Amadeo, o cómo poner en escena y para chicos la contundencia de un enunciado mozartiano
La obra, inspirada en La flauta mágica, tiene un bello eje musical y toma prestada del genial compositor la tesis de que la música apacigua a las fieras, al igual que el teatro
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Autores: Daniel Casablanca, Andrés Sahade y Guadalupe Bervih, versión inspirada en La flauta mágica de W. A. Mozart. Dirección: Guadalupe Bervih y Andrés Sahade. Intérpretes: Daniel Casablanca, Laura Silva, Jorge Maselli, Valentina Míguez y Juan Cottet. Titiriteros: Myrna Cabrera, Eleonora Dafcik y Román Lamas. Músicos en escena: Leo Heras, Pablo Grinjot, Pedro Heras y Florencia Genera. Vestuario: Analía Cristina Morales. Escenografía: Duilio Della Pittima. Iluminación: Magalí Perel. Dirección musical: Leo Heras. Coreografía: Flor Piterman. Sala: Casacuberta del Teatro San Martín (Corrientes 1530). Funciones: en vacaciones de invierno, martes a domingos a las 14.30. Duración: 80 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
El teatro está en crisis. Van a demoler la sala y construir un rascacielos con estacionamiento, a menos que se estrene un éxito imbatible en el perentorio plazo de dos días. Una despótica agente inmobiliaria ya tiene preparado el cartel para anunciar la venta del edificio. Pero desde un costado del escenario, suena la obertura de La flauta mágica, anunciando una historia que encontrará su final armónico.
Amadeo, el sereno del teatro, y Astor, el dueño, buscan desesperados una salida. Pero no hay presupuesto, no hay elenco. Amadeo propone nada menos que montar la ópera de Mozart. Superando las objeciones de Astor, argumenta que la belleza de la música superará todas las dificultades (coincidiendo con el enunciado mozartiano). Y lo hace entonando el tema de las mágicas campanillas de Papageno. Anticipa así que rol le tocará. Y no solo el del bufonesco encantador de pájaros, sino que estará a cargo también de dirigir la ópera.
Hará magia para llevar la ópera a escena. Cierra los ojos, imagina, y se hacen presentes los cuatro músicos con pelucas dieciochescas que en la inteligente conformación de clarinete, piano, violín y violonchelo dirigida por Leo Heras suenan como una pequeña orquesta. Aparece la hija de la agente inmobiliaria y Amadeo la convence de tomar el rol de la princesa Pamina. Llega el empleado sumiso con el cartel de venta y, subyugado por la belleza de la joven, acepta ser el príncipe Tamino. ¿Y quién podrá ser la malvada Reina de la Noche? Nadie mejor que quien ya es la villana desde el vamos… la agente inmobiliaria, que rescata su pasado sobre las tablas para volver a plantarse sobre el escenario.
Creatividad y trayectoria
El teatro dentro del teatro se convierte así para los chicos en una introducción a una de las obras cumbre de los escenarios, a la vez que les presenta una comedia divertida, poniendo en juego la creatividad de artistas de trayectoria con los recursos propios del teatro público, aún en tiempos de crisis.
Daniel Casablanca lleva en su doble rol de Amadeo/Papageno la batuta de la puesta en escena dirigida por Andrés Sahade y Guadalupe Bervih. Destila comicidad de modo imparable, monologando o en eficaces contrapuntos con Laura Silva, Jorge Maselli, Valentina Míguez y Juan Cottet. Todos ellos pasando del reparto inicial de disputa por el destino de la sala al de intérpretes de la ópera. Los fragmentos de la partitura de Mozart vehiculizan este desarrollo, con letras reescritas en función de la trama ideada por Casablanca, Sahade y Bervih.
Tres integrantes del Grupo de Titiriteros del San Martín -Myrna Cabrera, Eleonora Dafcik y Román Lamas- manipulan sobre una pantalla en el fondo del escenario las figuras de sombras que dialogan desde los sueños y otras distancias con los personajes del escenario.
En tren de reivindicación del teatro aparecen como parte del vestuario -diseñado por Analía Morales- la gorra utilizada por el célebre director Peter Brook cuando puso La flauta mágica en Buenos Aires, la chaqueta que vistió Elena Tasisto en Don Gil de las calzas verdes, un sombrerito que calzaba Alicia Zanca en Pulgarcita… y una chaquetilla que llevaba el mismo Daniel Casablanca en la versión de La tempestad de Shakespeare que protagonizó décadas atrás en la misma sala, en una puesta en escena para chicos de Claudio Hochman, en la que participaba también como músico Leo Heras, integrante entonces del grupo Cuatro Vientos. Guiños a la vigencia del buen teatro a través de los años y las generaciones.
Amadeo no es ópera en el sentido estricto del gran despliegue de las voces líricas. Es teatro, en el más puro sentido del término, con un bello eje musical. Toma prestada de Mozart la tesis de que la música -en transposición, el teatro- apacigua a las fieras, sean éstas animales feroces, agentes inmobiliarios demasiado voraces o las crisis variopintas que pretenden alejar al público, en este caso el infantil y familiar. Y el final feliz es el que muestra que todo está dispuesto para comenzar la función. Que el teatro sobrevivirá.
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