Entre mates, budín casero, hijos jugando y alumnos del taller de teatro que coordinan en su propia sala, la pareja le contó a LA NACION cómo es su vida, de las tablas a la realidad, y cómo es la experiencia creativa de su obra, llamada precisamente Familia de artistas
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Diluvia sobre Villa Crespo, pero dentro de Moscú Teatro se vive un microclima particular, como en toda sala en la que se alternan funciones con talleres y cursos. En este espacio, además, se suma el clima “de entrecasa” de sus gestores, Ana Scannapieco y Lisandro Penelas, el matrimonio que -junto con el dramaturgo, actor y director Francisco Lumerman y otros impulsores- lo lleva adelante.
Además, y no es poca cosa, Scannapieco y Penelas, que conforman un matrimonio de 18 años, alternan el rol artístico con la crianza de sus dos hijos que, al momento de la entrevista con LA NACION, juegan en uno de los salones destinados al taller que, en un rato, dictará su padre.
Lo doméstico y el arte, la crianza de los chicos y la actuación, pensar en qué se cenará en casa y atender a los alumnos que van llegando. De lo pragmático a lo sublime. De lo tangible a la metáfora. Así viven los actores quienes, desde el año pasado, ofrecen Familia de artistas, una muy interesante propuesta en la que se pivotea entre la vida de una pareja de actores -cualquier semejanza con la realidad no es pura coincidencia- y un universo mitológico con varias capas de abordaje.
¿La Biblia y el calefón? Para nada. Todo comulga con una armonía desdibujada entre ficción y la realidad. Familia de artistas, que es en parte fruto de un proceso creativo llevado adelante en Europa, transita su segunda temporada, con funciones todos los domingos a las 19.30 en El Camarín de las Musas.
“Vamos y venimos con los chicos, para ellos es natural estar acá”, coinciden Scannapieco y Penelas, mientras anticipan qué poco queda del budín casero, ya que los niños han arrasado con la merienda. En una mesa, el infaltable mate; de fondo, el sonido de los chicos jugando, el parloteo de los alumnos del taller de teatro que van llegando y el repiqueteo de la lluvia golpeando acompasadamente furiosa sobre el techo de la sala principal con sus butacas vacías, la luz de ensayo rompiendo la magia escénica y elementos de utilería por todos lados.
En Familia de artistas aparece lo mitológico y la cercanía de lo cotidiano. Están Ariadna y Teseo, la mujer que asume roles y el varón que pone en tensión el heroísmo. Casi una recreación de un universo borgeano, entreverado con las listas del supermercado, los útiles que pidieron en el colegio de los chicos y el dilema de definir qué se cocinará a la noche. El entramado diario de Scannapieco y Penelas, fundido con el arte. “Se juntaron varias ganas. En primer lugar, volver a trabar con Ana Lidejover, la directora, con quien ya habíamos hecho La única manera de contar esta historia es con mandarinas, y el deseo de actuar juntos”, explica Lisandro Penelas, también autor del material junto con su mujer y la directora.
El matrimonio estaba de vacaciones en Capilla del Monte, donde vive Lidejover, cuando se encendió la llama. “Tomando mate nació el proyecto. Nos dijimos ‘¿Y si hacemos una obra juntos y nos dirige Anita?’”, recuerda Ana Scannapieco, mientras que Penelas -a quien su mujer llama “Lisi”- aclara que “no es la primera vez que estamos juntos en el escenario, pero sí la primera en la que actuamos los dos solos”.
Venían de experiencias compartidas, pero no juntos en la escena. En El amante de los caballos, ella fue la intérprete y él la dirigió, fórmula que se invirtió con la experiencia del monólogo El tipo. Con Familia de artistas parece cerrarse ese tríptico de la mejor forma.
La directora Ana Lidejover estaba trabajando en el mito de Teseo y Ariadna, releyéndolo; Lisandro Penelas tenía la imagen latente de una familia de artistas llevando su arte de un lado al otro; y en la mente de Ana Scannapieco rondaba una inquietud en torno a lo diario: “Los chicos hablándonos mientras ensayábamos. En el medio de todo se nos filtraba la vida cotidiana”.
Una gran historia real
Ana Scannapieco y Lisandro Penelas viven en el barrio porteño de Chacarita. ”No estamos casados, que esto quede grabado”, aclara con humor ella. Lautaro (11) y Amadeo (7), los hijos de la pareja, se alistan para volver a casa con su mamá, ya que papá le restan varias horas de dictado de clases de actuación hasta la medianoche. Mamá, en cambio, ya dictó clases en la carrera artística de una renombrada universidad. Los chicos, seguramente, preferirían quedarse un rato más en ese parque de diversiones en el que puede convertirse un teatro; patio de juegos inusual que suelen compartir con sus compañeritos de grado de la escuela pública de Colegiales a la cual concurren.
