas de inclusión piensen en la paupérrima situación que vivimos. A veces mandan formularios por Internet suponiendo que todo el mundo tiene acceso a eso. Y no es así. Hay gente que no tiene luz, que no tiene agua, que no tiene un jabón para bañarse. Hago una pregunta: ¿si ves a un niño, a un viejo, una mina y una ‘trava’ en la calle pidiendo plata, a quién le das? Nosotras no somos dignas para que alguien nos de una moneda. No está dentro de los parámetros. Vivimos en una comunidad que nos burla, aún la dramaturgia está hecha para burlarnos. Muchos autores teatrales han aportado su odio hacia las travestis, hacia los gays, hacia lo trans. Y como dice mi amiga Susy Shock ya no queremos ser más la humanidad que somos, queremos ser otra. Y como digo yo: Dios es una travesti negra e indígena.
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