Succession se despide: los complots bizantinos y los traumas familiares de los Roy están al rojo vivo
En el primer capítulo de la temporada final de la serie de HBO Max, la naturaleza circular de la ambición y las venganzas familiares alcanza un punto de inflexión: ¿lo importante es ascender al trono o matar al rey?
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Succession comenzó hace ya cinco años como la versión contemporánea de la más universal de las tragedias shakesperianas. Aquella que ponía en juego la relación entre padres e hijos, los conflictos por la herencia y el legado, la intriga por la sucesión. Logan Roy (Brian Cox) era el Lear moderno, sentado en el trono de Waystar Royco, un conglomerado de medios de comunicación que controla información y entretenimiento como forma perfecta para el ejercicio del poder en los más altos niveles de las finanzas y los Estados.
En el primer capítulo de esta cuarta y última temporada –que HBO emite todos los domingos, a las 22 y está disponible en la plataforma HBO Max a razón de un episodio por semana– la enfermedad y la vejez imponen premura a la decisión de nombrar un heredero y sus cuatro hijos dirimen, en ese duelo siempre inminente, su injerencia en el camino de la sucesión. Sin embargo, ninguno de ellos parece a la altura del patriarca, el gran dios inalcanzable, cruel con sus criaturas pero cuyo amor siempre es anhelado.
Su primogénito, Connor (Alan Ruck), débil y ajeno al liderazgo, parece descartado de antemano, con su presencia obsecuente y a veces lastimosa, quizás el costado más patético de la codicia. Los tres menores son las verdaderas espadas en disputa, los que alternan el favoritismo de Logan, se aprovechan de los tropiezos de sus otros hermanos, ansían adelantar la cabeza un palmo en la carrera definitiva. Kendall (un soberbio Jeremy Strong) parecía correr con ventaja desde la primera temporada, con un puesto importante en la empresa, cierto aire de playboy sensible, agente del camino de Waystar Royco hacia una nueva era. Shiv (Sarah Snook), en cambio, es la hija mimada y al mismo tiempo exigida, siempre envuelta en un Edipo ardiente, gran estratega y capaz de sortear los escollos de un mundo guiado por hombres. Roman (Kieran Culkin) ascendió desde su condición marginal de oveja negra, su pose de inmadura rebeldía, hasta convertirse en uno de los ideólogos de la independencia de la nueva generación, aún a costa del inevitable desencanto que conlleva.
El apogeo de esa batalla por la sucesión encontró su momento más doloroso en el final de la pasada temporada, cuando Logan despreciaba a sus tres hijos por igual, dispuesto a vender su compañía antes que dejarla en manos de sus imberbes herederos, sembrando quizás el germen de la alianza fraternal más duradera. Como siempre en Succession, los detalles corporativos apenas enmascaran los sentimientos más desgarrados. Aquel álgido final desde el que ya pasó más de un año se dirimía entre la decisión de Roy padre de adquirir la compañía de Nan Pierce (Cherry Jones), otra gran matriarca de la escena mediática, y formar una alianza con GoJo, empresa dedicada al streaming de Lukas Matsson (Alexander Skarsgård), otro peón más en el juego del poder. El pasado y el futuro se conjugaban en el destino de Waystar Royco, mientras el sillón del futuro CEO de la compañía quedaba sin contendiente firme.
La carnicería futura ya deja al descubierto heridas importantes: la cornisa a la que se asomó Kendall el día de su cumpleaños número 40, rozando la muerte y propiciando la catártica confesión de aquella lejana tragedia ocurrida durante el casamiento de Shiv en la primera temporada; la crisis del matrimonio entre Shiv y Tom (Matthew Macfayden), corroída por traiciones y venganzas, sumergida en el mismo barro de la encarnizadas peleas de los Roy; y los escasos escrúpulos de Roman, capaz de mutar su rencor en ingente violencia, su provocación en una constante demanda de reconocimiento. Y así la cuarta temporada vuelve al origen, a un nuevo cumpleaños de Logan, como aquel del inicio de la serie, esta vez para poner en evidencia dónde está cada uno de los jugadores de este tablero.
