Aniversario. El Centro Cultural de la Cooperación, sitio en el que confluyen todas las artes, celebra sus 20 años
En más de una temporada, su programación superó en calidad a los teatros oficiales; hoy es el lugar donde el espectador va a buscar los mejores espectáculos y creadores
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La crisis económica de 2001 había golpeado con fuerza a la actividad teatral argentina. La calle Corrientes presentaba una imagen desoladora, sobre todo durante las noches cuando las marquesinas de las salas comerciales estaban apagadas y los espectadores no cumplían con el conocido ritual de ir al teatro. Sin embargo en un tramo de esa calle, Corrientes 1543, frente al Teatro San Martín, donde antes había funcionado el cine Lorraine, desde hacía tiempo una parcela tapiada hacía pensar que en ese espacio estaban construyendo un edificio de departamentos.
En verdad no era así. En ese terreno el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos construía el Centro Cultural de la Cooperación, un complejo de 12 pisos que albergaría tres salas (Solidaridad, Raúl González Tuñón y Osvaldo Pugliese) y en el que se desarrollarían quince áreas de trabajo que cubrirían un amplio abanico de actividades que irían desde distintas disciplinas artísticas, a diferentes ramas de las ciencias sociales.
El espacio se inauguró hace 20 años, exactamente en noviembre de 2002. Entonces, a nivel teatral, estaba previsto el estreno de una versión de Eduardo Pavlovsky de Coriolano de William Shakespeare protagonizada por Pavlovsky, con dirección de Norman Briski. Dicho trabajo recién se dio a conocer en junio de 2003 bajo el título La gran marcha. Antes, durante el mes de febrero, el grupo Los Macocos abrió la temporada presentando La fábula de la princesa Turandot, un espectáculo estrenado en el Teatro Argentino de La Plata en 2001 y que hasta entonces no se había presentado en Buenos Aires.
Ese cruce de programación inicial comenzaba a dar cuenta de cuáles serían los objetivos a la hora de programar la actividad escénica. Autores clásicos versionados por reconocidos dramaturgos y directores nacionales formados durante los años 60 junto a experiencias de artistas que hallaron su espacio de creación en la posdictadura (décadas del 80 y 90).
Meses antes de su inauguración, el 17 de abril de 2002, el entonces presidente de IMFC, Floreal Gorini (quien murió en 2004), se refería a la creación de este proyecto en una nota publicada en LA NACION: “Consideramos que la crisis que afecta al país y al mundo es muy grande y en esto el plano cultural tiene mucho que ver. La cooperación, que tiene por objeto elevar al hombre a través de su capacitación y hacer de la economía un acto de servicio y no de lucro, consideró necesario hacer un esfuerzo mayor al que veníamos haciendo a lo largo de nuestros 43 años de existencia y es así que damos forma a este Centro, en el que se desarrollarán actividades culturales, pero a la vez se analizarán problemáticas sociales, económicas. Queremos desarrollar una cultura de la que participen todas las ramas que hoy interesan a la humanidad. Desde el arte hasta los derechos humanos”.
Si bien en aquel momento cerca de 600 personas –según datos que aportaba Juano Villafañe, director artístico del CCC– estaban abocadas a organizar el funcionamiento de las diferentes áreas de trabajo, específicamente, a nivel artístico, se contaban como asesores a Eduardo Pavlovsky, Alejandra Boero, Norman Briski, Cristina Banegas, Lorenzo Quinteros, Raúl Serrano y Ricardo Bartis (teatro), Hugo Midón, Sarah Bianchi, Claudio Hochman y Marcelo Katz (títeres y espectáculos infantiles), Inés Sanguinetti (danza), Adrián Abonizio, Liliana Herrero y Vicente Feliú (música), Carlos Alonso y Felipe Noé (plástica), David Blaustein, Fernando Peña y Miguel Pérez (medios audiovisuales). Sin duda la trayectoria de estos creadores posibilitaba, a priori, reconocer el criterio curatorial que se plantearía en los diferentes espacios.
A 20 años de su creación puede afirmarse que la impronta de esos artistas se viene imponiendo, en cada temporada, en la programación del Centro que alberga proyectos tanto de creadores reconocidos como de las nuevas generaciones. Y ese cruce de experiencias en los distintos escenarios, da cuenta a la vez de un pensamiento teatral que circula por otras salas de Buenos Aires, sobre todo las alternativas, donde las variables las marcan, sobre todo, unos procesos creativos que mantienen activa la investigación en torno a unas teatralidades que mantienen muy vivo el campo escénico porteño.
El Centro Cultural de la Cooperación ha sido y es un espacio en el que profesionales como Pavlovsky, Briski, Griselda Gambaro, Hugo Urquijo, Oscar Barney Finn, Raúl Serrano, Manuel Iedvabni, Leonor Manso, Lorenzo Quinteros, Pacho O’Donnell, Pompeyo Audivert, Julieta Díaz, Ana María Bovo, Claudio Gallardou, Virginia Ioncenti, Daniel Marcove se han cruzado con experiencias del ciclo denominado Novísima dramaturgia argentina que coordinaba Ricardo Dubatti (del que participaron, a mediados de 2010, autores como Patricio Abadi, Alfredo Stafollani, Ariel Gurevich, Hernán Ruiz, Francisco Lumerman y Fiorella De Giacomi).
Dentro de otra variable generacional pueden reconocerse los trabajos de directores como Manuel Santos Iñurrieta, Emiliano Dionisi, Mariano Dossena, Sergio D’Angelo, Eloísa Tarruela, Bernardo Cappa, Gustavo Pardi, Daniel Casablanca, entre tantos otros. También resultan muy destacables ciclos como el Festival del amor o el Festival de poesía, otros relacionados con diversas expresiones de la danza o los que anualmente promueven el interés del público infantil, ya sea a través de espectáculos teatrales o de títeres. El Centro se ha transformado en el ámbito, además, en el que estrena sus producciones la Compañía Argentina de Teatro Clásico que dirige Santiago Doria.
Al cabo de 20 años el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini ha logrado ocupar un lugar importante en la cartelera teatral local y mantiene una alta cantidad de espectadores en cada una de las funciones que se llevan a cabo semanalmente en sus salas.
En 2002 Gorini afirmaba: “Esta cultura necesita una intelectualidad que la impulse porque la responsabilidad es siempre de la inteligencia. Con el Centro Cultural trataremos de formar una intelectualidad que salga a la sociedad con sus formas de expresión y las difunda. Aquí hubo una época de oro del cine y del teatro argentinos, entonces teníamos un pueblo que tenía un proyecto nacional. Hoy la cultura está quebrada, ¿cómo hacemos para reestablecerla?, cada uno aportando lo suyo». Aquel sueño, parece haberse cumplido.
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