Alberto Ure: el gran agitador de la escena
Fue un transgresor fundamental para el teatro y la cultura nacionales
"A la hora de dirigir yo busco obras. Los boxeadores tienen que boxear. No existe un boxeador que diga «yo no tengo rivales, me retiro». Uno tiene que boxear porque tiene que vivir y entonces busca obras por si caza alguna. Pero yo no he hecho una selección tan estricta del material basándome en mis gustos. La mayoría de las obras que me interesaron las tuve que producir yo porque no encontré nadie que me escuchara." La frase pertenece al director Alberto Ure, uno de los creadores más provocadores que tuvo el teatro argentino en las últimas décadas, que murió ayer, a los 77 años, en Buenos Aires, luego de atravesar un prolongado período de enfermedad.
Y esos dichos no han sido elegido porque sí. De alguna manera sintetizan ciertas cuestiones que estaban en la conducta de Ure. Le gustaba boxear, dar pelea ante rivales que conocía muy bien y a los que cuestionaba, como el teatro oficial, el comercial y hasta la televisión. En todos esos campos impuso su pensamiento con una perseverancia notable y siempre analizando cada experiencia que desarrollaba con una pasión increíble.
Le gustaba dejar registro de su trabajo. Escribía y reescribía acerca de lo que pensaba sobre el mundo del teatro y de la política, y esos materiales fueron editados y publicados en libros como Sacate la careta (editorial Norma) y Ponete el antifaz (edición del Instituto Nacional del Teatro). Cualquier interesado en conocer su pensamiento puede obtener allí una muy rica información no sólo sobre la concepción teatral del creador, sino, además, de cómo analizaba la historia del país en el que creció, se formó y produjo. El INT publicó, además, Rebeldes exquisitos, un grupo de extensas entrevistas de José Tcherkaski a Alberto Ure, Cristina Banegas y Griselda Gambaro.
Ure descubrió el teatro a los 11 años. Un tío, que era juez, comenzó a llevarlo a ver obras de Osvaldo Dragún y Agustín Cuzzani y hasta le posibilitó deslumbrarse con la revista porteña. Años más tarde, la actriz Juana Hidalgo lo contactó con Carlos Gandolfo y empezó a tomar clases con él. Durante el curso descubrió que le interesaba la dirección. En Rebeldes exquisitos explica: "Pensé que como actor nunca iba a ser un tipo notable. Entonces me dije: «Para qué me voy a romper el culo si nunca voy a ser un gran actor». Me di cuenta de que la posición del director me gustaba más porque tiene más poder. Un día le pregunté a Gandolfo si podía ser su asistente. Y me dijo: «Yo había pensado en usted como actor». Le contesté: «Pero cómo va a pensar en mí como actor si como actor soy un queso»".
La pieza en la que asistió al maestro fue Salvados, de Edward Bond, prohibida a las veinte representaciones. "Esa censura -dijo Ure- me enseñó que las escenas que más me atraían eran transgresoras y que la inteligencia teatral tenía concepciones ingenuamente liberales sobre el poder político y sobre el lugar que ocupaba el teatro en la cultura argentina, a la que consideraba, en esos años, zona de conflicto." Y allí se quedó, desarrollando un camino inquietante. "En el teatro me siento ser. En el teatro la angustia es placentera, los excesos son tolerados. Este clima que lo hace tan sospechoso para la gente «seria», eso es el teatro para mí. Es aquí donde soy más feliz."
En 1968 dirigió su obra Palos y piedras y también Atendiendo al Sr. Sloane, de Joe Orton. Durante la década del 70 presentó materiales como Casa de muñecas y Hedda Gabler, de Henrik Ibsen; Sucede lo que pasa, de Griselda Gambaro, y Telarañas, de Eduardo Pavlovsky. Luego se vio obligado a exiliarse en España, y un tiempo después en Brasil.
Hay un grupo de piezas que presentó entre 1984 y 1987 que resultan trascendentes dentro de su producción: El campo y Puesta en claro, de Griselda Gambaro; El padre, de August Strindberg, y Antígona, de Sófocles. En cada una de ellas realizó unos procesos de investigación sobre el texto, el espacio y la actuación altamente significativos.
