Balance: a lo largo del año, la actividad teatral dio claras señales de reactivación con cifras cercanas a lo que sucedía antes de la pandemia
Un año marcado por la vuelta del público a las salas con una marca histórica en Mar del Plata, la renovación de viejos teatros como la apertura del Politeama, los cambios en las direcciones del Cervantes y el Complejo Teatral y el constante impulso de la escena alternativa
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A principios del año, quien verdaderamente dominó a la actividad teatral no fue una figura reconocida o un título exitoso. Fue la variante ómicron con la serie de funciones canceladas, elencos contagiados y postergaciones de estrenos el factor común que atravesó la golpeada dinámica del movimiento teatral. Recién al final del verano la actividad teatral en su conjunto se normalizó y hasta se produjo el primer signo de verdadera recuperación: en Mar del Plata, el fin de Semana Santa logró superar un récord de público que estaba vigente desde hace 34 años. Éxitos de público como Drácula, Una semana nada más y Fátima es camaleónica mucho tuvieron que ver con haber logrado ese hito histórico.
En términos de público, a lo largo de los 12 meses la actividad en salas de teatro no llegó a acercarse a las increíbles taquillas de la música en vivo pero, en contraposición, tuvo registros de recuperación muy superiores a los de exhibición de cine en salas. Lo más claro es la forma en que el público teatral, en su conjunto, se volvió a apropiar de ese rito social y cultural más allá de los lógicos temores iniciales. Las cifras que maneja Aadet, la cámara que reúne a los dueños de sala y productores teatrales de la escena comercial, indican que el movimiento de público del 2022 es similar al de 2019, antes de la pandemia. Pero, claro, como indicaba Carlos Rottemberg, presidente de dicha cámara, en un reportaje reciente, en aquella temporada se venía con números en baja.
En el circuito comercial porteño, más allá de propuestas como Drácula, Inmaduros, Piaf o Kinky Boots que siempre se ubicaron como las preferidas del público según la estadísticas de ventas de entradas: tal vez el hecho más contundente estuvo ligado al mismo edificio teatral en un amplio abanico que incluye la recuperación de salas (caso teatro Astros, Avenida o Regina), la inauguración del teatro Politeama a cargo de Juan José Campanella y sus socios y la celebración de los 150 años del teatro Liceo, la sala privada más antigua de América Latina. Por fuera de la General Paz, se sumaron a la entidad nuevas salas en Santa Rosa (La Pampa) y en Pilar.
A pesar de los sucesos, en cuanto a títulos de la escena comercial fue una de las temporadas más anodinas de los últimos tiempos. Nuevas versiones de obras que se vieron no hace tanto, como El método Grönholm, La verdad o Closer ofrecieron más de lo mismo frente a propuestas más jugadas como Pura sangre, con el trío creativo compuesto por Griselda Siciliani, Jorgelina Aruzzi y Carlos Casella; esa belleza empática con Peter Lanzani que fue Las cosas maravillosas, dirigida por Dalia Elnecabé; el excelente musical sin figuras Come From Away, en el Maipo; o la comedia Laponia, brillante texto catalán en manos de Nelson Valente y de un virtuoso elenco: Jorge Suárez, Laura Oliva, Paula Ransenberg y Héctor Díaz.
En ese contexto de fuerte inversión por parte de los productores privados se generan contrastes con lo aportado por el sector público. De hecho, recién en agosto el Teatro Nacional Cervantes, el único que depende del gobierno central, comenzó a funcionar con sus tres salas que habían cerrado en marzo de 2020. La temporada de la histórica sala estuvo atravesada por postergaciones de estrenos, incertidumbres y conflictos gremiales. En paralelo, el Teatro Presidente Alvear, que depende del Complejo Teatral de Buenos Aires –en donde se estrenaron exitosos títulos como Julio César, Lo que hacer el río, Las manos sucias y Vassa–, festejó sus 80 años en silencio y a puertas cerradas como le sucede desde hace ocho años, cuando cerró por trabajos de renovación edilicia que iban a durar unos meses (según el gobierno porteño, el año próximo volverá a levantar su telón).
Hay otra realidad en espejo entre las dos salas públicas más importantes de Buenos Aires. Así como el Cervantes inició el año con la partida de Sebastián Blutrach como asesor artístico, los cambios de gestión también afectaron al Complejo Teatral: Jorge Telerman dejó la conducción del organismo, pasó al Teatro Colón, y luego de algunas semanas de zozobra, el gobierno porteño designó a Gabriela Ricardes como directora general y artística del CTBA, cuya nave insignia es el Teatro San Martín. Esto implicó otra llamativa coincidencia entre ambas salas: así como en los 101 de vida del Cervantes es la primera vez que lo dirige una mujer, la santafesina Gladis Contreras; en los 74 años del San Martín o los 22 del CTBA también es la primera vez que lo dirige una mujer. Claro que, contra tal vez lo imaginado, cuando hace pocas semanas Ricardes anunció la programación de la temporada 2023 en la que hay una escasa participación de directoras y dramaturgas en lo que refiere a obras de teatros, diversas entidades como personalidades salieron a marcar lo que entienden como una falta de perspectiva de género.
En lo que respecta a festivales organizados por organismos públicos recuperó su agenda luego de postergaciones, versiones híbridas y cancelaciones. Hubo una nueva edición del FIBA, que cada vez va perdiendo interés entre los mismos creadores de las artes escénicas y que programó espectáculos extranjeros de escaso interés; se realizó un nuevo encuentro de la Fiesta Nacional del Teatro, que tuvo lugar en Chaco en medio de algunos desajustes organizativos y la siempre grata noticia de darle visibilidad a algunos interesantes trabajos gestados por fuera de centralismo porteño (como el caso del circo minimalista de Los santos); y hubo otra página de la Bienal de Arte Joven que, en perspectiva y tomando al conjunto de los trabajos escénicos estrenados, fue la más endeble de las bienales anteriores (aunque siempre hay excepciones, como Metrochenta, de José Guerrero). En líneas generales, en este circuito las propuestas inmersivas, las biodramáticas y las de cruce de lenguaje se vienen repitiendo hasta el posible punto de extrañar ver a un actor o una actriz conmoviendo al público valiéndose de los elementos más primeros del arte teatral.
La escena alternativa, el sector más golpeado por la pandemia, como sucedió en los otros circuitos también dio claros signos de recuperación de la actividad en los que convivieron reposiciones de trabajos que no habían podido completar su temporada y estrenos de obras como Rota, dirigida por Mariano Stolkiner, o Los finales felices son para otros, puesta de Ignacio Gómez Bustamante y Nelson Valente, dos montajes sumamente elogiados por la crítica y por el público. En esta deriva luego de tiempos tan complejos, teatros como Timbre 4 y Espacio Callejón fueron verdaderos motores de la actividad alternativa porteña mientras que espacios como Fundación Cazadores o El Galpón de Guevara volvieron a apostar fuertemente por los trabajos más experimentales.
De recordar la foto de cómo estaba la actividad en su conjunto en enero con la foto actual, claramente el movimiento teatral ha dado enormes pasos positivos. Apenas se inició la cuarentena, Rottemberg colgó en la marquesina de uno de sus teatros un cartel que decía que se bajaba el telón para cuidarnos, que ya habrá tiempo de volver al teatro. Todo el 2023 fue una sucesión de fotos que dan cuenta de que el tiempo es hoy y que, más allá de supuestos o reales parámetros científicos, el teatro hace bien.
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