Logan deambula por su mansión poblada de aquellos monstruos a los que desprecia, los viejos y nuevos aduladores del poder. Su lengua insidiosa se agita con igual medida de saña y tristeza. Por un lado están Frank (Peter Friedman), Gerri (J. Smith-Cameron) y Tom, la mesa chica de sus estrategias para dejar a su prole afuera de los negocios; por el otro, Kerry (Zoe Winters), “amiga” y confidente, aquella que también aspira a recibir un pedazo del pastel en disputa. El trasfondo de su ansiedad y mal humor no es solo la ausencia de sus tres hijos menores –y la presencia del pusilánime Connor, discutiendo lo que cuesta seguir perteneciendo a la familia-, sino los detalles de la transacción con la familia Pierce, recluida en su mansión a la espera de un nuevo postor para la puja por sus activos. Mientras tanto, los tres hijos, ahora enemistados con su padre, suman inversores y deliberan sobre su futuro empresarial ¿Cuál es el mejor camino por seguir? ¿La fundación de una nueva compañía, moderna y emergente de estos nuevos tiempos? ¿O enfrentar a su padre y arrebatarle el acervo de los Pierce, dejándolo de una vez por todas con las manos vacías?
El primer episodio de esta cuarta temporada se concentra en esas horas decisivas, alternando la llegada de los invitados a la fiesta de Logan mientras él decide caminar por la ciudad y cenar en un bar, acompañado únicamente por su custodio. Quizás el más honesto interlocutor para sus dudas existenciales, el peso de la soledad y la conciencia de un tiempo que se acaba tras la gruesa coraza de cinismo que lo protege.
Uno de los invitados estelares a la reunión es Greg (Nicholas Braun), cuyas aventuras sexuales con su cita del día son captadas por las cámaras de seguridad de Logan, convirtiéndose en el número cómico de tan tensa festividad. Una de las marcas registradas de Succession es el tono de sus diálogos, crueles y divertidos, cuyo humor negro define a menudo el revés de la tragedia. Un aura relajada que ofrece una válvula de escape para esa disputa implacable por el poder y atenúan el brutal rostro de la familia como verdadero infierno.
En este que será el último año de la serie creada por Jesse Armstrong que hizo historia en HBO, la hermandad de Kendall, Shiv y Roman adquiere relevancia cuando logran concentrar sus ambiciones en la derrota del enemigo en común, su padre. Despreciados por igual y desplazados de la dirección de la compañía, se encuentran en el preámbulo de una gran jugada. Logan parece dispuesto a vender Waystar Royco a Lukas Mattsson y para ello la compra de la compañía de los Pierce es un paso imprescindible. Pero la licitación todavía está abierta, y recelosa por el encono con su antiguo enemigo y seducida por los millones de sus herederos, Nan baraja cambiar el destinatario de su legado. Bajo la batuta de Logan la amenaza de liquidación parece concreta; en manos de sus hijos, aunque más no sea por venganza, la resurrección de su compañía parece tener un mejor pronóstico ¿O será todo una trampa?
Succession sigue haciendo lo que mejor sabe. Intrigas palaciegas, venganzas y traiciones, y disputas por el linaje familiar bajo el moderno vestuario de la tecnología y las comunicaciones contemporáneas. Las armas son el dinero y las acciones que cotizan en bolsa pero detrás de esos velos se agita el recelo de quien ha construido un imperio y cree que con él ha alimentado a los buitres que quieren verlo fuera de carrera para alimentarse de sus restos. Y quienes han nacido en un mundo de privilegios aspiran al desafío de validar ese nombre heredado bajo sus propios términos.
Un nuevo cumpleaños de Logan bautiza la circularidad de la historia. Todo parece en el mismo lugar, todos con la misma ambición y el mismo deseo de ser queridos, la codicia como vestidura trágica de esa pulseada familiar. La magnificencia de los actores, la notable escritura de los diálogos y la consciente complejidad de ese retrato humano son garantías de un nuevo triunfo. Jesse Armstrong ha demostrado seguir en estado de gracia, y haber elegido el mejor final para su mejor creación.
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