Su papá “rompía” el rating, todavía oye sus pasos y habla de una fortuna perdida de más de 10 millones de dólares
Se llama Javier, como su papá, y rememora con cariño su época dorada junto a Olmedo, Sofovich y Moria Casan, entre otros grandes; auge, amores y tropiezo de Portales, un titán del humor
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“A veces me pasa que me quedo entredormido en el sillón del living, me despierto y es como que oigo sus pasos, siento que se acerca caminando, hasta me parece percibir su característico perfume”, cuenta Javier Ángel Álvarez, único hijo de un grande del humor como Javier Portales (Miguel Ángel Álvarez en sus documentos), mientras lo recuerda a veinte años de su desaparición física.
Tiene los recuerdos tan a flor de piel que las anécdotas fluyen una tras otra, y entonces, café de por medio, muestra orgulloso y ofrece a LA NACIÓN una copia anillada del texto de la obra La sartén por el mango, un clásico del teatro argentino redactado de puño y letra por su padre. El estreno fue allá por los años ‘70 con gran éxito en medio de polémicas, y luego prohibida por la dictadura militar de entonces, en la que transcurre una despedida de soltero, se produce la muerte de una de las mujeres convocadas para la celebración y eso dispara una serie de hipocresías y miserias de los hombres allí reunidos.
“Es el mejor tesoro que me dejó y estoy buscando productores interesados para llevarla aggiornada al teatro o para desarrollar una serie para Netflix que podría resolverse en seis capítulos muy interesantes. Fue su única herencia, porque el resto se lo llevaron las mujeres que pasaron por su vida, salvo mi madre, las otras dos lo esquilmaron sin ningún tipo de remordimientos. Eso sumado a sus serios problemas de salud, por supuesto. Pero estoy convencido de que si lo hubiesen ayudado un poco, su historia podría haber terminado de manera menos trágica. Siempre se lo advertí pero no me escuchaba. Desde niño teníamos ese cortocircuito, debido a que yo le marcaba las cosas que veía, pero a él no le gustaba, y a ellas mucho menos, por eso me aislaban. Como lo abandonaron, pude acercarme los dos últimos años y asistirlo, antes me lo impedían de todas las formas posibles”, describe con marcada tristeza.
Enseguida elige imágenes en blanco y negro que reflejan a la perfección la historia artística grande de Portales. Se lo puede ver junto a su máximo coequiper Alberto Olmedo, Moria Casan, Beatriz Salomón, Divina Gloria, Luisa Albinoni, Silvia Pérez, Adriana Aguirre, Hugo y Gerardo Sofovich, Jorge Porcel, sus compañeros de la recordada mesa de Polémica en el Bar como Fidel Pintos, Juan Carlos Altavista, Adolfo García Grau, Julio de Grazia, Luis Tasca, Vicente La Russa, Alberto Irízar, Mario Sánchez, Rolo Puente, Mario Sapag...
También exhibe algunas de su padre con su última pareja pasando unas vacaciones, la guionista Marina Gacitúa, quien de acuerdo con sus vivencias y testimonios lo dejó “solo y muy enfermo”. “Al desamparo, mi viejo estaba con escaras, cuadripléjico, lo había trasladado a la habitación de servicio en el que era su piso de 500 metros cuadrados para que él no supiera cuando entraba ni cuando salía, una vergüenza. Ella volvió a su departamento de San Telmo, no le importó nada y lo refaccionó con la plata de él. Te lo digo con detalles porque vi el resumen de la tarjeta y el gasto en Blaisten (comercio de sanitarios, pisos, cerámicos y grifería) y era muy grande, no te das una idea”, detalla con fastidio.
¿Cómo siguió la relación entre la pareja que, a toda vista, ya era nula? “Yo le decía que con ella iba a terminar mal, pero no me escuchó o no quiso, hoy a la distancia lo comprendo, estaba enamorado o dominado por las dos mujeres que pasaron por su vida después de separarse de mi vieja, la otra también era brava. Siempre le insistí con una frase: ‘Papá, no podés comprarte una familia cada vez que te separás, andate a vivir solo y sé feliz. Comprate un piso en avenida Libertador, si vos podés”, rememora con gestos de fastidio.
“La otra”, como la define Javier Ángel, era Delia Novoa, con quien Portales se casó luego de separarse de Yolanda Vitulano, su mamá, cuando él era niño: “Mi vieja estaba mal, triste, depresiva, me dejaba que faltara al colegio. Delia se aprovechó de él desde el primer día. A mí me castigaba sin tener en cuenta que yo solo era un niño. Le daba todo lo mejor a sus sobrinos sin necesidad de hacer semejante diferencia, ¿para qué? Yo era un pibe y no podía decir nada, menos en esa época, imaginate. Siempre me dejó a un costado. Mi papá no hacía nada para no discutir con ella, de eso me daba cuenta, lo tenía dominado. Y a mi viejo no se le ocurrió mejor cosa que engañarla con Marina Gacitúa, que le llevaba 25 años y nunca le importó él y menos yo, sino su dinero. Pero él me retaba a mí culpa de sus mujeres porque no quería discutir con ellas”.