Scannapieco y Penelas se conocieron hace más de 20 años, siendo adolescentes. Ella, que estudiaba con Claudio Tolcachir, era muy amiga de una integrante del taller de Andamio 90, el teatro fundado por Alejandra Boero, donde participaba él. Durante un fin de año, el hacedor de Timbre 4, al que le faltaban alumnos varones para su muestra anual, recurrió a Lisandro Penelas y a Diego Faturos, a quienes conocía de Andamio 90 por haber sido profesor allí, para que cumplieran con algún papel en la exhibición. El cruce fue sustancial, aunque no se pusieron de novios rápidamente.
Ella continuó entrenando en Timbre 4 y hasta participó de la obra Jamón del diablo de Claudio Tolcachir, a cuyas funciones asistía con llamativa regularidad Penelas. “Venía cada vez más seguido”, recuerda la esposa. “Nos besamos por primera vez en el teatro El hormiguero, conformado por varios amigos. Fue en la fiesta de fin de año de ese espacio”, recuerda el caballero. El teatro los atraviesa.
-¿Es dificultoso compartir la vida y trabajar juntos?
Ana Scannapieco: -Ya conocemos nuestros procesos internos e individuales y hay una gran confianza, ese es un gran colchón para trabajar.
Lisandro Penelas: -La confianza personal se traslada a la confianza en la mirada artística y en el modo de trabajar; eso nos hace fuertes.
-¿No hay discusiones?
A.S.: -Los reproches están, le recriminamos al otro cuando no estudió un texto, y así miles de cuestiones.
L.P.: -Lo más difícil es salir de un ensayo malo o conflictivo. Cuando sucede eso con alguien que no es tu pareja, te vas y en tu casa se lo contás a tu esposa o esposo. Acá, si te enojaste o te dijo algo que no te gustó, salís del ensayo y te vas con esa misma persona, no tenés un otro con quien descargarte.
-¿No encontraron un método para aliviar eso?
L.P.: -Sí, aprendimos a resolver, lo charlamos con amigos.
A.S.: -Los asistentes son grandes mediadores. En casa, en determinado momento dejamos de hablar de trabajo; si sale el tema, nos alertamos y variamos la conversación.
Más allá de las idas y vueltas lógicas, ambos coinciden en que “elegimos trabajar con el otro”. Los hijos aún no definieron vocaciones, aunque el clown y el freestyle se inmiscuyen por allí.
Al Viejo Mundo
El proceso de Familia de artistas marchaba sobre ruedas cuando llegó a manos de la directora una convocatoria de Residencia de Creación de Teatre Nu, un grupo escénico de España. La convocatoria buscaba a artistas latinoamericanos que no fueran equipos de más de tres personas y que estuvieran trabajando en mitos o leyendas. “Era ideal para nuestro proyecto, nos venía como anillo al dedo”, sostiene Penelas. Se solucionaba el tema de la distancia entre Buenos Aires y Córdoba que separaba a los actores de la directora, radicándose durante varios días nada menos que en las cercanías de Barcelona.
Finalmente, fueron seleccionados. Actores y directora viajaron a España y, fiel a la amalgama casera, también fueron de la partida Lautaro y Amadeo. “Los chicos jugaban entre nosotros, mientras ensayábamos”, recuerda el padre. La familia tampoco se privó de algún paseo por La Rambla ni de consumir delicias del mercado de La Boquería de Barcelona, pero solo fueron excepciones a ese trabajo sumergido dentro del teatro de Sant Martí de Tous, donde se hospedaban.
“Nos levantábamos pensando en la obra y nos acostábamos de la misma manera, en un lugar de ensueño”. Para los hijos no era problema, ellos habitaban ese lugar -una especie de castillo sobre una lomada- en modo vacaciones. Del mismo modo, el relato de Familia de artistas se nutre de un discurso de cotidianeidad fusionado con el mito con notable naturalidad. “Pasábamos letra en casa y de pronto los chicos nos preguntaban algo y nosotros les respondíamos. Algo de ese mecanismo quedó impreso”, reflexiona la actriz.
Ensayaron de marzo a noviembre de 2022, cuando viajaron a Europa. Luego de aquellos días de estadía cerca del Mediterráneo, continuaron el trabajo final en Buenos Aires para llegar al estreno de mayo del año pasado. Como no podía ser de otra manera en esta historia donde lo artístico y lo privado son una amalgama, el vínculo con la gente de Teatre Nu fue muy fructífero, al punto tal que Víctor, uno de los teatristas responsables de ese colectivo creativo, ya visitó Buenos Aires, se hospedó en la casa del matrimonio de actores y ahora todos sueñan con un proyecto compartido.
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