Tarantino, sin palabras
En una trama sentimental con balazos a lo lejos
"Triple traicion - Jackie Brown" (Jackie Brown, EE.UU., 1997), presentada por Líder Films -A Band Apart-, en inglés. Libro: Elmore Leonard (novela Rum Punch). Fotografía: Guillermo Navarro. Intérpretes: Pam Grier, Samuel L. Jackson, Robert Forster, Bridget Fonda, Michael Keaton, Robert De Niro. Guión y dirección: Quentin Tarantino.
155 minutos.
Nuestra opinión: excelente En Triple traición - Jackie Brown, Quentin Tarantino casi no necesita de las palabras. Cuenta lo suyo con las imágenes, con la música adecuada al personaje o a la situación, con un par de balazos fuertes y con uno que otro diálogo ingenioso. El nombre de Tarantino es garantía de magnífico espectáculo y de mejor entretenimiento.
Es la historia de una mujer a quien le da más miedo perder el trabajo de azafata que vérselas con el hombre para quien trabaja, el más temible criminal que pisa la tierra de Los Angeles. Ella, una negra otoñal y muy atractiva, debe pasar en su bolso altas sumas de dólares para que el frío asesino recupere medio millón que dejó en México. La policía se entera, la mujer -Jackie Brown- va presa y el delincuente, Ordell, un negro que sólo provoca crispación, se dirige a un pagador de fianzas para que la libere. Basta la silueta de Jackie sobre el carcelario fondo rojo de una luz de infierno erótico para que el fiador quede loco por ella.
De allí en más Tarantino monta una aventura de amor callado, impresa en una trama policial que hubiera sido muy dramática si el humor propio del creador de Tiempos violentos no montara su máquina de exacerbaciones, ridículos trágicos y espacios humanos y geográficos en un tiempo caprichoso, ya lo veremos.
El texto narrativo responde al entramado confiable del cine independiente, aunque la película respira desde mejores capitales financieros. Son los caracteres ya casi genéricos del neonoir, ese giro acuñado por el norteamericano Stephen Holden, que ya cruzó las fronteras de la crítica y el ensayo internacionales, y que, como copia de la copia, funciona así: el realizador recurre por la cita oblicua a motivos cinematográficos, musicales y literarios de años atrás -aquí los setenta- que ya habían sido volcados en expresiones de cine y cultura previos.
Tarantino se impone por su habilidad integrar aquellos elementos en un formato renovado y apasionante. Con su cita perseverante de la citación anterior se monta en una inevitable -¿envidiable?- cima de posmodernidad. Así, Jackie Brown, para deleite de todos, reduce a emociones transmisibles el humor descarriado de Howard Hawks, el desencanto enamorado de los personajes de John Huston y la sequedad arenosa de los seres deshabitados de Samuel Fuller (a él le dedica el film). "La vida copia el cine", debemos creer que siente el Tarantino de Jackie Brown y que "sólo es posible vivir de cine" (y no "del cine", que es pedestre).
La memoria caprichosa
Por la cita de la cita, como en la coyuntura de los espejos enfrentados y proyectados en abismo, pasan, por qué no, los espasmos de Sam Peckinpah y la coralidad de Robert Altman y la multiplicidad probada por Sergio Leone en Erase una vez en América. Los recursos enunciativo-temporales, hendiduras y bifurcaciones de la memoria y el tiempo, evocan la insuperada gimnasia narrativa de Joseph L. Mankiewicz. La mentada videofilia en la que se ensanchó el saber del realizador le da a la resultante la consumida textura de una película recuperada en el video. En este sentido, Guillermo Navarro, el director de fotografía, lo entiende y le responde.
Habrá que sumar a la anécdota la progresión de los caracteres por los sonidos que los acompañan: cada uno lleva en su auto la propia música y sólo basta poner en marcha el encendido.
La banda sonora es más que un ornamento; y el ruido ambiente y las composiciones -el soul de los años setenta, citación de otras músicas que perviven en aquel ritmo- explican lo que no podrían las palabras ni la imagen.
No todo es argamasa de materiales probados. Tarantino pone mucho de su cosecha: esta vez se aleja de los charcos de sangre (Perros de la noche) y sólo se permite una violencia no tácita, sólo sesgada, porque a este crítico algunas miradas le dieron mucho miedo. Y también se permite sugerir: Jackie quiere ser mujer libre y si, reiteradamente, la imagen la agobia con largos planos de perfil en tomas interminables, le concede el frente, en la toma final, cuando imagina que ha triunfado.
Una vez que son tres
Hablábamos de exacerbación y de capricho narrativo. Tres veces se anima Tarantino a contar el mismo fragmento -un robo y su simulación-, cada vez desde una óptica diferente, aunque a partir una voz única, un sujeto narrativo-enunciador invisible que no teme fragmentar la anécdota ni duda en yuxtaponer las acciones ni en multiplicar el efecto del relato sobre el ánimo del espectador, que termina por descubrir la no habitual misión que le han encomendado: armar la trama desde la butaca descubriéndose público, un papel del que el cine casi siempre reniega.
Como si fuera poco, se atreve con el nada frecuente flasforward (el flashback hacia el futuro) desde el punto de vista del fiador, en un brillante ejercicio de presunción y de contradicción de los mecanismos reversibles de la memoria.
Para este director, los personajes son freaks (fenómenos de circo) y sus películas, un gigantesco y polifónico carnaval: Jackie Brown no escapa a esta dimensión funambulesca de ojos exaltados, crímenes a la violeta, realismo de fantasía exactamente cartografiado (intertítulos que ubican cada esquina o playa de Los Angeles), planos-detalle con cierta frustrada fascinación del sexo (la palanca de cambios en manos del fiador y la manija de la ventanilla entre los dedos de Jackie: un plano responde al otro; la púa sobre el disco de vinilo la noche del encuentro interrumpido) y una grieta sonora donde la re-mixtura admite la reunión musical de Bobby Womack con su himno contra la sexploitation de los años setenta, con The Delfonics (identifican al espléndido Robert Forster, el fiador) y con aquella ingenuidad hispana de Una mirada de amor..., cuando otro asesinato nos deja secos.
Más que de sujetos, los actores aceptan su papel de máscaras. Alcanza para maravillarnos: Pam Grier como Jackie Brown; Samuel L. Jackson en su Ordell; ya elogiamos a Robert Forster y no hay palabras para el coro de celebridades: Robert De Niro, Bridget Fonda y Michael Keaton, para el aplauso.