El documental de Netflix está basado en una investigación de Anthony Summers, quien entrevistó a 650 personas relacionadas con Monroe; si bien no hay grandes revelaciones, sí se renueva el interrogante del eterno ángel de la actriz y por qué estrellas como ella no volvieron a surgir tras su muerte
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El 5 de agosto de 1962, Marilyn Monroe apareció muerta en la cama de su casa en Brentwood, California. Era una de las estrellas más importantes de Hollywood, una mujer cuya popularidad había trascendido su labor artística, el ícono de una forma de belleza, de fama, de celebridad. Desde el inicio, su muerte, de la que se cumplen 60 años, estuvo envuelta en controversia. Su ama de llaves, Eunice Murray, declaró que se levantó por la madrugada y tras ver luz en la habitación de Marilyn, intentó abrir la puerta pero estaba cerrada con llave. Llamó al doctor Ralph Greenson, psiquiatra de la actriz, quien llegó una hora después, forzó la puerta y la encontró sin vida a las 3.30 de la madrugada, rodeada de pastillas y con el tubo del teléfono aún en su mano. El dictamen de la justicia fue que su muerte fue causada por una sobredosis de barbitúricos. Pudo haber sido un suicidio o una muerte accidental, dado que los peritos no pudieron determinarlo ¿Existía la posibilidad de que fuera acaso un crimen?
Ese interrogante alimentó todas las teorías conspirativas posibles a lo largo de los años 60 y 70, fogoneadas por los contactos de Monroe con los hermanos Kennedy, por entonces en la Casa Blanca, las investigaciones secretas del FBI de J. Edgar Hoover, las versiones encontradas sobre los sucesos de esa noche, notas periodísticas y un montón de autoproclamados informantes que parecían tener algo que aportar sobre el misterio.
Enturbiado por esa ola persistente de rumores y tras veinte años de espera, el caso se reabrió en la corte de Los Ángeles, en 1982. Una investigación trataría de dilucidar la verdad sobre los hechos de aquella noche entre el 4 y el 5 de agosto. En ese momento, el periodista de investigación Anthony Summers se encontraba en Londres y el editor de un importante diario británico le ofreció escribir sobre la investigación: viajar a Los Ángeles, tomar testimonios y tratar de acercarse a la verdad de la muerte de la estrella. Summers aceptó el desafío. El resultado de ese trabajo, que se extendió a lo largo de tres años fue Las vidas secretas de Marilyn Monroe. Lo que nunca se hizo público hasta ahora fueron las 650 entrevistas que realizó para escribir su investigación. Ese es el material en el que se basa el documental dirigido por Emma Cooper (directora de The Last Days of Legal Highs y productora de La desaparición de Madeleine McCann, en la que Summers también oficia de investigador periodístico) ya disponible en Netflix.
La pregunta que se puede hacer el espectador es si a esta altura hay algo nuevo para revelar sobre el caso, algo que ya no se haya dicho o probado, algún testimonio revelador sobre esa noche fatídica. La verdad es que no hay demasiado, lo central lo publicó Summers en su libro -cuyo título original es Goddess-, y luego fue escrito y explicado en cientos de libros que en formato de ensayo o ficción expusieron desde hipótesis, rumores, testimonios secretos e infinidad de teorías sobre la verdad detrás de esas últimas horas (entre ellos se encuentra Marilyn Monroe, la exhaustiva biografía de Donald Spoto, y Blonde, la fascinante novela biográfica de Joyce Carol Oates, que pronto llegará a los cines con Ana de Armas como protagonista).
La construcción de la historia que presenta Netflix responde al estricto formato del true crime, combinando un recorrido sobre la vida y trayectoria de Marilyn Monroe con fragmentos de las entrevistas más relevantes que Summers ha decidido desclasificar. Los testimonios en las voces originales se superponen con imágenes de actores que recrean a los entrevistados –la mayoría ya fallecidos- y la estrategia consiste en utilizar a cada una de esas voces para esclarecer aspectos de la personalidad de la estrella, detalles de algún episodio público, o directamente recuerdos que permitan aclarar las circunstancias de su muerte.
