Angélica Liddell y su pornografía del alma
La actriz y directora española habló sobre Yo no soy bonita, una de las obras internacionales que se presentan esta noche en el FIBA
Angélica Liddell, probablemente una de las artistas españolas más provocadoras aunque ella disienta un poco en esta catalogación, está de visita por segunda vez en Buenos Aires para participar este fin de semana del VIII Festival Internacional de Teatro con su obra Yo no soy bonita (hoy, a las 20 en el San Martín, Corrientes 1530). "La primera vez que vine fue por una invitación del Rojas, ya que me habían pedido que escriba una obra para el proyecto Decálogo, que dirigió Guillermo Cacace. Pero esta es la primera vez que actuaré en esta ciudad con una obra de excesiva importancia para mí ya que con ella pongo mi cuerpo para revivir una escena de violencia que me permita a su vez ponerme como ejemplo de género para referirme a la violencia doméstica de la que es víctima la mujer".
–Para el público porteño que no ha visto el desarrollo de tu estética, ¿cómo definirías tu obra?
–Me gusta definir mi estética como "pornografía del alma", en el sentido de que intento romper la barrera del pudor entendido como algo emocional, profundizando en las miserias humanas y rompiendo la barrera que separa lo público de lo privado. Hablo de la infancia a raíz de una experiencia personal de violencia y trato de hacer un duelo por las niñas muertas poniéndome como transmisora de la debilidad de ser niño y mujer.
–¿Cómo surge esta idea?
–Me convocó el Museo Reina Sofía para el ciclo Cárcel de amor que estaba relacionado con la violencia de género. Se me ocurrió hablar de una experiencia que sufrí a los 9 años y de la que nunca había hablado con nadie. Entonces vivía en unos cuarteles de caballería y lo que intenté es introducir esa experiencia en un espacio poético haciendo que la belleza venga a hacer justicia cuando esta última no existe, y de ese modo poner en duda la existencia de "abusos menores". No hay abusos que puedan ser considerados menores cuando se trata de niños. Pero la sociedad acaba por naturalizarlo y restarle importancia. Con esta obra le quito relativización. Y devuelvo con toda la furia de una tormenta toda la agresión que uno recibe de niño. Utilizo el escenario para arrojarlo y de ese modo vengarme, supongo.
–¿Una experiencia catártica?
–No tiene que ver con la catarsis. Es más bien una forma de transformar el sufrimiento en otra cosa, en belleza por ejemplo y hacer que la belleza sea una forma de justicia y no algo catártico ya que esto sería algo más personal. De hecho esta experiencia acabó produciendo tres obras más que conforman lo que llamé Teatrología de la sangre y que son obras en las que reflexiono sobre distintos tipos de violencia.
–¿Esa violencia de la que hablás está presente en el escenario o simplemente la narrás y describís?
–La violencia de la que hablo está fundamentalmente en mi infancia, pero considero que los métodos que utilizo para hablar de ella no son violentos. La violencia está en mi memoria y el resto son elementos estéticos. Esa sangre real que brota de mi cuerpo de función en función es simplemente una materia expresiva más como puedo utilizar la tierra o lo que sea. En ese sentido es una mezcla de cuadro clínica y voluntad estética que se unen para conformar una obra de arte y lo único que intento es que la gente sea capaz de ejercitar la compasión, la piedad y que pueda comprender mejor al mundo. Muestro una realidad y el espectador enfrenta la suya. De esto surge un conocimiento que es lo prioritario. Si esto es provocar usemos ese término pero no me interesa la provocación como tal.
–¿Este recuerdo violento fue modificado una vez que lo convertiste en belleza, disminuyó en su potencia doliente?
–Leí una vez una frase de Houllebecq que me gustó mucho y que decía que las heridas no se olvidan, simplemente uno está cada vez más herido de modo tal que una herida se va ligando a otra herida y va conformando lo que eres haciendo que camines cada vez más herida. Yo intento transformar y manejar esas heridas con una suerte de compulsión clínica típica de los enfermos mentales que tienden al retrato. No diría de mí que soy una enferma mental pero sí que transito por esos límites. Y es más, tal vez no lo soy porque hago este trabajo y logro volver estética esta compulsión hacia el retrato.
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