“Más de 10 palos verdes”
Javier Ángel señala, según su punto de vista, que el origen de la debacle empezó al separarse de su mamá en 1962: “Ahí se llevaba buena mosca, yo era chiquito. En Polémica llegó a ganar en esa época el valor de un Torino por mes. Venía de hacer Son de diez, El Negro no puede... Llevaba ganados más de diez palos verdes y en ascenso. Te agrego más: cuando se separó de Delia tenía otros cinco millones de verdes en la casa, a mí nunca me lo admitió pero fue así. Por eso ella le arrojó lo que consideró eran sus cosas a la calle, pero se quedó con la plata. Tenía la llave del reino y lo sabía, era bien consciente de eso y lo demostró”, describe. Según sus cuentas, la fortuna podría haber rondado los 20 millones de dólares.
Cuenta que de joven siempre estuvo a su lado: “Él me consiguió un trabajo técnico en cine, sin sueldo pero aprendía, era el meritorio, no había nada más bajo. Antes se usaba el rollo de cinta de veinte metros, tenías que cargar la máquina. La primera fue una película con Gerardo Sofovich, y a partir de ahí me fue bien. Me pidió un cameraman como su segundo ayudante, ya llevaba tres películas de meritorio: La noche viene movida, Las muñecas que hacen pum y una más que ahora no recuerdo. El cameraman era el Bebe Latour, después sí empecé a cobrar un sueldo. Trabajaba seis días a la semana mínimo doce horas. Ahí hice seis o siete películas en total. Seguí laburando como productor de mi viejo y de Raúl Portal en un programa que se llamó La hora de los juegos, en Canal 11, cuando estaba intervenido. Pero a mí me encantaba lo del cine, por más que fuera sacrificado por la intensidad y la gran cantidad de horas. Con el tiempo pasé a primer ayudante, foquista. Trabajé en publicidad también ya como cameraman en la publicidad de flan Ravanna: ‘¡Si se mueve, flan flan, si se mueve flan, flan, es Ravanna el único flan’. ¿Se acuerdan?”, reconstruye, con sonrisas, esos primeros pasos, en los que su padre era, también, su aliado.
Pero Delia seguía en la vida de su papá, y cuando se enteró de que lo había engañado fue con todo, más allá de echarlo a la calle. “Por eso siempre digo que no recibí un peso de herencia, cosa que tampoco buscaba, a mí me importaba mi viejo, no su guita. Ella le inició el juicio de divorcio y le sacó muchísima plata. Para que pudiera seguir viviendo en su departamento tuve que hacer una homologación de un contrato donde le cedía a Delia hasta el departamento de mi abuela. A mí me terminó desalojando del de mi viejo, un piso de 500 metros cuadrados en Dean Funes y Venezuela. El magistrado que intervino en el divorcio estableció además que a Delia había que pagarle el 17 por ciento de lo que ingresaba por Actores, un verdadero desastre. Él pasó de ser un tipo al que le iba fantástico, jugador de tenis, con una cupé Taunus dorada hermosa y una casa de fin de semana a un desalojado desahuciado. Mi viejo me enseñó que las cosas había que ganárselas, pero no lo aplicó con sus mujeres”.
Para colmo, mientras su padre ya vivía con Marina, su nueva pareja, Javier Ángel siguió trabajando con él en el teatro Regio, pero bajo las órdenes de ella, que era guionista. Así lo recuerda: “Me había puesto con sueldo de apuntador, mirá si era jodida, y yo era jefe de escenario. Nos vivía llamando la atención a mí y a mi viejo, que comenzó con las dolencias por la hernia de disco y después de irse a Cuba donde había mejorado se dejó estar. Tuvo dos ACV, tres infartos. El padre de Marina se instaló en su quinta de Francisco Álvarez y me decía que era el dueño, imaginate cómo me sentía. La familia lo había coptado, encima estaba en malas condiciones de salud”.
Un final poco feliz
Hace un alto y dice que a su mente vienen recuerdos de cuando era chico, algo que le sucede con frecuencia: “Debe ser porque lo extraño demasiado –se sincera y completa-: “Por entonces yo leía mucho, le pedía sus libros, tenía una hermosa biblioteca. Él veía que eso me encantaba, pero nunca charló conmigo, me dio una mano o me orientó para que siguiera por ahí. Había salido la película Tiburón y un amigo suyo me regaló el libro, no él. Si vio que era fan de la lectura, ¿por qué no me impulsó por ese lado? Solo pensaba en las minas y en la guita”.
Recién cuando Marina Gacitúa lo dejó a Portales, allá por el 2000, Javier Ángel se vio obligado a acercarse porque dice que si no su padre se moría: “No me permitía llegar a él porque se gastaba toda su plata y yo me iba a dar cuenta. Mi papá tenía el enemigo en casa. Menos mal que al final pude romper con las cosas que hacía para que no lo viera, y como lo dejó solo, me pude hacer cargo yo. Vendí mi departamento para bancar los gastos. Primero fue a un hospital público, después a través de Actores pude trasladarlo a una clínica privada donde murió. Decí que tengo a mi lado a Susana, mi mujer, que me apuntala hace más de treinta años. Teníamos juntos un puesto en el mercado de San Telmo y la pandemia nos mató, pero siempre salimos adelante porque seguimos muy unidos. Para ambos es muy importante esta frase: ‘Ser leal te hace familia, por sangre lo único que tenés son parientes’. Si lo sabré yo”.
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