Aniversario. Los 30 años de La Ranchería, el teatro que le rinde tributo a la primera sala argentina
Sus directores lo celebran los miércoles, con funciones gratuitas de una interesante selección de obras, y con un brindis posterior
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El teatro La Ranchería está conmemorando sus 30 años de actividad y su actual director, Jorge Venturini, decidió celebrarlo presentando espectáculos con entrada libre, los miércoles y luego de cada función invita al público a brindar por este aniversario. El programa posibilitará ver cada semana las obras, Visita de Ricardo Monti, La colombina de Sergio Martínez, Secretos de Raquel Diana, y Moliere no se viste de amarillo, una versión de El enfermo imaginario. La dirección de estos trabajos está a cargo de Daniel Di Cocco, Luis Vallejos, Marcelo Beltrán Simó y Leticia Iglesias Neveux, respectivamente.
El espacio nació en 1992 con el nombre de Fundación La Ranchería. Los fundadores fueron Leonardo Goloboff, Jorge Venturini y Sonia Penette. En los estatutos de la institución los creadores declaran que entre sus objetivos figura el de “determinar como campo de acción el amplio panorama de las artes y la cultura, con particular acento en el espectáculo, la docencia, el estudio, la investigación y la promoción teatral”.
El nombre de la sala rinde homenaje al primer teatro registrado en la ciudad de Buenos Aires denominado Teatro de la Ranchería, inaugurado en 1783 y destruido por un incendio en 1792. A comienzos de la década del 90 el actor, dramaturgo y director Leonardo Goloboff se reencontró con uno de sus exalumnos, Jorge Venturini, director y especialista en técnica corporal. Ambos estaban buscando un ámbito teatral para desarrollar sus actividades. Goloboff venía de desarrollar su carrera en espacios como el teatro IFT y la AMIA; y Venturini tenía un estudio junto a la reconocida especialista Susana Milderman y acababa de perderlo.
En paralelo los creadores Jaime Kogan y Felisa Yeni, cuya labor desarrollaban en el Payró, veían peligrar la continuidad del espacio porque las Galerías Pacífico reclamaban ese lugar como parte del complejo comercial. Los cuatro decidieron emprender una búsqueda conjunta que posibilitara encontrar un lugar de trabajo pero al poco tiempo Kogan y Yeni solucionaron su problema y lograron quedarse en el Payró.
“Con Golo –cuenta Venturini– encontramos este local en el que había funcionado una fábrica de zapatos. Nos gustó y conseguimos el dinero para comprarlo. Cada uno trajo su arquitecto, hicimos dos proyectos de remodelación y finalmente elegimos el que propuso el especialista que había invitado Golo. A fines de 1991 se iniciaron las obras y a mediados de 1992 empezamos la actividad. Goloboff era bastante amigo de Eduardo Rovner, por aquel entonces director del Teatro San Martín. En aquel momento él había creado un proyecto que otorgaba ayudas a las salas independientes bajo una figura denominada ‘sala asociada al San Martín’. Eso nos ayudó mucho los primeros seis años”.
El espectáculo que abrió La Ranchería fue Contando las maneras, de Edward Albee, dirigido por Carlos Iannni, trabajo que tenía en su elenco a la actriz española Blanca Oteyza, quien por aquel entonces residía en Buenos Aires.
Durante los primeros quince años la dirección artística del teatro estuvo a cargo de Leonardo Goloboff acompañado por su esposa Sonia Penette. Venturini viajaba continuamente a Venezuela compartiendo su labor teatral con su profesión de ingeniero mecánico.
En aquellos años se presentaron, entre otros espectáculos, Camaralenta, de Eduardo Pavlovsky; País de ciegos y Azucena sin guipiur, ambas de Alfredo Megna; Unio Mystica, de Susana Torres Molina; A precio de propaganda (la valija), de Mauricio Rosencof; Ñaque o de piojos y actores, de José Sanchis Sinisterra; Tango roto, de Jorge Palant; Trapitos sucios, de Susana Freire; Las nieves del tiempo, de Manuel Lotersztein; Laura, de Gabriel Molinelli; El sueño inmóvil, de Carlos Alsina; Tocala de nuevo, Cacho, de Tato Tabernise y Enrique Morales; La lección, de Eugenio Ionesco. Y entre los directores que asumieron esos proyectos pueden destacarse a Graciela Spinelli, Leonardo Goloboff, Jorge Hacker, Enrique Dacal, Osvaldo Calatayud (quien durante un tiempo fue asesor de la Fundación), Julián Cavero y Alejandro Robino.
