Amarte es un trabajo sucio (pero alguien tiene que hacerlo): humor amargo sobre un nuevo personaje social, los “rapi”
La obra del español Iñigo Guardamino da visibilidad y entidad a estos protagonistas actuales del paisaje urbano
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Autoría: Iñigo Guardamino. Dirección: Raúl Garavaglia. Intérpretes: Felipe Martínez Villamil, Brenda Raso, Ro Kreimer, Robert Acosta, Gregory Peck, Héctor Negro Díaz, Claudia Seghezzo y Lucianna Ligorio. Voz en off: Silvina Quintanilla. Vestuario: Sebastián Mejías. Escenografía: DT Escenografía. Iluminación: Horacio Novelle. Sala: El extranjero (Valentín Gómez 3378). Funciones: sábados, a las 20. Duración: 95 minutos. Nuestra opinión: buena.
Amarte es un trabajo sucio (pero alguien tiene que hacerlo) es la primera obra del español Iñigo Guardamino que se estrena en la Argentina. Dramaturgo, director y guionista, de 51 años, fundador de la productora La Caja Negra Teatro, es autor de Camino largo de vuelta a casa (estrenada este año en Madrid), Monta al toro blanco, Este es un país libre y si no te gusta vete a Corea del Norte, entre muchas otras obras que él mismo dirige. En uno de sus talleres de Dramaturgia, invitado por el Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA) y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), la productora y actriz argentina Ro Kreimer lo conoce, sigue su carrera y, finalmente, gestiona los derechos de este texto para presentarlo en nuestro país.
Junto con el director Raúl Garavaglia (autor y director de El Che y yo que continúa en cartel), entre ambos realizan la adaptación a los modismos porteños, más otros cambios con respecto a la puesta original (fusión de escenas, eliminación de otras, menor duración, etc.).
“Mi sudor, mi angustia, empodera. Me siento la correa de transmisión de algo poderoso, pedaleada a pedaleada acerco la felicidad transitoria a quienes pueden permitírsela. El capricho como forma de vida. Soy cómplice necesario para el placer ajeno”, dice David (Felipe Martínez Villamil), un joven recién recibido de abogado que busca, sin ningún éxito, trabajo en áreas legales de empresas. Desalentado, acepta una auspiciosa oportunidad contra todo impedimento, la de forjarse a sí mismo montado en la soledad de su bicicleta: se convierte en un “rapi” (rider en España), es decir, un repartidor a domicilio de pedidos online, empleo que creció exponencialmente durante la pandemia, bajo condiciones de precariedad laboral y desprotección legal. Sector que, por otro lado, en la Argentina y a la luz de las últimas elecciones, cobró una visibilidad que no tenía, ignorado hasta entonces por políticos y gremialistas con una mirada tradicional sobre una sociedad cambiante.
David vive con su madre (Ro Kreimer) quien sí tiene un empleo convencional y le cuesta entender tanta voluntad para la autoexplotación. Es un personaje siempre sonriente, el más humorístico, siempre atenta a conquistas sexoafectivas. El ex marido y padre de David (Héctor Negro Díaz) es médico y abandonó a la familia durante la pandemia, agobiado por las circunstancias. A su vez, David tiene una relación con Marta (Brenda Raso), una especie de amigovia que nunca le juró exclusividad y que, también, vive con el celular en la mano a la espera de pedidos y resultados: es community manager de quien pueda pagarle.
Ningún vínculo es del todo satisfactorio para el joven, la liquidez es la respuesta a cualquier expectativa. Ni siquiera el compañerismo tiene códigos, al menos como los entendíamos: un “colega” en bicicleta, Samu (Robert Acosta), un inmigrante que podría ser su padre y que ha logrado la máxima distinción en la escala delivery -razón por la que ostenta un casco con las alas del dios mensajero Hermes, el nombre de la aplicación para la que trabaja-, le propone un trato sin consideraciones éticas aunque, por otro lado, sea un evangélico militante (otro guiño epocal). La ley del mercado, la competencia y el sálvese quien pueda invaden los espacios de modo amable, consensuado, poco a poco naturalizado. Y los jóvenes son las más vulnerables porque “pagan” el ingreso al sistema con su energía, su deseo, su voluntad de pertenecer a cambio de una promesa difusa que culpabiliza como ineptos a quienes no alcanzan el objetivo.
Hay otro personaje en la puesta del director Garavaglia: es el Soporte, que en la obra original es una Voz en off pero en esta adaptación es interpretado por Gregory Peck (actor puertorriqueño que también es asistente de dirección en la obra). Con una gran capa plateada y anteojos negros, cada vez que los mensajeros voladores se conectan a la espera de un pedido, emerge de entre las cortinas de fondo la aplicación Hermes, cual divinidad robótica que da y que saca, imperturbable.
La escenografía es minimalista, unos cubos diseminados con distintas funciones que marcan espacios. Esa síntesis –a la que el público porteño y, en especial, del off, está muy acostumbrado- no va de la mano con otros criterios más literales: por momentos, el texto sobreexplica lo que la acción deja claro; y hay escenas que no terminan de integrarse y extienden la duración de la obra como la del inicio, con jornaleros del siglo XIX pidiendo trabajo a un capataz impiadoso (eso queda suelto y no se retoma), la del encuentro de David con el padre, la de la no denuncia por la bicicleta.
En un elenco irregular, las actuaciones de los dos jóvenes Martínez Villamil y Raso son las más convincentes quizás por la cercanía generacional con sus personajes, porque conmueve verlos tan perdidos, tan solos. Si bien no deja de ser una comedia porque tanto David como Marta tienen red donde en última instancia ampararse, Amarte es un trabajo sucio deja un sabor amargo, el desasosiego de la ausencia de luz al final del camino. Igual que los chistes que estos rapi están obligados a contar cuando hacen sus entregas, la comicidad rema en un medio árido. Este es el gran hallazgo de la obra de Guardamino, poner foco y darles entidad a estos protagonistas.
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