Se luce como dramaturga y actriz en Pundonor, donde demuestra su energía escénica en el rol de una docente universitaria; dirige a Julieta Zylberberg en Prima Facie, que se estrenará en pocos días y hará lo propio con Cecilia Roth en un ambicioso proyecto
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“En un escenario grande, uno se siente como un chamán que invoca una energía”. Andrea Garrote pisa fuerte cada vez que sube a escena. Por estos días, su agenda como actriz la lleva a volver a darle vida a la profesora Claudia Pérez Espinosa (“La” Pérez Espinosa), esa mujer en estado de vulnerabilidad que regresa a los claustros universitarios para hablar sobre Michel Foucault luego de algunos meses de licencia.
Se trata de ese monólogo -escrito por Garrote- profundo, crudo, salvaje, no exento de humor, en el que se sostiene la narración de Pundonor, pieza estrenada en julio de 2018, que va y viene de la cartelera -codirigida por Rafael Spregelburd y la propia actriz- y que ahora está en cartel en el Teatro Picadero hasta fines de junio.
Además, su presente la encuentra ensayando Prima Facie, escrita por la dramaturga australiano-británica Suzie Miller, un unipersonal que en su puesta argentina estará a cargo de Julieta Zylberberg en el Multiteatro, desde la primera semana de julio, y más hacia fin de año dirigirá a Cecilia Roth en La madre, una obra que se verá en el Teatro Picadero en octubre, después del regreso de Roth al país.
A esa agenda hay que sumarle su labor docente, de manera institucional y en sus propios talleres, espacios donde se conjuga la actuación, la dirección y la escritura, conformando una formación interdisciplinaria en los alumnos. “No bailo ni canto en el escenario, hablo, pero esa música del habla es casi como un canto. Esa voz tiene que sonar”, sostiene Garrote, quien fuera una de las fundadoras -junto con Spregelburd- de El Patrón Vázquez, uno de los colectivos estéticos más ricos del teatro argentino, que comenzó a dejar su impronta indeleble en la primera mitad de los años 90. “Con Spregelburd hicimos gestas titánicas como La estupidez, que duraba cuatro horas. La hacíamos en el ámbito independiente, sin nadie detrás de escena y con 25 cambios de vestuario, donde había un tramo en el que aparecía borracha y otro en silla de ruedas. Fueron años de un entrenamiento muy fuerte. En un festival hicimos dos funciones seguidas, luego sentí que había actuado todo el día”, rememora.
Pundonor
Más allá de las cuestiones que aparecen en la superficie, Garrote entiende que hacer un monólogo como el de Pundonor es “nadar en aguas abiertas”.
-No todo actor o actriz se le anima.
-Es que hay un nivel de sufrimiento que, si no tenés mucha confianza, no te dan ganas hacerlo. No es para todos y no es para cualquier momento de la vida. Pundonor no me aburre, resuena distinto a lo largo del tiempo y, como le habla a la gente, siento a los espectadores como compañeros de escena. Ellos son mis alumnos que vibran, me contestan.
Para la Real Academia Española, el vocablo “pundonor” remite a un sentimiento que impulsa a una persona a mantener su buena fama y a superarse”. De eso se trata el desafío de la profesora que interpreta Garrote: vuelve al aula para redimirse y superar la humillación, pero termina en el lodazal de otras degradaciones aún más complejas, tensionada y con una emocionalidad endeble. Los testigos de la proeza son sus alumnos (el público, nada menos).
-¿Cómo nació la propuesta?
-Tenía la necesidad de escribir un monólogo, pero en el que sucediese algo vivo, que hubiera presente escénico. En Pundonor, el personaje se juega algo, camina sobre una cuerda, va decidiendo ir contando algo más. Es como si dijera “si ya me embarré, quiero dar testimonio in praesentia”, aunque eso le cueste. Las palabras del personaje desbordan. Una vez que me decidí a escribirlo, apareció la idea de Foucault y lo hice en pocos meses, en pocas sentadas. Fue juntar las fichas de un Tetris.
“La” Pérez Espinosa dedicó su vida docente a transmitir el pensamiento de Michel Foucault, el filósofo francés fallecido en París en 1984. En su rentrée a los claustros, nuevamente las ideas del ilustre son un anclaje, un arma de defensa, un modo de cuestionar su contexto y a ella misma. En Foucault ahora ahondará para huir de lo vergonzante que le sucedió. El pensamiento crítico de Foucault en torno a las instituciones sociales es un gran punto de partida para que esa profesora de ficción cuestione varios parámetros de la sociedad “libre”. Ahora es ella misma la que debe romper su propia celda. O, quizás, nunca salir de ella.
-Los espectadores pasamos por una multiplicidad de sensaciones frente al personaje, desde reírnos hasta indignarnos.
-Eso es muy grato de escuchar. Me lo dice la gente, incluso me hablan, quienes la vieron más de una vez, que siempre hay un lugar para la emoción. Es muy hermoso.
