Adiós trasnoche: cómo los teatros de la calle Corrientes abandonaron el horario de la transgresión y el sexo
La mítica tercera función del teatro de revista, que “pescaba” espectadores que salían del Luna Park, o los maratónicos unipersonales de Fernando Peña y Fabio Posca en La Plaza son fenómenos del pasado, mientras la cartelera porteña adelanta sus obras a la hora del té y explora otros públicos
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Las fotos de los espectadores ingresando a grandes salas de teatro de la avenida Corrientes para ver un espectáculo de revista en las trasnoches de los viernes o los sábado mientras miles de espectadores circulaban amuchados por Lavalle convocados por títulos como Fiebre de sábado por la noche, Rocky o El padrino es cosa del pasado. Actualmente, por la avenida Corrientes y sus alrededores no hay ninguna obra que se anime a subir el telón pasada la medianoche. Lavalle, a esa hora, es la imagen de un pueblo fantasma. El horario de la exhibición de cine mutó de tal forma que, en el Abasto, la última película programada de un sábado es a las 23.10.
Por diversos motivos, el reloj del consumo teatral (y también el del cine) debió ser ajustado. Claro que, como se verá, el cambio en lo que hace a los horarios de las funciones viene abriendo otras posibilidades, como las ir al teatro a la hora del té. El público tiene una amplia gama de propuestas en términos curatoriales y los productores ya no apuestan necesariamente a un título para ocupar el horario central de una sala: son varias las obras que comparten un mismo espacio (como es, en definitiva, el uso y costumbre de la escena alternativa).
El ajuste de los relojes es evidente. “Actualmente, la programación de teatro en Buenos Aires está dos horas adelantada a cuando comencé en esta actividad hace 48 años. En aquel momento, las funciones del teatro comercial iban de martes a viernes, a las 21.30; los sábados, doble función, a las 21 y 23; y los domingos, a las 21. Hoy el promedio es, para los días hábiles, entre las 19.30 y las 20; los sábados, doble función a las 19 y 21; y los domingos, a las 19″, asegura Carlos Rottemberg, dueño de varias salas tanto en esta ciudad como en Mar del Plata y un experimentado conocedor del circuito comercial de teatro.
Asumiendo casi un rol docente, propone una actividad pedagógica: revisar la misma cartelera de LA NACION de los setenta. “En aquellos tiempos había cuatro espectáculos de revista que se presentan en el Astros, en el Cómico (actual Lola Membrives), Tabaris (actual Multitabarís Comafi) y El Nacional. Las obras que se presentaban iban de martes a domingo con funciones a las 21 y a las 23. Pero los sábados, se sumaba la trasnoche de la 1.30; y los domingos, la de las 23. Hoy pensar una obra de teatro que suba a escena un domingo, a las 23, es algo surrealista -apunta-. Y era lo mismo un martes a las 23, que una trasnoche del sábado, que la del domingo a las 19″. A esa foto comparativa hay que sumarle otro “detalle”: esas obras llenaban las 14 funciones semanales cuando, en estos momentos, Tootsie, la propuesta que viene encabezando las estadísticas de audiencias, suele hacer exactamente la mitad: siete funciones semanales en el Lola Membrives.
En la página de la cartelera de LA NACION que se reproduce en esta nota y que da cuenta de la oferta de un jueves de agosto de hace 50 años (en 1973), la revista Escándalos en el Nacional, con Zulma Faiad y Nélida Lobato anunciaba su segunda función a las 23. A pocas cuadras, las hermanas Gogó y Ethel Rojo, Jorge Porcel, María Elena Walsh y Dringue Farías protagonizaban El Maipo Superstar, en el Maipo, cuya segunda función se iniciaba en el mismo horario. Lo mismo sucedía en el Astros con una producción de los hermanos Sofovich y con las propuestas de café concert que, en distintas salas, encabezaban Niní Marshall y Enrique Pinti. Para la trasnoche de ese sábado de una cartelera en la que convivían figuras capitales de la escena porteña, la revista de Marrone y Adolfo Stray se anunciaba a las 1.15 y Nacha Guerva, con Las mil y una Nachas, a las 00.50.