Summers oficia de narrador, lo vemos hablando a cámara, hurgando entre sus papeles prolijamente clasificados, repasando detalles de algunas entrevistas y alimentando algunas elucubraciones con cierto tono ambiguo, provocador. “¿Hubo encubrimiento en la escena de su muerte?”, se pregunta en reiteradas ocasiones. El puntapié inicial, luego de su llegada a Los Ángeles en aquel 1982, consiste en regresar al inicio, no al día de la muerte de Marilyn Monroe sino al comienzo de su carrera en Hollywood. Esa es la cronología que asume la película y la que impone el orden a las entrevistas, que aparecen con su número de cinta correspondiente y con los datos del entrevistado. El inicio es 1946, cuando Monroe ya era una actriz que pugnaba por superar su estatus de figurante del music hall y su atractivo llamaba la atención de agentes y ejecutivos.
Los primeros testimonios, de su agente de prensa Al Rosen, de Gloria Romanoff, la esposa del dueño del restaurant de las celebridades, y sobre todo del director John Huston, quien la dirigió por primera vez en Mientras la ciudad duerme (1950), reconstruyen esos inicios de la estrella, despejando algunos mitos en relación a su talento y ambición como profesional. Al mismo tiempo, ofrecen un retrato de aquel tiempo de la industria y las condiciones de ascenso para una mujer, signadas por esos juegos de poder, sexo y dinero.
Las palabras de John Huston y Jane Russell, la actriz con la que compartió cartel en Los caballeros las prefieren rubias (1953) de Howard Hawks, intentan ofrecer una medida actual de lo que fue el fenómeno Marilyn Monroe. “Ella conseguía expresar algo único y extraordinario. Cristalizó ciertas ideas sobre lo que significaba ser mujer entonces. Todo era auténtico en ella, era solo Marilyn”, explica Huston sobre su prueba que dio la joven intérprete para Mientras la ciudad duerme, y de alguna manera anticipa lo que impactó tanto en el imaginario de los años 50. “Era muy inteligente y quería aprender. Le interesaba todo aquello que le ayudara a controlar su carrera. Todas las noches después del rodaje yo me iba a casa exhausta y ella seguía preparándose. Quería ser buena en lo que hacía”, agrega Jane Russell sobre la experiencia de trabajar juntas. “Cuando la cámara se encendía era como si una luz se posara sobre ella y cobrara vida”. La mística alrededor de Marilyn fue siempre algo más que el halo de su muerte temprana, de la belleza modelada en los cánones de la época, la gestación del mito erótico. Lo que el documental intenta dilucidar, quizás para espectadores de otra época y con otra configuración de lo que es una celebridad, es la dimensión que tenía su figura en aquellos años y por ende lo que significó la intempestiva noticia de su trágica muerte.
Una de las figuras claves en el último período de la vida de la actriz fue la del psiquiatra Greenson, una especie de “terapeuta de las estrellas” que trataba a Marilyn en su casa, que había seguido su tratamiento sobre todo después de su divorcio de Arthur Miller, quien administraba la medicación y de alguna manera podía aparecer con cierto grado de responsabilidad ante la realidad de un suicidio. Para 1982, cuando Summers inicia su investigación, Greenson ya había fallecido, así que el periodista entrevista a su esposa y a sus dos hijos. De esos testimonios se desprende menos el estado psicológico en que se encontraba la actriz –hay afirmaciones vagas sobre los efectos de los abusos en su infancia, su paso por orfanatos y guardas temporales en distintas familias- que el ensayo de una mirada cercana sobre su personalidad fuera de las cámaras, despojada de esa construcción pública. Ambos hijos de Greenson, adolescentes en aquel tiempo, refieren un contacto cercano y desprovisto de protocolos en las visitas que Monroe realizaba a la casa de la familia, una especie de ambiente acogedor que intentaba suplir su duradera orfandad.
En el intento de entender el impacto de su círculo íntimo en el progresivo deterioro de su estabilidad emocional, Summers encuentra un hecho determinante: la cercanía de Marilyn Monroe con hombres importantes de su tiempo. Joe Di Maggio, su primer marido, era un célebre beisbolista y una figura popular en los 40. Luego Arthur Miller, su segundo marido, era uno de los dramaturgos más importantes de su generación. Por último, los hermanos Kennedy compartieron con ella una compleja relación que duró hasta el mismo día de su muerte. En el caso de Di Maggio, Summers recoge los testimonios difundidos por Billy Wilder sobre la reacción de Di Maggio durante el rodaje de la escena de la rejilla del subterráneo y el vestido en La comezón del séptimo año (1955). Los celos del deportista, la incomodidad de Marilyn, la decisión de terminar de filmar la escena en estudios. La maquilladora y estilista Gladys Witten es la que señala que esa noche Di Maggio golpeó a Marilyn en el hotel y ese hecho fue determinante para su separación del astro deportivo.
