Adelaida Mangani, dolores y pasiones de una mujer que mueve los hilos -y tiene un hijo que llena estadios-
Fundó el Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín, durante casi medio siglo estrenó cerca de 70 obras y es considerada “la abuela” del género en nuestro país; ahora cuenta sus propios dolores y pasiones en una obra, de la que su familia también es parte
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Hay tres señoras sentadas en el diván de un departamento sobre la Avenida Santa Fe, casi enfrente del shopping. Son Doña Rosita la soltera, que está muy triste porque su novio se marchó a América; Mariana Pineda, que espera el cadalso por no haber delatado a su novio, y Adelaida Mangani, cofundadora hace casi medio siglo del Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín. Ocurre que Rosita y Mariana son títeres (creaciones de Federico García Lorca) y, en teoría, Adelaida las controla a ellas, porque es sabido que los humanos manejamos a las marionetas. Pero no, no es tan así. Sobre el final de estas líneas, Adelaida convencerá a todos de que son los títeres quienes nos controlan a nosotros. Son ellos, en verdad, los que mueven nuestros hilos.
“Tu mamá se enfermó cuando vos naciste y nunca más se puso bien”. Esa frase se escucha, como un mal sueño, en el comienzo de Bimba, la obra que recorre la vida de Adelaida, fusionando títeres, música y teatro. En esta pieza (está en cartel hasta el domingo 15 de diciembre), Mangani está acompañada por 14 titiriteros de la compañía que fundó en 1977 junto con Ariel Bufano, su gran amor. Con dramaturgia y dirección de Mariana Díaz, el elenco incluye a Jano Squeri, el nieto de Adelaida, y a su hija, Ariadna Bufano.
Bimba es una historia con luces y muchas oscuridades, como la propia vida de su protagonista. “Tu mamá se enfermó cuando vos naciste...” era lo que el padre de Adelaida le decía una y otra vez cuando ella iba a visitar a su madre enferma. Durante su niñez, Bimba -así la apodó su tío cuando era niña- fue víctima de un papá violento, que hacía de los golpes una rutina hogareña. “Se le volaban las manos y pegaba”, rememora hoy, a sus 83 años.
“Mi papá esperaba un varón y mi mamá, un poco, también. Yo tengo más de 30 años de análisis, pero a mi mamá el psicoanálisis no la tocaba ni con un palo de dos metros; entonces supongo que no se daba cuenta de las cosas que me decía, que me herían a mí como nena o adolescente”, reflexiona, en una entrevista que transcurre en la cocina de su departamento, un cuarto piso sobre la Avenida Santa Fe, con habitaciones repletas de títeres y fotos de sus hijos y nietos. Sus hijos son Ariadna y Gabriel, más conocido como Vicentico, cantante de Los Fabulosos Cadillacs; las fotos de ambos -Vicentico en su etapa de rude boy- lucen en varios portarretratos en la entrada del departamento.
Las escenas del padre violento aparecen en la obra Bimba. Una de ellas está basada en un recuerdo muy vívido de Adelaida, cuando tenía solo tres años. “Mi papá no soportaba que yo llorara. Y entonces me decía: ‘Te voy a pegar y entonces sí vas a llorar por algo’. Nunca entendí esa frase, porque yo ya estaba llorando ‘por algo’. Una vez se puso tan furioso que me agarró de los pies, me tiró y me dijo que me iba a pisar. Mi recuerdo de nena de tres años es estar en el piso, gritando con el pie de mi papá sobre la panza”, cuenta.
En otra escena de su obra, un bebé “vuela” en el escenario, pasando de mano en mano. Esa situación está basada en otra pesadilla de la vida de Adelaida: ella estaba en su cochecito de bebé y, de repente, una parte del techo se cayó sobre la capota del carrito. El impacto fue tan fuerte que desequilibró al cochecito y la bebé salió volando. “Me agarró mi papá en el aire, me salvó. La directora incluyó esa escena, pero preferimos no poner la parte en la que mi papá me pisa”, dice.
