Agustín Alezzo: peligra la continuidad de la escuela de teatro que fundó en 1966
El maestro Agustín Alezzo cree en la suerte aunque esté frente a una crisis económica que hace que peligre la continuidad de su histórica escuela de teatro por la cual pasaron varias generaciones de actores y directores. Sólo por mencionar a algunos: Jorge Marrale, Federico Luppi, Alicia Bruzzo, Julio Chávez, Muriel Santa Ana, Leonardo Sbaraglia, Paola Krum, Oscar Martínez o Roberto Carnaghi. En marzo, luego de invertir sus ahorros, debería haber abierto la nueva sede de Villa Crespo de se escuela El Duende, pero llegó el coronavirus y su escuela, como tantas otras y como tantos otros teatros alternativos que son también lugares de formación, están cerradas. "Yo confío en la suerte", asegura quien inició su trayectoria a las 17 años, quien ha montado más de 70 obras, quien ha trabajado con los grandes actores de la escena y quien siempre tuvo un don de gente y una humildad ante la cual solamente queda aprender. Por eso debe ser que todos lo llaman Maestro (sí, con mayúsculas).
"Fundé la escuela en 1966 -apunta en diálogo telefónico Alezzo- .Nunca la actividad fue interrumpida, las clases siempre se dieron aunque durante la dictadura yo estaba prohibido. Sin embargo, la escuela siguió funcionando silenciando mi nombre para poder seguir dando clases. Funcionaba porque la gente sabía lo que hacíamos, y eso siempre dio sus frutos. En todos estos años es la primera vez que me encuentro con un problema serio de parate. Hasta el momento estábamos funcionando en una sala de Palermo pero el contrato se venció el 28 de febrero. Por lo cual, a fin del año pasado ya empezamos a movernos. Conseguí un lugar espléndido en Villa Crespo y durante el verano hicimos las reformas. Íbamos a abrir en marzo pero el 15 de ese mes vino el parate. La sala quedó intacta, a punto de abrirse. Desde ese momento lo único que acumulamos son deudas por alquiler y servicios que siguen corriendo. Con lo cual, cuando termine todo esto, francamente no sé qué puede pasar. Sinceramente... no lo sé. Yo les avisé a los dueños, gente muy amable, que no les iba a poder pagar porque estamos en el límite imposible. Mucha gente, muchos exalumnos se han acercado; inclusive Carlos Rottemberg quien se ofreció a colaborar. En verdad yo estoy muy agradecido ante cada uno de ellos, pero la situación es la que te cuento luego de haber invertido dos millones de pesos, los ahorros, para instalar baños, camarines, instalación de luces, la oficina. Francamente, no sé que pueda pasar...".
–Usted ya conoce de inconvenientes aunque claramente el contexto actual es diferente. En 2017, cuando dijo que se había hartado de la burocracia de las habilitaciones, El Duende dejó de ser teatro-escuela para ser solamente escuela.
–Es verdad, nunca ha sido fácil el camino. Inicialmente fue solo una escuela pero en 2000 empezamos a hacer también espectáculos durante diez años. Después de la tragedia de Cromañón fueron tantos los problemas de habilitación que decidí parar con ese asunto. Lo que ganábamos por un lado se iba por el otro.
-¿Qué le genera todo esto en medio de este modo pausa que estamos viviendo todos? Por otro lado, la trayectoria, los años de batalla y tener que dar una nueva batalla.
–Sí, todo eso es así. Pero yo siempre soy optimista y pienso que siempre las cosas se solucionan. Durante mi vida la suerte siempre colaboró, por eso creo en la suerte. Y algo va a pasar, se van a solucionar las cosas cuando todo esto pase. Tengo esperanzas.
-¿Tomó contacto con las autoridades de Cultura de la Ciudad?
–Sí, con el ministro Enrique Avogadro, quien se ha portado muy bien, pero vamos a ver. Lo que pasa es que ellos tienen líneas de subsidios para las salas, pero no entran las escuelas. Y debo decir que ésta es una escuela muy particular en las fue se formaron actrores, directores...