A veces, aunque cueste creerlo, el horario de la trasnoche dependía de lo que sucedía en un cuadrilátero. Como se consignaba en una nota sobre la historia del Tabarís y sus múltiples transformaciones, el inicio de esa ya extinguida tercera función era definido por lo que sucedía unas cuadras más abajo: en el Luna Park. “Cuando terminaban las peleas la gente subía por Corrientes y hacían Astros o Tabarís para terminar con una pizza en Las Cuartetas. Era el plan. El Luna te tiraba unos 10.000 tipos con guita en el bolsillo para ver algo, por eso era muy fácil llenar las salas. Y como dependíamos de las peleas, anunciábamos la trasnoche a la «una y pico» porque no sabíamos a qué hora terminaba la pelea. Si había un knockout, había que apurarse”, contaba en aquella oportunidad Rottemberg.
Si las peleas de boxeadores como Carlos Monzón, Víctor Emilio Galíndez, Sergio Víctor Palma o Juan Martín “Látigo” Coggi terminaban con alguno tirado en la lona del cuadrilátero en los primeros rounds, había que aprovechar la euforia o la desazón y tener las puertas de los teatros de revistas a punto de iniciar la función con todo el elenco listo para salir a escena. No eran tiempos de celulares. El dato de lo que sucedía a pocas cuadras lo aportaba la radio o alguno que levantaba el viejo teléfono de línea para avisar a los teatros y tener todo listo para tentar a ese público con plumas, concheros y escaleras para el lucimiento de las voluptuosas vedettes.
Con el paso del tiempo, aquellas trasnoches dominadas por las propuestas revisteriles fueron mutando, fueron copadas por otras expresiones. A finales de los 80 y principios de los 90, la actividad escénica más renovadora se gestaba en ámbitos como el Parakultural. El público de las Gambas al Ajillo, Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese, Batato, Carlos Belloso o Valeria Bertucelli tenía muy en claro que ese rito se iniciaba en la madrugada. A principios de los 90, en Babilonia, otro sitio clave de lo alternativo, la segunda función de Fragmentos de una Herótica (sí, con H de hedonismo) terminaba alrededor de las 3 de mañana, con la sala a tope. Mientras tanto, José María Muscari presentaba Mujeres de carne podrida y Pornografía emocional que apostaban al público joven que se movía con total fluidez en esos horarios trasnochados.
Por fuera de la escena alternativa, el circuito comercial detectó el filón y el Paseo La Plaza lo hizo estallar con su ciclo de trasnoches, iniciado a fines de los 90. Favio Posca y Fernando Peña fueron sus máximos exponentes. El primero presentó en La Plaza como en el Metropolitan nueve espectáculos distintos; Peña, otros cuatro títulos. Como consignaba una nota de septiembre de 2000, apenas se produjo el debut de Fernando Peña ya tuvo vendidas cinco funciones (unas 2600 personas que colmaban las 530 localidades de la sala Pablo Neruda). Ambos creadores comenzaban sus obras al filo de la medianoche, con propuestas que solían superar las dos horas de duración. Algunas funciones del genial y desbocado Peña terminaban incluso a las 4 de la mañana con café y medialunas (creer o reventar). Aquel legado fue seguido por una larga serie de espectáculos de stand up.
En contraposición, en la cartelera actual de La Plaza, el límite horario para una espectáculo es el de las 23.30. Según la página Alternativa Teatral, que abarca todos los circuitos porteños, en estos momentos solamente la Sesión Golfa de Microteatro y Sex, viví tu experiencia (dos “experiencias teatrales” más que obras) son las únicas que se animan a empezar minutos después de las 12. La trasnoche teatral se fue a dormir temprano.
