Adhemar Bianchi celebra los 40 años del Grupo de Teatro Comunitario Catalinas Sur
En pleno corazón de La Boca, ir al Catalinas es sumergirse en una ceremonia que incluye la comida que preparan los vecinos y la actuación de la mismísima comunidad
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El Grupo de Teatro Comunitario Catalinas Sur cumple cuarenta años. Ese período es mucho tiempo desde cualquier perspectiva humana, pero si se le suma que es un grupo de teatro integrado por vecinos, que ha contagiado al mundo con su creatividad y sus ideas, que abre las puertas a todo tipo de espectadores porque sus creaciones abrevan en la memoria, las canciones, el paradigma de lo colectivo, el tiempo transcurrido parece multiplicarse. El grupo escribe, actúa, canta, realiza vestuarios, escenografías, títeres, tocan instrumentos musicales, todo así, en grande, en conjunto, la palabra con la que se definen habitualmente los grupos de teatro comunitario es “desmesura” y la fiesta, que también los define. Quien lo vivió lo sabe. Y, sin duda, tiene ganas de repetir una y otra vez.
En el marco de los festejos ya están en el Galpón de Catalinas la inolvidable Carpa quemada y la bellísima obra de títeres para toda la familia, Con ojos de pájaro. Sin embargo, se vienen otra serie de festejos que ya se están preparando. En el marco de este aniversario conversamos con Adhemar Bianchi, el director de este grupo de teatro comunitario.
–¿Por qué Catalinas sigue en pie habiendo tantas cosas que caen?
–Creo que hay varias razones, una de ellas tiene que ver con que se ha formado un equipo y eso es fundamental. Muchas veces las instituciones construyen liderazgos fuertes que cuando fallan o desaparecen hacen caer a la institución detrás. Acá hubo recambio y hay un grupo que puede liderar, continuar y mejorar lo ya hecho. Pero, además, es un grupo abierto y tenemos talleres de niños, adolescentes y adultos. Por lo tanto, hay una continuidad. El elenco está lleno de hijos y de nietos de los que comenzamos con esto.
–¿Recordás cuáles eran tus expectativas hace cuarenta años?
–Sí, y fueron muchas. Algunas se cumplieron y otras no. La primera era que no iba a ser un teatro sino una gran barcaza en el Riachuelo con un escenario encima. No se dio porque, evidentemente, era medio complicado. Luego el sueño fue una carpa. Tampoco cerraba. Mis expectativas se fueron dando, en general, uno no piensa en dónde va a terminar. Sí quise dejar de hacer (y esto no es una crítica hacia quienes lo hacen) un grupo de teatro que trabajara para una elite teatral. La idea era que se planteara como un grupo abierto, una búsqueda de ampliación de público: ésa era la expectativa más grande y la hemos cumplido, se ha ido dando con el correr del tiempo.
Luego viene la pregunta sobre qué le dejó Catalinas a Adhemar y qué le dejó él al grupo. No era una sorpresa la respuesta, cuenta que ha sido su vida durante cuarenta años y que Catalinas le dejó la vida que ahora tiene. Confirma que logró transmitir una pasión, que las raíces de este tipo de teatro están el viejo teatro independiente. El teatro comunitario está construido desde el “nosotros” y no desde el “yo”. En su descripción señala que este inicio se dio junto con Ricardo Talento (director del Circuito Cultural Barracas) y que continúan juntándose y haciendo cosas. Luego señala que están muy preocupados por la sala del Circuito porque se vende el lugar donde están y no tienen dinero para comprarlo. Hicieron un par de campañas, pero no hubo caso, no se juntó casi nada. “Esas cosas solo pueden lograrse con intervención del Estado. Sin embargo, ahí se entrelaza con la valorización del teatro comunitario ¿te imaginás si se sabe que va a cerrar una sala más o menos importante de teatro? Ahí el estado se preocupa, con el comunitario, no sé, vamos a ver qué pasa. Esto es una decisión política y económica”.
–¿Por qué habría que ir a ver teatro comunitario?
