A un año de la vuelta de los espectáculos tras la pandemia: del boom de los shows a la recuperación plena del teatro y la incertidumbre en los cines
La primera reapertura tras el confinamiento, marcada por los experimentos con el streaming y la virtualidad, como los autoshows y las burbujas, dio paso al regreso paulatino del público con aforos cada vez mayores: hoy el panorama muestra recitales masivos agotados, el teatro con convocatoria cercana a 2019 y el poder de convocatoria de los tanques de Hollywood como rasgo saliente en las salas
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Con la certeza de la recuperación, el sueño de volver a la realidad que se vivía antes de la pandemia y un razonable optimismo mirando hacia el futuro, matizado por alguna incertidumbre que perdura junto a la amenaza constante de una crisis económica sin horizonte de solución a la vista al menos en el corto plazo. Así vive hoy en la Argentina la industria del entretenimiento cuando está por cumplirse un año de la primera reapertura sin marchas atrás de los cines y los teatros junto al regreso de los shows musicales en vivo.
El recuerdo del final de aquella etapa de cierre dominada por la virtualidad se mezcla hoy con otro paso hacia la vuelta de la normalidad. La decisión del gobierno porteño de dejar de exigir el uso obligatorio del barbijo en espacios cerrados convalida en muchos casos una situación que ya funcionaba de hecho en las funciones teatrales y cinematográficas, sobre todo entre el público más joven. Hoy, el movimiento de los shows musicales en vivo registra un momento de extraordinaria convocatoria con recitales y conciertos masivos (el caso de Coldplay es el ejemplo extremo) que agotan sus entradas muchas veces en cuestión de minutos. El teatro vive un momento de recuperación corroborado con buenos números y el cine tiene asegurado el lleno de los complejos multipantalla cada vez que algún tanque de Hollywood pisa fuerte. Los cuatro millones de espectadores que vieron Spider Man: sin camino a casa lo corrobora. Pero al mismo tiempo cambiaron los hábitos y una buena parte del público que iba al cine dejó de hacerlo. Los cambios en el consumo cultural también marcaron a fuego los últimos doce meses.
En el ya lejano marzo de 2020, los teatros y los cines dejaron de funcionar en la Argentina. El coronavirus pasó a ser el dueño de la situación. El productor Carlos Rottemberg puso en marquesina gigante en una de sus salas sobre la avenida Corrientes que decía: “Bajemos el telón para cuidarnos. Habrá tiempo para volver al teatro”. Esa foto dio vueltas por el mundo. Esa afirmación fue una declaración de principios. El silencio también quedaba a la vista en la puerta de los complejos cinematográficos, cerrados a cal y canto todavía con los carteles a la vista, cada vez más ajados, de los últimos estrenos previos a la llegada de la pandemia.
Ese contexto de emergencia hizo a la vez que la producción de espectáculos musicales se detuviera, como un micro que se quedó sin nafta en medio de una ruta desolada, pero frente a una estación de servicio que está esperando la llegada del camión cisterna. También eso ocurrió desde fines de marzo de 2020: un colectivo de artistas sin trabajo ni perspectivas de corto plazo para volver a tenerlo. Con el paso de los días y de los meses comenzaron a surgir ideas. Nacieron los conciertos por streaming, los autoshows (como los autocines de hace 50 años atrás, pero con música en vivo) y luego las burbujas (preferentemente en espacios al aire libre). Sin embargo, nada era una solución definitiva que volviera a poner a la actividad en marcha sino el modo para que los engranajes de esta industria no se oxidaran.
Los costos del parate
El “parate” tuvo sus costos. Desde el cierre definitivo de locales pequeños (el caso de la sala porteña de jazz Notorious es uno de los más significativos) hasta los inconvenientes financieros que reconocieron abiertamente las grandes productoras internacionales de shows. Algo parecido ocurrió con los cines, que desde el primer momento quedaron expuestos a la inquietante máxima que recorría como reguero de pólvora todo el sector. “Vamos a ser los primeros en cerrar y los últimos en reabrir”, era la frase extendida a lo largo y a lo ancho de la vida de un sector que de un día para el otro empezaba a navegar a ciegas en el mar de la incertidumbre.