Una espalda y un gran amor
La adolescencia de Adelaida tampoco fue pan comido. Se metió a estudiar Filosofía y Letras y su padre la seguía mortificando: “Si mi clase terminaba a las ocho, él calculaba que tenía que llegar a casa a eso de las nueve menos cuarto. Si me demoraba, era un escándalo. Una vez que llegué tarde estaba tan furioso que me agarró del cuello y me empezó a golpear la cabeza contra la pared. En ese momento pensé ‘me mata, me mata’”, evoca hoy la titiritera.
Paradójicamente, ese padre violento fue un gran abuelo para Gabriel, que nació cuando Adelaida tenía 22 años. “Mi mamá me ayudó mucho a criar a Gabriel y a Ariadna, porque yo toda la vida tuve dos o tres trabajos y estaba todo el día afuera. Mi papá estaba enloquecido con Gabriel, y él con su abuelo”, cuenta. “Después, cuando Gabriel era adolescente, se puso bastante sabandija en el secundario, y ahí la relación ya no fue tan buena. Para mi papá y mi mamá eso de llevarse materias no estaba bien”, agrega.
“Mi papá no soportaba que yo llorara. Y entonces me decía: ‘Te voy a pegar y entonces sí vas a llorar por algo’. Nunca entendí esa frase, porque yo ya estaba llorando ‘por algo’”
El gran amor de Adelaida fue Ariel Bufano, figura fundamental en el desarrollo de los títeres en la Argentina y alumno del célebre titiritero, poeta y narrador Javier Fillafañe. Se conocieron cuando, a los 20 años, ella empezó a trabajar como docente en el Instituto Vocacional de Arte Manuel José de Labardén. El problema era que Adelaida estaba de novia y se estaba por casar; y, del otro lado, Ariel ya estaba casado y tenía tres hijos.
Nada importó, porque el primer encuentro fue un flechazo, como pasa en las películas. “Me acuerdo de verlo en un patio muy grande que tenía la escuela. Estaba de espaldas a mí, fumando un cigarrillo; era alto, tenía un saco gris y una prestancia...”, cuenta, todavía con admiración.
-¿Y de frente te gustó tanto como su espalda?
-Sí, claro. Me acuerdo que hablábamos mucho, en el recreo, en todos lados. En un momento, él me preguntó: “¿Es cierto que se va a casar?”. Le dije que sí y de hecho me casé, pero empezábamos a acercarnos cada vez más. Él daba clases en el Labardén y también trabajaba en el diario La Prensa, porque lo había hecho entrar su hermano, un periodista muy conocido de esos años. Un día lo llamé por teléfono al diario y me respondió algo que se cuenta en la obra. Me dijo: “Usted hizo algo que no es convencional en una mujer, entonces yo también voy a hacer algo que no es convencional: la voy a invitar a salir”.
Manipulación a la vista
En 1969, Adelaida y Ariel se fueron a vivir juntos. Ella tenía 29 años. Primero abrieron una escuela de teatro en Flores, el Centro de Estudios Dramáticos, en donde daban clases, y en1974 debutaron como titiriteros con la obra Una lágrima de María.
Adelaida tenía experiencia como actriz porque había trabajado en teatro desde los 10 años, gracias a un tío (odiado por el padre de ella) que se la pasaba montando obras e incluyéndola en los elencos. “La nenita que actuaba siempre era yo”, se ríe. Cuando empezó a trabajar con Ariel, además de aprender de él el arte de los títeres, Adelaida ya tenía una sólida formación actoral.
En 1977, el entonces director del Teatro San Martín, Kive Staiff, convocó a Bufano para adaptar y dirigir la obra de Sim Schwarz David y Goliat, que fue un éxito. A partir de ese momento empezó una extensa carrera con el Grupo de Titiriteros, que incluyó éxitos como La Bella y la Bestia, Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín, El gran circo (tal vez la obra más popular), Romeo y Julieta, Teodoro y la luna y El Pierrot negro, entre muchos otros.
De todos esos espectáculos, La Bella y la Bestia marcó un quiebre porque fue la primera vez que se dio una “manipulación a la vista” de los títeres, sin un retablo. “Los títeres medían un metro y pico, casi dos metros; eran enormes y cada uno era manipulado por dos titiriteros que estaban a la vista del público”, comenta. “Fue un cambio muy grande en relación con el arte de los títeres que se hacía en la Argentina, una verdadera novedad”.