La razones son múltiples: desde lo económico hasta la seguridad, pasando por la falta de transporte público, cambios en las costumbres de consumo tras la pandemia. Por lo pronto, hasta 1988 el subte, que todavía dependía del Estado, funcionaba hasta la 1.30, hasta que una grave crisis energética durante el gobierno de Raúl Alfonsín decidió que el horario terminara a las 22. Recién en 2017 se amplió hasta el tope actual (hasta las 23.30 y los sábados, hasta las 24). Los productores teatrales fueron uno de los sectores que impulsó esa medida.
Desde otra punto de vista, hay que reconocer que el tiempo pospandémico puso a prueba al sector teatral, obligándolo a imaginar horarios impensables en ese arduo, desafiante y complejo proceso de retorno del público a las salas. Ariel Stoller es el director de producción del Grupo La Plaza, que abarca las salas del renovado Paseo La Plaza y el teatro Metropolitan. “El cambio de horario lo empezamos a probar luego de la pandemia, durante la reapertura gradual del público a las salas porque había limitaciones y falta de transporte público. Nos tocó ir acompañando todo ese proceso según lo que se iba pudiendo. Eso también implicó modificar el horario de la primera función para poder llegar a las tres funciones de viernes y sábados. Fue un modo de acompañar en el cambio de usos y costumbres para que la gente pueda ir al teatro, cenar más temprano y volver a sus casa aprovechando el transporte público. La idea fundamental de todo esto es que la gente tenga una salida completa. Por eso el horario central de los días de semana es a las 20”, apunta el productor.
Desde otra perspectiva, como un Tetris con fichas acomodándose todo el tiempo, si en algún momento la norma de las grandes salas teatrales era apostar fuerte por un título, en el caso de La Plaza/Metropolitan la diversidad de títulos y horarios actual les permite tener en cartel 26 obras y no cuatro. “La solución que encontramos es la simultaneidad de espectáculos centrales, lo cual representa todo un desafío el programar otras obras en otros días y otros horarios. En perspectiva, el gran objetivo es tener a los teatros abiertos y que la actividad se perciba como pujante”, señala Ariel Stoiler.
En modo “recalculando”, desde hace un tiempo tanto en La Plaza como en el Metropolitan se programan los miércoles y jueves obras a las 22, que ofician como segunda función de cada jornada con espectáculos que “responden a cierta idea curatorial que, de otro modo, no hubiera sido posible que recalaran en salas comerciales de la avenida Corrientes”, señala. Desde esa óptica, tanto en el Picadero como en el Astros y en el Metropolitan aparecen títulos vinculados con las búsquedas artísticas de la escena alternativa (Lo que el río hace, El escritor fracasado, Tarascones, Othelo o Pundonor). Bajo este criterio de programar más obras en un mismo espacio conviven Las chicas de la culpa, que va pasadas las 23 los viernes y que suele aparecer en el ranking con una de las mayores ocupaciones de sala, con Las cautivas, que se presenta los domingos, a las 17.30 (lo cual, a priori, es una rareza).
Cabe recordar que la comedia Locas de remate, con Verónica Llinás y Soledad Silveyra, también había apostado a hacer funciones los domingos a la hora del té y le funcionó. Aprovechando un reciente fin de semana XXL Coqueluche, que dirige José María Muscari, hizo una función en ese horario vinculado con las obras infantiles. Si bien con las otras nueve funciones de esa semana la comedia llenó la sala del Multiteatro Comafi, la de ese horario tan europeo funcionó: tres cuartos de la platea estaban cubiertas de público. Pero el programar regularmente en ese horario todavía está en estudio. “No está demostrado que en el domingo tenga más fuerza el horario de las 17 que el de las 19. Pero es tan claro el corrimiento de la audiencia que lo único que hay que hacer es estudiarla y seguirla”, reconoce Rottemberg. En tren de imaginar hipótesis, en poco tiempo quizás se tenga que escribir sobre el nuevo hábito de ir un domingo a ver teatro en la franja horaria en la que bares como La Giralda o El Gato Negro están colmados de gente tomando el té.
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