Augusto Fernandes: maestro de los actores argentinos
No era una figura mediática, por el contrario era un creador que se movía mucho más cómodo en el anonimato que bajo las luces. Pero en el campo teatral, todos sabían quién era Augusto Fernandes, que murió anteayer en esta ciudad, con la serenidad que lo caracterizaba. Su asistente lo fue a despertar para dar clases y él se había dormido para siempre.
Nació en Portugal, en 1939, y su familia se trasladó a Buenos Aires al año siguiente, pero como no reconocía su origen europeo decidió nacionalizarse argentino. Fue uno de esos personajes que tuvo la fortuna de sentir una vocación que lo llevó a buscar su destino en los escenarios. Desde los seis años, alternó las clases que tomaba en el instituto Labardén con personajes en radioteatros, eso marcó un derrotero en su vida. Aunque contaba con el apoyo de su madre que lo veía convertido en galán de cine, internamente otra vocación lo estimulaba: la pintura. "Guardo los cuadros -confesó-, porque no dejé de pintar, y uso ese conocimiento para las escenografías. Nunca exhibí, porque detesto el circo de la pintura. Con el teatro me alcanza".
Y le sobraba, porque fue, a los 11 años, un actor cotizado. A los 16 se recibió de profesor de declamación. Ya en 1949 dio sus primeros pasos en el cine: Almafuerte, de Luis César Amadori, junto a Narciso Ibáñez Menta, y al año siguiente lo hizo en La muerte está mintiendo, de Carlos Borcosque, también junto a Ibáñez Menta y María Rosa Gallo. En 1954 ingresó a Nuevo Teatro, que dirigían Alejandra Boero y Pedro Asquini, y se separó al año siguiente para fundar, junto con algunos compañeros, el Grupo de Teatro Juan Cristóbal. Posteriormente, en 1957, este grupo se fusionó con otro que ya había dado sus primeros pasos en el teatro independiente: La Máscara, que dirigían Ricardo Passano, Álvaro Yunque y Elías Castelnuovo.
Allí se afianzó en la actuación, pero también comenzó a desarrollar el gusto por la dirección, y tuvo la oportunidad de conocer a una actriz y docente austríaca que fue fundamental en su carrera: Hedy Crilla, una mujer que dejó un gran legado a sus discípulos. Su valor pedagógico fue el dar a conocer el método de Stanislavski y Lee Strasberg que marcó el camino a varias generaciones de actores formando a maestros y directores que continuaron su labor: Agustín Alezzo, Augusto Fernandes, Federico Herrero y Carlos Gandolfo, grandes directores de la escena argentina. "Crilla fue el eslabón entre Stanislavski y nuestro medio. Fue la primera persona que habló de conectar al actor con sus propias vivencias, y así salimos de la sobreactuación. Estimo que nosotros vamos tomando humildemente este legado que ella dejó a sus alumnos, lo transmitimos a nuestros alumnos y ellos, a su vez, lo darán a conocer a otras generaciones", decían sus discípulos, y para Fernandes la herencia fue fundamental. "Fuimos un poquito la vanguardia del actor que empezó en esos años -reconocía-: veníamos de un teatro muy artificial, una especie de cocoliche mal actuado y con aficionados. Yo hice cosas así que me dieron vergüenza ajena. Y nosotros queríamos formarnos, teníamos el síndrome de Stanislavski y ahí conocimos a Hedy Crilla que lo conocía de primera mano. Fue un momento muy importante para el teatro argentino, no solo para nosotros".
En 1962 comenzó su labor como docente y debutó como director con la puesta en escena de Soledad para cuatro, de Ricardo Halac. Fue un hito en su vida profesional porque señaló su fácil disposición para la dirección, reafirmada en 1965 por el Premio de la Crítica a la Mejor Dirección del Año por Fin de diciembre, también de Halac.
La docencia surgió casi de una manera natural y le dio una mayor proyección local e internacional. A pedido de la Fundación Gulbenkian condujo en 1969 un seminario para actores y directores en el Teatro Universitario de Porto (Portugal). Al regresar a Buenos Aires creó el Equipo de Teatro Experimental de Buenos Aires (Eteba) con el que estrenó en esa ciudad La leyenda de Pedro, adaptación libre de Peer Gynt, de Henrik Ibsen, creación que lo llevó a varios festivales, entre ellos, el de Nancy (Francia), la Reseña Internacional de Florencia (Italia) y al Theatertreffen 1970 en Berlín (Alemania), país en el que se iba a radicar por muchos años.
Su trabajo con versiones sobre obras de Ibsen, Strindberg, Griselda Gambaro, Chejov, Shakespeare, entre muchos otros, lo colocaron en un alto nivel de creatividad, y son muchos los títulos que habría que señalar que, a su vez, lo hicieron acreedor de varias distinciones.
Pero no menos importante fue su labor en el campo de la docencia. En 1996 fundó su escuela para actores y directores en Buenos Aires, y tanto allí como en escuelas de cine y de teatro en las principales ciudades europeas (Francia, Italia, España y Alemania), donde dictó seminarios de entrenamiento para actores profesionales y talleres de dirección de actores para directores de cine y televisión.
Augusto Fernandes perteneció a una generación de teatristas que permitió la renovación de la escena argentina, tarea que dejó su impronta en muchos de sus discípulos. Su último trabajo fue en el Teatro Nacional Cervantes, hace dos años, con 1938, un asunto criminal, obra escrita, dirigida y actuada por él mismo.