Balance FIBA: en su regreso, el festival ajustó sus propuestas y ambiciones a una escala pospandemia
Durante diez días y con entradas agotadas en sus 272 funciones, el encuentro internacional dedicado a las artes escénicas tuvo su fuerte en las producciones locales, que se estrenaron en diversas salas de la ciudad y también en el espacio público
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De la reciente edición del Festival Internacional de Buenos Aires, que culminó el domingo, se podrán discutir varias cosas relacionadas con su gestión o con su criterio curatorial, pero lo mejor que sucedió fue que se realizó en medio de una pandemia que, como reconoció su director artístico Federico Irazábal, implicó sobreponerse a infinidad de inconvenientes, entre los que se contó la salida de una compañía española que no pudo presentarse en Buenos Aires por contagios de Covid-19. La primera función de esta edición tuvo lugar en el Cementerio de Chacarita, con un magnético trabajo site-specific de Analía Couceyro llamado Nada de carne sobre nosotras; la última función, el domingo, fue en el Teatro 25 de Mayo, con Not to Scale/Fuera de escala, desconcertante (y un tanto confusa) propuesta de la programación internacional en la que dos espectadores se sentaban frente a un escritor para dibujar una historia según un relato que se escucha por auriculares.
Según información oficial, desde aquella punta de partida al de cierre, todas las funciones (272, en total) se realizaron con entradas agotadas. La gran mayoría de las propuestas se llevó en espacios de capacidad reducida y con entradas gratuitas. El único espectáculo de la programación propia del FIBA (excluyendo aquellos que se presentaron en salas públicas o privadas asociadas) que se montó en una sala de una importante cantidad de butacas fue Réquiem. La última cinta del Grupo Krapp, que se ofreció en un colmado teatro Coliseo. Durante estos 10 días del festival se presentaron 35 producciones y coproducciones internacionales y más de 120 proyectos nacionales, entre estrenos y piezas ya previamente representadas, con más de 1100 artistas en 45 sedes. Sobre la cantidad de público total, la organización, a diferencia de otras ediciones organizadas por la misma gestión del Ministerio de Cultura de la Ciudad, no hace público ese dato. “Pensamos un FIBA que no negara su tiempo. Que se hiciera desde cada una de las crisis que vienen afectando al mundo, incluso las más recientes y dolorosas. Pero queríamos además que esas reflexiones se hicieran desde formatos artísticos que pusieran en crisis su relación con la escena y provocaran, desde algún lugar, al espectador, y todo ello sin ignorar que las formas de internacionalización de las artes escénicas han cambiado mucho en los últimos años”, reflexiona Irazábal en el parte de prensa.
En lo que hace a lo presupuesto, desde 2019, cuando el Ministerio de Cultura porteño convirtió al FIBA en un festival de verano anual, la inversión fue disminuyendo año tras año. El primero de esta etapa contó, según fuentes oficiales, con 60 millones de pesos. El del año pasado, con 30 millones.
Una de sus posibles consecuencias de todo esto es que, en lo que se refiere a la programación internacional, haya estado compuesta mayoritariamente por trabajos de pequeño formato con pocos intérpretes en escena en los que, en muchos casos, contó con el trabajo de actores o bailarines locales. La excepción a esta regla fue, justamente la propuesta llamada Teatro de Excepción, de Lisandro Rodríguez, que presentó las obras La tristeza, El sujeto asocial, El futuro y Los árboles; con un elenco conformado por 12 talentos actores italianos que estrenaron el año pasado estas obras en la ciudad de Vignola. En la edición posterior a la crisis del económica de 2001, aquella vez también el festival había apostado por espectáculos de este tipo. Pero, claro, en escena hubo un actor como el alemán Martin Wuttke en medio de una caja escenográfica impactante que todo lo podía. ¿Otros tiempos de los festivales? O, como afirma Irazábal, la formas de internacionalización de las artes escénicas han cambiado mucho en los últimos años.
A algunas propuestas que se montaron en salas o espacios públicos los lugares elegidos no las favorecieron. En sala, por temas de visuales, sucedió con L’Avenir / El porvenir, de Francia. En espacio público, ocurrió con Her Body as Words / Su cuerpo como palabras, de Canadá, que se proyectó en las pantallas del Metropolitan Sura en medio de la intoxicación visual y sonora de la avenida Corrientes, que atentaba todo el tiempo con la capacidad de atención que requiere la propuesta de la artista Peggy Baker. En este tren de cosas, la jornada de apertura tuvo lugar en la esquina de Florida y Lavalle. Según el testigo de los que estuvieron ahí a las 21, el horario indicado de inicio, había muy poco público en una zona castigada por la pandemia que el Gobierno porteño intenta recuperar.
La edición que culminó anoche tuvo también algo de visita sobre su misma historia reciente. De hecho, volvió a presentarse Fuck Me, la atrapante creación de la bailarina y coreógrafa Marina Otero que se había estrenado en el FIBA 2020 (quien en este marco estrenó Love Me); y volvió a programar Reminiscencia, del chileno “Malicho” Vaca Valenzuela, que fue tal vez uno de los trabajos más destacados del FIBA 2021. Claro que esta oportunidad, esa perturbadora y emocionante propuesta sobre la memoria colectiva ideada para el streaming en vivo, esta vez se montó también con público en una sala de Palermo sin aprovechar su nueva localía, su aquí y ahora, con espectadores siendo testigos de cómo se iba armando el relato.
Más allá de las excepciones, entre tantos dispositivos inmersivos, de realidad virtual o de mixturas híbridas de lenguaje, el gran ausente de la programación internacional fue el cuerpo del actor o de un bailarín en escena. En contraposición, apelando a búsquedas de lenguaje diversos, en lo que hace a la programación dejaron su marca de las obras de Marina Otero, Analía Couceyro, Mayra Bonard o Fernando Rubio, por citar algunos creadores que estrenaron sus propuestas en el FIBA.
La edición del Festival Internacional de Buenos Aires deja abiertas preguntas sobre el rumbo del encuentro, sobre su futuro y sobre las diversas formas que un festival de estas características puede realmente meterse con mayor contundencia en la oferta cultural de la ciudad de verano.
Las obras con mejores críticas, según LA NACION
- Love Me, de Marina Otero y Marín Flores Cárdenas (Argentina)
- The Very Last Northern White Rhino, de Gastón Core (España)
- Donde empiezan las cosas que son importantes, de Fernando Rubio (Argentina)
- Le Scriptographe, creación de Ezequiel García-Romeu (Francia)
- Vivir vende, de Mayra Bonard (Argentina)
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