A lo largo de este tiempo, la reactivación del sector ha tenido la lógica de un Juego de la Oca en el cual hubo que retroceder casilleros en varias oportunidades. El primer mojón de reapertura se produjo en noviembre de 2020 cuando volvieron a abrir las salas con un aforo del 30% y un rígido protocolo. Dicho primer fin de semana, solamente hicieron funciones tres espectáculos del eje de la avenida Corrientes. Hace justamente un año, el aforo permitido aumentó al 50% luego de estar 63 días la actividad cerrada por una nueva ola de contagios que implicó volver al casillero de partida. Aquel fin de semana de junio de hace 12 meses, la cartelera porteña presentó 14 títulos de los tres circuitos (comercial, alternativo y público). Desde ese momento, no hubo ningún decreto que haya señalado que los teatros tuvieran que volver a cerrar.
El cine no tuvo la misma suerte. En diciembre de 2020, el hashtag #AbranLosCines recorría las redes como un reclamo que mezclaba lamento y necesidad, pero no se concretaba en hechos. El sector soñaba con una posible reapertura para comienzos de enero de 2021 con la promesa de salas abiertas y estrenos convocantes, favorecidos por la cercanía de una temporada de premios que también adquiría plenos contornos virtuales. Como la misma situación se replicaba en casi todo el mundo las expectativas no crecían y la industria empezaba a acostumbrarse a una realidad inesperada: los lanzamientos importantes se postergaban una y otra vez. Películas como Sin tiempo para morir (la número 25 de la historia de James Bond), Top Gun: Maverick y Minions, entre muchas otras, quedaban guardadas bajo la custodia de los estudios a la espera de un todavía incierto regreso a la normalidad. Empezaba a asomar otra realidad igualmente inédita: la posibilidad de que muchos de esos lanzamientos se volcaran directamente a las plataformas de streaming, que se habían convertido en la nueva atracción de los hábitos de consumo forzados por los sucesivos encierros. El cine en casa se había convertido en la nueva atracción.
Mientras los cines seguían cerrados, en el teatro el panorama fue sumando signos de recuperación. En agosto, el Gobierno nacional aumentó el aforo al 70 por ciento. En esos tiempos, la obra Una semana nada más ya se daba el lujo de volver a poner el cartel de entradas agotadas. Simultáneamente, en el circuito alternativo, según un relevamiento realizado por Artei, una de las dos entidades que agrupan al sector de salas independientes porteñas, detallaba que casi el 74% de sus 110 salas estaban realizando funciones. Claro que, el 41% solamente programaba dos funciones semanales, algo muy por debajo del tiempo prepandémico. En septiembre, según estadísticas de Aadet, le entidad que preside Rottemberg y que nuclea a las salas comerciales, se superaba el 30% de entradas vendidas del total de butacas disponibles. Claramente, el aforo real, más allá de lo que digan los decretos, en todo momento lo marca el público. Un mes después, se avanzó a un casillero fundamental: poder trabajar con la capacidad máxima. En ese contexto llegó la esperada temporada de verano en Mar del Plata y Carlos Paz que se inició con la llegada de una nueva ola de contagios. Gran cantidad de obras tuvieron que suspender funciones por contagios estrechos pero la actividad en su conjunto no se cerró.
El fin de Semana Santa vino una buena. En Mar del Plata, casi 27.000 personas asistieron a las funciones teatrales en lo que se refiere al circuito comercial, el independiente y el oficial marcando un hito histórico que estaba vigente desde 1988. En estos últimos 12 meses, espectáculos como Una semana nada más, Inmaduros (en cartel) y Drácula se convirtieron en verdaderos fenómenos de público. Paralelamente, varias salas comerciales (caso teatro Astros, Regina o el nuevo Politeama) como del circuito alternativo (caso Roseti, Área 623 o Ítaca) reacondicionaron sus espacios o se sumaron a la oferta de salas.
En lo que remite al circuito comercial, Carlos Rottemberg señala que en abril se llegó a empatar la cantidad de espectadores en comparación al mismo mes de 2019. Y en relación con la temporada de vacaciones de invierno que se viene, momento en el cual se produce el pico de público anual, sospecha que puedan producirse buenos registros de audiencia siempre acompañado por el panorama pandémico. “Es una actividad recuperada”, afirma el experimentado productor.