“Un día lo llamé por teléfono al diario y me respondió algo que se cuenta en la obra. Me dijo: ’Usted hizo algo que no es convencional en una mujer, entonces yo también voy a hacer algo que no es convencional: la voy a invitar a salir’”.
En paralelo al Grupo de Titiriteros, Adelaida también dirige hoy el Taller-Escuela de Titiriteros Ariel Bufano, creado en 1987, en donde dicta las materias Puesta en escena y Dramaturgia. Este año ingresaron a la escuela 24 estudiantes.
A esta altura vale aclarar una cuestión operativa en relación con el manejo titiritesco. Adelaida precisa que existen tres formas de manipular un títere: la primera es desde abajo. “Te los calzás con un guante o los movés con varillas; el títere está arriba, ya sea que haya o no un retablo”, precisa. La segunda modalidad es cuando se maneja al títere desde arriba, con hilos o varillas; la tercera -”la que más me gusta”, asegura- es la manipulación directa, en la cual el titiritero está atrás del títere y se logran movimientos mucho más humanos.
Separados pero juntos
Cuando Ariel Bufano murió, en 1992, Adelaida y él ya estaban separados. “Nos separamos, pero seguíamos trabajando juntos. Cuando él se enferma, creo que fue en el mes de abril, me llama una mañana y me cuenta que ‘le había salido una pelota acá’. Le pedí que fuera a nuestro médico y el doctor le dijo que se quedara tranquilo, que quizás ‘se había agarrado alguna peste del viaje’ que había hecho a la India. Igual lo mandó a hacer estudios. Esa noche llamé al doctor y me dijo que Ariel tenía todo el pulmón tomado, que no había nada que hacer”, recuerda. Tras la muerte de Bufano, Adelaida siguió adelante con el Grupo de Titiriteros y el Taller-Escuela.
-¿Y Gabriel (Vicentico), se enganchó alguna vez con los títeres?
-Mis hijos tienen dos de las cosas que hice en mi vida: música (Adelaida es pianista y compuso la música de muchas de las obras) y títeres. Gabriel es músico y Ariadna, titiritera.
-¿Y él va a ver tus obras?
-Sí, el jueves pasado vino a verla. No pudo venir antes porque estaba con toda su familia, tocando con Los Fabulosos Cadillacs en México.
-¿Cómo se siente tener un hijo que llena estadios?
-Bueno, a esta altura ya es normal para mí. El impacto fue cuando empezó. Gabriel terminó el secundario y entró a la Facultad de Arquitectura, porque dibujaba muy bien. Al mismo tiempo arrancó a tocar con amigos y un día me contó que alguien quería producirlos. Me acuerdo de ir a verlos por primera vez al Teatro Astros y estaba toda la calle repleta de pibes con ese sombrerito que usan los que les gusta el género que hacían en ese momento.
-¿Ska?
-Sí, sí... Entonces estaban todos con esos sombreritos y la calle estaba llena de gente. Era impresionante. Cuando entramos al Astros con Ariel nos sentamos y vimos que Gabriel era el que cantaba. Yo no sabía que él era el cantante. Me gustó mucho, me impresionó.
-Si vos fueras un títere, ¿quién sería tu titiritero? ¿Por qué decís que son los títeres quienes controlan a sus titiriteros?
-Vos no controlás al títere. El títere te controla a vos.
-¿Por qué? ¿Cómo?
-El objeto te sugiere, te pide, te indica lo que tenés que hacer con él. El títere es como una máscara. Cuando te ponés esa máscara, de pronto empezás a hacer cosas distintas a las que estabas haciendo. El títere, que ya es un personaje con una intencionalidad y una intención, te impregna como intérprete. No es que vos lo manejás; vos aprendés técnicas, pero lo verdaderamente interpretativo es una retroalimentación entre el objeto y el alma del intérprete. Más fácil: el títere te hace hacer lo que él quiere.
Para agendar
Bimba, del Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín. Últimas funciones: del jueves 12 al domingo 15 de diciembre. Sala Cunill Cabanellas (Avenida Corrientes 1530).
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