Eran tiempos en los que pensaba: "Nuestro teatro es absolutamente conformista en el peor sentido de la palabra. Tiene una conformidad depresiva; más que conformista, es un teatro resignado. Me parece que el teatro me coloca en un lugar que ya no me resulta tan cómodo, que es la necesidad de ser un poco ultrajante". Para Ure, el ámbito del ensayo era el espacio fundamental de la creación: "Allí, lentamente, y en un grupo, socializando mínimamente, hay que reconstruir las palabras, los sentimientos, lo que se puede decir y lo que no, lo que se quiere intercambiar, lo que no se quiere olvidar. Sabiendo que se trabaja para lo dramático, para conservar lo que no se quiere hacer desaparecer".
Entre 1990 y 1997 estrenó unas polémicas versiones de Los invertidos, de José González Castillo, y Noche de reyes, de William Shakespeare (ambas producciones para el Teatro San Martín). También controvertidas fueron sus magníficas puestas de En familia, de Florencio Sánchez, en el Cervantes, y Don Juan, de Molière, en el Alvear. El creador hizo estallar esos textos hasta límites impensados logrando una teatralidad que, sobre todo en el segundo caso, despertó un inesperado interés en el público joven.
En el ámbito televisivo se desempeñó como director de casting de Canal 2 y de Canal 13 y realizó las puestas en escena de ciclos como Bárbara Narváez y Zona de riesgo. Entre otras distinciones, a lo largo de su carrera recibió los premios María Guerrero, Molière, Fondo Nacional de las Artes, Teatro del Mundo, Podestá y el Diploma al Mérito Konex.
En 1998 tuvo un accidente cerebrovascular del que fue recuperándose muy lentamente, aunque no pudo volver a la actividad. En ese tiempo, Eduardo Pavlovsky escribió una columna memorable en el diario Página 12 que tituló "¡Fuerza Alberto, te necesitamos!". Entre otras cosas, decía: "Me enseñaste el ritmo de la singularidad de los personajes. La subjetividad rítmica, sus estados. Aprendí como actor, pero también como autor. Tu teatro siempre fue transgresor y violento. Excepcionalmente lúcido y creativo. Teatro de riesgo. Experimentación pura". En 2011, Cristina Banegas -una de sus grandes discípulas- montó, en el Centro Cultural de la Cooperación, La familia argentina, una pieza que Ure no había divulgado. Su dirección expuso con total claridad los mecanismos que el creador utilizaba a la hora de dirigir actores.
Resulta muy difícil despedir a un artista tan intenso que, sin dudas, marcó a toda una generación, la que en la posdictadura necesitaba que le sacudieran la cabeza y le mostraran que ciertas estructuras podían hacerse tambalear para producir poesía. El recuerdo trae su dirección de Puesta en claro, en el sótano del Payró (1986). Por esos años Ure entrevistaba a Tadeusz Kantor y a Fernando Arrabal en el diario Tiempo Argentino. Un triángulo de experiencias muy singular. "Me reprochan la violencia de mis puestas en escena, pero yo no las puedo imaginar de otro modo: me crié en una familia donde cada almuerzo, cada Navidad, era peor que todo lo que pueda hacer hoy en un escenario. Y, sin embargo, nos queríamos mucho. Por lo demás, ¿de qué violencia me hablan?, ¿de jugar a que una herida duele? Ahora, yo vivo en un país de una violencia desmesurada que se mantiene así desde que surgió como nación: no puedo hablar de otra cosa."
Palabra de Ure
- "Mis hijos mayores dicen que nunca tuvieron un padre maduro. Que se jodan. Hice lo que pude. Pero a veces pienso que ellos preferirían haber sido hijos de Sandro o del padre Lombardero, que es tan bueno"
- "Hoy en día no hay separación de lo experimental y la investigación. Hay una comercialización de la vanguardia desde hace años y hasta se da un tono experimental a actividades masivas. Está todo mezclado"
- "El chivo es una variable de la corrupción encadenada de la televisión argentina, que ya está instalado en el corazón del medio"
- "Dirigí una comedia con Graciela Alfano en Mar del Plata. Era la época en que las patotas esperaban a las actrices a la salida del teatro para tocarlas. Eso también sucede en el teatro llamado culto: la gente va a ver Madre Coraje porque quiere tocar la conciencia de la izquierda"
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