Pundonor se ancló en varias salas porteñas, recorrió festivales, estuvo en cartel en España y Brasil, y, muy pronto, llegará a Italia, país donde tendrá, además, una versión propia.
-Alguna vez te interesó ingresar a circuitos de mayor exposición, como la TV?
-Antes, quizás, he tenido alguna relación más conflictiva con eso. Pero no le puse mucha energía a eso. Para mí no se trata de “el precio de la fama”, sino que la propia fama es el precio. Es terrible, al menos para mí. Creo que hablar de prestigio, aunque no da mucho dinero, es más agradable. Me parece que darle mi lugar a la dramaturga es más importante que ponerlo todo en el afuera, buscando la fama. Sin embargo, quizás me “falta” el paso por los teatros oficiales con un proyecto propio, pero no me quejo. Hay muchos colegas, dramaturgos o actores talentosísimos a los que tampoco se los ha convocado. Tampoco fui en busca de eso, colaboré en obras de otros y no me focalicé en mi propio camino.
Prima facie
“Me han salido trabajos para dirigir y puedo elegir en qué obras hacerlo”, celebra Andrea Garrote, quien, entre otros títulos, dirigió Una casa llena de agua, de Tamara Tenenbaum, y uno de los tramos de Teoría King Kong -imposible violar a esta mujer llena de vicios- material que fue protagonizado por Cecilia Roth. “Trabajé con gente buenísima”. El 1° de julio se estrenará Prima facie, su nueva aventura como directora, cuyo texto se centra en una abogada defensora de acusados de delitos sexuales. El material se propone interpelar al espectador en torno a lo perturbador que significan algunas realidades y a la posibilidad del cambio de punto de vista. “Julieta Zylberberg es una actriz tremenda, buenísima”, se entusiasma, “y el texto es brillante”.
-Hace pocos días, se conoció la resolución de la Justicia sobre Juan Darthés en la causa por abuso que le inició Thelma Fardin. Esta cuestión de actualidad puede asociarse con Prima facie.
-La agresión sexual es muy difícil de probar. Eso es lo que pone en tela de juicio Prima Facie, por eso siento que el teatro tiene que ir en busca de las reglas de juego de la Justicia y las leyes o, incluso, del voto, de la democracia. Hay que cuestionar esas reglas de juego porque no están funcionando, hay detalles que son como el diablo. Como sociedad, tenemos que saber que somos más vulnerables y manipulables de lo que creemos. Volviendo a Prima facie, en Australia, dos juezas viendo la obra, empezaron a cambiar el instructivo de trato y de pensamiento sobre las declaraciones de las víctimas, diciendo “no les pidan a las víctimas que sean precisas ante un hecho traumático”.
-¿Cómo viviste la condena a Darthés?
-Agradezco la condena, porque me parece que Thelma Fardin, a quien no conozco, tuvo una actitud de una generosidad y valentía enormes. Para un actor, poner su nombre y su imagen en una causa tiene un costo altísimo.
-No faltó quien aseveró impunemente “lo hizo por fama”.
-Esa fama no le viene bien a nadie; es la fama que nadie quisiera llevar en su vida. Thelma (Fardin) no va a trabajar más y mejor por haber denunciado. De hecho, no sucedió, porque su imagen está connotada. Pero encontró la satisfacción por lo altruista que hizo por otras mujeres.
En pareja con un músico, Garrote se crió en una familia de “clase media ilustrada”, tal como ella misma define, con una tía filósofa del derecho y una madre que amaba la literatura. “Había mucha relación con los libros, con la poesía y con el gusto por la música en mi familia”, cuenta. “Del teatro no se hablaba tanto, salvo mi abuela, quien me llevaba a ver teatro para adultos cuando yo era chica”.
-¿Cuál fue esa obra para adultos?
-En el Teatro de la Piedad, que era diminuto, vimos Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona. Yo tendría unos ocho años y, en un momento, pedí ir al baño. Al entrar, vi a la actriz maquillándose. Nos saludamos, ella se sorprendió al verme tan chica. Al rato, me senté con mi abuela en la platea e, inmediatamente, salió a actuar esa mujer, que no sé quién era. A la salida la volví a saludar. Para mi abuela fue traumático, como si yo me hubiese enterado la verdad tras los Reyes Magos, pero para mí fue genial, fue la magia, entender que había un juego. Ahí me di cuenta de que los juegos que más me gustaban no eran lo de competencia, que eran los que hacían mis hermanos varones -hoy todos psicoanalistas-. Yo quería jugar a “dale que somos otra cosa”. Y aquí estoy.
Para agendar
Pundonor, domingos a las 18.30, en el Teatro Picadero (Pasaje Santos Discépolo 1857). La temporada finaliza el 7 de julio.
Prima facie, lunes y martes a las 20.15, en el Multiteatro (Av. Corrientes 1283). Estrena el 1° de julio.
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