Durante el período que va de 1992 a 2007 en La Ranchería también se dictaron diversos cursos de formación que tuvieron, entre otros maestros, a Goloboff, Penette, Julio Baccaro, Susana Freire, Norberto Díaz y Mari Carmen Arnó. Se realizó un concurso nacional de dramaturgia cuyo primer premio fue para la obra Aquellas cartas de Eduardo Bonafede, autor que reside en Tierra del Fuego. La pieza se montó en la sala con la dirección de Conrado Ramonet.
Un grupo de dramaturgos tuvo también su lugar de trabajo en La Ranchería. Se autodenominaban Grupo Lautaro y estaba integrado por Enrique Morales, Alfredo Megna, Omar Aita, Héctor Oliboni, Ricardo Hana, Daniel Veronese, Alejandro Robino, Oscar Tabernise y Jorge Palant.
Según recuerda Megna el equipo se creó a partir de un taller de dramaturgia que se organizó en el teatro San Martín, durante la gestión de Eduardo Rovner. Mauricio Kartun conducía a un grupo de autores que se estaba iniciando en la actividad y Roberto Cossa trabajaba con autores que ya había estrenado sus obras. Entre 1995 y 1998 Lautaro se reunió en La Ranchería, los martes de 18 a 21. “Funcionó como un taller interpares. Compartíamos nuestros materiales, debatíamos, articulábamos con los directores que llevaban a escena nuestras obras”, recuerda Megna. En tanto que Alejandro Robino agrega: “trabajábamos sin líder, referente o maestro. Esta labor en paridad fue rupturista respecto del modo piramidal que se sigue habitualmente en los talleres en donde la impronta de los maestros (estética e ideológica) impregnaba la tarea”. Durante esos años el Lautaro presentó un ciclo de teatro semimontado y además estrenó sus piezas en coproducción con el teatro San Martín.
En 2000 Leonardo Goloboff decidió dejar la dirección artística de la sala y se trasladó a la ciudad de San Miguel de Tucumán donde desarrolló una intensa labor como actor, director y dramaturgo. Hoy recuerda que por aquel entonces se cansó de la tarea administrativa que debía llevar a cabo para sostener la sala. “Estuve varios años tomado exclusivamente por la papelería –explica el creador–. Los inspectores de la AFIP no podían creer que tuviéramos una Fundación con la que no ganábamos dinero. Me cansé de lo no artístico. Aunque también tengo muy buenos recuerdos de las experiencias que se realizaron, de las funciones con público. En verdad empecé a sentirme libre cuando llegué a Tucumán. Acá siempre hice cosas, sobre todo con el director y actor Juan Tríbulo”.
Jorge Venturini quedó a cargo del espacio pero siempre encontró acompañantes que le ayudaron a diseñar nuevas programaciones (Daniel Di Cocco, Jorge López Vidal, Marcelo Beltrán Simó). “Durante varios años apuntamos a las obras de autores argentinos exclusivamente –explica–. Después se abrió el campo hacia el teatro latinoamericano. Hicimos algunas semanas dedicadas al teatro venezolano o el teatro ecuatoriano. En 2007 se integró al equipo Jorge López Vidal, un director que vivió muchos años en el exterior y había trabajado en Chile y en España. A través de sus relaciones logramos presentar algunas experiencias internacionales como la española Compañía de teatro Abrego que ofreció espectáculos como El corazón de Antígona y una versión de Bodas de sangre que hizo una importante gira por varios países del mundo y fue muy elogiada en Nueva York. López Vidal estrenó en La Ranchería también una versión de Perón en Caracas, de Osvaldo Lamborghini, que resultó muy atractiva.”
Si bien durante muchos años en el teatro se presentaron equipos de trabajo integrados por artistas muy reconocidos, La Ranchería decidió abrir las puertas a nuevos creadores y es así que surgió el proyecto Abriendo caminos. Cuenta Venturini: “Nos tomábamos el trabajo de ir a ver los ensayos de cada elenco, evaluar sus proyectos, una tarea que no fue fácil. Con esa estrategia, sin darnos cuenta, generamos nuevos públicos y descubrimos a gente muy talentosa”.
“En realidad –agrega el director– nosotros estamos festejando los 30 años pero esto solo fue posible porque hubo una cantidad enorme de gente, decenas de elencos que hizo el esfuerzo de ponerse a ensayar 100, 150 horas para hacer un espectáculo más o menos digno. En realidad el teatro independiente existe por eso, porque las salas damos la posibilidad y ofrecemos lo que podemos y con los subsidios más o menos sobrevivimos pero, el esfuerzo, lo hacen los creadores”.
Para agendar
Visita, de Ricardo Monti
La colombina, de Sergio Martínez
Secretos, de Raquel Diana
Moliere no se viste de amarillo, de Leticia Iglesias Neveux
En La Ranchería, México 1152. Los miércoles, a las 20. Entrada libre
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