Onofre Lovero: además de gran actor y director, fue uno de los artífices y defensores del teatro independiente
Anteayer, a los 87 años, falleció el actor, director y pionero del teatro independiente Onofre Lovero a consecuencia de un paro cardíaco. Sus restos son velados hasta las 9 de hoy, en la Legislatura porteña, para luego ser trasladados al Panteón de Actores del Cementerio de la Chacarita.
¿Cómo se podría definir a un gran hombre cuyo paso por este mundo está totalmente justificado por la labor que realizó por el teatro y por la cultura argentina? Onofre Lovero se contentaría con que lo reconocieran como un luchador del teatro a través de su profesión de actor y director, y al mismo tiempo por su empeño en valorar y revalorar una actividad que tuvo sus vaivenes. Siempre estuvo al frente, con otros grandes del teatro, de los justos reclamos que fueron atendidos cuando se sancionó la ley nacional del teatro. Pero también fue un baluarte de la escena nacional y un artífice del teatro independiente, actividad que rubricó cuando, con el martillo en mano, construyó la sala Los Independientes, donde ahora funciona el Payró.
Esta actividad independiente había surgido en 1930, cuando Leónidas Barletta inauguró el Teatro del Pueblo, y luego se extendió con el Nuevo Teatro, Los Independientes, Fray Mocho y otros. "Teníamos una ideología –dijo Onofre–; queríamos que el teatro volviera al pueblo porque era el receptor natural. Nos decían que éramos comunistas, que no tiene nada de malo, pero entre todos conformamos un gran espectro ideológico. Yo siempre fui socialista. Cuando en 1952, inauguré mi primer teatro, Los Independientes, para lo cual alquilamos un local en San Martín 766, teníamos una gran deuda con mi tío, que nos prestó plata, y los actores hacíamos de albañiles, pintores y decoradores. Para armar ese teatro, Spilimbergo nos donó un cuadro, La espera, que pusimos en la hornacina, claro que también lo empeñamos tantas veces, y Horacio Juárez nos regaló una cabeza del pensador francés Romain Rolland. Para poner una obra en escena llevábamos muebles de nuestras casas. En 1961 fuimos atacados por el grupo Tacuara y nos destrozaron la cabeza de Rolland. Después, Juárez nos hizo otra, pero de cemento."
Julio César Onofre Lovero había nacido en el barrio de Villa Crespo el 14 de marzo de 1925. Su padre había llegado de Italia y desde chico estuvo vinculado a la ópera influido por su tío materno, Juan Danuco, un cantante que le contaba los argumentos de la ópera como si fueran cuentos. "De Verdi puedo tararear óperas enteras –solía decir Lovero, orgulloso–. Con mi tío y, a veces con mi papá, íbamos al teatro en el barrio. Yo tenía un amigo que era primo del actor Alberto Rella y lo íbamos a ver en La muchachada de abordo; yo tenía diez años y eso me marcó. Ahí comenzó a manifestarse mi vocación y los problemas para mi mamá, ya que le utilizaba los manteles, frazadas y colchas para armar un telón."
Cursó la escuela primaria a partir de los ocho años y luego ingresó en el Nacional de Buenos Aires, donde tuvo grandes profesores como Arturo Giménez Pastor y el Ángel Batistessa, que respaldaron su vocación teatral. "El primer gran disgusto que le di a mi padre fue decirle que entraba a arquitectura, y el segundo, que me dedicaría al teatro. Papá era constructor y quería que yo siguiera ingeniería civil. En realidad, en arquitectura cursé sólo un año, pero gané muchos amigos."
"En mi inicio en el teatro no tenía ningún grupo. Entré al Tinglado Libre Teatro y debuté con la Disputa del fruto, de José Armagno Cosentino, dirigida por Aurelio Ferreti, pero realmente mi carrera comenzó con El gigante Amapolas, de Alberdi. Después, creo que en 1950, me fui a Nuevo Teatro, que dirigían Pedro Asquini y Alejandra Boero. Pedían actores, nos presentamos, nos tomaron y debutamos con El alquimista, de Ben Jonson; después vino Los bajos fondos, de Gorki, y El oso, de Chejov. Luego apareció la historia de la construcción del teatro Los Independientes, un sótano en desuso que pertenecía a Ferrocarriles Argentinos por el cual llegué a hipotecar la casa de mis padres", gustaba de contar.
Además de su actividad escénica, que sería extenso enumerar, trabajó en el cine, la televisión, la radio. Fue régisseur de ópera, conferenciante, ensayista y pedagogo teatral. Estuvo dos períodos consecutivos en la presidencia de la Asociación Argentina de Actores (entre 1984 y 1988), participó en la fundación de la Unión Cooperadora de Teatros Independientes y, en 1972, compartió la creación del Teatro Popular de la Ciudad. También fue cofundador de la Asociación de Directores de Teatro, presidente del Bloque Latinoamericano de Artistas, y vicepresidente de la Federación Internacional de Actores y del Centro de Creación e Investigación Teatral. Y uno de los cargos más importantes que ocupó fue el de director ejecutivo de Proteatro (Instituto para la Protección y Fomento de la actividad teatral no oficial de Buenos Aires).
Él se definía como de temperamento cambiante, y por sus problemas de salud tenía momentos de gran euforia y otros de gran abatimiento. "Y eso que no me puedo quejar: mis hijas son maravillosas, la mayor me ha dado nietos, y la pequeña es una apasionada bailarina." Aquellos que lo tratamos podemos asegurar que era un hombre probo, íntegro, generoso, que no tenía prurito en irradiar muchísima ternura. Al menos, así lo recordaremos.
Y para los jóvenes actores que no tuvieron la oportunidad de conocerlo es necesario que sepan que, cada vez que suban a los escenarios de las salas independientes, se encontraran con que en cada pilar de esas estructuras está el nombre de Lovero como uno de los grandes artífices de esta actividad que sigue asombrando a todo el mundo.