En lo que se refiera a la escena pública, durante los últimos cinco meses del año pasado el Complejo Teatral de Buenos Aires presentó cuatro títulos que lograron en total un promedio de ocupación de salas del 57%. Durante la actual temporada, la cantidad de títulos se elevó a 9 y la ocupación trepó al 82%. Actualmente, hay tres obras que trabajan a sala llena (¿Quién es Clara Wieck?, Julio César y Vassa). Como contrapartida, el Teatro Nacional Cervantes recién desde la semana pasada está funcionando con dos de sus tres salas.
Alejandra Carpineti, gestora del teatro La Carpintería, es quien preside Artei, que nuclea a más de 100 espacios independientes. En diálogo con LA NACION subraya la merma en cantidad de funciones, la baja de estrenos como de producciones, la concentración de obras que buscan presentarse en las salas más renombradas del sector y la apuesta por parte de los elencos de realizar temporadas más cortas. Todos signos preocupantes para este sector vital para la actividad escénica que, claramente, depende de la ayuda estatal para poder sostener su funcionamiento.
Música “Sold Out”
Para mediados del último año, la posibilidad de utilizar el 50 por ciento del aforo en las salas no movió el termómetro de la música porque algunos productores aseguraban que, de cada 100 entradas, recién se comenzaba a ver ganancia con el ticket 71. Es por eso que las primeras aperturas sólo sirvieron para volver a poner la maquinaria en marcha y que algo de público volviera a los recitales. Pero no más que eso. Recién cuatro meses después, con mayor apertura, la perspectiva del mundo musical fue más optimista.
Algunos analistas que trataron de interpretar la influencia de la pandemia en las industrias culturales, especialmente en las artes escénicas, llegaron a conclusiones de este tipo: Los más afectados por la cuarentena y las restricciones de los protocolos serán los más beneficiados en la pospandemia. Así como esto se ve demostrado en los números de la actividad teatral, la música en vivo también ha tenido un gran crecimiento, incluso muy por encima de lo esperado.
Para fines de 2021, con el cien por ciento de aforo habilitados ya estaban anunciados los grandes festivales, como Lollapalooza y Cosquín Rock y varios folklóricos que anualmente se realizan en todo el interior del país. El Teatro Colón pudo presentar su programación 2022, que actualmente está cumpliendo, luego de dos años sin actividad plena. De hecho, en su Centro de Experimentación funcionó un vacunatorio hasta marzo de este año. A partir del segundo trimestre de 2022, la Argentina asiste a una desenfrenada compra de tickets para conciertos, especialmente los masivos que se realizan al aire libre.
Las 10 funciones en River que dará Coldplay (lo verán más de 600.000 espectadores), las cuatro de Duki en Vélez, los 31 shows de Abel Pintos en el Teatro Ópera y los que día tras día suma Fito Páez en el Arena (ya va por el quinto), marcan el rumbo de la música en vivo, durante los últimos meses. Además, esto demuestra lo difícil que se hace trazar un recorte de audiencias, más allá del nivel económico. Se puede ver que el consumo es masivo tanto de shows con mayoría de público centennial como de recitales de artistas veteranos del rock local y extranjero. Las carteleras de los grandes espacios cubiertos, como Luna Park y Movistar Arena tienen más programación que la que ofrecieron hasta la llegada de la pandemia, y las salas pequeñas también están cada vez más activas. Si, realmente, los mayores perjudicados de la pandemia son los más beneficiados en la pospandemia, en la música se puede encontrar uno de sus mejores ejemplos.
Escenarios se buscan
Desde la Asociación Civil de Managers Argentinos (Acmma) dicen que el fenómeno responde a varias razones y que por ese motivo no conviene caer en una lectura más fácil, relacionada a que como el dinero se desvaloriza rápidamente conviene gastarlo y los recitales son uno de los destinos predilectos hoy. Si solo fuera por eso no se podría explicar la demanda que los grupos argentinos tienen en el exterior. Ana Poluyan, que es representante de artistas además de ser la vicepresidenta de Acmma, dice que desde hace 17 años realiza giras con Los Pericos por los Estados Unidos y algunos países de Europa y hoy la demanda se triplicó.
