A Sarah no le gustó Buenos Aires
Una amiga generosa me regala un ejemplar de Portrait(s) de Sarah Bernhardt , una edición, fechada en 2000, de la Biblioteca Nacional de Francia, con motivo de la exposición presentada en su antigua sede de la rue Richelieu, entre el 3 de octubre de ese año y el 14 de enero de 2001, para conmemorar el centenario del estreno, el 15 de marzo de 1900, de L Aiglon , el drama en verso de Edmond Rostand sobre la triste vida del duque de Reichstadt, el hijo de Napoleón I. Fue uno de los papeles más celebrados de la Bernhardt, quien varias veces vistió ropas masculinas y no sólo en escena.
El libro enfoca los múltiples aspectos de la vida y andanzas de la célebre actriz -apodada "Divina" por sus admiradores-, quien, gracias a su talento interpretativo y su genio publicitario, se convirtió en la idea platónica de la diva por excelencia, ya fuera en el teatro, la ópera, la danza, el cine o, en nuestro tiempo, el desfile de modas y el rock. Creadora de su propio mito, se valió de todos los trucos y todos los medios para encarnarlo: su delgadez extrema (cuando el canon exigía mujeres abundantes), su crencha roja, sus afiches creados por el checo Alphons Mucha y el prestigio de su "voz de oro", todo contribuía a una aureola casi sagrada. Fue la primera de su profesión en hacer extensas giras a lugares entonces remotos, y captó de inmediato que los Estados Unidos sería el definitivo trampolín a la fama mundial. Con 25 baúles que contenían 550 vestidos y 250 pares de zapatos, más portentosas alhajas y 80 cajas de champagne, Sarah llevó por el mundo las glorias del teatro de Francia, desde la tragedia clásica ( Fedra , de Racine, de la que se volvió intérprete casi exclusiva) hasta la romántica ( La dama de las camelias , de Alejandro Dumas hijo). Sin desdeñar las nuevas experiencias: Oscar Wilde escribió para ella, en francés, Salomé , que Sarah no pudo estrenar en 1895 por razones de dominio público.
En 1886 llegó por primera vez a Buenos Aires, donde debutó, en el Politeama, con La dama de las camelias . Francés residente en la Argentina desde 1866, Paul Groussac le dedicaría, en este diario, fervorosas reseñas. Y es famosa la anécdota de Sarmiento, que irrumpe sofocado en el camarín de la "Divina" para contabilizarle las leguas que ha debido trajinar desde San Juan, a toda carrera de diligencia, a fin de poder verla. En el libro que motiva esta columna, en la página 164, se reproduce una carta enviada por Sarah desde Buenos Aires a su amigo Raoul Ponchon, en París, fechada el 29 de mayo de 1886: "Mi Ponchon querido, mi Ponchinot, heme aquí por fin llegada después de 22 días de mar. Pero qué soberbio viaje y qué país encantador! [ ] ¡Pero cada alegría conlleva una pena. Si el país es soberbio, el clima es espantoso [ ]. Todo el mundo está un poco enfermo [ ] Aires [sic] es feo y triste, muy feo. Los habitantes son muy encantadores y el éxito, grande. ¡Pero qué teatro! Ratas que corretean a su gusto; lauchas por los estantes; no hay reflectores para iluminar; el jardín del primer acto quedó hundido en la noche; no hay mobiliario; casi me rompo el espinazo en un sofá y la alfombra era tan pequeña que se diría el pañuelo que se le cayó a un maquinista. Me he reído mucho. Actué bien, y se acabó".
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En su indispensable Historia del teatro argentino , la investigadora Beatriz Seibel, buena amiga de esta columna, reproduce otra carta de Sarah desde Buenos Aires, donde dice: "En este momento, este 17 de agosto a las cuatro de la tarde, tengo doscientos mil francos [ ]. Volveré a Francia con un millón limpio, entero [ ]. Aquí tengo dos admiradores. Ambos están locamente enamorados de mí [ ]. El primero es un importante abogado y enemigo político del segundo, que es el secretario privado del presidente. Creo que haría mejor yéndome de la ciudad antes de que empiecen los problemas". Volvió Sarah a la Argentina en 1892 y en 1905. Ignoramos si se reconcilió con Buenos Aires y le devolvió el adjetivo calificativo que suprimió en aquella carta de 1886. Lo que sí sabemos es que siempre regresó a Francia cargada del buen dinero argentino de entonces.