Ana y Wiwi: la obra más tierna de las vacaciones de invierno
Lorena Romanin pone en movimiento una historia a partir de imágenes fuertes. Daniela Fiorentino anima una ternera que deviene en coprotagonista.
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Una niña perdió a su madre. En el campo en que vive, ahora sola con su padre, nace una ternerita. La vaca que la pare también muere. Ana y Wiwi, la obra escrita y dirigida por Lorena Romanin en su primera incursión en el teatro para chicos, parte de imágenes fuertes.
Ninguno de los chicos presentes en la función con el aforo acotado completo en la amplia Sala A del Cultural San Martín parece, sin embargo, deseoso de sustraerse a lo que pueda llegar a ocurrir de allí en más. Tampoco –quizá menos aún- cuando la relación que entablan la niña y la ternera se ve amenazada por la irrupción de un personaje que no entiende de amistades.
“Que estas escenas sean de una obra para las infancias trae un montón de prejuicios“, se ataja Romanin –autora y directora de la exitosa Como si pasara un tren–, frente al comentario de una madre que posteaba que no era momento para comenzar una obra de esa manera. “La vida es pérdidas. La muerte está en todo, está en la gaseosa que se vuelca. En el vaso que se rompe. Se fue, no está más. Eso es una muerte. Las cosas están y dejan de estar.“
Cuando se pierde una campera, dice Romanin, no se trata de comprar otra igual. La obra sugiere que ante la pérdida irreemplazable, uno busca y defiende otras formas de abrigarse, que en eso consiste la resiliencia, la fortaleza de seguir viviendo sin perder la alegría. Una experiencia que es vital –en el sentido figurado y en el literal- en la infancia. Los chicos, aunque no lo verbalicen, saben de esto. Por eso, tal vez, siguen con tanta atención la acción de Ana y Wiwi.
“Hay temas que cuesta bastante ponerlos sobre el tapete en el teatro de las infancias“, dice Daniela Fiorentino, la actriz-titiritera que anima primero a la vaca madre pariendo, y luego a la ternera coprotagonista de la niña Ana. “Creo que tenemos más miedo nosotros (los adultos) que ellos (los niños) de poner situaciones como estas en escena. Habría que confiar un poco más en la mirada receptiva y realista de la vida que sienten los pibes.“
Tanto Romanin como Fiorentino definen la obra como un teatro que incluye a los chicos, que apela a ellos, pero también a sus adultos. “Es un infantil que para mí se inscribe dentro de otro lado, que es sin duda para toda la familia“, dice la titiritera. “Me está gustando este lugar donde tal vez diga: pueden verlo también niños y niñas“, acota la autora.
Romanin reivindica un abordaje intuitivo de la dramaturgia: “A mí me gusta cuando las historias son como sueños, uno puede analizarlas después, pero no manejaste cómo aparecen. No sabemos por qué aparecen. Es lindo eso. No plantarlas desde la mesa. No fui buscando la muerte. Fue una imagen. A partir de la imagen aparece la historia. Al no tener la obra casi diálogos, yo tenía armado un argumento con imágenes, cuadros de determinadas situaciones, que había que probar e ir asentando sobre el escenario.“
En el trabajo de puesta hubo un ajuste del final. La mala de la obra terminaría prisionera en el mismo camión jaula en que pensaba llevar al matadero a la ternera. “Vimos que no entraba, porque ese final hubiera ido en contra de lo que cuenta la obra, los protagonistas le habrían hecho a la malvada lo mismo que planeaba ella“, describe Romanin cómo en su rol de directora reescribió algunas cosas.
La mala termina vencida, pero liberada. Pero no está todo dicho. “Tal vez le falte aún más procesamiento a ese momento, que costó mucho encontrar, al final los tiempos apremiaban para llegar al estreno, lo terminamos la última semana. Mi hija de ocho años me dijo ‚'¿cómo?, ¿de repente son todos amigos?‘“. Tal vez podría tener el personaje nuevamente un momento de maldad… lo voy a tener que pensar.“
No es la primera vez que Daniela Fiorentino, la titiritera que da vida primero a la vaca madre y luego a la ternera Wiwi, trabaja sobre el escenario con el objeto-títere emergiendo prácticamente de su propia corporalidad y en interacción con personas. Lo hizo en Cuerpo Extranjero, una obra de cruce entre la danza y el títere, y más recientemente en LIeBRE, una obra para chicos que abordaba la vejez.
Romanin la convocó a partir de esta trayectoria, asumiendo algún riesgo. “A veces como directora tenés que lidiar con el recorrido que traen los demás a la obra, no todo el mundo sale de sus estructuras de trabajo previas.“ Pero en este caso se dio fluidamente, subraya. “Daniela hizo cosas que por ahí no hubiera hecho antes: que el títere se diera vuelta sobre el escenario, se viera de espaldas, de costado…“
Fiorentino reformuló convenciones de los títeres hasta el punto de pintar las suelas de sus zapatos, para ponerlas a tono con las pezuñas vacunas. Y no por un purismo abstracto, sino porque realmente se despatarra en escena con su personaje.