A pesar de que les cuesta tomarse unos minutos por la cantidad de trabajo que ahora tienen, sienten lo raro que es el cambio, entre lo que vivieron uno o dos años atrás, encerrados en sus casas, y esta primavera musical. Lo que no les resulta simple es programar a largo plazo porque es difícil saber cuál es el precio que se podría vender una entrada a fin de año (hay que pensar en diciembre porque la oferta de shows caerá en noviembre por el Mundial). Por otro lado, el que tiene la posibilidad de programar shows en marzo o abril del año que viene debe hacerlo, porque los escenarios escasean. No se consiguen salas. El fenómeno de la demanda va mucho más allá de las grandes estrellas internacionales o artistas que hoy siguen aportando novedad, como Duki. “Cuando hay escasez de un producto, todos tenemos ganas de tenerlo. Hace un año estábamos desolados porque no teníamos un Norte. Ahora nos estamos dando cuenta de que es un momento histórico -dice Poluyan- y todavía no nos pudimos sentar a evaluarlo. Es una gran explosión de propuestas y de respuestas del público. Hay muchos artistas que están convocando más gente y van a venues con más aforo. Había mercados en el exterior a los que no acudíamos y ahora estamos volviendo. La gente aprendió que hay que vivir hoy, y eso no pasa solo en la Argentina. Además, la pandemia nos demostró la fragilidad de nuestro negocio, que realmente funciona solo cuando tenemos concentración masiva de gente. Hay muchos [músicos y productores] que se descapitalizaron de una manera muy fuerte durante la pandemia para sostener sus equipos de trabajo. Ahora estamos tratando de recuperarnos.”
El cine en su laberinto
Desde aquella primera y tibia reapertura de aquél 18 de junio de 2021, el cine vivió doce meses de constante transición entre el optimismo y la incertidumbre. Cuando se autorizó el regreso de las funciones las salas podían funcionar solo al 30% de su capacidad y se exigió al mismo tiempo de los exhibidores una gran cantidad de protocolos y medidas sanitarias. Aunque el espacio disponible para la ocupación de butacas se fue extendiendo de a poco (primero al 50%, luego al 70% y después con la capacidad completa) y de a poco los estrenos más atractivos y fuertes volvieron a las salas, se fue notando al mismo tiempo una modificación en el comportamiento del público. Una franja de espectadores muy notoria, representada por las generaciones más jóvenes, de a poco se decidió a recuperar el hábito del cine y convirtió en éxitos masivos la llegada de algunos de los grandes tanques de Hollywood lanzados en el último año.
El ejemplo más contundente fue Spider Man: Sin camino a casa, un fenómeno de convocatoria que trascendió los márgenes habituales de interés (en este caso la nueva aventura de un popular superhéroe de Marvel) para convertirse en un fenómeno social. Los números oficiales registran un total de 4.015.523 de entradas vendidas por esa película, una cifra solo alcanzada en los últimos treinta años por cuatro títulos: Toy Story 4, La era de hielo 4, Minions y Titanic. En los últimos meses otras producciones de altísimo perfil como Doctor Strange en el multiverso de la locura, Batman y más recientemente Sonic 2 y Jurassic World Dominio lograron cifras de público propias de tiempos pre-pandémicos.
Pero el contexto nos dice al mismo tiempo que entre tanque y tanque la situación no es la más halagüeña para los cines. Hay semanas enteras sin novedades atractivas que transcurren con los cines casi vacíos y una buena franja de público, la que antes de la aparición del Covid-19 elegía el cine atraído por películas de autor, producciones ajenas a Hollywood y cine argentino, prefirió quedarse en su casa acostumbrado a la oferta cada vez más amplia y diversificada de las plataformas de streaming, dueñas además de los estrenos y las producciones actuales más atractivas de la pantalla nacional. “Hay muchísima actividad en el sector en materia de producción de contenidos para cine y series en la Argentina, pero la mayoría va de manera directa a las plataformas y otras no consiguen ni un lugar para su estreno en los cines”, señala Vanessa Ragone, experimentada productora independiente y presidenta de la Cámara Argentina de la Industria Cinematográfica.
