Atractiva experiencia teatral
"Beckett impromptu." Dos obras cortas -"Footfalls" ("Pasos") y "Ohio Impromptu"- de Samuel Beckett. Intérpretes: María Comesaña, Duilio Marzio, Domingo Basile. Vestuario: Mini Zuccheri. Puesta de luces, escenografía y dirección: Patricio Orozco. Viernes, a las 21, en Beckett Teatro, Guardia Vieja 3556; 4867- 5185. Entrada, $ 15.
Nuestra opinión: muy bueno
Dos piezas breves de Samuel Beckett integran este programa que forma parte del Festival Beckett que está desarrollándose en la sala que lleva el nombre del dramaturgo irlandés de quien se conmemora en esta temporada el centenario de su nacimiento. Ambos textos poseen una particular estructura y, sobre todo, hay en ellos una fuerte concentración dramática. Introducirse ellos por la mera lectura puede resultar, tal vez, algo complicado; pero en las representaciones que conduce Patricio Orozco se da un nivel de juego muy atractivo para el espectador y entonces la experiencia puede resultar muy atractiva. Orozco consigue extraer de ambos textos una teatralidad muy rica y, sobre todo, de una poesía muy vital.
En el primero, " Footfalls " ("Pasos"), una mujer ha perdido su historia y es en la relación con su madre donde pueden aparecer algunos rastros que revelan su identidad, su dolor, su concepción de la vida. Beckett parece impiadoso, por momentos, con ella. Pero la interpretación de María Comesaña es sumamente precisa, y entonces su criatura adquiere unos ribetes más que interesantes. La actriz juega con esa mujer a fondo y la revela en una interioridad hasta a veces atrevida y siempre shockeante.
En "Ohio Impromptu", Duilio Marzio se convierte en un lector muy particular. Conduce la lectura de un relato y sus tonos son controlados de cerca por un escucha (Domingo Basile) que obligará a corregir la intensidad, la forma en que esa narración debe fluir. Entre ambos intérpretes asoma una energía muy potente que realimenta la relación y la torna extrañamente patética.
La escena tiene una fuerza muy atractiva. La imagen de por sí es provocadora, y ambos personajes generan una tensión con la que el espectador se cargará de continuo. Se creará así la necesidad de que ese texto no se termine, de que las palabras no se agoten, de que la voz no se apague porque, de lo contrario, tal vez el mundo desaparezca.
Sumamente profunda es la opinión acerca de estos textos, tanto del director como de sus intérpretes, y el espectáculo suscita una inquietud nada gratificante -es cierto-, pero sí muy movilizadora.