En el caso de Miller, es más compleja la mirada que traza Summers: combina testimonios de la familia Greenson, del fotógrafo y amigo de Monroe, Milton Greene, y del propio John Huston para establecer que la crisis con el escritor y la pérdida de un embarazo durante el rodaje de Una Eva y dos Adanes (1959) fueron decisivas para el deterioro de la salud mental de la actriz. Huston expone a Miller como claro responsable del catastrófico rodaje de Los inadaptados (1961) y de la creciente dependencia de Marilyn de los medicamentos.
A partir de allí, el documental se concentra en su trama más efectista, en tanto había instalado como principal eje del relato el esclarecimiento de las horas finales de la vida de la estrella. Si bien el inicio del affaire con John F. Kennedy se remonta a los años 50, cuando Marilyn era una celebridad en ascenso y JFK senador por Massachusetts, el reencuentro se produce durante 1961, en los primeros meses de la presidencia demócrata, auspiciado por Peter Lawford, cuñado de los Kennedy y parte del círculo del Rat Pack junto a Frank Sinatra y Dean Martin. Las revelaciones sobre la relación no exceden lo ya conocido, quizás con algunas reevaluaciones de la “seducción” de JFK y de Bobby a partir de testimonios como el de Jean Martin, la esposa de Dean, que señala la agresividad detrás de sus múltiples conquistas. Summers explora el contexto del affaire una vez que Kennedy llega a la Casa Blanca, la verdadera medida de la participación de Bobby Kennedy, ahora procurador general, y la intervención de distintas figuras vinculadas con el poder, como el sindicalista Jimmy Hoffa y el titular del FBI, J. Edgar Hoover, quienes condujeron diversas investigaciones sobre la intimidad de la actriz.
Lo que resta hacia el final es quizás el mismo combo de testimonios sobre los últimos días que ya han sido referidos en libros y documentales –un chofer de ambulancia que asegura haber trasladado a Monroe esa última noche desde su casa hasta el hospital, contradiciendo la versión oficial; Angie Novello, la secretaria de RFK, que refiere los insistentes llamados de Marilyn a su jefe en los días previos a su muerte; la viuda del publicista Arthur Jacobs que afirma que su marido recibió la noticia de la tragedia durante un concierto de Henry Mancini, cuatro horas antes de que el psiquiatra la declarara muerta-, el abono a la teoría del encubrimiento –con la participación de altos funcionario del gobierno de los Kennedy y el interrogante sobre el paradero de Bobby esa madrugada del 5 de agosto-, y la misma nebulosa alrededor de las causas, tanto de la persecución vía escuchas ilegales –originadas en que la estrella podía tener contactos con comunistas expatriados, o que habría sido testigo de confesiones de JFK sobre pruebas nucleares- como del desenlace fatal. A pesar de lo que deja entrever la promoción del documental, Summers se encarga de despejar cualquier aseveración sobre un posible asesinato. De hecho confirma el informe que cerró el caso por segunda vez en los 80 con el dictamen de muerte por sobredosis, sin poder determinar si fue suicidio o muerte accidental.
El misterio que sostiene al documental, en tanto montaje de material ya conocido con el agregado de las entrevistas que Summers tenía guardadas –que valen más por las voces de figuras como Huston o Jane Russell que por lo que cuentan-, es el de la misma vigencia del personaje de Marilyn Monroe. En ese sentido, la exploración del contexto de su emergencia -que la película no termina de asumir como su centro, tentada por el efectismo de su muerte-, quizás sea lo más revelador a la luz de hoy. Lo que significó su personalidad en la pantalla, la gestación de su mito, la fascinación que despertó en la audiencia pero también en quienes tenían poder, dinero y fama, y que de alguna manera quedaron embriagados por su presencia. Marilyn Monroe fue la última de las estrellas de ese tiempo, que sería el preámbulo de una maduración del público y de una pérdida de la inocencia respecto al trasfondo del negocio casi irreversible. Por ello quizás sea irrepetible, y su imagen y legado, al igual que sus misterios e interrogantes, persistan en el tiempo. Para siempre.
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