Ahoradespués: una tragicomedia de agridulces pinceladas
Una pieza amena y divertida, con varios reconocimientos internacionales, en la que lo cotidiano se vuelve el centro pleno de la atención
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Dramaturgia: Guido Zappacosta. Dirección: Héctor Díaz. Intérprete: Federico Ottone. Espacio escénico e iluminación: Gonzalo Córdoba. Diseño sonoro: Mauro García. Vestuario: Daniela Dearti. Sala: Picadero (Enrique Santos Discépolo 1857). Funciones: martes, 20 hs. Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Como dice en una de sus estrofas la canción “La argentinidad al palo”, que la Bersuit editó en 2004: “Gigantes como el Obelisco, campeones de fútbol, boxeo y hockey…”, la pieza de Guido Zappacosta destila sentimientos típicamente nuestros. El amor por el fútbol, la adultez tardía, hasta que de pronto, se crece de golpe, por el dolor de la pérdida de uno de los padres y los sentimientos y las emociones se convierten en un gran revoltijo que no nos deja reaccionar. Nos deja indemnes, huérfanos. Y a partir de ahí, comenzamos a atesorar hechos vividos, a los que intentamos retener para que no se nos escapen y nos “traigan de vuelta”, aunque sea a través de recuerdos elegidos como perlas preciosas, esos instantes que nos protejan de la desolación y de una orfandad impuesta a la que nunca nos terminaremos de acostumbrar.
Como ese ser de un Boca o River eternos, como esas callecitas de Buenos Aires, de los acordes de un Piazzolla, la pieza de Guido Zappacosta, Ahoradespués -sí, se escribe todo junto-, es un derroche de calidez, de empatía, de sinceridad, al desnudar los sentimientos más íntimos de un hijo: Diego, de 18 años, que dice que cuando se ducha es como regarse a sí mismo, tiene un hermano mayor, una madre que cuida un jardín al que todos admiran y una enredadera trepadora que pone nervioso al vecino.
Ahoradespués resultó ganadora del concurso CONTAR Feria teatral de Buenos Aires, organizado por Aadet (Asociación de productores teatrales), AAA (Asociación Argentina de Actores) y Argentores. En 2020, en España obtuvo el Premio Internacional Teatro Joven, organizado por la Editorial Dalya y dos años después se la seleccionó para Cimientos 2022 Play Development Programa, organizado por el IATI Theater (New York, 2021).
Guido Zappacosta nació en Buenos Aires en 1984, y se presenta en Instagram como Guido Zappa -comunicador y docente-. Ahoradespués, nació en pandemia y es el resultado de un taller de monólogos que realizó con Fabián Díaz. Tiene otra pieza de 2019, El amor, un guiso a fuego lento. Como se observa, su dramaturgia se nutre de una cotidianidad, que en esta historia incluye a Diego, su hermano mayor, el Día del Padre, Boca, la madre jardinera, ir a la cancha, la pizza de los domingos, el jugar al básquet y estudiar biología.
A lo largo de la pieza, amena, divertida, entretenida, que contagia emociones diversas al espectador, Diego cuenta que con su padre ya enfermo de un cáncer terminal fue a la Bombonera a ver a Boca y “el viejo”, como él le dice a su padre, en el colectivo 60 en el que viajaban, le contó otra vez, como conoció a su madre, una empleada de farmacia, y él visitador médico. Con su padre agitado y casi sin poder subir a la popular, recuerda que le dijo que mirara al centro de la cancha porque allí estaba el gran Román (Riquelme), aunque el resultado del partido no fue el esperado.
Zappacosta divide su pieza en siete partes y hace de su protagonista, Diego, un personaje arquetípico, inmerso en una tragicomedia de agridulces pinceladas. Su escritura es atípica, en ella prima el dejar filtrar los sentimientos más genuinos, no importa si una y otra vez repite palabras. El autor es como si dejara escapar múltiples oraciones y frases de su inconsciente, sin filtro, sin censura. Lo suyo es transmitir una sensación pura y con ella llegar al corazón del espectador, que por instantes hace reír a la platea y en otras a alguien se le escapa una lágrima, cuando Diego cuenta que llegó a la sala de espera de la clínica Florida, de Vicente López y su familia le transmite la noticia de que su padre ya no está.
Contar esta historia de sentimientos tan puros no ha sido fácil y Héctor Díaz, el director, encontró una resolución acertada para su puesta en escena: imaginó un espacio con atriles, como si un grupo de músicos se dispusiera a leer las partituras y a tocar cada nota en el instante justo. Ese músico-intérprete que le aporta el tono de voz exacto, el silencio sugerente y una sucesión de movimientos precisos y minimalistas es Federico Ottone. Actor y docente de exquisita personalidad que se entrega a pleno y todo su cuerpo vibra al unísono a lo largo de esta sinfonía dolorosa, absurda y risueña a la vez. El final se corona con resonantes aplausos al intérprete, el director, el autor y al equipo por el deleite de disfrutar de esta propuesta que a nadie deja indiferente y hasta logra que alguien derrame alguna lágrima.
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