–Tanto que da la sensación que todo han pasado por su escuela o por la de Augusto Fernandes.
–Sí, es verdad. Pasaron muchos por estos lugares.
–Fernandes protagonizó junto a Hedy Crilla y Zulema Katz, entre otros, La mentira, su primera obra que fue su primer fracaso económico.
–Cierto, fue un fracaso de público pero es el espectáculo que más me gusta de todos los que he hecho. Tenía un gran elenco. Siempre he pensando que cuando un director se inicia debe buscar a muy buenos actores porque ellos van a suplir tus errores. Y en ese caso tuve un elenco estupendo que colaboró conmigo de una manera extraordinaria.
–De aquella puesta viene la famosa anécdota de que, al finalizar la temporada, mandó el vestuario a la tintorería pero nunca fue a retirarlo porque no tenía plata.
–Es verdad. Es que había invertido todo el dinero que tenía para producirla. Y como era una obra en las que las mujeres usaban vestidos largos y los hombres se vestían de esmoquin diseñados por Gastón Breyer deje todo en la tintorería pero nunca los retiré. Claro que después de ese fracaso me ofrecieron hacer Ejecución, que fue un éxito notable. Llenaba el Payró de jueves a domingos. Alfredo Alcón, a quien no conocía personalmente, fue a verla. Le gustó tanto que le pidió a Osvaldo Bonet, por aquel entonces al frente del Teatro San Martín, que yo lo dirija en Romance de lobos, de Valle Inclán, espectáculo central en el inicio de la siguiente temporada.
–En su primer trabajo de dirección tuvo a otro espectador de lujo: Jorge Luis Borges, que fue a ver la obra dos veces.
–Exactamente. Su presencia valió por todo. Tampoco a él lo conocía pero luego de la función me acerqué a saludarlo. Borges estaba encantado con la obra. Le gustó tanto que luego volvió. También fue a ver Romance de lobos. Su presencia es uno de los recuerdos más hermosos que tengo del teatro.
- Si La mentira fue su primer trabajo de dirección el último fue en el Teatro 25 de Mayocon El regreso, historia de una traición , de Brian Friel, que se produjo luego de una larga pausa.
–Exactamente. Pero esa fue difícil porque hicimos pocas funciones, con cortes en el medio, y el espectáculo lo sufrió.
–¿Cómo vive la cuarentena sin dar clases, su conexión con lo creativo; en medio de la incertidumbre de todos?
–Creo que la vivo igual que todo el mundo... A la espera, con paciencia. Confío en la suerte.
Tal vez eso de confiar en la suerte le venga desde hace tiempo. Sus padres eran pampeanos. Santa Teresa o Santita, como le decían a su mamá, era una joven de clase acomodada que se enamoró de un trabajador del ferrocarril y músico de orquesta típica. Se casaron y se vinieron a Buenos Aires. Dos meses antes de que Agustín naciera su padre murió. Su madre, embarazada y con 23 años, vendió todo para poder pagarle a los médicos y afrontar el entierro. Una familia amiga adoptó a su madre y al recién nacido. Cuando Agustín Alezzo tenía 18 años su padrino murió. "Pasé de tener todo a no tener un peso", confesaba en un reportaje de La Nacion publicado hace 6 años. Vendió casimires, fue tesorero de una escuela, trabajó en una editorial mientras estudiaba Derecho y, también, Actuación. A los 29 años ganó su primer sueldo como actor en Andorra, dirigida por Juan Carlos Gené. Cuando montó su primer obra volvió a perder sus ahorros pero a a los dos años, el maestro de actores como Julio Chávez, Muriel Santa Ana o Leonardo Sbaraglia, dirigió por primera vez a Alfredo Alcón en una obra que fue un verdadero suceso.
Ahora, con ardiente paciencia, espera que la nueva sede El Duende tengo una etapa menos sombría que la actual. Durante su vida la suerte siempre colaboró con él. Será por eso que el Maestro confía en ella.
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