Ana y Wiwi, una hermosa historia de amistad
Lorena Romanin logró un cuento casi sin palabras con un lenguaje expresivo y una poética escénica que cautivan
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★★★★★ Dramaturgia y dirección: Lorena Romanin. Intérpretes: Luciana Grasso, Mariano Mandetta, Jorgelina Vera y Daniela Fiorentino (titiritera). Músico en escena: Yacaré Manso. Escenografía y vestuario: Gabriella Gardelics. Realización de títere: Alejandra Farley. Iluminación: Diego Becker. Sala: Cultural San Martín, Sarmiento 1551. Funciones: 4, 5, 11, 18 y 19 de septiembre, a las 17. Duración: 45 minutos.
Una niña y una ternera, huérfanas recientes ambas, entablan una relación que les permite recuperar la alegria de vivir, de jugar, del afecto compartido. A partir de la fuerza de esta amistad podrán superar nuevos avatares que ponen en riesgo su existencia, surgidos de la avaricia y las estructuras de poder que imperan en el mundo adulto. Lorena Romanin instala con Ana y Wiwi sobre el escenario una historia con los efectivos ingredientes dramáticos de los cuentos clásicos, pero con un lenguaje expresivo, una poética escénica que apela a la infancia contemporánea.
Con textos mínimos, apenas algunas exclamaciones y apelaciones, se desarrolla una trama de desarrollo intenso, a la que le marca el ritmo la bella música en escena de Yacaré Manso. En ocasiones, él sí, cantando letras que acotan a modo de coro devenido de griego en correntino el clima, las emociones que se ponen en juego.
El campo se representa con su horizonte amplio y una gama de colores sugerente como escenario de la historia. Los personajes conforman un abanico diverso, de interacción plena de matices. El padre (Mariano Mandetta), capataz de estancia, algo desamparado entre su preocupación por la hija y la sumisión ante la patrona. La estanciera (Jorgelina Vera) irrumpiendo con aires de estrambótica Cruella vernácula. Y Ana y Wiwi sosteniendo un vínculo construido de modo memorable por Luciana Grasso y el rostro y la gestualidad de la ternerita que emerge de la manipulación titiritera de Daniela Fiorentino.
El final feliz es aquí un desenlace que surge a partir de la fortaleza de los personajes protagónicos, de la resiliencia infantil frente a un mundo que presenta aristas hostiles. Con Ana y Wiwi entra en escena una dramaturgia que logra motorizar conflictos de la infancia con la potencia del espíritu lúdico de los chicos.
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