Balance: El teatro de los chicos volvió a escena con nuevos horizontes
Los titiriteros y los músicos son los que tuvieron una actividad más activa durante este año tan particular
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En la escena infantil se replicó de modo reforzado el impacto de la pandemia sobre la actividad teatral y musical que vivió el público adulto. Si 2020 fue el año de salida de los escenarios, de indagación paulatina en los formatos virtuales, en 2021 se inclinó la pendiente hacia un lento, zigzagueante retorno al espectáculo presencial. Intentando navegar a contramano de la curva de contagios, hubo algunos primeros estrenos teatrales al aire libre en la temporada de verano pasada y luego una tardía reapertura de salas en la primavera.
Durante la fase estival se destacaron en el marco del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) la trilogía shakespeareana generada por Emiliano Dionisi –en particular Sueño, desopilante versión de los enredos de una noche de verano, en los jardines del Museo Sívori– y Mi don imaginario, la recreación sobre el repertorio de Hugo Midón escrita por Mariano Taccagni, con idea y puesta en escena de Pablo Gorlero, en la que la impronta midoniana lució a través de la dirección musical de Carlos Gianni y el protagonismo espléndido de Ana María Cores.
En un tono si se quiere más conservador de lo que representa Midón, a diez años de su muerte temprana, retomó Carlos March en clave de unipersonal su saga clownesca más querida, que rebautizó en singular como Vivito y coleando.
La señal más clara del despunte de un relevo generacional que trae nuevos recursos de puesta y temáticas poco transitadas por el teatro de los chicos fue el estreno de Ana y Wiwi, escrita y dirigida por Lorena Romanin (Como si pasara un tren). En el eficaz entrelazamiento de dramaturgia de pocas palabras y mucho contenido con precisa actuación y manipulación de títeres, con música en vivo y una escenografía de espléndida amplitud –de la artista húngara Gabriella Gerdelics, de labor destacada en varias puestas este año– cobró vida en escena una historia de resiliencia infantil frente a la adversidad. Ante ausencias dolorosas, la búsqueda, el encuentro y la defensa de nuevos afectos.
Con menor perfección, pero en indagaciones interesantes en torno a las nuevas constelaciones de identidad y familia, se estrenaron sobre el fin de la temporada A las cinco de la tarde, ópera prima de Pablo Bronstein sobre el universo lorquiano, en la nueva sala Área 623 –una más en la saludable descentralización hacia los barrios del mapa teatral–, y Crianzas, un musical basado en el libro de Susy Shock sobre la diversidad de géneros en la vida cotidiana de los chicos, con canciones de Carlos Gianni y dirección de Valeria Grossi, en El Picadero.
Inaugurando otra sala –Ítaca, en Abasto– subió a escena también en esa ola de breve apertura de estrenos a fin de temporada Alicia Confusión, que retoma el texto clásico de Lewis Carroll para preguntarse sobre la posibilidad de elegir quién se es en un mundo demasiado ordenado, escrita por Juan Ignacio Fernández y dirigida por Cecilia Meijide.
Este corta cartelera reciente retornará probablemente a comienzos de la temporada próxima –si el coronavirus lo permite, claro–, sentando una plataforma interesante para ampliar también la diversidad teatral en los escenarios de los chicos. Sin negar a Midón, pero abriendo el juego. La presencia de directores que transitan con fluidez entre el teatro para público adulto y el dirigido específicamente a los chicos (Romanin, Dionisi, Gorlero) es un buen indicio de que pueden multiplicarse estéticas y temáticas, abriendo las puertas de cierto “corral de la infancia” que predominó mucho tiempo.
Los titiriteros y los músicos mantuvieron a lo largo del año una presencia algo más regular, gracias a su versatilidad de traslado y su tradición de itinerancia por espacios alternativos. Los retablos tuvieron incluso su festival con el Mundo Títere Fest organizado por Omar Álvarez en noviembre, en Villa Ballester. Obras reconocidas como Lo que esconden los libros, sobre un texto de Jorge Amado, o el retrato de la vida intrauterina de El mundo de Dondo, se sumaron a obras de todo el país y funciones virtuales de elencos internacionales.
Y varios de los músicos más destacados del repertorio de los chicos cerraron una serie de recitales con la edición de libros-disco que resumen textos poéticos en contrapunto con melodías que quedan resonando en la memoria: Canticuénticos, ampliando su serie impresa con el tomo A cocochito, Magdalena Fleitas con los cancioneros Ronda de risas y Barrilete de canciones, Verónica Parodi con Tarareando con los pies descalzos, que reúne múltiples voces, y Mariana Baggio con Murciélago, en una singular simbiosis de letras ilustradas que recorre su repertorio.
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