A.R.C.A.: simulacro patagónico. Hábil mirada farsesca de las miserias humanas
A.R.C.A.: simulacro patagónico
Nuestra opinión: muy buena
Libro y dirección: Aníbal Gulluni. Elenco: Flavia Bagdadi, Pablo Bustamante Figueroa, Nicolás Cavol, Julián Cortina y elenco. Músicos: Damián Ferraro, Pablo Fortunato, Gastón Martínez. Sala: El Método Kairós, El Salvador 4530. Funciones: domingos, a las 20.30. duración: 80 minutos.
A.R.C.A. afirma ser un "simulacro patagónico". Hay una diferencia entre disimular y simular, se disimula lo que se tiene y se simula lo que no se tiene. En eso, hacer un simulacro en farsa que juega con las grandes luchas anarcosindicalistas de los años 20 sirve, también, como expresión de distancia insalvable con respecto a ideales que antaño fueron profundos. La temática de la obra mezcla ideales de izquierda, gauchesca, tragedia clásica y género chico. Por original que parezca, es notable que hay más de una obra en cartel con estos referentes, casos que permiten pensar en un clima de época alrededor de estas coordenadas.
El espacio escénico cuenta con algunas postas: mesa, vitrina y mostrador que se resignifican a lo largo de la pieza. Cada zona muestra un revés, algo que ocultar y que hace sentido con la clandestinidad en la que viven los personajes. Una Ifigenia (Flavia Bagdadi) hace uso de su famosa maldición: predice lo que vendrá sin ser escuchada. Ese gesto trágico enmarca la pieza, si bien lo que se verá está en tono de comedia, hay algo del destino marcado que estará presente. La anécdota atraviesa el derrotero de una comuna que quiere armar un mundo nuevo desde un lugar escondido. Temen ser traicionados y muestran al espectador que sus ambiciones en nada se corresponden con las condiciones en las que se encuentran. Los movimientos corales muestran un gran trabajo de la dirección de Aníbal Gulluni, si bien el texto es enrevesado y por momentos el interés por la anécdota decae, se ve que el proceso ha estado orientado al trabajo con los actores. Ellos, los músicos que abren guiños constantes y una divertida batería de recursos escénicos tomados de géneros populares, hacen que la sorpresa mantenga siempre interesada a la platea.
La mirada fársica sobre nuestras miserias habilita lecturas políticas que entran en juego con la coyuntura. Asomarse al abismo de los ideales devaluados es también una forma de honrarlos. Porque, aunque la obra sea cruel, sus personajes no dejan de tener un amor sincero por estas ideas. En eso hay una breve poética: la gesta de hacer teatro independiente, a la gorra, en este contexto se hermana con estos intentos de cambiar el mundo. Y en ese aspecto, que puede parecer ingenuo, A.R.C.A. deja de ser un simulacro, el compromiso emprendido tiene aquí una dosis de honestidad que se agradece.
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