–Es una experiencia transformadora que emociona, divierte, hace pensar. Es una ceremonia, una fiesta. Celebramos el estar juntos. Nosotros no hacemos drama psicológico, hacemos comedia o tragedia. Todavía existe algo de preconcepto de que el arte es algo para los artistas y no para la gente y además hay una cierta idea de que el teatro comunitario es un teatro, digamos, menor y la realidad es que cuando vienen los que piensan así, quedan asombrados porque, sin falso orgullo, nuestro teatro tiene una enorme calidad.
Ante la pregunta sobre la cantidad de grupos de teatro comunitario Adhemar dice que hay unos diez en la ciudad de Buenos Aires y alrededor de cincuenta en el resto del país. Y agrega que una de las cosas que el teatro comunitario ha tenido es un mandato de multiplicación, los saberes no son para guardarlos sino para compartirlos. Revela que para llegar a nuevos públicos harán una exposición en la Usina del Arte, curada por Ignacio Vázquez, hijo de Cristina Paravano, que vive en México y viene especialmente para montarla. También cuentan con Luciana Zylberberg, que llega a la prensa y difunde pero dice que, especialmente, hay dos convocatorias que no fallan: el humo de la choriceada en la puerta del Galpón y el boca a boca que es infalible, la fidelidad de los que están y traen a otros y los contagian. La noción de pertenencia, el relato colectivo y la identidad territorial son fundamentales.
Bianchi arma una genealogía con los teatros filodramáticos (esos que hacían los que no eran profesionales y que nacían en cada barrio) y dice que este anclaje en el barrio permite que éste no sea un dormitorio, es lo que hace que no sea obligatorio “ir al centro” para experimentar teatro, cultura. Sostiene que es muy importante que el barrio sea un lugar de vida y no uno al que simplemente se va a dormir.
Tanto él como Talento fueron los iniciadores de un entusiasmo que prendió y tuvo continuidad en el tiempo. “Creo que uno entusiasma y tira semillas en tierras que están preparadas para que eso pase; uno va a un lugar donde hay interés y uno ayuda a que prospere.” Y recuerda la crisis de 2001, las asambleas populares y el nacimiento, en ese contexto, de grupos de teatro comunitario que hoy siguen vigentes.
–¿Cómo es eso de dirigir elencos tan numerosos?
–El que dirige teatro comunitario debe tener un ojo particular. Lo primero que hay que decir es que en el teatro comunitario todo el que quiera integrarse puede hacerlo; segundo, tiene que ver cuál es la gracia de cada uno, pero no para dejarlo en ese lugar sino para aprovechar la oportunidad para que tome confianza, cuando eso sucede, crece y se anima a otras cosas. Salvo eso, es casi como dirigir en otros contextos. Es cierto que cuando dirigís cuarenta o cincuenta personas el trabajo de dirección tiene una impronta más coreográfica porque hacemos un teatro épico… uno no se queda en la sutileza de un actor. Ah, otra cosa, se tarda como media hora para que hagan silencio cuando llegan a ensayar.
–Para cerrar una mención más personal, hablabas de la amplitud de la franja etaria y en el grupo están tu hija Ximena y tu nieta Vera.
–Sí, es un orgullo eso para todos los que tenemos hijos y nietos en el grupo. A veces, algunos se han ido por la edad, porque ya no les da para estar, gente que se fue y, de repente, un día aparece el hijo, el nieto. Eso habla de que algo quedó y que buscan que los suyos tengan también esa experiencia. Una cosa más, esta convivencia de las distintas edades hace que en nuestro teatro no exista esa frontera de teatro para adultos, adolescentes, niños, las propuestas lo que tienen son varias lecturas. Eso nos parece una de las cuestiones más importantes para unir las cosas. También nos pasa que muchos que hoy tienen sus carreras profesionales han nacido acá. La multiplicación hacia afuera también ha sido importante. Nos sentimos orgullosos. Y en general, no se alejan demasiado, alguien que fue niño acá adentro, muchas veces vuelve.
Para agendar
Carpa quemada, sábados, a las 22.
Con ojos de pájaro, domingos, a las 16.
Galpón de Catalinas, Av. Benito Pérez Galdós 93.
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