La marcación de Romanin impuso una impronta naturalista a la manipulación del títere. Fiorentino indagó a fondo lo que llama el “tiempo manso“ de los movimientos de una vaca. Y tuvo que evitar humanizarla: “Yo quería hacer hablar a la vaca, pero Lorena me dijo que no, que las vacas no hablan, que en todo caso mugen. Y siguiendo su indicación se produce sin embargo un intercambio, un diálogo a su modo entre la vaca y los personajes humanos.“ La obra transcurre de todos modos con expresiones verbales muy acotadas, representativas del carácter y la intencionalidad de cada personaje, sin que el desarrollo de la acción dependa de instancias dialogadas.
“Lorena propone una actuación de actor-títere, un objeto en función dramática que ella dirige como a los actores“, describe Fiorentino su experiencia sobre el escenario. “Esto muy interesante para un titiritero porque te lleva a otro lugar desde la interpretación: no estás animando al títere desde lo cómico, en una puesta como esta el títere es un actor más.“ Contribuye a generar este efecto en escena la plasticidad del diseño de los muñecos realizado por Alejandra Farley.
El eje de la obra está puesto en la relación entre la niña Ana y la ternera Wiwi, entre una actriz, Luciana Grasso, y un títere, manipulado por Fiorentino. “Como titiritera prejuiciosa pensaba que tenía que explicarle a todos que no me tenían que mirar a mí, sino al títere. Pero Luciana desde el primer día se relacionó directamente con la vaca, de una manera muy orgánica. Ana logra convocar los tiempos del animal, lo invita a seguirla, al títere, no a mí. Es muy notable en una persona que nunca había trabajado con títeres, me sorprendió. Y a mí me dio mucha libertad, no tener que estar pendiente de si la actriz me mira a mí. Se formó un vínculo espontáneo entre Luciana y el títere, se ve a la nena feliz con la vaca.“
Luciana Grasso ya había actuado bajo dirección de Romanin en la entrañable Como si pasara un tren, obra en que interpretaba a una adolescente porteña que visita en una pueblo de provincia a un primo con capacidades especiales y su madre sobreprotectora.
Mariano Mandetta (La paz perpetua) es el padre de Ana, un gaucho de recursos y poder limitados, tironeado entre el deseo de proteger a su hija y la relación de sumisión laboral con la despótica dueña del campo. Romanin lo define como un personaje complejo: “Hay situaciones en que los padres no pueden o no saben ayudar a los hijos.“
Desde otra punta del escenario pauta el ritmo el músico correntino Yacaré Manso, opone otra impronta campera, por momentos de una alegría que pone en movimiento las corridas lúdicas de la niña con su amiga ternera. “Es una marcación fuerte la de la música, me decía: ‘Wiwi, es en el cuatro‘“, resalta Fiorentino sobre los compases precisos que dan algunos pies actorales. “Con su cabeza de músico genera otra exactitud. Muchas veces cuando una obra está rodando los tiempos se empiezan a desvirtuar. La música reordena“, sintetiza Romanin.
Yacaré Manso es también el único que tiene letra, en sus canciones, que resuenan a modo de coro unipersonal, en la inmensidad del espacio a campo abierto. “Hay determinados espacios que te proponen una estética desde la música, el espacio, los colores. Se amalgama algo. En ese sentido me interesa el espacio del campo. Por otra parte, de chica yo iba mucho al campo y tenía para mi allí una soledad que me permitía charlar con los perros. Literal, me iba ladrando hasta el molino…“, ríe Romanin al rememorar.
En la obra, la escenografía de campo abierto –de Gabriella Gerdelics– permite recorridos expansivos de la alegría y de contención de tristezas en su horizonte amplio. También rincones de resguardo, ante la arremetida de la mala de la obra, espacios para dirimir el conflicto.
La malvada, la dueña del campo, la que se quiere llevar a la ternera en un camión jaula, es Jorgelina Vera (Toc Toc). La referencia jocosa a Cruella es insoslayable. Romanin apeló para ella a un vestuario con trazos de animal print y a estereotipos de arrogancia rural que oscilan entre los pisotones del malambo y aires de superioridad de jinete del Lejano Oeste.
“Jorgelina es de una energía un poco más desbordada, es divertida“, dice Romanin sobre la actriz y su personaje. “Cuando la convoco me dice que había hecho giras por Estados Unidos haciendo baile del poncho y malambo de boleadoras. Le dije que íbamos a usar todo. Por eso te digo lo del sincronismo y lo angelado del proyecto. Todo cae ahí.“
Daniela Fiorentino asiente: “Estuvo todo a tiempo ahí donde tiene que estar.“
Para agendar
Ana y Wiwi, de Lorena Romanin, sábados y domingos a las 17, en la Sala A del C.C. San Martín, Sarmiento 1551.
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