Los números de taquilla indican que en lo que va de 2021 se vendieron hasta el 15 de junio inclusive según los números de Ultracine 13.028.660 entradas, una cifra astronómicamente superior a la del accidentado 2020, pero que está entre un 25 y un 30% por debajo de igual período de 2019, el último año de actividad normal hasta la fecha. “Estuvimos prácticamente dos años sin cines y en el verano sufrimos la cepa ómicron, que influyó mucho para que una franja muy importante de público se alejara de las salas. A lo mejor no había películas para ellos, pero sobre todo existía mucho temor entre la gente más grande. Asustó a mucha gente. La caída contra 2019 es evidente, pero no esperábamos otra cosa y cuando miramos el comportamiento de toda la industria vemos que los números del cine están muy en línea con el promedio general”, señala Martín Álvarez Morales, CEO de la cadena Cinemark-Hoyts y titular de la Cámara Argentina de Exhibidores Multipantalla.
El ritmo de actividad del cine parece haber recuperado en la actualidad buena parte del escenario perdido por la pandemia. Hoy funcionan unas 820 pantallas en comparación con las casi 900 que estaban activas antes de la aparición del Covid-19. El sector admite que será casi imposible recuperar la totalidad del centenar de pantallas que dejaron de funcionar, pero también registra la reapertura de complejos importantes (el Atlas Caballito, ex Cinépolis, y el Cinemark Avellaneda), junto con la demorada apertura del complejo Cinépolis de Plaza Houssay, ya listo para funcionar.
“Hay una crisis importante en el país y la inflación nos golpea -dice Alvarez Morales-. Pero a pesar de todo este viento en contra estamos en la senda correcta y hasta un poco mejor que otros países de América latina. Somos muy optimistas y ya no me preocupa tanto lo que pasó, porque el cine es seguro, sabemos cuidarnos y las vacunas ayudaron muchísimo, sino lo que va a pasar. El cine no es una carrera de 100 metros, sino una maratón. Hay mucha gente que perdió el hábito, gente muy cinéfila que la pasó mal y a la que todavía le cuesta salir. Soy muy optimista, pero tenemos que darle tiempo al sector. Lo dicen los comentarios en nuestras redes, la gente nos pregunta sobre directores, actores, secuelas, próximos estrenos. El cine es insustituible”.
Ragone celebró el último miércoles en el Congreso la aprobación por parte de la Cámara de Diputados de la prórroga de los impuestos que financiarán actividades culturales específicas como las que fomentan los institutos oficiales de cine, teatro y música. “Además de la promulgación de la ley, nuestro siguiente paso es pensar en medidas que apunten a la distribución y a la exhibición. En ese sentido, el Incaa debería fijar con más firmeza políticas para el sector. El público que iba a ver cine argentino antes de la pandemia no está encontrando el lugar que tenía. Vemos por ejemplo que los estrenos nacionales en el Malba llenan las salas. En el Bafici pasó lo mismo. La gente quiere ver cine argentino, pero no encuentra dónde hacerlo”, afirma Ragone.
Hoy, las plataformas de streaming concentran la mayor parte de la producción del cine local que antes llegaba a los cines y podía convocar mucho público. En lo que va de 2021, la película argentina más vista es el thriller Ecos de un crimen, con apenas 98.170 entradas vendidas. Está en el puesto 20 entre las películas más vistas, estadística ocupada en sus primeros 10 lugares por tanques de Hollywood (secuelas, films de superhéroes, producciones animadas). Algo más de un 75% por ciento del total de las entradas vendidas en los cines de todo el país corresponde a producciones llegadas desde Estados Unidos.
Ragone cree que con un diálogo “con mayor margen de negociación” con las plataformas, con medidas que garanticen la diversidad en los estrenos (sobre todo el espacio para el cine argentino) y una mayor cantidad de salas para el cine de autor la ecuación podría mejorar en el mediano plazo para el cine argentino. Alvarez Morales, en tanto, dice que desde sus redes sociales el público también reclama este tipo de producciones y confía en ese sentido en la respuesta que puede conseguir el estreno en cines, previsto para agosto, de 30 noches con mi ex, dirigida y protagonizada por Adrián Suar.
Lo concreto es que durante estos 12 meses, con avances, retrocesos y temas pendientes, el público volvió a sentir como propio el rito social y cultural de ir a una sala teatral, a una función de cine y a un show musical. “Habrá tiempo para volver al teatro”, decía aquel cartel colgado en un teatro de la avenida Corrientes. El tiempo es hoy.
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